Tan solo era el cuarto día desde la concepción del artificioso jardín del Edén y el impoluto e ingenuo centro articular de toda gracia motriz, Adán, el primer hombre fue misteriosa, aunque familiarmente llamado hacia uno de los recovecos del paraje. Su cuerpo se movía por sí solo, esto era muy normal para él, ya que compartía una armonía kinestésica con el resto de seres vivos y las funciones primitivas de estos. Sin embargo, cada paso, pestañada y cuerda de energía que jalaba involuntariamente las fibras musculares de su cuerpo, subía su ritmo cardiaco; la taquicardia fue una sensación completamente nueva para el comandante del jardín. Al acercarse lo suficiente, pudo verlo, lo sintió por dentro de sus huesos, un frío penetrante tan denso y desapacible que todo su sistema óseo se tornó igual de laxo que una hoja. Era una gran roca… Adán, El primer hombre, tan sabio que podía convivir en absoluta paz con depredadores mortíferos, y a su vez, apaciguarlos para mantener la armonía dentro del ecosistema, aprendió lo que era el miedo a través de un cuerpo de minerales inanimado y sin rostro. Sus latidos bombeaban la sangre tan intensamente, que se estaba quedando sordo, le siguieron mareos pesados y muy ardientes, así que, sin vacilar, inmerso en el primer ataque de pánico de la creación, escapó del lugar con la poca autoridad que le quedaba sobre su propio cuerpo. Mientras huía, los animales a su alrededor empezaron a tropezar, vomitar y desmayarse, los que estaban volando, a caer y la flora a resentirse; Adán en desesperación y en presencia del nuevo desorden imploró hacia el cielo azul ¨Dios, necesito hablar contigo¨. Tan pronto como terminó de pedirlo, El alma de Adán ingresó al sereno, armonioso, equilibrado y justo reino de los cielos, era bastante parecido al Edén (hasta el incidente de la roca). Padre, ¿Qué sucedió en el jardín?, ¿Por qué se perdió la armonía en mí y en el resto de vida?, ¿Qué es esa roca y por qué me hizo sentir como si todo se fuera a acabar?, dijo Adán. Dios contestó: Interactuaste, en una magnitud muy leve, con Miguel, tu hermano; él es fundamentalmente opuesto a ti, vive en su propia dimensión, caracterizada por su desarrollo malicioso y elecciones narcisistas. Aquella piedra cayó por su propio peso, yo no moví un dedo para que el libre albedrío de tu hermano lo lleve a ese lugar antagónico del Jardín que creé en un inicio para los dos. – ¿Qué pasará cuando mueva la piedra? -Tu hermano está tan inmerso en el mundo del averno, que contaminará el tuyo y te tentará a mirar para caer en la condena del caos, tal y como lo sentiste en jardín. De esa manera, él te convertirá en una simple herramienta de su mórbido entretenimiento. -Padre, ¿y si logro salvarlo, trayéndolo al Edén para purificarlo en nuestra buenaventura? -Nada que diga va a detenerte, sientes una inmensa curiosidad y, sobre todo, benevolencia, digna de mi gracia, hacia tu hermano. No dejes pudrir tu sangre Adán… Esas fueron las últimas palabras de Dios antes de retornar el alma de Adán al jardín. Al volver, su cuerpo esbozaba un coctel hormonal de emociones vehementes. Sin chistar, corrió como una joven y libre gacela hacia aquella roca que aprisionaba a su hermano; cargaba consigo incertidumbres y miedo, pero también ansiaba desesperadamente la compañía de un semejante que compartiera su sangre, lengua y sofisticada mente para desarrollar manifestaciones solemnes en el Edén; y se detuvo… Una vez más, sintió aquella energía espesamente inquietante, la cual lo hacía sentir más débil e insignificante que una simple y mundana mosca. Adán atormentado por las advertencias, temblando y sudando por cada poro de su esbelto cuerpo se acercó e intentó mover la roca, normalmente le hubiera sido posible. Sin embargo, la