Las heridas de Eda

Eda, se encontraba en su cama recostada, la luz naranja de una lámpara de sal contorneaba su cuerpo desnudo, en un juego de luces y sombras.

Respiraba profundo, en cada bocanada de aire miraba hacia la nada, o a ese punto fijo en la pared deseando no estar allí, deseando desaparecer.

Su desnudes delataba al amante que se acababa de ir, pero fue solo ese momento, porque el vació en su piel persistía incrustado en cada célula de su ser.

Se vistió en silencio, abrió la ventana para dejar ingresar algún rayo de sol y se apuntó para salir a la calle.

Un cigarro armado a medio fumar que volvió a encender, lo sentía muy amargo, eso le pasaba por fumar en ayunas.

De golpe ese fuerte sabor del tabaco, la llevó a su infancia era el mismo olor de su padre, otra vez revivir esa sensación de asco, repudio. Sentir ese cuerpo encima suyo y no entender porque hace eso o creer que es una manera de amar desde su inocencia.

Tiró el cigarrillo con un desagrado enorme, hasta sintió que el vómito llegaba a su garganta.

Apuró el paso mientras pensó, (¡viejo hijo de puta!) hasta que llegó a la puerta de una clínica.

Ahí frente al médico oncólogo que sostenía unos estudios mientras le decía

  • Vamos a tener que hacer las quimios de nuevo, volvió avanzar y tengo miedo a una metástasis.

Ella lo miró en silencio, respiró profundo llevando su mano hasta sus ojos.

  • Sé que estas cansada de todo esto, pero es la única solución que nos queda.

Llegó a su departamento, comiendo el ultimo pedazo de un sándwich que compró en la calle. Pasó directo a la ducha, mientras estaba bañándose sintió una gota cayendo lentamente por su pierna, era sangre que avisaba el comienzo del periodo, el color rojo se aclaraba en el piso por el paso del agua, ella miraba fijamente inmóvil ese descolorido casi psicodélico que se desaparecía de apoco y volvía a revivir con otra gota.

Secándose el cuerpo tomo algo de un cajón envuelto en un paño y lo metió en la mochila, preparo sus cosas y salió.

Hacía algo de frio, tenía un jeans color negro roto en una rodilla, una remera blanca lisa, y un saco de tela largo color negro, su cabello oscuro semi corto hasta sus hombros podía moverse con el viento.

Otra vez sintió el olor a cigarrillo al pasar, se detuvo frente a unos limpiavidrios saco un estuche de metal de la mochila con sus cigarrillos.

  • Muchachos, ¿quieren? Son puchos armados- extendiendo la mano a uno de los chicos que estaba más cerca

El chico los tomó diciendo

  • ¡He qué buena onda!, ¡gracias señora!, qué bueno que esta esto- mirando el estuche de metal con detalles azules.
  • ¡Guárdatelo si te gustó!, ese fue un regalo de mi viejo.

Llegó hasta una casa de color blanco con rejas negras, buscó unas llaves en su mochila y entró, ahí la recibió un hombre de unos 68 años, pelo cano algo excedido de peso, tenía su brazo izquierdo algo inmóvil a veces lo flexionaba y otras lo agarraba con su mano derecha y lo acomodaba.

Su padre la recibió con un abrazo, le preguntó cómo estaba mientras ella dejaba sus cosas en una silla y él le cebaba un mate.

Hablaron de cada uno, hacía seis meses que no se veían. A Eda se la notaba cansada, con unas ojeras por debajo de sus ojos marrones idénticos a los de él.

  • ¿Estas cansada hija?
  • Sabes que hace años que duermo como el culo, es más ya me acostumbre a no dormir a ser un animal nocturno, ni con la medicación pude dormir algo más.

Pasaron las horas, el padre de Eda se fue a descansar. Ella se acostó en otra habitación que había, unas cajas con cosas, libros viejos, y fotos.

Ella revisó todo, repaso cada foto, que dispersó sobre la cama mirando una a una, hasta que encontró una de su madre con una gran sonrisa casi carcajadas, llevando de la mano a una nena de seis años era ella.

Metió la foto dentro de una vieja edición del juguete rabioso de Roberto Arlt, que luego guardó en la mochila.

Estaba amaneciendo, entraba un poco de luz por las cortinas de la habitación ella se dirigió a la habitación de su padre y quedo parada al lado de la cama, miraba como dormía en el silencio se oía un leve ronquido casi imperceptible.

Tenía en su mano el objeto envuelto en paño que había guardado antes en la mochila. Comenzó a deshacer la envoltura, se empezaba a divisar un pequeño revolver, que empuñó y apuntó al hombre dormido.

Luego bajó el arma tomo un almohadón del suelo para usarlo como silenciador apuntando a la pierna izquierda.

