Speculum ex-tempore; el espejo que retrasa el tiempo

Speculum ex-tempore; el espejo que retrasa el tiempo

Pepe Mangazo

05/06/2023

Videmus enim nunc per speculum in aenigmate…

I Corintios, 13, 12

Los espejos han ejercido en mí un magnetismo cautivador y enigmático desde siempre. Aunque la ciencia de la óptica ha desentrañado con detalle el mecanismo que permite reflejar la luz y reproducir nuestra figura invertida en el cristal, la contemplación de nuestro propio reflejo continúa siendo una revelación inquietante. La multiplicidad de réplicas que se proyectan hacia el infinito abisman la percepción de una mente que para todo efecto se sabe finita, y tal como la visión de Narciso, nuestra imagen nos atrapa en un juego de miradas con nuestro idéntico reflejo. Por esta razón, cuando oí hablar por primera vez del espejo que retrasa el tiempo, mi atención no sólo se despertó, sino que me motivó a conocer todos los detalles de tal magnífico artilugio.

Fue mi amigo Leopoldo Ortega quién se refirió por primera vez al asunto. Nos encontrábamos, como era habitual en esos años, buscando libros antiguos en una vieja librería de Alsina y Bolívar cuando Leopoldo se topó con un descuidado librero de madera noble pero desgastadas y ajadas por el polvo y la humedad, y que protegía sus tesoros con dos puertas de cristal biselado, ambas manchadas y amarilladas por el paso del tiempo. Al revisar su contenido se encontró con el libro Les archives de Venise, historie de la chancellerie secréte, de Armand Baschet, un volumen escaso, el cuál tomó con un singular cuidado, como temiendo que las hojas se marchitaran entre sus dedos. Mientras procedía a hojear su contenido, me decía en un tono sereno, y sabiéndose obligado a explicarme, que siempre escruta libros sobre este tema para ver si dicen algo sobre un espejo que retiene el tiempo. Cuando inquirí sobre el asunto, pues despertó de inmediato mi curiosidad, me señaló que era una historia que escuchó muchos años atrás, quizás de su padre, y de la cual sólo había podido encontrar algunas vagas referencias, la mayoría de ellas accidentalmente.

Se trataba, según me dijo, de un extraño espejo muy antiguo que aparentemente refleja las imágenes que en él se proyectan con cierto retraso. Si era real o un mito, o el producto de alguna ficción, era una cuestión a dilucidar todavía, considerando que al estar investigando sobre el tema no había podido dar con más antecedentes relevantes. Intrigado por el asunto y luego de dejarlo en la esquina de Uruguay con Sarmiento, consideré necesaria la tarea de iniciar mi propia búsqueda de fuentes.

Los primeros hallazgos ocurrieron al revisar documentos en la Biblioteca Nacional, principalmente de la obra del latino Plinio el Viejo, quién en el siglo I procuró dejar un registro, a veces fundado y otras no tanto, de toda la ciencia e información existente de su tiempo. En la obra Historia Natural señala que la vivencia de reflejar el rostro ante un espejo era ya una antigua experiencia, a razón que ya existían con mucha anterioridad diversos tipos de metales, como el cobre y el bronce, que permitían reflectar la luz. También se sabía de un mineral volcánico llamado obsidiana que permitía un efecto similar al fenómeno de la reflexión, es dable notar que nombre de obsidiana fue puesto para siempre por el mismo Plinio, al asociar dicho mineral al nombre de un explorador romano llamado Obsius, quien encontró dichas piedras en la remota Etiopía durante una expedición. Sin embargo, si bien no señala nada sobre el espejo que retrasa el tiempo si lo hacía sobre los espejos de obsidiana, que al revisar sus fuentes me llevaron a relatos mucho más antiguos. En esa indagación encontré la primera referencia al espejo realizada por Jenócrates de Sición. Es precisamente el griego quien habla por primera vez del espejo del tiempo, o el espejo retrasado – καθυστερημένος κάτοπτρον le llama-, el cual estaba hecho de una gruesa y densa obsidiana, extraída de un fragmento de roca volcánica hallado en una isla próxima a Creta.

