LA TIENDA DE SEGUNDA MANO

LA TIENDA DE SEGUNDA MANO

Mike G. Duck

01/08/2022

Mi nombre es Jack Pendelton y soy aficionado a las tiendas de segunda mano. Iba camino de una, que estaba como a cuarenta y cinco minutos de donde me encontraba. Me gustan porque siempre puedes encontrar, si tienes suerte, algún chollo, una ganga y si no, pues puedes pasar un buen rato. No es que yo me dedique a esto, pero me alivia del estrés de mi verdadero trabajo, soy abogado en un buen bufete. Por cierto, tengo treinta y un años.

Ya casi estaba llegando a mi destino, un pueblecito de no más de tres mil habitantes llamado Albert Hill. Era el típico pueblo con una gran avenida principal con el conjunto de casas y comercios que se situaban a cada uno de los lados.

La noche empezaba a asomar, así que tenía que darme prisa, no me gustaba haber hecho aquel viaje para encontrar mi destino cerrado. Mi amigo Robert me había dicho que la tienda estaba al final de la avenida. Él la vio cuando fue a visitar a un cliente, y como conoce mis gustos me lo comentó.

Ya casi era de noche cuando aparqué delante del establecimiento. Me bajé del coche y lo primero en lo que me fijé fue en el cartel que colgaba de la fachada: Parker’s. Me acerqué a la puerta, no sin antes observar que la fachada parecía de estilo Victoriano, pero estoy especulando, no soy para nada un experto en arquitectura.

Llegué hasta la puerta, y de un lateral colgaba una pequeña cadena de eslabones que se unía a una campanilla de latón dorado. Tiré de ella y el tintineo fue de lo más agradable para mis oídos. Yo creía que nadie estaría en el local y que tendría que irme cuando se abrió la puerta y de ella apareció una señora bastante mayor. Tenía el pelo blanco, unos ojos negros pequeños, llevaba un collar de perlas y una sonrisa amable.

– ¿Puedo ayudarte? – Me preguntó –

– Buenas tardes, mi nombre es Jack, Jack Pendelton, soy coleccionista de objetos de cualquier tipo, y su tienda es perfecta para lo que busco. Sé que es un poco tarde, si está cerrado puedo volver otro día.

Ya me estaba viendo volver a casa cuando respondió.

-Yo soy la señora Parker, y por supuesto que puede pasar señor Pendelton, adelante.

Crucé el umbral de la puerta y a mi izquierda un gran mostrador antiguo presidía la estancia. Detrás un hombre tan antiguo como el mostrador.

-Él es el señor Parker- Me informó mi anfitriona –

Era un hombre enjuto, medio calvo, que me radiografió de arriba abajo. Me saludó levantando levemente la cabeza y respondí de la misma manera.

-Eche un vistazo señor Pendelton.

Le di las gracias y empecé a husmear. Estuve recorriendo las estanterías y la verdad es que no veía nada interesante. Algún pomo de puerta, algún marco de cuadro, pero poco más. Entonces la señora Parker se me acercó.

-¿No encuentra nada a su gusto, querido?

-La verdad es que no señora Parker.

-No se preocupe, quizás tenga algo que le interese. Debemos bajar al sótano. ¿Le parece?

Accedí. Salimos del local de la tienda. La señora abrió una puerta que daba a unas escaleras. Encendió una luz que iluminó levemente y me dijo:

–Usted primero.

Empecé a bajar las escaleras cuando la señora sacó de su bolsillo una jeringuilla hipodérmica y me la clavó en el cuello. Fue inmediato, me desmayé. Cuando recuperé el conocimiento, me di cuenta que estaba desnudo en lo que parecía una mesa de metal. No me podía mover, no podía hablar. Pero escuchaba y oía absolutamente todo. La señora Parker se cercioró que ya me había despertado.

-Mira señor Parker, ha vuelto.

El cabrón del viejo estaba empujando un carrito en el que observé que transportaba todo tipo de instrumental: sierras, escalpelos, tenazas… un puto horror. La señora Parker se me acercó y atusándome el pelo me dijo:

-Tranquilo señor Pendelton, usted ya sabe que esto es una tienda de segunda mano. Pues se acaba usted de convertir en un artículo más. – Me sonrió y continuó-

– Verá – Me espetó – Aprovecharemos de usted todo: pies, manos, ojos, órganos internos, todo menos los pulmones, es una pena que sea fumador.

Mientras el señor Parker me desmembraba e iba colocando mis órganos en neveras con hielo, la señora Parker subió a la tienda, se acercó a la puerta y, accionando un interruptor, en la fachada se iluminó un neón en el que se podía leer: TENEMOS EXISTENCIAS.

Nunca debí bajar a aquél sótano.

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