«La lujuria es conocida como uno de los siete pecados capitales. Sin embargo, Christopher y sus amigos no se preocupan por eso. Ven conmigo a explorar los límites de lo posible y lo imposible, a caminar por los jardines de la imaginación, a explorar los laberintos de los sueños y las pesadillas».
Los tres amigos habían bebido en exceso y eran conscientes de que conducir en ese estado era peligroso. Sin embargo, decidieron continuar con su noche de fiesta. «¡Hemos bebido hasta el límite!», exclamó Christopher mientras aceleraba su BMW. «Ahora debemos encontrar algo divertido». Sus amigos respondieron con gritos, emocionados por la idea.
Durante aproximadamente treinta minutos, recorrieron varias calles en busca de emociones, pero no encontraron lo que deseaban. Los vecindarios por los que pasaron estaban llenos de mujeres de diferentes orígenes y precios, pero esa noche no se trataba de dinero.
-Vámonos de aquí -dijo uno de ellos, aburrido. Estas chicas no nos emocionan lo suficiente. Buscamos adrenalina, no solo diversión. Christopher viró hacia una avenida poco transitada. Mientras avanzaban, pasaron por una parada de autobús y algo captó su atención.
-¿La viste? -preguntó Christopher, girando el volante para regresar.
-Claro que la vi, tío. ¡Vuelve, vuelve! El conductor redujo la velocidad mientras se acercaban a la parada, donde encontraron a una mujer que, al principio, los miró con una mirada desafiante y una actitud provocadora. Ahí estaba la dosis de adrenalina que buscaban.
Sentada en la banqueta de una parada de autobuses, una joven de cabello rubio rizado esperaba su transporte. Su apariencia recordaba a una princesa de Disney, y parecía tener entre veinte y veinticinco años. Al avistar el automóvil pasar por segunda vez, su expresión cambió repentinamente y se notó su nerviosismo. No sabía cómo reaccionar, pero cuando el vehículo giró nuevamente y se acercó a ella, se puso de pie rápidamente, mostrando una mirada llena de precaución. Sus manos temblaban y su respiración se aceleraba, retrocediendo con pasos cortos y mirando con temor hacia el automóvil que se aproximaba.
En medio de la noche, solo ellos cuatro se movían en aquella zona desierta. Sus manos temblorosas aferraban con fuerza su bolso, como si fuera su único refugio. Todo en su ser evidenciaba la vulnerabilidad y el pánico que sentía en ese preciso instante.
Con el automóvil aproximándose cada vez más, ella comprendió que su única esperanza residía en alcanzar un lugar concurrido, donde hubiera personas alrededor.
Desde el automóvil, los jóvenes la incitaban con risas y piropos. Sus voces sonaban alegres y desinhibidas, como si estuvieran conversando con una amiga en lugar de acechar a una mujer. Sin embargo, esos ruegos duraron apenas unos minutos.
Con determinación, la joven giró sobre sus talones y se lanzó en una carrera desesperada. Sus pies golpeaban el suelo con agilidad, impulsándola hacia adelante. Cada paso que daba, sus piernas temblaban de miedo y esfuerzo, pero no se detenía. Su mirada se fijaba en el horizonte, buscando un refugio seguro.
El motor del automóvil rugía detrás de ella, acercándose con rapidez. Las voces de los jóvenes se desvanecían mientras ella se adentraba en la oscuridad, guiada por la esperanza de encontrar ayuda. Su corazón latía desbocado en su pecho, impulsándola a seguir adelante.
Cada vez más cerca, podía sentir la adrenalina bombeando por sus venas. El sonido de sus propios pasos resonaba en sus oídos, mezclándose con su agitada respiración. No miraba hacia atrás, enfocada únicamente en su objetivo: escapar de aquellos cazadores nocturnos.
Sus músculos se tensaban con cada zancada, mientras la distancia entre ella y sus perseguidores se iba ampliando. Un destello de esperanza brillaba en su mirada, alimentando su valentía. Se negaba a rendirse, a convertirse en una presa fácil.
