El ritual del mate

Joaquín era un joven solitario y retraído, de contextura mediana, un poco encorvado y muy tímido que vivía solo en un departamento alquilado sobre la calle Alvear. Su vecina, una anciana de unos 75 años, era su mejor amiga y confidente. Él disfrutaba ir a tomar mate diariamente con ella, luego de salir de su trabajo.

La anciana repetía diariamente el mismo ritual para preparar el mate, ponía la pava con agua filtrada, – no le gustaba el gusto que le daba el cloro del agua de la canilla-, la calentaba y a cada rato levantaba la tapa y escudriñaba, hasta que podía ver las primeras burbujitas en el costado del recipiente, momento en el que apagaba la hornalla y le decía: «el agua esta lista». Tomaba el mate de plastico verde, ponía la yerba y lo sacudía para sacar el polvo. Luego decía un numero de cinco cifras y sonreía.

Joaquín no entendía demasiado ese ritual, pero sonreía a la anciana cada vez como si su sonrisa también fuera una parte más del protocolo diario.

La charla que seguía era sobre las aventuras vividas por Camila, de la primera vez que subió a un barco, cuando aún era joven y ese era el único medio de transporte entre este continente y el europeo, sus relatos con sus viajes por Europa y como decidió volver y quedarse en Argentina. A veces contaba sus historias de amor, otras sus vivencias cercanas a la guerra. Sus historias parecían no tener fin, y cada día había alguna nueva, alguna que Joaquín nunca había escuchado.

Para el joven pasar las tardes con Camila eran como entrar a una biblioteca y leer muchos cuentos, pero más vivido, porque cada historia era interactuada, ella a respondía a cada una de sus preguntas, y el indagaba buscando un poco más en cada una.

Luego de una o dos horas de charla Joaquín volvía a su departamento y en sus pensamientos el formaba parte de cada una de las historias escuchadas.

Un día de diciembre Camila cayo enferma, fue entonces cuando las conversaciones cambiaron. Ella comenzó a hablarle de la vida, de lo bello que hubiera sido disfrutarla, que le hubiera gustado realmente subirse a un barco, a un avión, a un tren, pero que en realidad nunca lo había hecho, por miedo a salir de su casa. Joaquín asombrado le replicó como podía haberle contado historias con tanto detalle si no había estado en esos lugares, fue entonces cuando la anciana le confeso su secreto: las historias se las había contado un amigo y el número que recitaba cuando hacia el mate era el que saldria ganador de la lotería. Asombrado, le pregunto cuántas veces había ganado. Camila le respondió – ni una vez-. Joaquín, cada vez más desconcertado quería saber a qué se debía. Ella le respondió – cuando tienes este superpoder, tampoco quieres salir de tu casa por miedo a ser asaltado. Miles de veces quise ir a jugar el número, pero no me atreví, el solo asomarme a la puerta era razón suficiente para enfermarme- Una vez hubo comentado esto, Camila dejo este mundo.

Joaquín volvió a su departamento y como una forma de recordar a su amiga preparo mate, siguiendo el mismo ritual, sin darse cuenta mientras sacudía el mate para sacarle el polvo recito un número. Se sobresalto al recordar las palabras de su amiga y anoto el numero en un papel. Al día siguiente pudo comprobar que había salido en la lotería. Aterrado volvió a su casa y no quiso volver a salir, con el paso de los años solo lo visitaba su nueva vecina, una joven que veía en él a su abuelo recientemente fallecido, y que disfrutaba diariamente compartir sus historias y el ritual del mate, aunque no entendía porque siempre decía algún número al momento de sacarle el polvo a la yerba.

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