Mi impresión, la primera vez que la vi, fue de una mujer menuda, de amplia sonrisa y que tenía el mismo sentido del humor sarcástico. Entablamos una buena amistad, nos reíamos, nos hacíamos chistes, algunos soeces, pero lo que es una puta confianza. Bueno, si no lo he dicho aun, ella era camarera en un bar en el que yo era asiduo.

Una tarde en la que estábamos diciéndonos las mismas tonterías de siempre, riéndonos el uno de la otra, todo cambió. Entraron dos tipos con pasamontañas:

-¡Todos quietos, que nadie se mueva, hijos de puta, queremos vuestras carteras y los móviles encima de las mesas, ya!

Eleonor me miró y se metió en la cocina, un habitáculo pequeño y sucio en el que ella intentaba sobrevivir a las moscas. Me llegó el turno. Aquel tipo me miró a través de su pasamontañas como un lobo a su presa. Cartera y móvil, yo ya lo tenía encima de la barra, cuando su mano se acercaba a mi cartera. De la cocina apareció aquella mujer menuda blandiendo un cuchillo que me parecía que sus manos serian incapaces de soportar. Saltó la barra del bar con una furia en su rostro que no podría describir. Antes de que sus pies tocaran el suelo, aquel cuchillo se clavó en la garganta del tío que estaba a mi lado. Mientras intentaba con sus manos agarrarse el cuello, ella puso los pies en el suelo y con un golpe de muñeca atravesó la nuca de aquel tipo. Solo puedo decir que se desplomó. El otro intentó salir corriendo, pero no lo dejaría: lanzó el cuchillo y su pierna notó aquel filo, cayó al suelo arrastrándose por al dolor. Ella tranquila, solamente hizo un gesto, el de cogerle del cuello y rompérselo. Después saco su móvil:

-Necesito limpiadores. Dos. ¿En diez minutos? Perfecto.

Nos miramos, se rió llena de sangre y acercando su dedo a los labios, dijo:

¡Sssssssssssssh¡

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