Cuestión de dominio

Después del largo día de trabajo que había tenido, me dispuse a darme una ducha con agua fría para limpiar cualquier residuo de lo que fue esa jornada. El agua fría recorría mi cuerpo, cerrando cada poro de mi piel y así, limpiando mis pensamientos. Luego de eso, me encerré en mi habitación para dormir, las sábanas suaves envolvieron mi cuerpo mientras mis gatos se acomodaban para acabar el día en mi regazo. Cerré los ojos y esperé lo mejor para mi descanso.

Pero la noche disponía algo más para mí, aunque me dormí, me desperté y el reloj marcando las 2 a.m. me hacía una invitación al desvelo aquella noche. La oscuridad envolvía por completo la soledad de las cuatro paredes en las que me encontraba e imágenes sin sentido pasaban por mi cabeza, prendí la lámpara que estaba en mi velador. Mis gatos ya no estaban a mí alrededor, pero dormían plácidamente a diferencia de mí. El frío se encargaba de meterme más en la cama mientras escuchaba el viento golpeaba mi ventana.

Mi mente conversaba sobre las cosas que teníamos que hacer en unas horas más, estaba ordenando lo que tenía pendiente por hacer buscando una excusa para cansarse y volver a mí preciado sueño. Mi conversación ansiosa conmigo misma se detuvo al escuchar pasos acercarse a mi habitación. Parece que no era la única a la cual el insomnio tocó su puerta.

-“¿Por qué estás despierta?” –Me preguntaste con tu suave voz frotando tus ojos por el sueño que tenías.

-“Desperté de la nada.” –Te respondí haciendo un gesto para que bajaras la voz y no despertaras a nuestro compañero que estaba en el cuarto de al lado.

-“Bueno, de todas formas me estaba invitando solo a tu cama y ahora que veo que estás despierta lo último que quiero hacer es dormir.” –Me dijiste mientras cerrabas la puerta y te acercabas como un ganador.

Me reí por tu imprudencia. –“Siempre haces lo mismo, pero me gusta, así que no importa.” –Te respondí haciendo un espacio en mi cama.

Te veías tan atractivo haciendo eso, jugando a escabullirte y a cortejarme buscando más que solo calor. Además, tu cabello desordenado combinaba muy bien con el bóxer ajustado que estabas usando. Me senté en la cama y te acurrucaste a mi lado mientras me preguntabas sobre lo que mi mente decía antes de que llegaras. Tus pecas se movían con cada gesto que hacías y tus ojos prestaban atención a lo que mi boca decía, como siempre, tu piel ardía a diferencia de la mí. Tus manos curiosas recorrían mis piernas.

-“¿Es normal que me excite escucharte hablar tan concentrada?” –Me preguntaste mirándome los labios. –“Podría escucharte por horas, pero no puedo contenerme por mucho tiempo. Tú sabes que eres mi debilidad.” –Volviste a mirarme a los ojos y tus dedos recorrían mis piernas camino a mi cadera.

No respondí a lo que me dijiste, porque ya sabía lo que pretendías. Te di una mirada cómplice que aseguraba un sí a todo lo que quisieras hacer. Te acercaste a mí, lento, como siempre, buscando mis labios. Tu mano tomó la parte posterior de mi cuello, lo que provocó que mi piel se erizara, me empujaste hacia tus labios que estaban completamente disponibles para los míos. Se sentían tan calientes, tan húmedos y tu respiración hacía el conjunto perfecto para que yo me dispusiera solo para ti. Tu otra mano apretaba mi cintura con fuerza asegurando las marcas para que yo notara que había estado contigo. Eso me calentaba más que cualquier cosa que pudieras hacer.

Tus besos se sentían desesperados por despojarme de cualquier prenda que llevara puesta, eran profundos, lentos y tu lengua conocía muy bien a la mía. Cada roce de mi cuerpo con el tuyo significaba más que cualquier cosa en ese momento. Las yemas de tus dedos rozaban mi cuello bajando hacía mi pecho, lo hacían de manera tan suave que el mínimo toque más explícito lo sentía en todas partes. Me estaba desesperando, estaba tan mojada que lo único que quería es que me hicieras tuya, pero te gustaba jugar conmigo.

