El despertador sonó como todos los días, seco, solo recordándome que otro día seguiría siendo simplemente eso: otro día. Hice lo que hace alguien que no espera más que otro día más. Me incorporé como siempre en el borde de la cama, me froté los ojos intentando desprenderme de mis legañas de la noche, alcé los brazos al cielo mientras encorvaba la espalda y con un enorme bostezo, empecé a desperezar.

Las piernas no necesitaban ninguna información de mi cerebro, son autónomas, me levantan, saben que deben atravesar el pasillo, girar a la derecha y después a la izquierda. Llegué al aseo, lo de siempre, lo mismo de cada día. Me lavé la cara, e intenté disculparme a mí misma porque no me apetecía ducharme. Cuando me estaba lavando los dientes, algo extraño me pasó. Me gustaría poder explicárselo pero sería incapaz.

Fue solo un instante, una revelación, miré mi reflejo y algo cambió. Me había dado cuenta que no era feliz, que llevaba casi una década sin pensar en mi misma, todo lo que había hecho hasta ese momento había sido lo que todo el mundo esperaba de mí. Nunca más. Fui al armario, busqué unos vaqueros que no me ponía desde hacía veinte años y me largué de casa. No iba a ir a trabajar, y creo que no lo haría jamás, cerca de mi casa había una churrería, me iba a desayunar.

Después de entrar y sentarme se me acercó el camarero:

-¿Qué desea?

-Quiero una gran taza de café y un enorme plato de churros -Llevaba siendo esclava de la báscula durante demasiados años. Nunca más-.

Entonces recordé a alguien que llevaba mucho tiempo olvidada: mi amiga Ashley Wilson. No había acabado el café, cuando saqué mi móvil, aún seguía teniendo su número. Llamé. Los tonos fueron como siglos en el medievo. Uno, dos, tres, al fin contestó:

-¿Si?

-Hola Ashley, soy Rebeca.

-Cuanto tiempo. -Respondió Rebeca un tanto confusa-.

-Sé que hace mucho que no nos vemos, pero si tuvieras un momento me gustaría que nos viéramos.

-Claro, ¿dónde estás?

-Estoy en la churrería, a dos manzanas de tu casa.

-Ok, salgo ahora hacia allí.

La espera me puso muy nerviosa, por fin apareció:

-Hola. -La saludé con dos besos-.

-Hola. Hace mucho tiempo, lo sé.

-Verás, te he llamado porque hoy me ha pasado algo muy extraño, no te daré detalles, pero tú formas parte de ello. Quería decirte que siempre he estado enamorada de ti, que nunca te lo he dicho por miedo, que mis sueños no son completos si tú no estás y que me he dado cuenta de que no he amado a nadie como a ti.

Se quedó muy seria, mirándome fijamente, se levantó y agarrándome de la cara me dió el mejor beso que jamás hubiera imaginado. Nos fuimos de la mano, alquilamos una habitación en un pequeño hotel, y nos hicimos el amor como nunca lo habíamos hecho. Nos despertamos al mismo tiempo las dos, no hubo palabras, solo una enorme sonrisa.

Mi nombre es Rebeca, tengo 83 años, mi compañera, mi amada se llama Ashley, y tiene 81. La vida aunque no lo creas puede ser maravillosa. Seguimos enamoradas y felices. Dedicado a todos aquellos que piensan que el amor no existe.

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