presión que emanaba dicha fuente, era tan abrumante que sus huesos y músculos no respondían, estaban espantados. Cayó al frio y obscuro suelo, derrotado, la realidad lo golpeó al tocar la roca, no era nada más que un débil, virgen y ridículo pedazo de cobarde que jamás podría rescatar a ningún hermano. Hasta que una voz lo despertó, indicándole ¨levántate y gira sobre ti 13 veces¨. Adán abrió los ojos al máximo, lo sabía, sabía que ese era su hermano atrapado. Con el uso del poco vigor que le quedaba y la gracia que lo caracterizaba, dio las 13 vueltas y mientras lo hacía podía sentir como, sinérgicamente, 6 bueyes sincronizados se dirigían a arremeter la roca por él. Finalmente, la piedra yacía a un lado, develando el hoyo que había debajo de ella. El contenido cargaba una energía tan densamente siniestra, que Adán perdió el equilibrio, la voluntad y el conocimiento. Cuando pudo despertar, era de noche, poco a poco recobraba el aliento, la fuerza y la consciencia; hasta que, pudo verlo, cara a cara… Transmitía la seguridad de un padre, la dulzura de una madre y la confianza de un amigo; su aspecto físico era tan perfecto que era incierto en la mente de Adán saber quién realmente era Dios en un principio. Miguel sonrió, Adán inclinó la cabeza ligeramente y ambos lo dijeron ¨Hermano¨. Miguel se dirigió hacia la fogata que había empezado para amenizar el ambiente y abrió la conversación: Por el incidente de los bueyes pude darme cuenta, Dios nunca te enseñó a bailar. – ¿Qué es bailar? -Bailar es la manera más pura de comandar las energías del resto de seres vivos para que sirvan propósitos puntuales, de ahí nacen las danzas. Ven, te enseñaré la danza de la consagración a la belleza. Adán, con algunas dudas sobre lo que Dios le había advertido, pero calmadas por la seguridad de tener la presencia y palabras de su tan esperado semejante, se dirigió hacia el borde del fuego junto a su hermano. Miguel reposó la mano en el fuego y todo su cuerpo procedió a alumbrarse con un rojo intenso que llamó rápidamente a una gran manada de diversos animales y despertó a plantas adyacentes de todo tipo. Era un brillo digno de ser comparado con uno de magnitud celestial, Miguel invitó a que Adán haga lo mismo, y este no pudo negarse al sentir la impetuosa compañía de los seres vivos que se habían regocijado para el evento. Pudo sentirlo, no era armonioso, no era puro y para nada celestial como lo aparentaba. Incluso estuvo a merced del brillo, el cual le pedía desesperadamente movimientos corporales para ser seguidos por el resto. Esto último era casi una emergencia (tanto mental como física), tenía que tener a todo ser vivo cerca adulando su gracia y obedeciendo las comandas, sino probablemente explotaría; Adán fue corrompido, por primera vez sintió el narcisismo intenso y caliente entrar a su cuerpo a través del fuego provisto por su hermano. Miguel vio que el destello rojo ya se había estabilizado en el cuerpo de su hermano y le preguntó, ¿Cómo se siente? A lo que Adán respondió suspirando ¨Enséñame a bailar ahora mismo, sino tengo la intuición de que todo podría dejar de existir¨. Miguel comenzó a dar los primeros pasos, cruzando las piernas, los pies, moviendo las caderas en direcciones opuestas y hondeando los brazos como si sus manos estuvieran sosteniendo el peso de todos los seres que se habían regocijado para presenciar el espectáculo. Tan pronto empezó, Adán lo imitaba como si fuera el reflejo de un lago hecho por sus lágrimas al estar preso tanto tiempo sin su compañía, se dio cuenta muy fácil e intuitivamente que Miguel le estaba comunicando todo el sufrimiento que había sido la ausencia de su otra mitad a través de la danza. El resto de seres vivos también cumplieron roles mientras Miguel