Pero lo que de verdad quedó escrito fue lo siguiente. Porque el dolor, como el aceite en un vaso seco recién llenado, es siempre lo que sale a flote cuando nadie observa. Y ese día, al desprenderse de la ironía como del abrigo, su luz gris no llamó la atención a nadie.

De Toulouse Matabiau al demonio que te quiera, 9 de abril del 2022

Me siento como una estúpida los dientes entreabiertos, queriendo tragar la parte blanca, seca y amarga de la naranja. Bailará en mi boca hasta que se me pasen los escalofríos en la espalda, se abran de nuevo mis pulmones y se me pasen las ganas de cagar. Apenas he dejado que pronuncies tus razones para “creo que debemos darnos tiempo”. Dos trazos de sal en mis mejillas y es curioso, debería haber olido eso el otro día. Igual que el mar guardas tus corrientes escondidas: cuando te comportas raro es porque has encontrado la forma de poner las palabras una delante de la otra. Casi, sabiéndome cruel, prefiero que no lo hagas. Tratar de silenciar tu exposición de sentimientos no me representa, aunque eso me importa más bien poco. Eres como el recién nacido que trata de poner un pie y luego el otro y después de unos intentos se acomoda en su pañal recién manchado del esfuerzo. Puede que antes de juzgarte debiera escuchar los motivos por los que te has convencido de que necesitas esa pausa, si al menos pudieras explicarlos. Lamentablemente, no, eres la canción de la Oreja de Van Gogh: “excusas que ni tú entendías”. Es ilusorio pensar que los vínculos se cortan, esta tarde odio haber sido algo más que una amistad de verano y arriesgar al medias tintas. ¿Existen amistades en tu vida que no abandonarás en el andén? Me siento atravesada por uno de esos hilos con los que dividen la arcilla. No quiero renunciar a tu amistad y, sin embargo, mi hastío por tu amor me daría el coraje de no seguir buscándote. Pero la amistad obliga, mi cariño obliga, mi amor por ti necesita respetar que haces lo que has de para cuidarte bien.

Yo, pidiéndote que hables

Mejor ya te escribiré más tarde, o nunca, porque ahora lo único que sabría decirte es que sí, que mejor nos damos un tiempo antes de acabar del todo. Porque alguien que escribe cartas y te retrata con el corazón no merece —no merezco — tu economía emocional. A innumerables estaciones de tren es fácil mantener esa distancia afectiva que tan bien se te da incluso si duermes en mi cama. De qué querías zafarte, ¿de mi llanto?, ¿de no saber encontrar el momento de soltar el aire? Consigues que me asquee a mí misma por mostrarme. Como siempre, vuelves a jugar con mis cartas en la mano y yo sin que hayas abierto tu partida.

Me apetecía mucho esa fruta cortada con un buen queso francés y ni siquiera te has arriesgado a exponerte a mi estómago cerrado por tristeza. A la vez, no puedo mandarte estas páginas porque sería menospreciar tus modos de gestionar, expresar y encontrar vías de emociones que han sido válidas para ti. Sacándole el jugo que no me voy a beber, ya que no has querido dar motivos, puedo pensar que no te has esforzado en ello por no desfallecer, no cambiar de opinión como cada vez que me encuentras. ¿Cuánto llevas sopesando estas palabras? Midiendo ese cóctel de racionalidad bien expuesta, cuidado del otro derivado de tu declinación médica, envueltos en una cápsula de desdramatización para que, escuchado desde fuera, parezca que no duele. Sí, démonos un tiempo porque si no llevara una década queriéndote y aprendiendo a conocerte, con ese gesto tan de bata blanca paliativa, me hubieras convencido de que ni siquiera llegué a rozarte de un rasguño el corazón.

¿Cuánto más vas a seguir tratando sentimientos y vínculos afectivos como si fueran las cartas soltadas por un crupier encima de la mesa? Si la respuesta es siempre, deseo estallar en mil pedazos, volverlos a pegar de nuevo y nunca más permitirte contemplar esa cerámica. Siempre son tentativas, tú escondiendo qué sientes y yo hallando la forma de escucharte. ¿Sabes esos niños que flotaban abrazados en las olas? Pues nunca imaginé que se romperían el uno al otro arrojándose a los pulpos. Me da mucha rabia estar errada y que no existan las almas gemelas. Me da mucha rabia no ser el mar y las nubes, que no sea sencillo entre tú y yo. No sé si rabia o pena, pero, lloro queriendo gritar. Pensé que si esto sucedía nunca sangraría, he cantado demasiado sobre que no se puede romper aquello que ya lo está.

Me late el corazón y se me pega la epiglotis en una especie de frío calor. “Creo que deberíamos darnos un tiempo”, seguido de no nos influimos positivamente y cada uno debe resolver un futuro por su cuenta. No seré yo quien se interponga ante el azar. Esperaré pacientemente a que se dé ese viaje en el que reencontrarnos. Puede que de eso se trate la hermandad de las almas, pedir vacaciones y saber que no hay drama. Aunque, pasados tantos meses de mi vida, no seas tú el que espera mi llegada ansiosa en la estación. Me quedará siempre la duda: ¿en qué te influyo yo?

No leerás lo escrito, ya que lo llenarías de la perspectiva de estudio clínico que tanto empobrece últimamente nuestro afecto. También, te ahorraré mi enfado por la economía sentimental a la que apesta tu voz. Sí, creo que necesitamos esta pausa de la misma manera que estoy convencida de que nuestro vínculo no merezca tan poco. Sin embargo, a pesar de lo rentable que hayas podido convertir esa no conversación, yo también quiero que estés bien.

Recuerdo cuando mencionaste la primera acepción de pasión, “¿sabías que significa padecer?”. En tus silencios ronronea ese sentir: pena, miedo a estar equivocándote, dudas sobre si te faltará mi persona, deseos de no dolerme, que me quieres, esa pasión con la que no quieres lidiar. En tu risa nerviosa se percibe la mirada que se aparta del terror. Un viejo amigo cita siempre que la belleza es aquello en lo que los sentidos se aquietan. Contrapuestos tú y yo al terror, esas risas luchan por alejarse de tu gesto. Confieso: mis oídos desearían no haber entendido esos ademanes que demuestran que la ética del cuidado es la armadura más eficaz para no mostrarse. No te juzgo, lejos de lo que podrías sospechar, fuera de nuestra relación, me condecoro como experta. Contigo no supe cómo.

Mi respuesta es sí, claro, dejemos de hablarnos un tiempo, echémonos o no de menos un rato, cuidémonos de nuestros futuros todo el tiempo. Lo queramos o no, el destino dirá el resto. No puedo engañarte, y a mí tampoco, contaré los meses, los días y las horas hasta que desees volver a concederme tu palabra. Como ves, mi respuesta serían demasiadas palabras, más preguntas de las que quieres responder y más emociones incomprensibles en tu corazón de niño. Así que trataré un segundo intento de mensaje:

(A esperar una semanita, mientras, puedes compartirlo con quien quieras mandar a la porra)

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Etiquetas: cartas odisea romance tren

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