“El click” lo llama mi mejor amiga. “Voz onomatopéyica con que se imita o se reproduce cierto sonido, como el que se produce al pulsar un interruptor o un botón” lo llama el diccionario de Google.

Yo prefiero seguir pensándolo de esa forma, que no es dolorosa y me recuerda al sonido que hace mi cámar cuando saco fotos de las cosas que me gustan.

“El click” al que se refiere esa personita tan especial para mí, es uno que me pide hacer desde que comencé a inundar su chat con lágrimas que hoy siguen corriendo. Cuando, por primera vez, me subí a esta calesita sin freno, a vivir una y otra vez la misma situación, con distinto nombre, espacio y tiempo. Pero la misma, en cuestión.

Un círculo vicioso del que soy presa, un problema, una respuesta que duele, una discusión, un perdón cosido a una promesa de cambio que en realidad significa “No voy a cambiar pero vos tampoco me vas a dejar”.

A veces quisiera bajarme del caballo y correr hacia el piso, incluso si eso significa rasparme las rodillas como cuando era chiquita y me subía sin permiso a los árboles de mi pueblo. No me importaría llorar de una sola vez y para siempre, cuando mi mamá me ponga alcohol y me acune al ritmo de “Sana sana”.

Pero no puedo. Y la calesita sigue girando al ritmo del payaso plim plim. Que por cierto, qué odiosa canción.

No puedo bajarme de este carrusel infinito porque temo del que hay más allá. No es que no quiera hacer “click” en mi cabeza y empezar a notar todo lo que está mal en mi relación. Cada tanto quiero decirle a Sofi que ya hice click, que sé a qué se refiere, que veo todo lo que ella ve y me repite a diario cuando la llamo hecha una bola de estambre arañada. Quiero decirle, y aquí es cuando empiezo a quebrar, que no soy tonta. Que veo las banderitas rojas por todos lados, que sé cuando las promesas son falsas y cuando las caricias son por conveniencia. Qué sé identificar la manipulación para el sexo, que sé escuchar cuando se burla de mí por lo bajo, que me hago la que no escucho cuando reinicia la sarta de chistes hirientes que me hace y que ya pedí mil veces que no repita. Quiero gritar cuando veo en los tik toks a las chicas grabando videos con las cosas que tuvieron que hacer para llamar a sus hombres “suyos”. Quiero salirme de mi cuerpo y pegarme una cachetada fuerte para después abrazarme y pedirme, rogarme que reaccione.

Quiero, veo, siento, vivo, me duelen las cosas.

Pero no me puedo bajar.

O no quiero, no lo sé.

No sé a qué le temo porque no sé que hay más allá. O quizás sí lo sepa y me da miedo no merecerlo. O me da pereza esforzarme para obtenerlo. O me da impaciencia el tiempo que tarde en curar mis rodillas raspadas. O tengo vergüenza de que mi mamá tenga que volver a socorrerme y cantarme nanas para que vuelva a respirar.

Así que sí, a veces quisiera decirle que ya hice el click que ella me pide que haga.

“No sé cuando vas a hacer “click” en tu cabeza y te vas a dar cuenta de todo lo que te mereces y lo que te estás perdiendo por estar con una persona así” me repite.

A veces el click ya está hecho, sólo que no queremos notarlo, le respondo.

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