La chica giró la cabeza para mirar hacia atrás, solo para encontrarse con una escena aterradora. Los jóvenes habían salido del automóvil y se acercaban rápidamente hacia ella. Su rostro reflejaba el horror y la confusión, mientras su respiración se volvía cada vez más agitada. Sus ojos se dilataron, sus iris parecían oscurecerse, absorbidos por una sombra intensa. Sus piernas temblaban con debilidad mientras se esforzaba por caminar más rápido.
Los tres amigos avanzaban decididos hacia ella, sin mostrar ni un rastro de compasión en sus rostros.
Las risas de los jóvenes adquirieron un tono cruel, sus palabras se volvieron obscenas y sus miradas se cargaron de lujuria. Ella podía percibir el deseo desbocado en sus ojos, y el miedo se transformó en pánico. El tiempo parecía haberse detenido, atrapándola en una pesadilla interminable.
Impulsada por la adrenalina, sus pies golpeaban el suelo con determinación, su respiración se volvía cada vez más agitada. Los gritos de los perseguidores resonaban cerca, pero no podía darse el lujo de mirar hacia atrás, no podía permitirse perder la ventaja que había ganado.
-¿Por qué no trajiste el auto? ¡Eres un idiota! – gritó uno de los jóvenes a Christopher.
-¡Ya es tarde para volver a buscarlo! Tenemos que darle alcance, ¡se nos está escapando! – respondió él.
A pesar de su esfuerzo, ella seguía distanciándose cada vez más, lo que les llenaba de frustración.
-¡Vamos! ¡No la dejemos escapar! – gritó uno de ellos, su mirada volviéndose cada vez más feroz.
-No te preocupes, la alcanzaremos – respondió otro, mostrando una sonrisa maliciosa en su rostro.
El cansancio pasaba a un segundo plano; lo único que importaba era alcanzar a su presa.
La chica se adentró en el callejón, encontrándose rodeada únicamente de paredes de ladrillo sucio y unos contenedores de basura. Desesperadamente, buscó a su alrededor en busca de algún lugar donde pudiera esconderse, pero no encontró ninguna otra opción. El callejón se extendía vacío, sin más refugio que aquellos contenedores alineados en el lugar.
Finalmente, se detuvo, con el aliento entrecortado y el cuerpo empapado en sudor. Era evidente que no podía continuar.
Los jóvenes se adentraron también en el callejón, deteniéndose un momento para recobrar el aliento y observar a su alrededor. La chica no estaba a la vista, por lo que asumieron que se había escondido. Se dirigieron a los contenedores de basura, maldiciendo y amenazando con consecuencias terribles si la encontraban.
A pesar de que aún deseaban experimentar la adrenalina, el agotamiento empezaba a hacer mella en ellos. No obstante, no estaban dispuestos a dejarla escapar. Decidieron separarse y buscar con una determinación fría reflejada en sus rostros. De pronto, uno de ellos divisó una sombra. ¡Era la chica! ¡Habían encontrado a su presa! Con una sonrisa maliciosa en sus rostros, los jóvenes se aproximaron a ella, conscientes de que finalmente la habían atrapado.
-¡Vamos, cariño! ¡Solo será un momento! ¡Ven, nena, ven con nosotros! – dijo uno de los jóvenes con una sonrisa falsa en su rostro, mientras se aproximaba.
Los demás jóvenes se acercaron también, formando un círculo alrededor de la chica. Sus rostros reflejaban malicia y deseo. Uno de ellos extendió la mano hacia ella, con la intención de tocarla, mientras una sonrisa sádica se dibujaba en sus labios. La chica se encontraba atrapada, paralizada por el miedo, consciente de que no había escapatoria posible. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras se preparaba para enfrentar lo inevitable. .
La chica sabía que debía encontrar una manera de escapar. Con una determinación sobrehumana, logró vencer su parálisis y, mediante rápidos giros y movimientos ágiles, se deslizó por debajo de los brazos extendidos de sus perseguidores, huyendo por el callejón.
