El tiempo, para algunos es sempiterno y para otros un momento. Muchos dan a entender que ver el tiempo como algo sempiterno es verlo con positividad y al contrario, como momentos, con pesimismo.

 Nuestro tiempo tiene un valor y sus condiciones, sí, está condicionado, en el hecho de cómo se invierta. El posponer quita importancia, urgencia, porque se considera que hay tiempo para hacerlo, la realidad es que el tiempo que pasó, se perdió, si no fue aprovechado. La eternidad es un concepto utópico e idílico, la esperanza de tener todo el tiempo del mundo; tenemos la idea de tener el dominio de cómo hacer uso de él pero la realidad es que, la seguridad de que así sea, de forma parcial o total, dependerá de factores externos (nuestro alrededor) e internos (nuestra percepción). Uno evalúa la meritocracia del momento, teniendo en cuenta que las prioridades no son iguales para todos, cómo tampoco la forma en que se tomen los efectos de los factores mencionados.

Las prioridades se basan en nuestra personalidad y persona en sí misma; hay personas que dicen que de la forma en que aprovechamos nuestro tiempo habla de nosotros, pudiéndose interpretar que están haciendo referencia a lo anteriormente mencionado, es decir la personalidad y la persona. Distingo una de la otra, porque la personalidad es una condición social, y la persona es quienes somos en su totalidad, como un ser conformado por un cuerpo que tiene sus detalles extrínsecos e intrínsecos y que lo distingue entre muchos; una está totalmente relacionada con la otra, por los valores base de nuestra crianza, nuestras experiencias, y por tanto nuestra moral y ética, que así también se ven sometidas a una variedad de perspectivas que generan diversas percepciones, que lo identifican, desde la vista de ojos ajenos y propios también, a partir de ello como consecuencia surge la conformación de todo el ser, y a su vez, cómo diferenciamos lo importante de urgente, qué vale y qué no, mucho o poco, eterno o efímero; nuestra percepción hace la diferencia. 

El miedo a perder tiempo, a considerar que su pérdida sea una catapulta que dispara una piedra gigante en un futuro, claro que es una posibilidad, como así también vivir con la idea de que todo se podría acabar en instantes. Todo tiene una consecuencia, toda decisión la tiene, y nuestras decisiones son las que nos llevan a diferentes caminos, mientras se considera si uno es capaz de hacerse cargo de lo que resulte. 

Decisiones, uno tiene la opción de decir que no tiene tiempo para determinadas cosas, pero cuán errada estaría si digo que en ese caso, en realidad uno no quiere hacerse de él. Podemos hacernos de tiempos para aquello que nos importa, o deshacernos para eso que elegimos suspender y posponer. Muchos realmente no tienen tiempo en su agenda, para todo lo que quisieran hacer, por sus obligaciones, compromisos, responsabilidades, etc.; pero como dije, decisión, puede optar por buscar un espacio para hacerlo o dejarlo como está.

 Nuestro tiempo, lo distribuimos y vivimos poniendo todo sobre los platillos de una balanza, porque están ahí, en ese movimiento basculante nuestros valores, deseos, ganas, voluntad, etc., en ese análisis de qué vale más, si le damos el lugar o no. Cuántas veces entre todo eso que balanceamos estamos nosotros mismos como algo de menor o mayor peso, dónde juega el autoestima, el ego, el orgullo, el rencor, la paciencia, el amor, todo lo que somos, decimos ser, nuestros ideales y transformaciones. 

El miedo al tiempo nos hace correr tras de él con vista al futuro, dejando olvidado, o como una obviedad, el aquí y ahora. Querer cumplir con lo o los demás hace que nuestro tiempo sea de ellos y no nuestro, por una decisión tomada de forma conciente o no, sana o no. El hecho de perder posibilidades nos hace correr, hacer cosas para no salir perdiendo o, al contrario, para desligarse, aprovechar situaciones; o por miedo a experiencias del pasado, que a veces nos hace desligarnos de eso que nos da mucho miedo, algo nuevo y distinto; y elegimos quedarnos con aquello que podemos dominar, conocido y en teoría seguro; o como un desafío, para probarnos de que somos capaces de hacer, soportar y de vivir. Los pasados, intervienen en este temor, pero aún así, de los resultados que se obtienen de ellos, somos nosotros quienes elegimos su utilidad, si lo consideramos como una excusa para justificarnos en todo lo que hacemos o no; o condena para los días siguientes, sin ver los detalles que diferencian del pasado al presente; o tomarlos como experiencias, y dar oportunidades a las diversidades que aparezcan.

El tiempo, transcurre hacia lo desconocido, el pasado ya lo conocemos, nos hizo quienes somos, y el futuro dirá; pero depende, en parte, también de nosotros, nos da oportunidades diarias para disfrutar de todo lo que amamos y deshacernos de aquello que no necesitamos, mas son nuestras elecciones las que hacen la diferencia de ganar o perder mientras giran las agujas de un reloj.

La búsqueda del equilibrio de nuestra balanza temporal, podría ser una opción para saber darle el valor propio a todo, para poder sacarle provecho a nuestro tiempo, y por tanto a nuestra vida. De igual forma, si se pierde el miedo a él, para que en su lugar, se pueda disfrutar el presente y los procesos que conllevan los caminos al futuro que buscamos.

El ayer fue un presente, el presente fue el futuro del ayer y el futuro es el hoy de mañana…

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