Demoró unos segundos hasta que cerró los ojos y disparó, el hombre se despertó retorciéndose de dolor, mirándola desconcertado.

  • ¡Ahí tenes hijo de puta!

Levantó el paño del suelo comenzó a apretarle la pierna para que no salga sangre, luego fue hasta la cocina mientras se escuchaba los gritos de dolor de su papá y los insultos.

Agarró una cuchilla, la calentó en el fuego de la hornalla hasta quedar casi al rojo vivo.

Regresó a la habitación, posó la hoja caliente del cuchillo en la herida de bala cauterizándola, mientras el hombre gritaba aún más de dolor.

  • ¡Bueno, bueno!, deja de quejarte que te estoy curando la herida, no te va a pasar nada… por ahora.
  • ¡Pero vos estás loca! –

Gritó el padre mientras trataba de moverse retorciéndose del dolor, imposibilitado de dar grandes movimientos y de salir de la cama por su brazo inmóvil

¿Loca yo? Después de todo lo que me hiciste, ¡hijo de puta!

  • Pero ya te pedí perdón – con la voz entrecortada por el dolor.
  • ¿Perdón? ¿Cuántas veces me violaste? ¡Son tantas que ni te acordas!, asique ahora sufrí esa herida que es igual que la mía, ya no sangra ni nada, pero duele, sigue doliendo día a día, ¿viste lo que se siente? Es una herida quemada, cerrada pero esta la bala dentro comiéndote la carne, así como me carcome todo, ¿no te podés mover? Quédate tranquilo que tu hijita te va a cuidar y no busques teléfono, tampoco grites que acá no te va a escuchar nadie, mejor trata de dormir.

Al medio día Eda lo despertó, tenía una bandeja con una milanesa y puré.

  • ¡Pá, despertá! Te hice milanesas de hígado como a vos te gustan.

Ella lo ayudo a sentarse en la cama, le cortó la milanesa y lo ayudó a comer

  • ¡Hija!, ¿Por qué me haces esto?
  • ¿Por qué? A ver, te acordas cuando a mis trece años me hiciste abortar, me llevaste a ese rancho que se caía a pedazos, no sé cómo hicieron para sacarme el bebé y no sé cómo estoy viva después de eso.
  • ¡perdóname hija… perdón! – el padre de Eda, comenzaba a llorar.
  • ¡Sabes que! Mejor cállate, no llorés, ni hables más.

Se fue al comedor de la casa, se sentó a comer, escuchaba a su padre llorando en la habitación, tomó su teléfono se puso los auriculares con música fuerte y siguió almorzando como si nada.

A las horas regresó a la habitación al ver a su padre dormido, otra vez tomo el arma y el almohadón, disparó en la otra pierna.

El hombre se retorcía de dolor mientras ella ataba su pierna para que no sangré.

  • ¡Mátame hija ya está!, por favor terminá, pero estas arruinando tu vida del todo vas a ir presa.
  • Sabes muy bien que no tengo nada que perder, me estoy muriendo, mi cáncer está avanzado, todo lo que me hagan no sirve y es solo darme algo más de tiempo. ¿tiempo? ¿para qué?, para explicarle al médico que mi cáncer es culpa de un aborto que me hiciste hacer vos y me hizo mierda adentro.

Ella comenzó a llorar

  • Vos pedís que te mate, ¡cómo puedo hacer para matarte si ya estoy muerta! Vos me mataste hace años, yo traté de sobrevivir, pero me fulminaste cuando mi mamá murió. Accidente, fue un accidente me decían, ella se quitó la vida se tiró al tren no se cayó y ese fue tu tiro de gracia conmigo. Yo seguí mi vida, sobreviví unos años más, gracias otras personas que me ayudaron y me cuidaron, pero siempre pensé en vos y en el asco que me dabas.

El padre quedó en silencio, cerró los ojos como si fuera a conciliar el sueño, ella desató el nudo de la venda que rodeaba la pierna derecha herida, la sangre comenzó a brotar rápidamente manchando toda la cama en un gran charco rojo.

Ella tomó su abrigo, la mochila y salió de la casa.

Llegó a su departamento desvistiéndose en el camino, quedó desnuda en el baño, solo tenía la foto de su madre en la mano. mientras se escuchaba en el ambiente el sonido de la bañera llenándose.

Se metió, apoyando su cabeza en el borde de la tina, se podía ver el agua tiñéndose de rojo entre sus piernas, eran pequeños matices rojos desteñidos.

Tenía el brazo extendido fuera, apretando la foto en su mano, que dejó caer al quedarse dormida, mientras su cuerpo inerte se deslizaba lentamente hasta quedar sumergido en un sueño eterno mostrando en su rostro una expresión de paz absoluta.

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