Sobre libros y estantes

Sobre libros y estantes

Kayo

20/06/2023

Sobre libros y estantes

Descalzo en su casa Alexander siente el frío por los pies sin que le moleste mucho. Sentado de piernas cruzadas, vestido de manera holgada con un pantalón que le flota en sus delgadas piernas y un suéter que de igual manera le queda grande. Frente a él se levanta una estantería compuesta de varios libros vagamente ordénanos. Los más gordos se encuentran en la primera fila, luego por una inexactitud de grosores, los demás están colocados aleatoriamente con la diferencia tan solo de su género. Los poemas y cancioneros están en el estante de abajo, los cuentos en el medio y las novelas en la punta de la torre. Allí junto con el polvo, Alexander toma algunos sin preselección ni interés en particular, los abre por la mitad, el principio o el fin. Lee vagamente algunos párrafos y los vuelve a colocar en su lugar o en donde puede. Hace exactamente dos días había renunciado a su trabajo en París. Su decisión se llevó a cabo luego de verse con veinticinco años en aquel sitio sin cambios. Sabía que desde su infancia le gustaba la lectura, y por ende no tardó mucho en atreverse a escribir un poco. Decidió que era hora de cumplir aquel sueño y el trabajo allí no haría más que distraerlo. Sin decirle a sus padres ni a nadie, se esfumó de aquellos lugares. Pero las cosas no iban bien. De la manera en la que se encontraba sentado, era la manera en la que había estado hace dos días, sin comer ni dormir, admirando su librero y leyendo párrafos al azar. Fue cuando estaba en la tarea de sacar un libro gordo de poemas de Churely cuando sintió la presencia de dos individuos a su lado. A su derecha vestido con camisas horribles estaba un viejo decrépito y a su izquierda para su asombro estaba un niño con ropa elegante, al que reconoció como sí mismo. No tardo en asociar lo ocurrido y que aquel viejo era él en un futuro. Amante de la imaginación y los momentos únicos decidió que aquella situación era algo que solo le ocurría a personas especiales. Por lo que decidió hablarles.

  • Tú eres yo ¿No es así?

El anciano sentado a su lado tomo un libro y contesto:

  • Guy de Cars gran escritor, gran mentor, pero que idiota era con las mujeres— Posteriormente volvió a colocar el libro al estante— En efecto joven yo soy usted.

Confirmado su duda miro al niño.

  • Mi yo de niño.

El niño de elegante porte, copio la acción del viejo tomando también un libro, este era fino y estaba algo descuidado.

  • Tú eres yo de grande y aquel es yo de viejo.

El acto de comunicación lo hizo sentir más especial, no había duda de que él era diferente a los demás. Motivado por ello, se llenó de coraje, carraspeo la voz, comenzado a hablar con suma tranquilidad:

  • Pues como tú sabrás viejo yo, y como tú aún no sabes mi yo niño, he dejado mi trabajo en el periodismo banal guiado por editoriales burdas y jefes amarillistas. Hoy soy un ser libre, que se posa frente a libros en busca de inspiración para sus historias.
  • Querrás decir copiar — Exclamo el niño al escucharlo. Este hojeaba un libreto de Guttys, un poemario— “La verdad del ave blanca que inunda mi piel y la de mi amada”— Leyó— Que aburrido.
  • Un niño no tiene la capacidad de admirar la hermosura de Guttys, sus poemas están llenos de mensajes dolorosos, románticos, inspiradores y profundos. Y no es copiar es inspirarse.
  • Pues a mí solo me parecen frases sin ningún fin, aburridas e incomprensibles.
  • ¡Oh que insolente era! ¿Estás seguro de que eres yo?

El anciano que observaba la escena teniendo entre manos un libro verde sin ninguna insignia en la portada, se dignó a agregar algo.

  • Temo decirle joven, que el niño tiene razón.
  • ¿No me dirá que usted cree que lo que hago es copiar?
  • De hecho, eh de afirmar las dos cosas que ha dicho el niño. Tanto como que la poesía de Guttys no es más que palabrería disparatada, puestas de manera elegante, ella misma en sus últimos años lo ha admitido, claro que eso no quita el éxito que tuvo. Y sobre lo que usted hace, me temo que es copiar.

Alexander quedo atónito por aquella respuesta, recapacito unos momentos antes de contestar. Si aquel ser, era su futuro, era su oportunidad de resolver una de sus mayores dudas. Ignorando lo anterior con algo de miedo y temblor pregunto:

  • Dígame ¿Yo me convertiré en escritor?

