Los problemas comenzaron el día en que llegó la caja por correo. Yo ni siquiera la esperaba. Resulta que mi abuela falleció hace ya unos dos años en su pueblo, donde todavía vive uno de mis hermanos, Carlos, quien me envió la caja. Con él no me llevo bien, ni tampoco con mi otra hermana, Sofía, que vive en la misma ciudad que yo. Cosas de la vida. Él siempre ha sido una persona del pueblo, muy cerrada y conservadora, lo cual, en principio, no está mal. Pero en ese tipo de pueblos, cuando uno es un poco distinto, la gente empieza a hablar a tus espaldas y nadie tiene la decencia de decirte lo que pasa. Yo quería irme. Algunas peleas con supuestos vecinos ejemplares fueron la gota que derramó el vaso, así que me vine a estudiar. Al principio costó, pero hice buenas relaciones y conseguí trabajo, que, sumado a la ayuda de mis padres, me permitió costearme los estudios. Más adelante pude alquilar un modesto departamento y Sofía se vino a vivir conmigo.
Pasaron los años y cada uno hizo su propia vida. Ahora mi hermana ya está recibida y convive con su pareja. Yo también me recibí, pero vivo solo. Quise dedicar todos mis esfuerzos a conseguir una buena posición económica lo antes posible. Me aterra la idea de no tener seguridad en ese sentido. Por lo cual hice algunos sacrificios, como prácticamente no salir de noche, conocer pocas chicas o no darle tanta importancia a algún pasatiempo.
Y todo iba muy bien hasta que llegó la caja. Al principio quedó en un rincón de la casa. Hasta había apoyado algunas cosas arriba, así que ni la notaba. No me daba tanta curiosidad abrirla, porque el recuerdo de mi abuela es para mí algo que excede lo material, por lo que pensé que lo haría cuando estuviera Sofía en casa. Y así sucedió. Unos cuantos días después ella vino de visita, y cuando estaba por irse recordé la caja. La pusimos sobre la mesa y la abrimos. Había fotos, un par de libros, recortes de diarios, un cuaderno con anotaciones y algunos recuerdos más. Lo que más nos sorprendió fue encontrar un tarot. Con Sofi quedamos desconcertados ante ese descubrimiento. Primero, yo ni sabía qué era. Abrí la cajita de cartón y vi un mazo de cartas. Parecían las cartas de un mazo tradicional, pero con dibujos raros y más grandes. Hasta que, viéndolas una a una, me topé con una figura espantosa de la muerte. Después vimos los títulos de los libros y eran sobre magia negra, ocultismo, astrología… cosas de ese estilo. Me dio una sensación desagradable. Guardé todo donde estaba y cerramos la caja. Solo dejamos fuera las fotos. La caja quedó en mi casa porque Sofi conoce a una chica que tiene un local donde puede llevar los libros y el tarot. No me gustó mucho la idea, pero tuve que ceder.
Esa misma tarde empezaron los problemas, y por eso digo que la culpa debe ser de la caja. Más bien, de su contenido, del tarot ese o de los libros de magia negra. Resulta que había hecho una inversión en la bolsa completamente segura, al menos todos los indicadores daban que la cosa se mantendría estable o subiría de precio, dándome ganancias. Pero hubo un bajón de repente. El pánico hizo que todos los ahorristas salieran disparados y perdí algunos cientos de dólares, una parte medianamente importante de mis ahorros.
