– Distante –
[Aquello] me hizo preguntarme, ¿por qué los buenos momentos son los que menos duran? Supongo que cuando son constantes se vuelven rutinarios, y luego aburridos. Es mejor experimentar diferentes cosas y ganar nuevas hazañas. También es cierto que llega una edad en la que se busca algún tipo de estabilidad. Y yo nunca me sentí más viejo que a los veintidós…
[Su nombre] se había vuelto distante, al menos en mis conversaciones, aunque nunca en mis pensamientos. Sin embargo, ya no era sano vivir con su imagen, pues me encontraba estancado en el ayer, mientras ella, posiblemente me recordaba con afecto mientras continuaba su vida. No la culpaba. Después de todo, yo estuve de acuerdo en todo lo que ella quiso hacer, incluyendo partir y alejarse de mí. Pero sucede que cuando alguien se va, me da la sensación de que no volverá jamás.
– Segundo Plano –
—Sería perfecto decirte que esta vez no te dejaré ir ¿cierto? —me atreví a decir—. Sería perfecto porque por fin estamos juntos, y por fin puedo arriesgarme un poco más que antes. Tampoco tengo que regresar y seguir con mis estudios. Eso ya quedó en el pasado. Siento que tú crees que vine aquí en busca de una explicación, y puede que sea cierto, pero también he venido a escucharte. No puedo decir algo tan egoísta como no te dejaré ir esta vez, pues no sé nada acerca de tus planes.
– Por la noche –
Él era un ser imperfecto como todos, aunque con un corazón inigualable. A veces, sus maneras de ver el mundo se complementaban, pero en otras ocasiones chocaban, ocasionando así, peleas entre ambos (aunque de muy poca duración). Ella había aprendido mucho de él. Era curioso, creía ella, como él le enseñaba a no darse por vencida; a no sentirse derrotada sin antes haberlo intentado y, al mismo tiempo, él se negaba a seguir sus propios consejos. A él, creía ella, le hacía falta perdonar sus errores del pasado. Todavía habían cosas que quería saber sobre él, sobre su padre, sus vicios, su vida antes de ella. No quería presionarlo ni nada por el estilo, y bien sabía que si le preguntaba algo, él respondería sin problema, pues entre ellos había confianza. Tenían suerte de haberse encontrado. En eso estaba pensando ella aquella noche. Y acarició su mejilla, sacándolo por fin de sus cavilaciones.
– Silencio –
Ser callada, pensaba ella, era tan malo como aquella vez en la que una significante cantidad de hollín había caído dentro de su vaso de leche sin que nadie lo notara. Todos estaban ocupados hablando de política, o quizás de religión. La fogata distorsionaba las sombras de los allí presentes. Decidió que un poco de hollín no era razón suficiente para distraer a los demás, pues creía que si la única afectada era ella o, en este caso, su vaso de leche, entonces no era necesario llamar la atención. Y aquella noche bebió la ennegrecida leche, ignorando las partículas obscuras que ya se habían disuelto en su interior.
– Amar –
Su forma de amar, pensaba él, era sincera aunque altruista, algo que no podía simplemente realizar tomando en cuenta su propio bienestar. Amaba a su novia, amaba a su hija. Extrañaba su independencia. Y en su hermana pudo ver su misma confusión; aquella que lo caracterizó por años antes de que por fin se decidiera a coger al toro por los cuernos y enfrentar los hechos del día a día.
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