Silueta y Sombra

Por. Karol Bolaños

Penumbra esperaba a Silueta para que cumpliese con una de sus múltiples tareas, un rincón oscuro y alejado era el punto de encuentro. 

La luz era tenue y reflejaba en la distancia a Sombra.

Esta última, siempre solitaria, curiosa y agitada como los vientos de agosto. 

Quería saber lo que sucedía en aquel encuentro misterioso, pretendía armar las fichas del rompecabezas, ajustar sus conocimientos y penetrar en la proximidad.

Silueta siempre protegida por sus ancestros, por su poder eminentemente femenino y por la fuerza de su talante; ella se permitía recorrer las calles oscuras con algo de seguridad hasta su aposento temporal. 

Sin embargo, no estaba sola, tras sus pasos, dos entes misteriosos la cubrían con su manto, la protegían y la llevaban hasta su resguardo.

El olor a pino salvaje había empezado a desaparecer tras la esencia de lavanda utilizada para la limpieza del lugar. 

El sitio estaba solitario, perfecto para respirar hondo y reposar.

Posterior a su llegada, Silueta preparaba su último encuentro, el último trabajo del día. Al terminar y tenerlo todo listo. 

Sin dar espera, la puerta sonaba suavemente, como si un código permaneciera en el viento para abrir el pecho hacía la fragilidad de la confianza. 

El toc, toc, toc se pronunciaba seco y sin emoción, con la frialdad del hacer por hacer.

La sensación de que sus pasos hubiesen sido contados, seguidos y encontrados; le penetraba tan profundo que, sentía salir del pecho su corazón; en el fondo tenía miedo de que su soledad y tranquilidad fuese invadida por el deseo de quién ella no deseaba.

Silueta se acercaba con valentía hacía la puerta, con sutileza olvidaba la preocupación por el sonido y miraba por una pequeña rediga la llegada de su último compromiso. 

Respiraba, descansaba y dejaba reposar su angustia porque al fin terminaba su labor sin irrupción.

Al abrir la puerta, se encontraban Silueta y Sombra, la una real y la otra efímera, la una firme ante la luz y la oscuridad, la otra invisible e imperceptible ante la ausencia de luz. 

Un saludo efímero, algunos apuntes sobre ciencias superfluas, el agotar de la arena en el reloj, los intercambios esperados y la división del camino tras la partida.

Sombra reflejaba lo oscuro de su refugio tras dejar en un final frío aquel encuentro.

Sombra se iba, Silueta iba a cerrar la puerta como nunca y para siempre.

Ahí mismo, lograron encontrarse por un instante, se rozaron, el tiempo logró congelarse, la luz desapareció entre el aire y el espacio los unió.

La magia se había apoderado del momento, la Sombra se había convertido en una forma, casi similar a Silueta.

Sombra tomaba entre sus brazos a Silueta, la devoraba con sus besos profundos y ansiosos, la acariciaba y la silenciaba. 

Silueta estaba sin fuerzas, deseos y ansias. Se fundía en aquella escena poderosa, su cuerpo era alma y su alma era cuerpo, dejaba que el viento susurrara al oído, que los besos mojaran su boca y su cuerpo se moviera al ritmo del bombeo del corazón.

No había testigos, nadie jamás sabrá que sucedió en medio de la oscuridad perpetua, nunca se descubriría aquel encuentro mitológico.

Era un simple instante, invisible. 

Dos almas que se encontraban en un cuarto de hora eterno, que sería su única ocasión en toda su existencia.

La luz interna alcanzaba para dos.

Pero Sombra despertaba del sueño medio aturdido, sin decir palabra, salía por aquella puerta para jamás aparecer.

Cuentan las abuelas que siempre apelan a la memoria para aprender y enseñar a sus círculos divinos “que lo furtivo de cualquier encuentro puede dejar siempre un precedente en el recuerdo.”

Etiquetas: amor deseo erótico fugaz

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