El mensaje era corto pero certero: «El abuelo murió, ven al velatorio hoy en la noche». El remitente, su padre, parecía no esperar un «no» como respuesta. Debes venir al velatorio, era lo que realmente quería decir. Laura dejó su celular a un lado, mientras memorias de un distante pasado irrumpían su mente como un manantial de agua turbia. Laura no quería asistir al velatorio, ella sabía para qué la querían realmente. En su familia existía la tradición que un integrante de la familia debía quedarse acompañando al difunto en su primera noche póstuma a su muerte. Una descarga de rencor e impotencia se apoderó de Laura, y en un momento decidió que había tenido suficiente de su familia.
«Iré al entierro mañana», su respuesta era igual de certera que la de su padre. Sin esperar respuesta, Laura apagó su celular y se fue a dormir.
Aquella misma noche, un mórbido sueño visitó a Laura. Ella se encontraba parada al centro de una gran estancia, una que Laura conocía muy bien. Era en la casa de sus abuelos, donde su horrible pasado tuvo lugar. A un costado del lugar, Laura pudo divisar un gran ataúd. Ella sabía quién se encontraba dentro, pero aun así quiso asegurarse de la situación. Lentamente, Laura se obligó a caminar hasta el cajón, hasta quedar frente a frente. De la pequeña ventanita se asomaba el perfil de quién alguna vez fue su peor pesadilla. El hombre estaba muerto, ya no podía hacerle nada, sin embargo, Laura tenía la horrible sensación de que su abuelo no estaba realmente muerto.
Laura quería despertar de aquella pesadilla, mas no podía por una fuerza mayor que, de alguna manera, la obligaba a estar allí presente. Cada fibra de su cuerpo le advertía de un inminente peligro, algo que acechaba en los rincones oscuros donde el ojo humano no era capaz de ver. Repentinamente, Laura sintió una ráfaga de viento gélido, acompañada por la visita de otro ser. Era una silueta negra y deforme, tan alta que no podía estar completamente erguida. No tenía rasgos visibles, sin embargo, Laura sentía que la estaba observando. El miedo se apoderó de Laura, haciendo que perdiera noción de los reflejos básicos de todo ser humano.
Laura volvió en si el momento que un gran grito retumbó en su cabeza. A la vez que se escuchó el grito, el ataúd donde yacía su abuelo comenzó a vibrar violentamente. Entonces, la silueta se movió en dirección al cajón y lo abrió de par en par. Un hedor tóxico inundó las fosas nasales de Laura, haciendo que tuviera que evitar vomitar. Laura observó horrorizada como la silueta cargaba el cadáver de su abuelo en sus largos y delgados brazos, para luego desaparecer de escena.
Laura despertó por la alarma de su celular. Sudor frío corría por su espalda, y todavía podía oler aquel hedor que desprendía su abuelo muerto. El grito que había escuchado aún yacía en su mente. Aquella misma tarde, Laura viajó hasta el pequeño pueblito donde estaba la casa de sus abuelos. Al llegar, se encontró con que no había nadie en la casa, ni siquiera el ataúd donde descansaba su abuelo. Pensando que había iniciado el entierro, Laura caminó por las desoladas calles del pueblo, siendo el silencio y la soledad su única compañía. Sus pasos la guiaron hasta la capilla del cementerio, donde se llevó la sorpresa que todos los integrantes de la familia se encontraban ahí. Todos vestían túnicas negras y en sus manos se aferraban de rosarios como si su vida dependiera de ello. El primero en decirle algo a Laura fue su propio padre.
“¡¿Cómo pudiste hacernos esto?!”, exclamó furioso. Laura no entendía lo que estaba ocurriendo.
“¿Acaso no le explicaste a tu hija lo que debía hacer?”, preguntó una de las hermanas mayores de su padre.
“Por supuesto que no le expliqué porque sabía que no iba a venir”, respondió su padre. Así, se desató una serie de discusiones que ocultaban el nerviosismo y terror que reinaba en la capilla. Laura, entonces, sintió que su cuerpo ya no era controlado por ella.
“El abuelo cometió un error. Ahora, está cumpliendo su parte del pacto. Sin embargo, ese hombre no fue el único que firmó el contrato, y su alma no es la única que vengo a recolectar”, del cuerpo de Laura salía una voz ronca y rasposa, como la voz de un señor mayor. De la confusión, los presentes pasaron inmediatamente a un estado de terror total cuando vieron como Laura tomaba del brazo a su padre y lo jalaba fuera de la capilla. Detrás de Laura emergió la misma silueta que la había visitado en su sueño y de un solo movimiento atrapó al padre de la chica, para luego romperle el cuello en un solo movimiento. Gritos y llantos se apoderaron del silencio de la capilla, al son de una gran masacre. Laura, quién había salido del trance, miraba con horror como miembros de su familia eran aniquilados de tal manera que palabras no eran suficientes para describir lo que acontecía. Sangre y viseras adornaban los bancos donde la gente iba a orar, mientras la sangre cubría todo el piso.
Luego de lo que a Laura le parecieron horas, los gritos y llantos cesaron, para volver a ser el silencio rey del lugar. Los únicos que quedaban en la capilla eran Laura y la silueta monstruosa. La última observó a Laura y le sonrió en una macabra línea de sangre, para luego decirle:
“¿Te gustaría seguir con el contrato de tu tátara abuelo?”, preguntó con la misma voz ronca que había emanado de la boca de Laura. La chica, aterrada, negó con su cabeza, incapaz de pronunciar palabra alguna. “Una lástima, perderás todas las riquezas que tu familia fue adquiriendo a lo largo de las generaciones”, Laura, aun así, negó con la cabeza. La silueta le ofreció una última mórbida sonrisa, para luego desaparecer, llevándose consigo a todos los cadáveres que había esparcido por la capilla, dejando a Laura en un completo silencio, aquel día del funeral de su abuelo.
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