papelería

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lluvia

28/10/2022

Aquel día volví a tu casa.

Compré un lápiz.

Hace años no habría lápices para vender en esa habitación, hace años sólo estábamos tú y yo.

Y lo recordé, recordé cómo se sentía al bajar del autobús. No había tiempo para ir a casa a cambiar el uniforme porque simplemente queríamos llegar a jugar, cómo las niñas que éramos, cómo las amigas que éramos.

Y recordé también lo que hiciste, lo que vi, lo que rompió por primera vez en mi pequeña vida mi corazón.

Y era un sentimiento que no podía explicar.

¿Enojo?

¿Tristeza?

¿Decepción?

¿Vergüenza?

¿Y yo cómo iba a saberlo? Sólo era una niña.

Y me fuí, simplemente me fuí de tu casa y de tu vida, sin decir nada. Cómo lo he hecho desde entonces con toda persona que me decepciona, me traiciona, me daña o que se acerca demasiado.

Porque no tuve el coraje de decirlo, de darte esas razones por las cuales ya no quería ni verte.

Y tal vez eso me convirtió en una cobarde, porque nunca más pude dar razones por las cuales me sentía dañada por las personas, nunca más pude poner límites. Porque mis límites se basaron en la indiferencia y el odio.

Porque tuve que repasar razones por las cuales te odiaba para que a mi no me doliera tu ausencia.

Nunca me enseñaron a lidiar con sentimientos, y para cuándo mamá preguntó por ti yo ya me había convencido de la horrible persona que eras, así que se me hizo fácil simplemente decir que te alejaste tú, culparte, culparte y culparte hasta que ya no doliera.

Entonces encontré otra amiga.

Entonces este ciclo de decepciones se repitió.

Entonces encontré otra amiga.

Entonces este ciclo de decepciones se repitió

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