En busca del ayer: Retorno

En busca del ayer: Retorno

Blackdragons75

07/04/2023

Introducción

Gritos y desesperación, eso era todo lo que podía recordar; risas y celebraciones alegres en un momento, y temor en tan solo un instante. El cambio de una situación a otra fue demasiado drástico a pesar de que el desastre se veía venir con claridad. El terrible incendio que esparció el pánico entre las personas los tomó por sorpresa y causó un justificado comportamiento de miedo y descontrol que los obligó a abandonar el lugar, como haría cualquier otro en las mismas circunstancias, corriendo y gritando mientras susurraban plegarias desesperadas para lograr salir de ahí.

Luego de eso, no logro recordar mucho más de lo ocurrido. Desperté bajo rocas por la molestia de una luz brillante, siendo aquella lo primero que observé entre la niebla borrosa que cubría mis ojos. El resplandor se habría paso entre la oscuridad, aumentando a cada segundo transcurrido. Era hipnótico, mágico, con una intensidad casi dolorosa. Sus movimientos de un lado a otro con una fuerza poderosa atrajeron toda mi atención sin dejarme pensar en nada más, como una trampa siniestra que me guiaba hacia la entrada de un malvado peligro. Las llamas eran gigantescas e inestables, con vida y voz propia que susurraban con dulzura que me pusiera en pie a un ritmo parecido al de las punzadas en mi cabeza adolorida. Necesité de varios minutos para recuperar las memorias de lo que estaba sucediendo y del daño que yo había causado. Llegó a mí el temor por no saber cuánto tiempo estuve inconsciente, o si es que acaso lo estuve, pero los dolores constantes de cabeza y la vista borrosa me ayudaron a recordar poco a poco lo que había sucedido.

Una decisión anterior al estallido. Una flecha entre mis dedos y una elección difícil de tomar fueron suficientes para destruirlo todo tras una inmensa explosión, misma que me elevó por los aires hasta estamparme contra una de las paredes, dejándome en malas condiciones.

Distintas punzadas dolorosas aparecieron no mucho más tarde, y una de ellas tras la cabeza me advirtió de la herida sangrante que me escurría sobre el cuello. Mi apariencia no parecía indicarme estar en buenas condiciones para ponerme en pie y huir de ahí; muchos de mis recuerdos no regresaban aún, y de vez en cuando me daba la impresión de tener pequeñas siestas repentinas, pues en algunos momentos parecía despertarme; aun así, la necesidad de encontrar a mi hermana menor y asegurarme de verla a salvo fueron suficientes para darme las fuerzas que necesitaba y salir de entre los escombros para protegerme del fuego, el cual avanzaba con rapidez consumiendo todo aquello que en algún momento significó esperanza y protección para mí.

Con el corazón perforándome el pecho y un molesto nudo en la garganta, me limité a presionar los dientes y esquivar los trozos de madera en llamas que se derrumbaban sobre mi espalda, al igual que uno que otro techo que intentó sepultarme bajo él en medio de grandes capas de humo y polvo, los cuales entorpecieron mi búsqueda durante un buen rato, llevándome hasta el punto en el cual me encuentro ahora: en medio de la nada.

***

Han transcurrido horas desde que logré salir del horrible caos. Afortunadamente nadie me ha perseguido durante mi exhausto recorrido de escape; aunque sobrellevar mi solitaria caminata en el interior de un enorme y desconocido bosque no significa la solución a mis problemas. Durante el recorrido los dolores y las ganas de rendirme no han hecho falta. Han sido varias horas de esfuerzos, y la inmensidad del bosque es inquietante, pues la similitud de todo a mi alrededor no da señales de estar acercándome a su final, o si quiera, de encontrarme lejos del principio. El calor es insoportable, y si no consigo salir de aquí pronto, la sed, el hambre y el cansancio acabarán conmigo, arruinando mi esperanza de hacer algo por sobrevivir.

Todavía no recuerdo por completo todo lo que ha sucedido el día de hoy, y aunque no aguanto mucho más con los malestares, sigo batallando por mantenerme en pie, aunque eso signifique obligarme a arrastrar la suela de mis zapatos junto con la basura, tierra y yerbajos que encuentro a mi paso. Todo mientras la cabeza me ruega que me detenga, pues a decir verdad, los dolores de cabeza continúan.

Mi cuerpo está hecho un caos, al igual que mi mente, y poco a poco las ganas de soltarme en un llanto desesperado se convierten en una opción tentadora. Quiero gritar, quiero dejarme caer sobre las rocas y maldecir al cielo con la misma intensidad que el ardor sobre mi pecho. Lo he perdido todo, absolutamente todo, y ahora me encuentro solo, en medio de la nada, entre arbustos y malezas que me hacen tropezar constantemente, obligándome a mantener la mirada sobre el suelo. El peso sobre mis hombros ha dificultado cada uno de mis movimientos durante las últimas tres horas de incertidumbre. Los susurros de mis rodillas y piernas no paran de suplicar que me detenga con un último aliento de misericordia, pues cada paso que continúo avanzando se convierte en un dolor más sobre mi cuerpo, mismo que, metros más arriba, se desploma ante la mala suerte de las rocas desencajadas y una mochila que se me enredó entre las piernas, haciéndome acabar de costado sobre la dureza de las piedrecillas, polvo y rastrojos de maleza. Un sentimiento de asco y desaliento sobre mí mismo me provocan las lágrimas que me había enfocado en aguantar durante toda esta tarde de pesadilla. En este punto cada una de las tragedias ocurridas el día de hoy lucen como un mal chiste, y a medida que los recuerdos se deslizan por mi cabeza, hundo el rostro entre las rocas y azoto los puños furiosos contra el suelo, decidiendo no levantarme de aquí durante un buen rato, pues a pesar de haberme herido la pierna con el filo de una roca puntiaguda, siento que dicho dolor es más placentero que el que ya cargo en el interior de mi ser.