Tus labios bajaron por mi cuello, sentía tu respiración profunda en mi piel, succionaste gentilmente ese lugar, porque sabías que me gustaba. Te subiste encima de mí, abriste cada botón de mi pijama. Me miraste desde tu posición disfrutando lo que veías y apagaste la luz de mi velador.

-“Hoy, solo vas a sentirme y escucharme.” –Dijiste imponiendo tu rol.

Antes de que pudiera responder tapaste mi boca con tu mano. –“No dirás nada a menos que yo lo quiera.” –Asentí con la cabeza acatando las órdenes que me estabas dando.

Introdujiste tu pulgar en mi boca presionando mi lengua, lo pasaste por mis labios, bajando por mi mentón y mi cuello, llegando a mis senos completamente descubiertos. Me volviste a besar, tu mano trataba con total atención mi busto y tu boca me quitaba el aliento escuchando mis plegarias. Bajaste tu mano para abrir mis piernas acomodándote mejor, te pusiste de rodillas ante mí y me sacaste el calzón que traía puesto. Lo arrojaste fuera de la cama, te sacaste la camiseta que tenías apartándola a un lado, me agarraste con fuerza de las caderas y me pegaste hacía a ti. Sentía tu erección en mi vulva y lo único que deseaba era tenerla dentro de mí.

Te volviste a alejar abriendo completamente mis piernas mientras me besabas el interior de los muslos, los mordías levemente provocándome, te acercabas cada vez más y yo, ya estaba acelerándome más, tocaste mi clítoris con uno de tus dedos, lo que me hizo soltar un gemido y metiste un dedo en mi vagina.

-“Estás muy húmeda.” –Dijiste con un tono que hizo que me humedeciera más.

Pasaste tu lengua de arriba hacia abajo por mi clítoris de manera continua haciendo que mi respiración soltara pequeños quejidos. Eras tan bueno en eso, que mis manos buscaban a las tuyas para que me siguieras tocando por completo. Tu lengua pasaba una y otra vez, lo que me hizo gemir, te afirmé tu cabello con mis manos y así aseguré que siguieras dándome sexo oral. No quería que pararas y tus manos tocaban mis pechos haciendo que estuviera a punto de tener un orgasmo. Saliste de ahí buscando aliento, introdujiste tres dedos en mi vagina haciendo que mis gemidos no pararan.

-“Me gusta tanto cuando estás así.” –Dijiste y me volviste a tapar la boca para que no soltara más quejidos, pero era imposible. Te acercaste a mi oído. –“¿Quieres que te la meta, verdad?” –Lo susurraste con un tono grave y yo solo asentí a lo que me estabas preguntando.

-“Bueno, si quieres que lo haga, vas a tener que suplicarme.” –Te alejaste de mi oreja y sacaste tu mano de mi boca, me diste un beso mordiendo mi labio. –“Dímelo.” –Y aceraste el movimiento de tu mano allá abajo.

-“Por favor… métemela.” –Te dije entre gemidos.

-“¿Cómo? No te escuché preciosa.” –Me respondiste en un tono dominante pero sarcástico.

-“Te lo suplico, por favor, métemela.” –Te lo volví a pedir mientras me mordía el labio.

-“Así me gusta.” –Me respondiste mientras me besabas.

Cada beso que te daba delataba que yo era capaz de hacer lo que me pidieras, cada gemido respondía a la desesperación de querer tenerte dentro de mí. Me encantaba sentirme completamente tuya. Te bajaste los bóxers, tomaste tu pene y acariciaste mi clítoris con su punta. Solo metiste la mitad de él y empezaste a moverte lento. Escuchaba tus gemidos que aguantaban tus ganas de soltarte por completo, pero te gustaba más sentir que tenías poder sobre mí.