Solo al día siguiente, una chica con la que estaba saliendo me escribió para decirme que era mejor que no nos viéramos más, y no pude conseguir ni siquiera una razón convincente. En la oficina, la gente empezó a tratarme con menos respeto y me daban cada vez más trabajo, sin respetar mis descansos y asignándome horas extras que sé que no me pagarán. Me volví más torpe de repente. Todo me salía mal, todo se me caía de las manos. En un momento de estupefacción, sentado en una silla de mi casa, me quedé mirando fijo hacia un rincón. Cuando volví en mí, noté que estaba mirando un montoncito de cosas que estaban encima de la caja. Y pensé en ese tarot y esos libros. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Llamé a mi hermana. Le pedí permiso para tirar la caja. Ella me notó nervioso. Yo casi estaba por llorar. Me insistió para que le dijera qué me pasaba. Le conté todo con detalle. No lo podía creer y empezó a pensar, al igual que yo, que la culpa podía ser de los objetos de la caja. Me recomendó que no la tirara a la basura. Si se me había pegado alguna maldición o algo así, sería necesario un proceso antes de hacerlo. Me habló de la mujer a la cual, en principio, iba a llevarle el tarot y los libros. Es una especialista en estos temas. Me dijo que se los llevara y le consultara. Decidí ir en ese mismo momento. Sofi quiso acompañarme, pero no podía, y yo ya no aguantaba más. Todo culpa del malnacido de mi hermano. Seguro lo hizo a propósito y sabiendo muy bien lo que hacía, con esos objetos malditos que dudo muchísimo que realmente hayan pertenecido a mi abuela.
Al llegar al local, vi a la mujer que me ayudaría. Parecía agradable. Eso me tranquilizó. Pero había un cliente, así que tuve que esperar un poco. No pude hacer otra cosa que quedarme inmóvil en el medio del lugar, mientras intentaba encontrar un motivo racional a todo esto. La espera se hizo eterna, pero pronto me encontré solo con la mujer. Al principio no podía articular las palabras. Se dio cuenta de mi estado y me dijo que respirara y le contara qué pasaba. Le dije que me enviaba mi hermana, que tenía un tarot y unos libros, que quería traerlos a este negocio para ver si le interesaría comprarlos. Y entonces otra vez estaba por perder el aliento, hasta que se lo dije de una vez. Le dije que esa cosa me arruinó la vida. Desde que llegó a mi casa en una caja, todo en mi vida cambió para mal. Lo estoy perdiendo todo. La mujer, sin decir ni una palabra, dijo que de todos modos ya estaba por cerrar el local. No entendí hasta que fue, cerró la puerta con llave y dio vuelta un cartel para indicar que ahora estaba cerrado. Me hizo pasar a un cuarto que estaba atrás y me hizo sentarme sobre un escritorio. Le mostré el tarot y los libros. Primero miró los libros y dijo que eran bastante comunes, que no creía que pudieran tener nada de malo. Entonces vio el tarot y dijo que nunca había visto ninguno igual. Sacó las cartas de su caja, las miró con mucha atención. Parecía un mazo realmente antiguo y con mucho uso. Cuando vio la carta de la muerte, yo bajé la mirada. Después la miré a ella para ver cuál era su reacción. No hizo ningún gesto, pero se quedó mirando la carta un buen rato y dijo que nunca había visto esa carta. Me contó que tiene una enorme colección de tarots, de todos los tipos, incluyendo diseños del siglo XV, XVI, XVII, etc. Pero insistió en que jamás había visto ninguno ni siquiera parecido.
Mezcló las cartas y me hizo una lectura. La carta de la muerte apareció en tercer lugar, simbolizando los obstáculos actuales. Me dijo que veía una transformación profunda en mi vida, que me daría cuenta de cosas del pasado que nunca había notado. La última carta era la de la templanza. Me dijo que debía encontrar el equilibrio y que, al principio, me costaría mucho.
Al terminar la lectura, guardó las cartas en la cajita. Me recomendó que me quedara con ellas. Me negué a hacerlo. Se las ofrecí y las aceptó, una más para su colección, lo mismo con los libros. Le ofrecí pagarle, pero se negó. Al salir, me quedé con una sensación muy extraña. Algo me hizo dudar seriamente de esa tarotista. Pero ahora todo sería cuestión de comprobar si la mala suerte ya se había ido… o si acababa de empezar. Inexplicablemente, de camino a casa, sentí una gran liberación. Como si algo se iluminara dentro mío.
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