El viejo cerro el libro verde y se dispuso a contestarle:

  • Si, usted se convertirá en escritor y en el mejor de todos.

Aquellas palabras lo llenaron de emoción, levantándose de alegría.

  • ¡Lo sabía! ¡Tantas ideas y lecturas iban a tener frutos!

Tanto el niño como el viejo lo miraron en silencio mientras saltaba triunfalmente sobre algunas sillas y muebles. El librero al niño le empezaba a disgustar, tantas formas rectangulares que seguramente estaban llenas de palabras copiadas sin sentido como las frases de Guttys ¿Qué gloria podría hallarse en semejante acto? La idea de hacer eso en algún futuro, lo lleno de vergüenza y rechazo. Pero por las dudas se dirigió al anciano quien comenzaba a leer el libro verde otra vez.

  • ¿Este joven será escritor y el mejor de todos copiando a otros?

El anciano miró al infante con gracia.

  • Correcto, eso hará.

Solo esas palabras bastaron para desilusionar al niño quien comenzaba a sentir interés por los rectángulos.

  • ¡Qué acto tan indigno! Si es así, nunca volveré a leer.

Al escuchar esto, Alexander volvió en sí y replico al niño.

  • ¿Qué estás diciendo yo niño? Tú amas leer, pronto también escribir, y te convertirás en el mejor escritor del mundo.
  • ¡Claro que no! Prefiero morirme antes de convertirme en eso.
  • Haz lo que quieras, solo eres una ilusión. Dígame yo viejo ¿Qué opina de la decisión de nuestro antepasado?
  • Opino que para su edad es alguien muy sabio.
  • ¿Pero qué dice? Ha dicho que no leerá más ¡se perderá de Guttys, Lover, Guy de car, Mashilot y Pognesa!
  • Pues él detestas la copia joven, y todos los escritores que ha mencionado, todos ellos copiaron en su momento, oh quien sabe, toda su vida. Este es un conocimiento que adquirí al convertirme en escritor, puesto que al hacerlo me vi en la intimidad de la camarería con ellos, quienes lo han confirmado. No veo lo malo en que el niño evite lo que odia. Por mi parte he copiado hasta el cansancio.
  • Inspirado querrá decir.
  • No, es copiar he inventado frases y palabras, de personas que inventaron esas frases y palabras. Todo para lograr la publicación de mis libros. Los cuales me han llevado al éxito.

Alexander comenzó a impacientarse, tenía claro toda su vida que aquellos cuentos y poemas que había escrito y leído eran textos originales provenientes de una imaginación magnifica.

  • ¡Yo jamás copiaría algo! Téngalo por seguro, lo que dice es mentira.

El viejo sonrió un poco

  • Claro, yo también pensaba lo mismo que usted, al final yo soy usted y casi aquel niño que nos odia. El problema recae en que yo no sabía que copiaba hasta que logre ser un escritor de talla, como el mejor. Cuando lo comprendí, solo me detuve a aceptarlo. Como le dije anteriormente, todos los escritores copian. Todos somos copias.

Tan indignado como se hallaba Alexander le quito el libro de las manos y lo coloco en la estantería.

  • ¡Está loco! Como puede decir semejante barbaridad, me está diciendo que Guttys y los demás solo copian, ¡Que no tienen ideas originales!, ¡que no crean sueños! ¿Cómo puede decir tal locura?
  • “La locura no es tan locura cuando se convierte en verdad” Y aunque esta frase fue la que me llevo a la fama como un escritor nato, déjeme decirle que también es copiada. La acabo de leer de aquel libro verde.

La ira lleno los ojos de Alexander. No permitiría que nadie le faltara el respeto a tan fabulosos escritores, ni siquiera el mismo. De un salto, tomo al viejo por el cuello, pero este se esfumó. El niño que miraba hasta ese momento hizo lo mismo. Cuando se encontró solo, abandono la habitación, tomo un papel y se dispuso a escribir. Sin embargo, no tallo en el papel ninguna historia. Lo más que pudo apuñalo con su lápiz hasta obtener una carta de disculpas lo más larga posible, aún estaba a tiempo de que le devolverían el trabajo. Escribió en la última frase “Espero me sepan disculpar y aunque les parezca una locura hacerlo déjenme decirles, que la locura no es tan locura cuando se convierte en verdad. Muchas gracias por su tiempo su estimado Alexander Borges” Al terminarla no pudo dejar de pensar que su yo niño tenía razón.

Etiquetas: corto cuento drama relato

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