Según otros antiguos relatos, que nos llegan fragmentados al día de hoy, la piedra tallada fue traída directamente de una isla más allá de los Pilares de Hércules, asunto que desde luego resulta poco verificable en estos días. La reseña de Jenócrates es un tanto difusa, ya que su relato nos alcanza en trozos citados por otros autores, es así que la única referencia reza más o menos así “de aquellos días es que el espejo retrasado, hecho enteramente de un espeso y oscuro vidrio volcánico, fue el comentario de los ciudadanos durante largo tiempo”.

Pasaron un par de años antes de encontrar otra mención del espejo. Fue en la visita a una subasta de libros de los siglos XVIII y XIX en Edimburgo, mientras acompañaba a mi amigo londinense, el coleccionista Edmund Reinhart, quien adquirió dos tomos de la primera versión de la third edition of the Encyclopædia Britannica de 1797. Esta versión fue publicada originalmente por Colin Macdarquhar, la cual posee una larga reseña del Espejo del tiempo, sin embargo, como procedí a confirmar después, ese mismo año aparece una segunda versión corregida de la misma Encyclopædia que figura como la oficial hasta nuestros días y en donde fue retirado el artículo por el nuevo editor, Andrew Bell, luego de la extraña y prematura muerte de Colin. El artículo, de esta apócrifa y descontinuada versión, me permitió reconstruir la travesía del espejo después de las breves notas de Jenócrates.

De la reseña que aparece en el tomo XII de la Encyclopædia pude extraer lo siguiente; el rastro del espejo se pierde hasta siglo XI, cuando en la naciente industria del vidrio de Venecia nos llega el relato, esta vez de mano del famoso Mastri Vetrai Beroverio, de quien se conoce una acotada referencia donde habla de un espejo de obsidiana que retiene el tiempo y que sería objeto de disputas y celos entre los cortesanos de la época, no habiendo lamentablemente alguna otra mención más aportada. Hubo un tiempo no obstante, según menta el artículo, en que el espejo fue considerado un objeto perverso, y no sería hasta 1253 en que la Iglesia condenaría públicamente dicho artefacto por entrañar propiedades diabólicas, sanción resuelta durante la canonización de San Pedro Mártir de Verona, quien poco antes de morir luego de ser herido manos de dos muraneses, habría profesado anatemas contra lo que llamó la Aberratio Venetiarum (la aberración de Venecia) en aparente alusión al espejo de obsidiana.

El espejo, ahora lo sabemos, no alcanza a caer en manos de la naciente Inquisición, ya que en 1382 reaparece en el remoto poblado de Ivancea, contiguo al lago que se conoce como el Lago del Reflejo Eterno, al oeste de Soroca en Moldavia, localidad que pasaba grandes periodos de tiempo aislada del resto del mundo por las condiciones inhóspitas de su acceso, y de dónde nos llega el relato de un imberbe Robert Campín, mucho antes de ser conocido como el Maestro de Flámelle, quien cuenta en uno de sus escritos de viaje haber descubierto este misterioso ornamento cuya propiedad principal era el reflejar con una tardanza de 62 años los rostros y acontecimientos que frente a él buscaban se replicar. El espejo era exhibido en una pequeña iglesia que lo dispuso para que los feligreses y aldeanos pudieran ver el reflejo de sus familiares ya fallecidos en una procesión que mezclaba ritos cristianos y paganos, confluencia atípica para la época pero que obedecía particularmente a la fuerte presencia de pueblos romaníes en el territorio moldavo.

Hubo una época en que el espejo fue asociado al mito de los vampiros y la imposibilidad de éstos de verse reflejados en ellos, como señalaba Johannes Flückinger en su investigación Vifum & Repertum, Uber die fo genannten Vampirs, oder Blut Nusfauger de 1732, no obstante esa tesis debe ser del todo descartada ya que resultan ser dos alusiones muy diferentes. En lo relativo a los vampiros, la mitología señala que la dificultad del reflejo estriba en que algunos espejos pueden estar hechos sobre una base de cristal y una película de plata, que a razón de la pureza y nobleza del albo metal, éste impide la reflexión de seres de morbosa naturaleza, efecto que no ocurre en otro tipo de espejos. En cambio el espejo de obsidiana no permite reflejo alguno en lo inmediato, ya que en él sólo pueden ser vistos eventos remotos del pasado, y este asombroso fenómeno no discrimina criaturas de ninguna especie. Es frecuente en estas investigaciones encontrar referencias de este tipo, en donde el mito se entrecruza con los antecedentes históricos, por ello es menester separar con celo los aspectos ficticios de los documentales.

