Cuentos al calor de la chimenea

Cuentos al calor de la chimenea

J. A. Gómez

28/12/2022

¡Tú!, sí, ¡tú! Acércate que te voy a contar un cuento al oído. Quizás no se trate, realmente, de un cuento propiamente dicho empero ¿qué importa? Llámalo como gustes.

Érase que se era una vez, hace muchos lustros, un bello reino junto al mar jalonado por elevados picos y caudalosos ríos. Allí vivían una serie de personajes pintorescos como ellos solos. Verás que sí cuando te hable de algunos de ellos…

Vamos a ver, estaba Marisa la poetisa. De la misma manera que te escribía un hermoso y elaborado poema te hablaba del intrincado laberinto del Minotauro o de la ley de los vasos comunicantes. Pero cierto día desaparecieron ella, sus poéticos escritos y sus pláticas… ¡qué misterio! ¡Qué desatino! ¡Qué gran tragedia!

Luego estaba Nero el panadero, regalando a los oídos de la clientela historias de reinos de acá y de acullá. Allá los verdaderos reyes no eran más que mendigos y los indigentes de mentira, entretanto, posaban sus posaderas en tronos de oro. Historias aquellas tan sentidas e irreales que nada tenían que ver con las excelencias de sus hogazas recién hechas. Mas llegó un día en el cual cesaron sus narrativas sobre reinos perdidos de reyes harapientos. Evidentemente a la par finó aquel aroma a pan recién hecho. Hogazas mañaneras que llenaban alma y estómago a partes iguales… ¡qué misterio! ¡Qué desatino! ¡Qué gran tragedia!

¡Claro! Despiste el mío ¿Cómo olvidarme de Quintero el carpintero? Curioso fenómeno de la naturaleza porque del mismo modo que te ajustaba una pata coja del armario convertía en virtud esas pequeñas mentiras y esos pequeños pecados guardados al abrigo de la discreción. No obstante lo inevitable se repitió una vez más y desaparecieron él, su carpintería y sus confesiones de sacerdote frustrado. ¡Qué mal! ¿Verdad? Pues sigue escuchando atentamente este cuento de cuentos que de cuento nada tiene. Ya deberías saberlo; yo no miento y de mentir solamente un poquito…

En este punto me viene a la cabeza Nicanor el pastor. Tan aficionado a llevar sus rebaños de ovejas y cabras al pastoreo como a llevarte al sitio ese tendón o ese hueso rebelde. Ello sin más herramientas que sus dos manos y un viejo cuenco con agua y vinagre. No obstante hete aquí, amigo mío, que también desapareció como desaparece el viento tras doblar la esquina. Se esfumó y con él sus animales, sus expertas manos de recomponedor y hasta este añejo cuenco de madera… ¡qué misterio! ¡Qué desatino! ¡Qué gran tragedia!

Uxía, la que siempre reía. Lloviera, granizara o ventara. Muchacha jovial como pocas, costurera de gran prestigio y risueña a tiempo completo. Tanto te subía los bajos del pantalón como te hablaba de las más finas y exquisitas telas del lejano oriente. Todo ello sin perder ni el más ligero esbozo de su sonrisa. Sin embargo aquella alegría natural también se esfumó como se esfuman sueños desvelados. De la pobre Uxía más no se supo, perdiéndose sus remiendos entre costuras… ¡qué misterio! ¡Qué desatino! ¡Qué gran tragedia!

¡Qué despropósito! ¡Qué locura de acontecimientos! ¿No lo creéis así? Yo al menos sí. Cómo no mencionar a Melchor el cazador. Hábil con la escopeta y torpe con las palabras. Lo mismo te abatía un jabalí para la nochebuena como araba la tierra tirando él mismo del arado ¡hombre mula por tenerla y no usarla! Mas así como no hay noche sin día ni dos sin tres también él dejó de cazar jabalíes y de darle vuelta a la tierra… ¡qué misterio! ¡Qué desatino! ¡Qué gran tragedia!

¡Con tanta desgracia tolerancia cero! Empero el asunto sigue y no miento amigo mío, al menos no demasiado, ya me conoces. No quites la oreja que esto aún no ha concluido. Roncero el jardinero, valiente podador de rosales y cualquier planta o arbusto espinoso. Roncero, no había dos como él, ni partiéndolo por la mitad. Héroe de la poda en altura, maniático del césped perfectamente cortado y de la alimentación sin aditivos. Costumbrista, siempre trabajando en las horas de más calor. Según aseveraba él era hijo del sol y hermano del verano ¡jardinero celestial! Siguiendo lógicas disposiciones también Roncero se perdió en alguna parte del reino, llevándose con él al astro rey de rubios cabellos y mirada encendida… ¡qué misterio! ¡Qué desatino! ¡Qué gran tragedia!

Dora la profesora, servicial, desvivida por la correcta educación de niños pequeños y de aquellos no tan pequeños. Para ello contaba con muchas letras amigas y simpáticos números aritméticos; lapiceros de llamativos colores, libros parlanchines y libretas que morían por verse pintarrajeadas. Evidentemente también a Dora la profesora le llegó su hora. Desapareció sin dar una palabra más alta que otra, dejando tras de sí un halo de intranquilidad cultural en el reino… ¡qué misterio! ¡Qué desatino! ¡Qué gran tragedia!

Como lo escuchas amigo, ¿esperabas otra cosa? No te engañan ni tus orejas de soplillo ni mi voz santurrona pegada a tu oído. Este cuento no cuento es tan real como yo mismo y a todas luces nunca miento… cuanto menos no de forma premeditada.

El penúltimo pasaje, fulminado por el misterio y estas cosas extrañas de la vida atingió a Amador el enterrador. Lo mismo perdía su pala de sepulturero que tarareaba tristes canciones a propósito del ocaso del vivir. Detestaba su trabajo y más se detestaba a él. En semejante disyuntiva cubría las fosas con tierra granulada, dejando dentro del agujero el dolor y afuera los recuerdos. Lastimosamente desapareció envuelto en el misterio misterioso con lo cual ya nadie ofrecía cristiana sepultura en aquel reino de reinados imposibles… ¡qué misterio! ¡Qué desatino! ¡Qué gran tragedia!

Y ahora, estimado amigo, presta máxima atención porque te parlamentaré del último desaparecido. A este lo conoces bien porque está muy cerca de ti ¿sabes de quién te hablo? Por supuesto ¡este servidor que cuenta cuentos, no cuentos, al oído! El mismo que habla entre susurros hasta bien entrado el amanecer. De tan mentiroso que soy sólo digo verdades mayúsculas. Prepárate ¿sí? Yo preparado estoy. Listo para irme empujado por el viento en este reino de reyes destronados. Me he susurrado al oído este cuento no cuento ¡qué demencial despropósito! Ya no habrá finito ni infinito para mí. El escuchador siempre se perderá en la frontera de lo imposible ¿por qué? Porque las mentiras tienen patitas muy cortas. ¿Y tú? ¡Sí tú! ¿Mientes? ¿Has dicho sí? Perfecto, te contaré un cuento…

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