Acudía todos los días, a la hora en que muere el sol, un hombre, un solitario, que
camina a paso raso por las orillas de una playa cuyo nombre no existe. Por horas se
sentaba en una peña escuchando el susurro del mar y el impacto de las olas socavando
la piedra. Pensando en su pasado al cual él gusta llamar Vanessa. Observa el cielo
vespertino y recordaba la profundidad de sus ojos y el peligro de perderte en ellos. La
suavidad con la que las olas acariciaban sus pies le recordaban a sus besos. En la arena
sentía el tibio de su piel. Y el mar que se postra en frente, que terminaba donde el sol
pintaba de rojo las aguas, le recordaba el inmenso vacío que había dejado su ausencia
en el alma.
Y así como el mar socava en la piedra. Su recuerdo socava en la tristeza que se perdía
en aquel diluvio salado por tantas lágrimas derramadas por solitarios como yo.
OPINIONES Y COMENTARIOS