los comandaba con el movimiento del brillo en su cuerpo. Las luciérnagas encendieron sus colas y formaron un pentágono sobre las serpientes, las cuales enrollaron sus cuerpos sobre rocas y troncos del paraje mientras sacudían sus cascabeles musicalmente. Alces sostenían ruiseñores cantando en sus cuernos y lobos en frente, erguidos en dos patas, saltaban y aullaban al ritmo de los hermanos. Era la primera fiesta de la historia, toda la flora y fauna (sin discriminación, ni jerarquía alguna) del Edén se encontraba reunida bailando al son de los hermanos del fuego. Bailaron hasta que todo el fuego se extinguió y los animales durmieron, Adán, luego del gran éxtasis de la fiesta, se recostó cerca a la punta de la pequeña loma donde siempre dormía e invitó a Miguel, pero en ese momento se topó con la sorpresa de que su hermano no necesitaba del sueño. Miguel le confesó que no siempre fue así, y a la mañana siguiente le explicaría mejor cómo contemplar e interactuar más con la creación incluso durante la noche. Amaneció, día número 5, pero esta vez el sol y todo el cielo estaba ausente, aparentemente oculto tras un gran grupo de grises, pesadas e indefinidas nubes. Adán se levantó con algo de culpa en los hombros, subió a ver el Edén desde la loma y sus rodillas cedieron. Cayó sobre estas al suelo, empezó a temblar y, de nuevo, sintió lo que tanto quiso olvidar, pero esta vez fue en una magnitud tan intensa, que sus ojos empezaron a derretirse (o al menos eso creía), su boca temblaba más rápido que cualquier otra parte de su cuerpo y se fruncía hacia abajo. Lo que ocurría en el jardín, frente a sus húmedos ojos, le dio completo sentido a las sensaciones tan abrumantes y horrorosas de la roca un día antes; realmente Dios tuvo la razón, había contaminado su mundo. Miguel estaba corriendo más rápido que cualquier felino, aplastando cabezas a su paso (como la de una cacatúa sobre su nido tratando de proteger a sus crías), juntando los genitales de las cabras para despertar celos en otras y ocasionar peleas, atravesando las entrañas de las cebras y ahogando a los leones con estas para que prueben su sabor y empiecen a matar por voluntad propia. Su carnicería era tan rápida y se había extendido a tal punto, que incluso el agua del lago, y buena cantidad de la vegetación y el paraje ya estaban rojos. Osos desgarrando alces y comiéndolos vivos, roedores buscando desesperadamente escondite de halcones sumidos en una manía enfermiza por sentir la muerte de sus presas. Toda armonía, pureza y semejanza con el reino de los cielos se había perdido. Miguel termina de atragantar a la fuerza a una pitón negra y voltea hacia su hermano; los apartaban más de 300 metros, pero su mirada era tan aturdidora y la expresión tan propia del miedo que le caló los huesos a Adán en la roca, que pudo experimentarlo como si lo tuviera encima. Sus ojos no tenían iris, eran absoluta y perdidamente negros, además estaban tan abiertos que podrían ver y leer tus pensamientos. Su nariz se había caído, sólo quedaban dos grandes orificios por los que entraban el olor del miedo, sexo y sangre a distancias que ni la partícula más escurridiza de todo el Edén pudiera escapar de él. Su boca era monstruosamente enorme, tan grande que no cabía duda de que pudiera devorar la cabeza de un elefante si así lo quisiera (probablemente ya lo había hecho), estaba abierta, esbozando una enorme sonrisa llena de sangre de todos los animales en las muelas, dientes y labios. Cargando la misma expresión, fue rápida, pero juguetonamente bailando hacia Adán, el cual estaba completamente paralizado por una sorpresa fuera de su mundo al despertar. El miedo era tan abrumador, que no le daba espacio para pensar en lo absoluto, estaba completamente sometido ante