Los jóvenes quedaron sorprendidos por la velocidad con la que la chica reaccionó. Mientras ella corría desesperadamente, podía escuchar los gritos y maldiciones que los jóvenes lanzaban detrás de ella, pero no se detuvo.
En un instante decisivo, doblando a la derecha, continuó corriendo sin descanso.
Recuperando algo de aire en sus pulmones, los hombres retomaron la persecución. Jadeando mientras corrían tras ella, estaban decididos a no dejarla escapar. La distancia entre ellos se acortaba gradualmente. Solo los cazadores y su presa corrían por las calles desiertas, sin un alma en su camino.
A pesar de que aún los aventajaba por varios metros, los jóvenes la vieron detenerse. Un instante de duda la invadió, permitiendo que los jóvenes se acercaran. La chica cruzó el umbral de un lugar que parecía ser su única escapatoria.
Cuando aquellos alcanzaron el sitio, también vacilaron antes de decidir si seguir. La chica había ingresado… ¡a un cementerio!
-¿Qué hacemos? – preguntó uno de los jóvenes, con incertidumbre en su voz.
-La perra cree que puede asustarnos, pero no lo logrará. Debemos ir por ella – respondió otro, con determinación en sus ojos.
-No lo sé – dijo el primero, dubitativo.
-¿Qué? ¿Es que acaso te asusta? – preguntó el segundo con incredulidad. – No puedo creer que seas tan tonto. Si nadie podía ayudarla en las calles, menos lo habrá aquí, ¿no crees? – continuó.
-Eso es verdad – aceptó el primero, vacilante.
-Entonces, ¿qué esperamos? – los animó Christopher, con una sonrisa maliciosa en su rostro. – Queríamos que esta noche fuera genial, y dentro del cementerio nos espera una hermosa zorra. ¡Y vaya que eligió un lugar! Nunca lo hice en un cementerio. ¿Y tú?… ¿Eh? – insistió, palmeando el hombro de su amigo.
-No, yo tampoco – respondió el amigo de Christopher, ruborizándose. – ¡Tienes razón! ¡Vamos por ella! – exclamó animado.
Los tres jóvenes atravesaron los grandes portones del cementerio y se internaron en el campo santo. No llevaban linternas, pero la luna bañaba el lugar con una claridad tenue
Se separaron para cubrir más terreno, cada uno eligiendo un camino distinto. Aunque el cementerio no parecía ser muy extenso, la ventaja que la chica les llevaba, sumada a los minutos que habían perdido en decidirse a entrar, seguramente le había permitido encontrar un buen lugar donde esconderse.
Un silencio opresivo reinaba en el lugar, solo interrumpido por el eco incierto de sus pasos sobre la grava y el susurro de las hojas secas. Los nichos y tumbas se alineaban a ambos lados, como testigos mudos de la desesperada búsqueda de los jóvenes. Los edificios funerarios se alzaban majestuosos, con sus columnas y estatuas que parecían observarlos con desaprobación. El viento soplaba suavemente, moviendo las ramas de los árboles y creando sombras inquietantes. Los jóvenes se reunieron nuevamente, sintiendo una creciente inquietud, conscientes de que la chica podría estar oculta en cualquier rincón. La atmósfera parecía extraída de un cuento de Edgar Allan Poe, envolviéndolos en una tensión palpable.
Reiniciaron sus falsos halagos, entre risas y obscenidades recurrentes. Christopher frotaba sus manos, deleitándose con el placer que le brindaba el recuerdo de la joven. Su cabello rubio, su figura… sabía que sus compañeros protestarían, pero él era el líder de la pandilla, y por ende, le correspondía pasar más tiempo con ella. Sus mentes ya no estaban nubladas por el alcohol; ahora, una avalancha de imágenes y sensaciones los dominaba. Los rayos de luna iluminaban sus rostros tensos, reflejando su anhelo y la oscuridad de sus pensamientos. El viento soplaba con mayor fuerza, arrancando hojas y ramas de los árboles.
Avanzaban con determinación, conscientes de que su objetivo estaba cada vez más cerca.
-¡Ey, muchachos! – susurró uno de ellos con voz tensa.
-¿No la han visto aún?
