Nuevo Mundo, Viejos Monstruos – Capitulo 1

Nuevo Mundo, Viejos Monstruos – Capitulo 1

Perro Negro

05/09/2022

Bestias del Viejo Mundo

Aquella noche la luna se hallaba en lo alto del negro cielo y las solitarias aguas reflejaban un velo de estrellas en la superficie del lago, a este lo rodeaba un valle hallado a los pies de la serranía, una densa selva cubría los montes aledaños y cercaba a las chozas con techos de caña seca y tejo que conformaban el pequeño poblado a las orillas, aquel lugar tenía por nombre Guayam y pronto desaparecería.

Se trataba de hogares humildes hacinados entre si donde vivían mestizos, granjeros y pescadores, tan irrelevante para el reino de Tierra Firme que no se señalaba en los mapas imperiales y su naturaleza remota libraba a los colonos de la cruenta ley provincial sin privarlos del fraile errante o el viajero ocasional. Vivían de la generosa tierra y el lago les brindaba sustento, pero la serranía les aislaba en medio de un pequeño paraíso, un lugar apacible donde todos se conocen y conviven, donde la pujante luz de la civilización no llega y los hombres son amenazadas por lo que mora en las tinieblas.

El viento se detuvo en medio de la oscuridad y desde la linde selvática unas retorcidas siluetas se escondían mientras observaban las toscas viviendas entre berreos sibilantes y a las sombras de los samanes, estaban ansiosos por lo que se desataría y su atención se dividía entre las casas apenas iluminadas por la luna y la enorme e imponente figura de cuernos amarillentos que les precedía, esta bestia de proporciones monstruosas miraba aquellos cálidos hogares con su único ojo bueno mientras chorreaba baba desde su hocico bovino.

La abominación portaba sobre su forma inhumana un harapo de cuero desgarrado con tachones de hierro oxidado, en sus brazos se hallaban pesados grilletes de cadenas rotas y en sus callosas manos descansaba un hacha de absurdo tamaño y aspecto brutal. Aquel ser levantó su arma señalando a la docena de engendros deformes que le rodeaban como si fueran una manada y les señalo el reducido poblado asentado en el valle, estos entendieron y de inmediato avanzaron en silencio por los cerros que se abrían entre la linde y sus víctimas.

La pequeña Felicia se despertó con brusquedad en medio de la noche al escuchar unos gritos lejanos, su oscura melena estaba revuelta y mechones sueltos le caían sobre su tierno rostro de tez morena cubriendo así sus ojos de iris ambarino. Estrujó sus párpados mientras bostezaba, aun somnolienta, y se levantó de la hamaca con pesadez sin poder ver mucho en la negrura que inundaba su cuarto, pero siguiendo instintivamente el camino a la desgastada puerta abriéndola con el crujido de la madera agrietada contra la piedra, los gritos se convertían en chillidos a medida que se hacían más nítidos a cada segundo que pasaba, la chiquilla comenzaba a compararlos con los bramidos de una cabra loca, pero por alguna razón eran más inquietantes.

Felicia tanteo en la oscuridad y todavía medio dormida y tambaleante se aventuró en la iluminada sala, el brillo lunar parecía invadir la casa desde las ventanas abiertas, aclarando el camino hacia la habitación de sus padres, tras otro bostezo se encaminó hacia la puerta entreabierta sin prestarle atención a las manchas que cubrían el piso debajo de ella o la gélida brisa que soplaba desde la entrada del patio.

«Mamá, papá, hay una cabra rara que no para de berrear y no me deja dormir»- dijo semiconsciente una vez hubo pasado el umbral de la puerta, moviéndola con un sonoro chirrido y sin darse cuenta del vestigio rojizo que salía de la habitación, pero deteniéndose al ver una larga y sombría figura de pie frente al lecho de sus padres, este se encontraba cubierto por un líquido extraño que goteaba desde las sabanas y del cual no podía diferenciar su color gracias a la oscuridad.

“¿Mami?”- preguntó la pequeña mientras veía confundida a la silueta ensombrecida, la cual no tardó en percatarse de ella.

Al voltearse con lentitud la figura dejó entrever un par de grandes patas de carnero con pelaje castaño, estas estaban manchadas de algo rojo que la pequeña no distinguía todavía. Un andrajoso trapo de cuero cubría la zona de su pelvis y más arriba se hallaba un torso demacrado de piel enferma cuyos huesos se marcaban de forma desagradable y de donde nacían un par de brazos velludos, demasiado largos y delgados como para ser los de un hombre normal.