el espectáculo de su hermano; solo podía verlo acercarse, brincando mientras sonreía con su exuberante boca desproporcionada y el caos sadista que yacía detrás de él. Una vez estuvieron cara a cara, Adán con la boca llena de lágrimas y siendo apenas capaz de emitir sonido alguno, le dijo ¿Por qué? Miguel cerró los ojos y la boca, tanto su rostro, como su expresión volvieron a la normalidad y procedió a explicarle, ¿Acaso crees que todo esto iba a durar para siempre?, ¿Que no hay sol sin una luna?, ¿No sentías como subían esas ansias e incomodidades en el estómago desde la mitad del primer día? ¿Qué creías que era? Dime. Adán tomó unos segundos en procesarlo, pero respondió ¿No había otra opción? y si es así ¿Por qué Dios hizo esto? -Dios es uno mismo, no te das cuenta cómo siempre hemos tenido el control sobre todo y todos, ¿no viste a toda vida llena de júbilo anoche y ahora llena de miedo? Somos capaces de todo. -Suficiente, tengo que escuchar a Dios. Adán agarró coraje para levantarse, dar un paso hacia atrás, mirar arriba y gritar lo más cruda y fuertemente que pudo: ¡Dios, ¿Dónde estás?, ¿Qué es todo esto?! No hubo respuesta alguna, Adán no tardó en asociarlo a la obstrucción celeste de nubes, volteó a ver a Miguel y le preguntó de qué se trataba. Miguel sin expresión alguna, pero guardando muchas, le dijo ¨ese es el suelo de la roca…¨ Adán demoró, de nuevo, otro poco en entenderlo, y le preguntó ¿Cómo es eso posible, fue a través de la danza? ¿Hiciste algo más en la noche? -Siempre estuviste en este mismo mundo bidimensional, excepto que únicamente conocías la dimensión del bien, mientras yo permanecía atrapado bajo la roca en la del mal. Una vez que, desde la dimensión del bien, por donde sí se puede ver el cielo, se mueve la roca, ambas dimensiones se refrescan y se combinan en la dimensión del equilibrio; no pudiste verlo porque te desmayaste. Sin embargo, cuando alguien ha estado en la dimensión del mal, queda marcado para siempre con una necesitad fundamental de devorarlo todo, carne, tripas, pureza, armonía, inocencia y orden. Es tan inevitable y natural, que hasta uno de nosotros puede experimentar sus primeros manifiestos desde la dimensión del bien, a través del descontento y ansiedad del estómago, conocido aquí como hambre depredadora. Por lo tanto, es cuestión de cuánto se tarda en transformar la dimensión del bien, en la del equilibrio y luego en la del mal, tarde o temprano siempre pasa. Hasta que alguien saque la piedra, Dios absuelve nuestros pecados, nos equilibramos y volvemos a ser una monstruosidad por naturaleza. – ¿Por qué Dios hizo esto? ¿has logrado entenderlo? ¿hace cuánto tiempo estás aquí? -Verás, nosotros somos unas copias exactas, pero con menor poder que nuestro padre; él disfruta ver cómo esto ocurre cada vez. – ¿De qué hablas? Miguel avanzó con un parpadeo hacía el tronco y las piernas de Adán para devorarlas de un mordisco. Adán, tan sólo quedaba cabeza, brazos y medio torso; recogió las últimas fuerzas, aliento y conocimiento para poder saber qué iba a suceder al final. Miguel normalizó el tamaño de su boca, lo miró a los ojos y le dijo: Él crea esta dinámica infinita de enfrentar al bien y el mal encarnados en sus hijos. Sin embargo, siempre planta la posibilidad para el mal en ambos. Por ello, cuando los hermanos se encuentran, pelean a muerte por el control del mundo, hasta que uno prevalece y Dios, nuevamente, concibe a un nuevo hermano para volver a desafiarlos. La pasé muy bien contigo, pero estos animales se iban a acabar y hubiera necesitado la otra dimensión arriba de la piedra que acaba de caer. Además, en el cuarto día siempre le puedo escupir al cielo, por todos los hermanos que perdí.
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