-¡No! – respondió otro con frustración en su voz.
-¿Crees que habrá salido del cementerio por otro lugar?
-No me parece – respondió el primero, frunciendo el ceño. El muro es alto y aparentemente tiene un solo acceso. Tal vez… -su voz se apagó mientras miraba fijamente a su alrededor, como si esperara encontrar alguna respuesta en las sombras.
Un ligero ruido hizo que los amigos de Christopher se quedaran en silencio. Aguzaron sus oídos, alerta ante lo que parecía ser una pisada sobre hojas secas. El sonido era tenue pero cercano. Miraron a su alrededor y, de repente, avistaron una sombra deslizándose entre las lápidas.
-¡Es ella! -exclamó uno de los amigos al ver a la chica escabullirse entre los árboles. Pero ya había sido descubierta. Ahora estaba rodeada.
-¡Allí! ¡Allí! -gritó otro, señalando un viejo panteón.
-¿Estás seguro? -preguntó Christopher con urgencia.
-Absolutamente. La vi entrar allí -respondió su amigo.
Sin perder ni un segundo, Christopher se adelantó a los demás.
-¡Vamos! -ordenó con determinación. La estúpida se ha encerrado sola.
El grupo se precipitó hacia el panteón, preparados para enfrentar a la chica en su último intento de escape. Los tres amigos se lanzaron a correr hacia el panteón, ansiosos por atrapar a su presa.
Christopher penetró en el panteón, su mirada fría y calculadora escrutando cada rincón en busca de su presa. Sus amigos se distribuyeron por los costados, mostrando una expresión de expectación y excitación en sus rostros. La luz lunar se filtraba a través de un ventanal cercano al techo, bañando la escena con un suave resplandor plateado.
En el interior, pudieron distinguir cinco ataúdes, indicio de que se encontraban en un panteón familiar. Christopher se acercó a uno de ellos, una sonrisa maliciosa en su rostro, deleitándose con la emoción de la caza.
-¡Vamos, cariño! -susurró con una voz suave y engañosa, acercándose sigilosamente a uno de los ataúdes. Sé una buena chica. También disfrutarás de esto –añadió.
El ambiente se volvía cada vez más denso y tenso, impregnado de una oscura expectación.
Al atravesar el espacio entre los ataúdes, finalmente la vieron. Sentada en el suelo polvoriento, con los brazos envueltos alrededor de sus piernas y la cabeza oculta entre ellas. A medida que se acercaban, el sonido de sus sollozos se hizo audible, avivando aún más la excitación de los jóvenes.
Los ojos de los hombres brillaban con lujuria, mientras la adrenalina fluía salvajemente por sus venas. Darían unos pasos más y extenderían sus brazos para capturar a su presa inocente…
…Pero no lo pudieron hacer.
La chica de cabello rubio alzó la cabeza lentamente, revelando un rostro transformado en una grotesca criatura. Sus ojos brillaban como brasas, su piel adquirió un tono ceniciento y enfermizo, sus manos eran garras, y sus labios se separaron para revelar dos grandes colmillos afilados. Emitió un sonido gutural que heló la sangre de los jóvenes en sus venas.
El terror se apoderó de ellos, paralizándolos por completo. Intentaron gritar, pero sus gargantas se cerraron, sin dejar escapar ni un susurro. Intentaron correr, pero sus piernas parecían ancladas al suelo, incapaces de moverse. Mientras tanto, sus amigos, en un desesperado intento por escapar, se dirigieron hacia la salida, solo para ser detenidos por las tapas de los ataúdes, que se abrieron con un estruendo siniestro.
El aire se volvió gélido y opresivo. Los jóvenes se encontraron atrapados, conscientes de que no había forma de escapar a su destino inminente. El sudor frío se deslizó por sus espaldas mientras esperaban el golpe final, sus miradas clavadas en el ser monstruoso que se aproximaba lentamente hacia ellos, con una sed de sangre evidente en sus ojos.