Me mordiste el hombro izquierdo, tus gemidos se escuchaban más fuertes y yo, ya me había entregado por completo[1]. Te dejaste llevar y me penetraste por completo, tus manos afirmaban mi cadera para no detenerte, tus movimientos pélvicos tenían el ritmo perfecto para mantenerme entretenida, me hacían sentirte completo. Sentía tu pene palpitante dentro de mí, se sentía tan bien, que no quería que se acabara jamás. Mis gemidos cada vez eran más fuertes y tú, te movías más rápido, lo que me estaba dejando sin aliento. Bajaste la velocidad, tomaste mis muñecas con una de tus manos y las pusiste sobre mi cabeza. Tu mano por mi brazo, apretaste mi mentón y me giraste hacía ti.

-“Dime que eres mía.” –Me pediste mientras seguías afirmando mi rostro.

-“Soy tuya.” –Te respondí.

-¿En serio? ¿Completamente mía?” –Me preguntaste y aumentaste la velocidad con la que me estabas penetrando.

-“Soy… completamente tuya.” –Respondí aguantándome los gemidos.

-“Me calienta tanto ser tu dueño.”[2]
–Me dijiste gimiendo.

A mí me excitaba cada vez que me decía que yo era de él. Podía estar toda mi vida en esta situación si se trataba de él. Agárrame, apriétame, muérdeme, era todo en lo que podía pensar. Sentía su pene tan duro dentro de mí, cada vez que entraba y salía me sentía renovada, quería que supiera que yo no necesitaba más que esto. Me sentía en un pick, escuchaba su respiración en mi oído, sus gemidos que me hacían temblar, su piel hirviendo y el sudor que bañaba nuestra piel. Quería que se quedara para siempre así, sentía que iba a explotar. No aguantaba más, metiste tu dedo en mi boca. Yo sabía lo que significaba. Moví mis caderas de arriba hacia abajo para acompañarte, sentía tanto éxtasis, solo salía calor de mi cuerpo. Bajaste tu dedo, húmedo, hasta mi clítoris para tocarlo mientras me la metías una y otra vez, mi cuerpo ya se movía por inercia junto al tuyo entregándose completamente a lo que el otro quisiera.

-“¡Aahh!” –Gemiste fuerte. –“Muévete más rápido, por favor. Muévete más rápido.” –Me imploraste mientras agarrabas mis caderas. Yo hice lo que me pediste. –“Así, así. No pares.” –Me apretaste más fuerte.

Tus movimientos, también, eran más rápidos, no podía parar de gemir, te sostenía de la espalda con fuerza.

-“Muérdeme despacito el cuello, te lo suplico.” –Te pedí entre gemidos, porque ya estaba por tener un orgasmo. Me mordiste suave, lento y como a mí me gustaba, me encantaba tener marcas tuyas por todo mi cuerpo.

-“Ya no aguanto.” –Me dijiste entre gemidos. –“¡ Aaah!” –Gemiste más fuerte aún. –“Qué maravilloso es hacer esto contigo.” –Te empezaste a mover tan rápido que se escuchaba el sonido del colchón al moverse. Yo sentía como toda la sangre empezaba a recorrer mi cuerpo, sentía una explosión de dopamina, era un volcán a punto de estallar.

Y así fue, solté el gemido más profundo del mundo mientras te decía lo bien que se sentía todo lo que tú hacías, el sonido de tu voz, tu respiración agitada, tú dentro de mí, todo era perfecto en ese minuto. Seguiste moviéndote en el mismo ritmo, pero ahora todo se sentía más sensible, más rico, más profundo, lo único que quería escuchar ahora era a ti cantando un orgasmo. Tu cuerpo se empezó a sentir más tenso sobre el mío, te sentía tan duro, sentía como estabas a punto de llegar, me moví como a ti te gustaba solo para escucharte gemir una y otra vez.

–“¡Aaaah!” –Gemiste, pero ese era el ganador. Y yo, ya había obtenido mi recompensa completa. No podía explicar lo mucho que me ponía simplemente verle.

Caíste rendido a mi lado, me abrazaste y me besaste la mejilla. Eres la persona más dulce cuando terminábamos de tener sexo. Te volviste a acurrucar a mi lado, me pasaste la punta de tu nariz por mi brazo, mientras me dabas pequeños besos.

-“Yo estoy mucho más que enamorado de ti.”–Me dijiste.

Etiquetas: breve erótico romance

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS