Cuentos al calor de la chimenea

Cuentos al calor de la chimenea

J. A. Gómez

13/05/2023

La dulce Dorothy y su perrito Totó fueron llevados por un tornado más allá del arcoíris a un mundo de fantasía y magia llamado Oz. En cambio Fidel, un niño de catorce años y encerrado en sí mismo era arrastrado por la potente voz del director a su despacho. El gran jefe en cuestión no podría catalogarse de fantástico, mágico o similar y su despacho, lejos de dejar volar la imaginación, destacaba por ser austero y diáfano. Fidel no creía en la fantasía ni tampoco en la magia que, según su madre, cohabitaba en los cuentos que cada noche buscaba leerle.

Dorothy y su simpático can caminaban despreocupados por un camino amarillo que los llevaría hacia una ciudad denominada Esmeralda. Allí habitaba cierto mago de nombre Oz que, todopoderoso, podría devolverla a su Kansas natal.

Fidel caminaba cabizbajo y pensativo. Contaba en voz baja los pasos que lo acercaban a la guarida del Cancerbero. Cero sorpresas, siempre eran los mismos; ni uno más ni uno menos. Para Fidel detrás de aquella puerta vivía otro mago bien humano. Nada de cuentos chinos… ¡Un momento! Mago no, hechicero, eso es y de los más ponzoñosos. De esos que le dan a la magia negra y el señor director perfectamente podría ser el cabecilla. Desde luego no precisaba echar sapos y culebras al caldero para expulsarlo una semana. ¿Consecuencias? Para empezar adiós paga semanal y para continuar a ver qué castigo le impondrían sus padres. ¿Cuántos llevaba? Demasiados para un crío de catorce años…

Dorothy llevaba una china en el zapato en forma de bruja mala malísima conocida como la Bruja del Oeste. Fidel desconocía si el bigotudo director viviría también por aquellas tierras, acudiendo al colegio como parte de sus obligaciones. Sea como fuere, de brujo pirujo lo que se dice brujo… todo y más.

Sin razón aparente acudieron a su cabeza los tres amigos de aventuras de la dulce Dorothy. Ello a pesar de considerarlo un cuento absurdo para niños de cuatro años. Un cuento que su madre le leía animosamente con relativa frecuencia. El cobardica león, el hombre de hojalata sin corazón y el espantapájaros sin cerebro. Anda que vaya tres héroes se buscó la impetuosa niña para arribar a buen puerto. Ahora bien Fidel tal vez tuviese, grosso modo, algo de cada uno de ellos. Y no se percatara del detalle hasta ese cabal momento. Fue como si repentinamente sus catorce años se dieran la vuelta, convirtiéndose en cuarenta y uno.

En aras de la verdad cobardica debía admitir (a regañadientes) que lo era. Y era así porque en el recreo no lograba imponerse a los abusones, encabezados por Tiburcio García. Éste no sólo lo zarandeaba, mostrándole el puño en alto, sino que le quitaba el bocadillo y las cuatro monedas con las que compraba cromos de futbolistas. El corazón, una de dos, o ya no continuaba en su sitio por haber desertado ante tanta adversidad o simplemente encogiera, alcanzando el tamaño de una cereza. Y cerebro pues depende porque según palabras textuales del leviatán-director el chico era un pusilánime cabeza de chorlito en toda regla. Obviamente a este mandamás de corbata ceñida bajo la papada no le vendría mal pasar más tiempo ojeando el patio y menos jugando desde el portátil.

Merced a su buena estrella Dorothy regresa a Kansas sana y salva viendo, para completar tanta dicha, cumplidos los anhelos de sus tres peculiares amigos. Sin embargo ¿y Fidel? Que gozosa estampa sería contemplar a Tiburcio García y esbirros hincado rodilla en el suelo, pidiendo clemencia ante él, alzado victorioso a lomos de su caballo de guerra. Si creyese en la magia o en la fantasía tal vez pudiese dar con el paradero del Mago de Oz. Bajo su protectorado conseguiría el respeto del populacho, jugando en el patio como uno más, sin preocuparse de matones de medio pelo… ¡paparruchadas! ¡Esas cosas no pasan en la vida real!

-¿Se puede? –Preguntó Fidel inmediatamente después de llamar a la puerta del borrico bigotón. Los rebuznos respondieron con un simple, seco y directo – ¡Pase!

Lo que faltaba, también estaban sus progenitores, sentados en un par de mullidas sillas y con la mirada clavada en su pequeña figura. Ambos con cara de oso furioso a punto de atacar al guardabosque. Veinte minutos después los tres abandonaron el despacho. Algunos compañeros, fuera de sus aulas, lo miraban con mezcla de congoja y solidaridad. Sin embargo algo inaudito a la par que extraordinario estaba por acontecer. Algo que tendría mucho de mágico y mucho de fantasía…

-¡Ánimo! ¡Arriba ese espíritu! –Le dijo arrimado a una ventana el hombre de hojalata mientras se golpeaba el pecho, resonando tipo campana.

-¡Tú puedes! ¡Claro que sí! –Escuchó desde la puerta del baño. Era el espantapájaros, afanado en recolocar a la altura de los puños la paja que sobresalía de los mismos.

-¡Siempre adelante amigo mío! – ¡El león! También él estaba allí, sentado en un pequeño banco y rugiendo vigorosamente.

Al chico se le cortó la respiración, derrumbándosele los pilares de la realidad. Sus padres, con los ojos como platos, no salían del asombro. Fidel entornó los ojos, cerrándolos y abriéndolos al menos media docena de veces. Su padre se pellizcó un brazo y luego una pierna, sin conseguir el resultado esperado. La madre echó a llorar, hablando tan atropelladamente que no se le entendía ni jota.

¿Qué diantre estaba pasando allí? ¡La magia no existe! ¡La fantasía no existe! Y ¡los cuentos son sólo cuentos! Debió pensar Fidel. Al unísono las persianas del colegio se bajaron para dejar paso a una intensa luz amarilla que inundó la totalidad del corredor. Fue justo en ese momento cuando Fidel creyó ver al director acompañado de una mujer fea y desgarbada… ¿La Bruja del Oeste? ¡De ninguna manera! ¿En qué cabeza podría caber algo así?…

-Tranquilo Fidel, todo irá bien –Le dijo una voz dulce y aterciopelada. El chico se separó del regazo de su madre, quien lo apretaba contra ella. Giró sobre sí mismo y pegó un salto de la sorpresa. Era Dorothy con su inseparable Totó, éste realizaba toda clase de cabriolas en el aire.

-Tu verdadera aventura comienza ahora. –Le espetó, sin perder aquella amplia y grácil sonrisa. El chico miró a sus padres, petrificados como dos estatuas talladas toscamente. Tomando la mano de Fidel, Dorothy se lo llevó. Aquella intensa luz amarillenta se fue difuminando a lo largo del pasillo. Sus tres nuevos amigos; el león, el espantapájaros y el hombre de hojalata los siguieron, golpeando sus talones en un extraño y curioso baile, tarareando al compás canciones rimbombantes.

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