De los féretros surgieron cinco figuras sombrías, la mejor manera de describirlos, que se abalanzaron sobre los jóvenes con una ferocidad implacable. Los rostros pálidos y los ojos vacíos de los espectros se iluminaron con una luz maligna mientras se arrojaban sobre sus presas. Entre alaridos de terror y murmullos inquietantes, los muchachos intentaron escapar, pero las sombras los rodearon, cerrándose sobre ellos con voracidad desenfrenada.
La chica, quien hasta ese momento había sido la presa deseada, intentó agarrar a Christopher, pero él logró esquivarla entre los ataúdes y huir. Con el corazón latiendo desbocado y el sudor frío cubriendo su rostro, Christopher escuchó los gritos desesperados de sus amigos mientras buscaba refugio detrás de unas tumbas. Pasó horas escondido, sintiendo cómo cada latido de su corazón lo sumergía aún más en una pesadilla aterradora. El sudor frío empapaba su piel, su mente estaba paralizada por el pánico y su cuerpo temblaba sin control.
Cada grito desesperado de sus amigos resonaba en sus oídos, acelerando aún más su corazón y provocando una sensación de asfixia en su garganta. El miedo nublaba su pensamiento, su mente estaba atormentada por la imagen de la chica rubia lanzándose hacia él. Cada ruido o sombra lo hacía encogerse de miedo, temiendo ser descubierto y atrapado por esas criaturas malignas. El tiempo parecía detenerse, cada segundo se estiraba como una eternidad, mientras esperaba el momento en que la chica lo encontrara. Solo el pensamiento de ser alcanzado por esas criaturas era suficiente para hacer que sintiera que su alma era arrancada de su cuerpo.
Christopher estaba atrapado en un estado constante de terror, su mente y cuerpo luchando desesperadamente por sobrevivir en una realidad que no podía ser posible.
…………
El sol se asomaba en el horizonte cuando unos visitantes encontraron a Christopher tendido en el suelo, oculto entre las lápidas del cementerio. Inmediatamente, la guardia fue alertada y una ambulancia fue llamada. Los médicos y las autoridades intentaron obtener alguna explicación de lo sucedido, pero se encontraron con un misterio escalofriante. El panteón había sido profanado y los cuerpos mutilados de dos jóvenes yacían en una esquina de la antigua construcción mortuoria.
La investigación reveló que los tres muchachos habían intentado profanar los ataúdes durante la noche, pero algo terrible había ocurrido. Por alguna razón desconocida, uno de ellos, posiblemente bajo la influencia del alcohol, había cometido horribles actos de violencia contra sus compañeros. Esta teoría fue respaldada por la presencia de una gran cantidad de sangre de las víctimas en la ropa del sobreviviente. A pesar de las extensas búsquedas, el arma homicida nunca fue encontrada.
Christopher fue condenado a cadena perpetua por los asesinatos, pero debido a evaluaciones psicológicas posteriores, la justicia determinó que sufría de un trastorno mental y fue enviado a un hospital psiquiátrico. Su estado mental siempre es de temor, su cuerpo tenso y en constante alerta, preparado para huir o defenderse en cualquier
momento.
Sus ojos se mueven constantemente, buscando señales de peligro en su entorno. Su respiración es rápida y superficial, y su corazón late con fuerza. Con frecuencia, se aferra a las sábanas de su cama cuando el sol se pone, temiendo que la oscuridad lo atrape. Las pesadillas perturban su sueño y a menudo se despierta sudoroso y jadeante, sin poder recordar los detalles. Los enfermeros intentan tranquilizarlo, asegurándole que no hay nada que temer, pero él no puede evitar sentirse vulnerable cuando no puede ver lo que le rodea.
En la sala de terapia, cuando las luces se apagan, Christopher entra en pánico. Comienza a gritar y golpear las paredes, convencido de que hay algo o alguien en la oscuridad con él. Los enfermeros tienen que apagar la luz gradualmente y calmarlo con palabras suaves hasta que logra encontrar algo de tranquilidad.
En cada evaluación realizada por los especialistas, llegan a la misma conclusión: Christopher probablemente pasará el resto de sus días atrapado en ese hospital, condenado a vivir en su propia pesadilla.
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