Palabras, van y vienen, aparecen y desaparecen, a veces se quedan, otras salen a volar. Es irónico que trate de explicar esto con “palabras” pero no existe otra manera. Ellas han existido casi desde el inicio, de distintas maneras, formas y sonidos, pero han, extrañamente, acompañado la vida del hombre.

Algunas de ellas poseen un poder inigualable capaz de cambiar la vida de una o miles de personas, de modificar el rumbo de la historia, de matar. La manera más cruel de asesinar a alguien, de cometer un acto y de decidir llevar un camino tortuoso, es con palabras, de matarte a ti mismo y a la vez cometer homicidio, de esos en los cuales no se dejan vestigios, pero todos saben quién fue el culpable. También ellas provocaron el cambio de la humanidad, de sus historias, de cada acción, decisión, cada paso fue antes inducido por una, porque solo se necesita una palabra para cambiarlo todo, incluso para revivir a alguien, para triunfar, así como para caer, para levantarte o para no hacerlo nunca más. Ellas logran crear, depende de quien las diga pueden ser para bendición o maldición, cada persona es diferente, de la boca de quien salgan, pueden salvar o destruir, muchos solo las usan para lastimar, condenar a un inocente sin posibilidad de defenderse; logran reflejar lo que se encuentra en el corazón, en el alma, con solo escuchar a alguien hablar podemos ver lo que se encuentra en su interior, es cuestión de saber leer lo que se dice entre líneas. Hay tantas clases, están perfectamente clasificadas según su intención, forma de escribir, etc. Pero existe una rama que no te enseñan, una que te toca descubrir por sí solo, de la peor forma. Llamare las cosas por su nombre, porque la verdad no hay otra manera de decirlo, de lo que hablo es de la mentira, el engaño, esa cosa que crea una barrera podrida y sin retorno, eso que destruye puentes, de dentro hacia afuera te consume, desde las dos partes, del que lo hace, a quien lo hace, de quien se habla. Asesinos en serie, psicópatas, solo eso, no existen sinónimos más bonitos para describirlo, caen y te arrastran con ellos hacia un abismo del que es casi imposible regresar, traumas. Normalmente dicen que una pequeña mentira piadosa no hace daño, pero así se comienza, por poco, y luego no se detiene, tu vida se vuelve una mentira, tú mismo te la terminas creyendo, hasta que todo lo que sale de tu boca tiene una parte de verdad y otra de no, esa parte oscura tiñe cada cosa que haces, no te abandona, no se quiere despegar. Al final te terminas acostumbrando, y ya no hay remedio, cura que cambie la situación, tú lo sabes, todos lo saben, pero lo ignoran, o mejor dicho, lo quieren ignorar, porque de esa forma te convences de que no es malo, de que no tiene importancia, de que todos lo hacen, y está bien, total no pasa nada, pero en el fondo lo sabes, te lastima, carcome tus entrañas, cada vez que escupes las palabras salen a chorros de sangre, es tuya, de él, de ella, de todos. 

Ahora cambiemos de tema, seria agotador hablar solamente de lo mismo, aunque de lo anterior se podría escribir un libro completo, ese no va a ser mi trabajo, para no mentir y decir la verdad, no tengo ganas, la inspiración va y viene.

Palabras huecas, sí, porque tanto he dicho que tienen poder, también podemos mencionar aquellas que se sienten vacías, que parece que dijiste algo con mucho significado y no es así, no se siente, no logras alcanzarlo. Y que por más que pensemos que hay palabras para todo, también existen situaciones en que las palabras están de más, sobran, incluso estorban. El nudo en la garganta no se desata, y la laringe no logra articular sonido, tu mente está en blanco, y es que todo nuestro ser se siente enredado, el silencio se vuelve en tu compañero, porque hay veces en las que el sonido del silencio es suficiente para explicarlo todo, la omisión de las palabras habla por sí solo, es como si fuera un idioma diferente, uno que entendemos todos, pero que muy pocos logran disfrutar, volverlo su amigo, conversar con él.

También están las que son vacías como un agujero, que dependen de quien la diga, en que tono, el sonido, que se sienten como si aturdieran, o como un golpe en una madera hueca, a veces, o siempre, preferimos no haberlas escuchado, dicho, o escrito, palabras con significados profundos, pero que al mencionarlas lo pierden por completo, carentes de sentimientos, que no encajan, que parecen una mentira, que las comienzas a detestar; la conversación se detiene interrumpida por el eco de una frase sin sentido, suspendida en el aire, y ahí se queda, no se puede borrar, haces como que no escuchaste, pero es inevitable, ya está hecho. Y así se acumulan a montones, crean pequeños desiertos, en los cuales los oasis se comienzan a distanciar cada vez más, camino a ellos, los delirios se manifiestan y el desmayo no tarda en llegar. Todo era una ilusión, que comienza a llegar a su punto final. 

Pero hay una cosa peor que todo lo que antes he mencionado, y es que, el tener anudada una palabra y por miedo no decirla, eso si te mata, lo anterior te puede destruir, lastimar, incluso llegas a quedar descuartizado, en pedazos, pero no mueres, puedes volver a reconstruir te, pero de esto, es imposible, no te recuperas, no hay manera, te acompaña de por vida, quedas marcado. Lo que no dijiste rebota constantemente en tus entrañas, lo intentas sacar, pero nada funciona, no fue en el momento, y jamás lo volverá a ser.

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