En su mano sostenía en alto un cuchillo retorcido y oxidado que estaba cubierto del mismo líquido carmesí que salpicaba sus piernas, y la pequeña intuyo que se trataba de sangre, de sangre fresca que relucía con la luz de luna, de la misma sangre que recorría sus venas, y salía cada vez que se cortaba con un cuchillo preparando la cena junto a su madre o se caía cuando jugaba en el arroyo y se raspaba las rodillas, pero esta vez era demasiada y goteaba profusamente desde la muñeca de aquella cosa.

El siniestro descubrimiento la despertó de golpe, y volvió su mirada nuevamente al lecho de sus padres solo para ver que estaba manchado del mismo fluido y que había alguien en él, inerte e inmóvil.

La confusión de la niña se transformó en verdadero terror mientras el lejano berreo que no la dejaba dormir crecía en magnitud y se volvía un rugido aullante, a medida que la figura extraña e inhumana, que había encontrado salpicada de sangre en la habitación de sus padres, daba unos amenazadores pasos hacia ella, con sus pezuñas traqueteando en el piso rocoso y alzando todavía más el gastado cuchillo que tenía en sus manos.

Mientras aquel ser se acercaba a la paralizada niñita la luz plateada descubría poco a poco la retorcida cornamenta marrón de su cráneo, el cual tenía la forma de una desproporcionada cabeza de cabrío con unos ojos amarillos de pupilas extrañas y de pelaje negro manchado de rojo alrededor de su hocico alargado.

“!!!Beeeeehh!!!”- Bramo furiosamente aquella aberración, antes de abalanzarse contra la temblorosa niña cuya parálisis se había roto cuando su cuerpo retrocedió por puro instinto hacia la sala, mientras todavía trataba de entender lo que pasaba y a medida que el temor de lo que les hubiera podido ocurrir a sus padres, y lo que podría ocurrirle a ella, tomaba forma y peso en la realidad de aquel momento de genuina desesperación.

Todavía incrédula por lo que estaba viendo, la pequeña se dispuso a salir de la habitación y comenzar a correr, pero la sangre en la entrada la hizo resbalar y caer de espaldas al pedregoso suelo, quedando a merced de aquella abominación.

La criatura cabría se acercaba a ella y el cuchillo con la sangre de su familia descendía como una sentencia de muerte segura, la pequeña intentó gritar, sollozar y pedir ayuda con todas sus fuerzas, pero ni un solo sonido provino de sus labios, paralizados estos por el miedo al igual que sus brazos y piernas. Sus ojos comenzaban a humedecerse, y sintió como de su garganta nacía un llanto que luchaba por salir mientras que aquella hoja oxidada descendía para atravesar su pecho.

De un momento a otro Felicia escucho unos pasos que venían desde el umbral que daba al patio y en un abrir y cerrar de ojos lo que pareció un destello plateado golpeo a la criatura, tajándole profundamente entre la nuca y los omoplatos, de la herida salieron chorros de sangre oscura como la brea y el cabrío soltó el cuchillo entre espasmos mientras comenzaba a bramar alocadamente y sus piernas perdían fuerzas. La pequeña noto que se trataba de un hacha lo que ahora yacía clavado en el cuello del monstruo y esta la portaba una furibunda mujer de tez oscura y rostro severo, era su madre, rabiosa y con su bata de noche desgarrada y manchada de sangre, pero era ella. Con solo un movimiento la mujer extrajo el hacha de aquel ser repulsivo, y la levantó nuevamente solo para hacerla descender en un segundo golpe que decapitó al horrendo monstruo, la cabeza de este cayó pesadamente a los pies de la pequeña, y su cuerpo se derrumbó hacia un lado expulsando un raudal de sangre negruzca por su cuello cercenado.

“!!Felicia!!”- gritó angustiada su madre antes de dejar caer presurosamente el hacha ensangrentada a los pies del cadáver degollado y arrodillarse al lado de su paralizada pequeña a la cual atrajo hacia sí y abrazo con amor, pero con la fuerza de un entregado protector. De pronto unas efusivas lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de la pequeña a medida que su sollozo se transformaba en un profundo llanto de miedo y alivio, un lloro de felicidad, una súplica por consolación la cual fue respondida por un pecho maternal.

