Despertamos en la Recoleta, abrí los ojos antes de que sonara mi despertador y la luz verdosa seguía desenfocada frente a mis ojos, mi aliento aún sabía a ese trasnochado trapiche. Nuestra primera noche en Buenos Aires.

Me levanté de la litera con los pies pesados, la boca seca y con muchas cosas por pensar para ese día. Sabía que ese día tenía que resolver varias situaciones. La primera era asistir al festival de creatividad por el cual estábamos en Argentina, después tratar de palomear las actividades que previamente había anotado en una lista, cosa que normalmente no hago. Eso de ser ordenado solo se me da en los viajes, cuando se que me queda poco tiempo para hacer las cosas, las escribo en el orden que deben ser resueltas las subrayo, descarto, reordeno y al final sobre los mismos rayones la reescribo remarcando más de tres veces para que pueda interpretar la lista de deberes en el momento en que lo requiera y sí, sí dejo un recuadro que espera por el garabato que será testigo de haber completado la tarea.

Siempre me he preguntado qué pasaría si hiciera eso en mi vida diaria, probablemente esa estructura me ayudaría a terminar mejor las cosas o de menos terminarlas pero también me asalta el pensamiento de sabre que si estructuro mi vida contra un calendario, cuando palomee las cosas ya no me quedará más nada por hacer. En otras palabras que se acabe la magia de sentirse vivo.

-Plano medio. Interior. Luz de día-

 Mi cuerpo, que siempre veré raro frente al espejo, espera a que me arregle el cabello, que me lo peine con una liga a media cola tratando de desenredar los rulos con los dedos, casi siempre lo traigo enredado. Doy la vuelta y estás tú, ahí en esa cama superior de la litera, ni un sonido. Recorro con la mirada tu cuerpo y pareces inerte, se me antoja tomarte una foto, naturaleza muerta diré en mi mente y de mi Lomo Kompakt Automat saldrá un discreto ¡clic! en esa foto la luz verdosa completará la atmósfera. Sigo mi recorrido de tu cuerpo tras el lente y descubro dos pares de pies, «no mames» pienso y me rio. En esa cama silenciosa yacen dos cuerpos: el de mi mejor amigo y el de la alemana que recién llegó ayer, abogada, 3 años mayor y que al escuchar tus notas y lamentos de esa noche se enamoró perdidamente de ti, hoy mas tarde te dirá que ella puede registrar tus canciones y contactarte con gente que le puede gustar tu música. En la cena, porque cenaremos con ella en Palermo, te dirá que en Alemania podrían valorar mucho tu estilo y tú incrédulo solo le dirás que sí. Al fin, cuando se acabe el viaje cada quien tomará de nuevo su camino.

Volteo a ver el reloj, aún hay tiempo. Para no despertarte te dejaré una nota en la puerta del cuarto: «Museo Malba 2 de la tarde» y saldré del cuarto para recorrer las escaleras en caracol que me llevarán 2 pisos abajo a la entrada de una casona vieja que ahora está dividida en cuartos con camas y muchas almas jóvenes en busca de contar una experiencia de regreso a casa. Salgo del «Hostal de Pablo» y mi guía es el obelisco. Mientras camino me encuentro con un vendedor callejero con globos terráqueos, se le ve cansado, mira su mundo que lleva en la mano como deseando hacer un viaje inmediato a cualquier otra parte y comenzar de nuevo.


Llego al ostentoso centro de convenciones donde se dan las pláticas del festival de publicidad «más interesante de latinoamérica» y no, no me sorprenden. Mientras publicistas se soban el ego entre ellos y otros buscan la oportunidad de colocar el book en otra agencia, las paredes del Malba con opulentes fotos de LaChappelle me cantan como sirenas y caigo en sus encantos. Mientras camino, porque no pienso tomar ni un solo transporte ya que viajo corto de dinero y pateo las calles de esta ciudad, pienso en el pasado y en el futuro. El presente pasa como el aire en Puerto Madero, ligero y frío sin más. Pero el pasado, que se quiere convertir en futuro, corta el aire y entume las manos tratando de convertirse en un «para toda la vida». Me abruma. 