En la Encyclopaedia se menciona que luego del comentario de Campín no se tuvo más conocimiento del espejo sino hasta comienzos del siglo XVIII, en donde aparece en la corte del Zar Pedro el Grande proclamado el Primer Emperador de Rusia, perteneciente a la dinastía Romanov. Hasta aquí era la reseña del tomo XII adquirido y facilitado por mi buen compañero para su lectura.

Las últimas referencias proceden de algunas fuentes dispersas que durante los últimos años he logrado reunir y que, por las circunstancias de las mismas me es imposible por ahora señalar sus orígenes. Procedo entonces a relatar el destino final del espejo que retiene el tiempo. Al parecer el ornamento de obsidiana permanece en manos de la familia zarista hasta la caída de ésta a comienzos de este siglo. En efecto, en los relatos de la vida del Zar Nicolás II, se sabe que el espejo vuelve a aparecer y que aparentemente habría sido obsequiado al místico Gregori Rasputín por la misma Zarina Alejandra Fiódorovna en reconocimiento a sus servicios, no obstante, este incidente habría desatado en la familia real un profundo malestar que terminaría con la muerte del místico de manos del príncipe Félix Yusúpov, quién habría recuperado el espejo para la familia, asunto que se mantuvo en secreto hasta los días de la revolución Bolchevique, como citara en un texto propagandístico el revolucionario Bujarin.

A partir de ahí se pierde nuevamente el rastro del espejo, del cual no habrían noticias sino hasta 1937, en que fuera encomendado al físico Matvéi Bronstein desentrañar sus misterios. De este episodio sólo se tienen unos cuantos apuntes, los cuales exhiben la enorme fascinación que despertaba el espejo para el científico soviético. En sus anotaciones Matvéi no sólo indaga sobre la naturaleza del fenómeno y sus intentos fallidos de replicarlo, sino que además descubriría como causa del fenómeno la inusual densidad del mineral cristalino que aparentemente ralentizaba los fotones al punto de que el reflejo toma 62,3 años en ocurrir. Los apuntes mencionan además algunos experimentos realizados por Matvéi, en donde a partir del mismo principio buscaba invertir el fenómeno y eventualmente acelerar el proceso de reflexión, lamentablemente los apuntes no señalan si hubo éxito en la empresa emprendida por el físico, ya que un año más tarde sería ejecutado en las conocidas purgas estalinistas de la época, acusado de extraer conclusiones contrarrevolucionarias de sus investigaciones entre otras incriminaciones. Sin embargo existe un relato atribuido a un cercano del científico, el poeta Samuíl Marshak, quien señala que poco antes de ser aprehendido por las fuerzas de seguridad soviéticas Matvei le habría confesado que su experimento resultó, y que pudo ver incluso hasta 53 años en el futuro, sin embargo nunca le comentó de qué fue testigo en aquella visión.

Actualmente sigue siendo una incógnita el destino del espejo original, y más aún qué fue lo que pudo ver Matvéi en su experimento que le pudiera acarrear la desgracia. Algunos dicen que habría visto el destino de la humanidad, otros el fin del comunismo, otros la devastación de la locura de una tercera guerra mundial, o tal vez, en un universo más prosaico, en 3 décadas más simplemente no ocurra nada y el relato del espejo que retiene el tiempo quedará como un accidente de la naturaleza, en atención a que, como pensaban los eleáticos, a los hombres no les está permitido saber que hay o hubo más allá del presente, ya que la comprensión del tiempo está fuera del alcance de la mente humana, por lo que la existencia del espejo mismo constituye en sí una violación a lo que se le está permitido a la humanidad saber, pues el tiempo y espacio serían sólo asociaciones que hacemos con lo que nos rodea, y no propiedades reales de la naturaleza.

O tal vez sea como sostuvo el sabio Jenófanes, que el saber de lo verdadero está sólo reservado a Dios, y por ello la eternidad, el tiempo y la infinitud son conceptos inasibles para la efímera mente humana. En tal sentido cualquier transgresión a un saber que cruce la frontera del tiempo constituye una aberración, aunque en la prisión de la finitud y contingencia, el hombre, consciente de su mortalidad, siempre buscará probar el fruto prohibido de lo eterno.

Estocolmo, primavera de 1960.

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