La pequeña temblaba en los brazos de su madre mientras se aferraba fuertemente a esta en un abrazo desesperado. El terror que había sentido quedaba relegado a un segundo plano, gracias al tacto de alguien a quien ingenuamente había creído perdida, y durante unos escasos, pero eternos segundos, su único deseo fue el de jamás romper aquel contacto, nunca deshacer el abrazo de su madre y quedarse, para siempre, acurrucada en su seno.

“Felicia, mi amor, ¿Te encuentras bien?, ¿te hizo daño?”- preguntó preocupada la madre mientras palpaba y revisaba a su llorosa y confundida hija en busca de alguna herida o magulladura importante, pero sin encontrar nada más que simples raspones.

Al mirarla a sus humedecidos ojos recordó algo, e intuyo una tragedia, se giró hacia la habitación que compartía con su esposo para comprobar su temor y lo que encontró le dejó helada.

“(Sob)*… M-mama… (Sob)*… ¿Y papa?”- pregunto Felicia conteniendo su lloriqueo, pero sin obtener respuesta alguna, y comenzando a notar cómo de entre las costillas de su madre brotaba algo caliente, a diferencia del resto de su cuerpo que había adoptado de súbito una extraña frialdad- “¿mamá?”- llamó la pequeña alzando la vista para ver el rostro impertérrito y ensombrecido de su madre mientras está observaba la que era su habitación, Felicia quería volver a llamarla, pero antes de que lo hiciera su madre ya se había dado la vuelta y la miraba a los ojos con expresión apaciguadora y una sonrisa que parecía sincera.

“Ya mi amor, deja de llorar, mami está aquí para ti”- dijo mientras le alisaba la alborotada cabellera a su hija y le besaba amorosamente la frente, tal y como había hecho cientos de noches antes de ir a dormir, noches más apacibles y hermosas que esa, noches donde el olor nauseabundo de la muerte no inundaba su hogar y el aullido creciente de aberraciones de pesadilla no resonará a través de los cerros, noches donde no estaban presentes la angustia y el dolor, noches donde la inocencia no muere presa de la fatalidad más irreal, pero, con seguridad esa noche sería la última en que estuvieran juntas y su madre quería darle una muestra final de afecto antes de dar la vida protegiendo a su pequeña, una vida a la que se aferraba solo por el bienestar de su hija.

“Papá está en el muelle, mi amor, está preparando el bote con que solían ir a pescar ustedes dos para que podamos escapar hacia el lago”- Mintió dulcemente mientras el lejano rugir de una bestia inhumana, acompañado de los chillidos y bramidos alocados de cabríos infernales, se escuchaba a una distancia cada vez más cercana e inquietante – “Escúchame, Felicia, tienes que ser muy valiente, nunca mirar atrás y hacer todo lo que tu mami te diga, ¿está claro jovencita?”.

“(Sob)*… Si mamá”- Asintió, mientras se limpiaba la cara, al reconocer el tono autoritario y enfático de su madre, un tono que no dejaba lugar a réplicas o negativas, y que siempre utilizaba cuando la mandaba a hacer algún quehacer o le castigaba, aquel tono le atemorizaba, y Felicia pensaba que su madre era capaz de aterrar a la oscuridad si le hablaba con la suficiente gravedad, pero en ese momento no le asustó, sino que le llenó el corazón de confianza.

Ella todavía no entendía lo que estaba ocurriendo o porque aquellos sonidos extraños se escuchaban por todo el pueblo o tan siquiera que era esa cosa horripilante cuya cabeza su madre había cortado como si se tratase de un pollo, pero en ese momento su madre irradiaba una determinación que le llenaba de esperanza y ella no iba a defraudarla.

“Muy bien cariño, toma mi mano y no la sueltes por nada del mundo, quiero que, una vez que estemos fuera de la casa, corras lo más rápido que puedas y no mires hacia atrás sin importar lo que escuches”- Le explicaba su madre mientras la levantaba del piso y tomaba el hacha ensangrentada en el umbral de la habitación.

Se detuvo un momento a observar el cuerpo aberrante y paradójicamente humanoide del cabrío, el cual permanecía tumbado en una posición retorcida a un lado de la sala, todavía le asaltaban algunos espasmos menores y se encontraba rodeado de un charco de sangre que, iluminado con la luz lunar, mostraba una tonalidad rojiza apagada invadida por coágulos y manchas de color café oscuro que se movían entre el charco como si fueran los tentáculos de alguna criatura parasitaria atroz, la cual se filtraba junto al líquido que la sustentaba a través de las rendijas y aberturas en la tierra, colándose así entre las bases de la casa y manchando los cimientos de su hogar familiar. Aquella idea la asqueo, pero había sido la cabeza lo que más le había inquietado, había dejado de sangrar después de unos segundos, pero sus ojos amarillentos no habían perdido su brillo macabro, de hecho, parecían mirar al espacio con una rabia animal enloquecida, mientras que, de sus fauces ensangrentadas y abiertas de par en par, se vislumbraba la mueca de un chillido agónico cargado de una maldición.