De alguna manera mi camino me lleva todo derecho hasta las puertas del famoso cementerio donde Eva Perón tiene su lápida, entro, hago unas cuantas fotos en un rollo asa 400 pero las tomo forzadas para crear un efecto más contrastante. Algunas las tomo en bulbo y varios gatos salen a saludar. Eva Perón, clic, foto obligada que me delata como turista y sigo de regreso a mi camino, a estas alturas pienso en mi amigo, se que no va a llegar al museo, no le gusta el arte o no le gusta la institución que decide qué se cuelga en las paredes y qué no. Como músico independiente y con mucho potencial reniega de ese tipo de cosas y no le ve el caso a pararse frente a una foto de metro y medio para simplemente observarla.

Sigo caminando a mi velocidad, constante, como canica que avanza por la inercia de un golpe ligero pero constante y al voltear a la izquierda veo un gran árbol que genera una majestuosa sombra ideal para sentarse a leer un libro, yo solo me detengo un poco para hurgar en las bolsas de mi saco y tocar con la punta de mis dedos aquella foto 4×6 tomada en vertical y la saco, la miro y vuelvo a pensar en el pasado. Veo por medio de «jump cuts» en mi mente todas las escenas de ese pasado: lo bueno, lo malo, lo peor y miro más fijamente la foto y pienso ahora en el futuro, me hago ideas, reviso las opciones aprieto la foto a mi pecho y no veo nada que no pueda ser gratificante. Guardo de nuevo la imagen que me acompaña desde que salí de México y me acompañará de regreso y mucho tiempo más. 

Por fin llego al origen del canto de las sirenas, mi instinto sabe que recorreré el museo solo (de alguna forma yo lo quería así). Al salir no dejo de pensar en el daño que la publicidad le ha hecho al arte, el plagio visual, de idea. El descaro de decir «hagamos unas fotos como …» y me da un poco de asco el ser parte del problema pero por el otro lado me alegro de quienes han logrado respetar al artista y sin caer en el «look a like» han buscado la oportunidad de colaborar, bueno seamos sinceros, de colgarse del artista pero sin plagiarlo.

Mis pies andan y caminan rumbo a Soho, la noche cae lentamente y yo soy un espía, un espectador. Antes de llegar a mi destino donde cenaré con ellos, los nuevos amantes, me encuentro frente a una iglesia, la boda está por terminar y están tomando las fotos con los invitados, me siento en una banca frente al atrio y mi mano sin pedirle apoyo al ojo suelta disparos: clic, clic, clic disparando desde la cadera para no interrumpir a mis ojos que terminan de cerrar la idea del futuro.

Me quedo un poco más tratando que escuchar las voces de los ángeles, algún consejo. Nada. Sigo mi destino, la hora pactada desde la noche anterior se acerca. Estoy seguro que él sí llegará a esta cita, unos tragos no se los niega a nadie.

Nos saludamos, viene con la alemana que unos meses después me enviara fotos de esa noche y de la tarde siguiente en los bazares donde bebimos vino tinto, vimos marionetas y encontramos a Wally. Cenamos una pizza de jamón con aceitunas, nunca he probado una igual, platicamos un buen rato, hablaron de Alemania, de su música y de lo bien podrían pasarlo y a cada trago mi mano en el bolsillo acariciaba el papel fotográfico, mis dedos fácilmente reconocían el lado impreso y hasta por las arrugas sabía si la fotografía estaba derecha. Bebimos mucho Jack Daniels y regresamos al hostal caminando. Me despedí de ellos en la puerta del cuarto, ellos necesitaban entrar a hacerse el amor. Me quede en el patio, dibujando, anotando garabatos de los lugares que visité, haciendo un nuevo itinerario para el siguiente día y soñando en el futuro me despertó tu recuerdo, mi futuro.



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