Cumplía años nuestro amigo koala. Estaba muy dichoso y decidió hacer, como había hecho años anteriores, una fiesta para celebrarlo. No faltaría de nada, se ocuparía personalmente de todos los preparativos necesarios y para un koala eso requería de mucho esfuerzo.
Lo primero la lista con sus mejores amigos. Aquellos afines a su particular forma de ver la vida a lomos del gigantesco eucalipto australiano. Escribió, entre bostezo y bostezo, dos nombres: Pepa la zarigüeya y Lolo el perezoso. Con ellos dos se cerraba el listado de invitados.
Lo segundo adecentar su hogar para recibir a sus amigos. Limpiar las ramas del eucalipto, encintar sus hojas con vivos colores, despejar de hojarasca e hierbajos el suelo circundante y por último arrancar la piel seca al tronco. En definitiva lustrar con esmero aquel portentoso gigante.
Lo tercero avisar con tiempo. Los conocía bien y sabía de su holgazanería cuando se trataba de realizar cualquier labor. Les llevaría tiempo acudir a la cita; máxime Lolo que ya siendo perezoso avisaba bien a las claras su gusto por holgazanear.
Por ende nuestro buen amigo el koala redactó una elaborada misiva con su pertinente sello del organismo estatal. Puso sus mejores zapatos y se preparó para acudir a la oficina leñosa del bosque a sellarla.
¡Qué felicidad tan grande embargaba su pequeño corazón de koala! Tras un año de espera por fin volvería a ver a sus queridos amigos Pepa y Lolo. Seguro que tenían un millón de cosas que contarse. Y tras esa primera emoción vendría la segunda: abrir los regalos…
Lo cuarto y de obligado cumplimiento, preparar auténticos manjares para ellos. Puesto que venían de tan lejos qué menos que demostrarles con hechos lo excelente anfitrión que era. Para Pepa la zarigüeya acierto total disponerle en un cuenco una mezcla de insectos y larvas. Sublime para un paladar exigente como el suyo. Para Lolo el perezoso un menú completo compuesto por hojas tiernas, aderezadas con frutos del bosque. También acierto seguro. Evidentemente no podrían quejarse, además, toda atención era poca para sus grandes amigos del bosque.
Quinto punto y tal vez el más importante. Hacerles saber su nueva ubicación. Atrás había quedado aquel añejo eucalipto del pantano con sus ramas al desnudo; su tronco agujereado y la copa quebrada tras la virulencia en forma de relámpago estival.
En la misiva haríales sabedores del nuevo hogar, dulce hogar. Caserío de estreno fijado en la altiplanicie. Allí la susodicha estaba dominada por gran variedad de especies. Todas pacíficas, hermanadas unas con otras. ¡Sí! Les encantaría, admirarían boquiabiertos su retiro y juntos festejarían día y noche…
Con lentitud, procurando no mancharse, descendió por el tronco nuestro amigo koala. Llevaba sus mejores zapatos y el traje de los domingos. Sin prisas alcanzó tierra firme y a sellar las invitaciones que se fue, silbando una antigua canción que le había enseñado su madre.
La noche habíase extendido por doquier, embriagándose de la belleza de la luna nueva. El koala estaba encaramado a una rama de su árbol casa, la cual estaba llena de jugosas y tiernas hojas de eucalipto. Poco a poco acercaba la mano a ellas, las arrancaba del tirón y se las llevaba a la boca. Parecía rumiar como el camello famélico Ezequiel que pasaba por debajo. El animal en cuestión fuera traído por un explorador británico al finalizar una de sus exploraciones por la antigua Persia. Lo que nadie sabía era cómo había terminado Ezequiel en el bosque.
Nuestro amigo koala masticaba contemplativo. Su cabeza de koala hacia las cuentas de la lechera pero evitando, a la par, terminar como ella. ¡Al fin había llegado el gran día! Todo estaba preparado y dispuesto: casa y alrededores lustrosos, guirnaldas y luces de colores, la exquisita comida aguardando por los comensales y la nueva dirección facilitada con tiempo.
Sin embargo el tiempo pasó. La noche murió a pies del alba y sus amigos Pepa y Lolo no habían acudido al festejo. El pobre koala se puso triste porque pensó que ya no lo estimaban como antes. Incluso vio en aquella ausencia un feo desplante después de tanto trabajo organizándolo todo…
Debajo del eucalipto aún continuaba el famélico camello Ezequiel. Levantando la cabeza vio en lo alto al triste koala. Tras aclarar la voz le habló:
-Escúchame, tus amigos no vendrán, amigo mío. No te extrañe, así lleva siendo estos últimos años. Pepa la zarigüeya cuando estaba por llegar se echó a dormir sus diecinueve horas. Lolo el perezoso… ya sabes, debe dormir sus dieciocho horas diarias…
Pero para cuando Ezequiel terminó de explicar la ausencia de Pepa y Lolo, el koala llevaba largo rato con la persiana de sus ojos bajada pues debía dormir veintidós horas al día…
-¡Será posible! Ya estamos otra vez –Farfulló Ezequiel mientras ajustaba las correas de las alforjas que portaba.
-¡Vaya par de tres! ¡Son tal para cual!
–Quizás el año que viene, este olvidadizo koala, tenga a bien invitarme a su cumpleaños. Desde luego yo no me quedaré dormido por el camino. –Y moviéndose lentamente continuó con sus cansinos andares bosque arriba.
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