No importaba cuánto lo intentara, no concebía la idea de vivir en aquella casa otra vez, no después de tan macabra escena. En ese momento comenzaron los primeros gritos de auxilio y alaridos de dolor, estos se entremezclaban con el crujir de las puertas quebrándose y la tapia al derrumbarse, se imaginó los siniestros actos que se estaban cometiendo en el resto de chozas, las vio allanadas, a los vecinos masacrados, y eso le hizo darse cuenta que aquel ya no era y nunca volvería a ser un hogar, no para ella y ciertamente no para su hija.

Se levantó con el hacha en una mano y Felicia tomada de la otra, y corrió apresuradamente hacia la puerta detrás de la cocina, puerta que daba hacia un patio trasero de donde, hace unos minutos, había sacado el hacha de su marido de un tronco seco. La negrura de la noche era combatida por el albor de la luna llena, pero se detuvo en la salida al observar que, repentinamente, nacía una luz rojiza y el sonido de una fuerte llamarada devorando la caña reseca comenzó a rugir cercanamente.

La selva estaba a decenas de metros del patio y sus sombras inmóviles comenzaron a agitarse y parpadear gracias a la luz opaca proveniente del fuego, no distinguió ninguna figura en las inquietas sombras arbóreas y el patio estaba vacío, el fuego parecía provenir de otra choza y pensó que con suerte aquello serviría de distracción.

“Si nos movemos rápido y lejos de las casas tal vez no nos vean”– ideó la madre de Felicia.

Tomo con más fuerza la mano de su pequeña en cuanto una ráfaga de viento sopló desde el interior de la jungla trayendo consigo el olor de la flora húmeda, olor que se mezclaba con la esencia ferrosa de la sangre recién derramada y hacía apestar el aire que les rodeaba. Sin pensarlo dos veces e ignorando el aroma a muerte, la madre se apresuró a surcar el patio enrojecido por la luz de las llamas mientras guiaba a su hija hasta la linde selvática. No dejo que la angustia se apoderara de ella, aunque sintiera como le manaba la sangre a través de la herida abierta, ya se preocuparía por ello una vez su hija estuviera a salvo y se tragó como pudo el dolor y el miedo conforme se adentraba en las retorcidas sombras de aquella selva.

Las llamas apartaban la oscuridad, pero creaban sombras irregulares entre las chozas allí donde los aterrorizados pobladores trataban de huir de las abominaciones que la noche había traído consigo, sus gritos se mezclaban con los berreos y aullidos sobrenaturales de los sanguinarios cabríos con forma humana, tal escena contrastaba con la tranquilidad del lago cuya superficie aun reflejaba el cielo estrellado y con el silencio de los montes cercanos desde donde una figura observaba la masacre con una mueca de disgusto oculta tras una grisácea barba y una capucha remendada.

“Carajo…”- Maldijo en voz baja mientras exhalaba una columna de humo y apagaba la pipa que descansaba en sus resecos labios, esta era de madera oscura con hermosas tallas que asemejaban rosas en la cazoleta y del hornillo se levantó un pequeño vapor con el amargo aroma del tabaco.

El hombre que veía de pie la macabra escena era bajo y delgado, llevaba un arcabuz de madera grisácea sujeto al hombro, así como una maltratada capa de color bermejo que le cubría el cuerpo, también lucía un par de botas de cuero reforzado y una capucha desgarrada le tapaba el rostro dándole aspecto de un cazador veterano.

«Malditas bestias»- Murmuro mientras guardaba la pipa entre sus ropajes y se acomodaba el gastado chaleco de cuero que le protegía el torso. El anciano se concentró en lo que haría, en la pelea que libraría por aquellos que no conocía, y suspiro al sentir como los años comenzaban a pesarle sobre sus degastados hombros. – “ya estoy demasiado viejo para estopenso con cansancio antes de empuñar su arcabuz, sonarse el cuello y adentrarse en las sombras con una oración en sus labios y una cautela producto solo de la experiencia.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS