ORIGEN DE LOS MALOS POEMAS… DE AMOR

El maestro Ronald Portocarrero (que en paz descanse) solía decir que los poemas de amor eran los más difíciles de escribir. No entendía por qué los jóvenes poetas, por lo general, iniciábamos nuestro camino en la poesía, precisamente con el oficio más complejo: escribir poemas de amor. Y vaya que tenía razón. El enamoramiento, el desamor, la atracción a primera vista, las desilusiones y las ilusiones románticas; sazonadas con adolescencia, inmadurez (sin importar los años) y precocidad (también sin importar los años), son emociones tan fuertes como volubles, y nos hacen escribir de manera tan frenética y entusiasta que se nos nubla el buen juicio y el buen gusto poético. Un poema de esos, recién salidito del horno, nos parece genial, un poema mayor. Confundimos la emoción por el sujeto, objeto o circunstancia de la inspiración, con las variables independientes que nos llevan a valorar el poema como producto artístico. Sin embargo, no mucho tiempo después, esas variables se imponen y ya no necesitamos que el maestro o “los compañeros poetas”, quieran quemar tu súper poema. Tú mismo te encargas de devolver esa cartita de amor al horno. A veces, para que se cocine bien; otras, para que siga, sin dilación, su irremediable destino a las cenizas.

Te invito a leer el poema «Origen de los malos poemas… de amor» en mi página “VanguarLuismo”.