Así que, durante un largo rato, me desplomo sobre la terracería y no me muevo de aquí.

***

Diferenciar el momento del día en un lugar como este siempre puede resultar sencillo para quienes aún mantienen y utilizan las enseñanzas de sus antepasados: observar la posición del sol, analizar la temperatura de afuera o medir la longitud de las sombras con objetos muy específicos e inusuales; pero, para otras personas como yo, todos esos mecanismos me parecen complicados, imprecisos y difíciles de comprender, por lo que simplemente deslizo la mirada hacia el horizonte para descubrir que pronto se ocultará el sol, aunque saberlo no signifique una diferencia en la intensidad de la temperatura y el ardor sobre mi cuerpo, la cual es igual tanto al mediodía como al atardecer.

Bajo la sombra de uno de los muchos árboles secos y destrozados, me había deshecho de todas mis pertenencias, colocándolas con tal suavidad que solo reflejé el valor y cariño que le tengo a cada una de ellas. Las observo a través de ojos nublados y repletos de tristeza, viviendo la sensación de extrañar momentos lejanos con tan solo ver esos objetos frente a mí. Sin poderme resistir a los recuerdos de esta misma tarde, me dejo llevar nuevamente ante el desconsuelo y me permito lagrimar un poco sobre las manos que presionan mi rostro con vergüenza, mientras que el corazón hace intentos desesperados por escapar de mi interior.

No es necesario negar lo sucedido y mucho menos tratar de justificar mis acciones con excusas que solo conseguirían tranquilizarme y olvidar lo terrible que ha sido. Reconozco con tristeza que el accidente fue culpa mía, y una voz en mi cabeza se ha encargado de repetírmelo una y otra vez como una lenta tortura de la que no puedo escapar. La presión en el pecho me roba el aire, de modo que cada bocanada parece no ayudarme a respirar, como si hubiera olvidado de qué manera hacerlo; afortunadamente, como toda agonía, siempre se llega a un punto sin retorno, y luego de varios minutos en los que no soy capaz de disminuir el llanto, una lenta pero repentina risa suave me saca de entre mis tristes pensamientos y me ayuda a enjugarme las lágrimas con mis ropas repletas de polvo. Desplazando la mirada encuentro mi arco y lo sujeto, notando que de él comienza a desprenderse esa peculiar tonalidad roja que yo mismo le había sellado tiempo atrás gracias a la tinta de unas flores silvestres raras de conseguir. Con delicados movimientos de muñeca lo observo desde todos sus ángulos notando los grabados, la calidad de la madera y las pequeñas manchas de tierra en su superficie curva. Ver mi instrumento incrementa la tristeza y rabia que ya sentía, como una chispa que aviva la llama después de que el fuego desaparece, por lo que el hormigueo en mi nariz regresa y empuño una de las piedras puntiagudas bajo mis zapatos y la impacto ferozmente en contra de mi pierna derecha, permitiéndome gruñir entre dientes y concentrarme en el dolor, para así no hacerlo en ninguna otra cosa más.

Sin notarlo de inmediato, la tortura se detiene poco a poco ante la pérdida de fuerza en la mano que sujeta la piedra, pues mi mirada y pecho permanecieron congelados ante el recuerdo de algo que pensé haber olvidado por completo, mismo que emergió frente a mis ojos como la solución a todos mis problemas, mi tristeza y mi sufrimiento. De forma puramente instintiva, la vista se me traslada hacia la mochila que reposa sobre una gran roca a unos cuantos pasos de distancia, justo donde la solté. 

Tomar la decisión demora más de lo que pudiera haber esperado, pero finalmente, aunque un poco temeroso, concluyo que estoy dispuesto a hacerlo y acorto la distancia entre mi mochila y yo con movimientos desesperados sobre la superficie pedregosa. La falta de objetos en el interior no aliviana la inquietud que siento por hallar mi objetivo, y luego de aventar mis pertenencias fuera del saco, un hiriente rayo de sol se refleja en la superficie larga y metálica de lo que estaba buscando.

El corazón me late como un enorme motor perforándome el estómago, y un escalofrío trepa por mi espalda.

Lo sé. Sé que no estoy convencido, que la sola idea de pensar en hacerlo me provoca nauseas, que mi necesidad por sentirme en paz trata de convencerme en que la solución se encuentra frente a mis rodillas, que se trata de una decisión sin punto de retorno, y que ceder ante mis impulsos provocaría un arrepentimiento eterno. Eso si es que después de todo queda algo de lo cual acordarme.

Me llevo el objeto a la boca sin pensarlo demasiado, lo cual provoca un sabor asqueroso sobre la lengua que me toma por sorpresa. Lágrimas nublan mi panorama del atardecer, y un agarre inestable agita el pesado objeto metálico entre mi mano derecha. Presiono los párpados con fuerza, siendo lo único capaz de hacer en un momento tan cobarde como ese, y un último gruñido de aflicción resuena entre los troncos del silencioso bosque. Al menos hasta que un leve resoplido emerge de entre la maleza.

Los ojos llorosos me impiden ver con claridad aquello que acecha entre la penumbra: una opaca cabellera larga y un par de ojos perdidos que reflejan como espejos mi propia expresión destrozada y agonizante, la cual no muestra cambios a pesar de finalmente haberla visto. Aún así, aquello parece dejar de tener importancia en el segundo que asimilo que ya es demasiado tarde.

Cierro los ojos con temor y mantengo firme la mano, hasta que finalmente, la escena me resulta muy familiar.

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