Una vez más encuentro ese cuerpo tendido en la cama como todos los domingos a las 6 de la tarde. Está haciendo lo mismo, buscando qué ver en la televisión y empujándome a preguntarle la razón por la que su prominente panza no deja de crecer. Por supuesto, su usual inactividad es la respuesta más obvia, pero no se mueve, ni siquiera lo intenta, pesadamente respira y sigue viendo el televisor. Por mi parte, hoy y como siempre, ando buscando explicaciones a su estado actual en donde no debería buscarlas y estoy encontrando respuestas, aunque ese cuerpo no se de cuenta, a preguntas que no debería hacerme ¿Por qué es tan panzón? ¿No tiene algo más que ver? ¿no tiene algo más que hacer? ¿Por qué soy así? ¿Es esto todo lo que hay para mí? ¿Cómo puedo seguir así? Las preguntas de rutina de todos los domingos, ya comencé con lo mismo, ando lamentándome una vez más.

No busco respuestas sencillas y no logro responder satisfactoriamente a ninguna de mis preguntas. Busco iluminarme, descubrirme a mí mismo mientras ese cuerpo sigue tendido en la cama viendo algún programa que no logro reconocer y que, estoy seguro, no lograré recordar jamás. Busco respuestas en mi sobreprotegida niñez, en mi solitaria adolescencia, en mis gloriosos veintes, en mis temidos treintas. Busco verme a mí mismo reflejado en mi repentinamente desconocido padre, en mi hermano ausente, en mi permanentemente tensa madre, en mi casi siempre ocupada novia, en mis lejanos familiares, en amigos perdidos, solo logrando confundirme más, hundirme más y, por eso, ese cuerpo que sigue fijado en la televisión, cambia de canal, se distrae de pronto, se levanta a buscar comida, se la sirve, vuelve a la cama, da el primer bocado y así nacen en mí más preguntas que martillan ¿Será esto todo? ¿siempre fui así? ¿seré así siempre? ¿quiero algo más? ¿puedo cambiar? ¿podrá ese cuerpo dejar de tener panza algún día? Viéndolo así, tendido en la cama como está en este momento, pues creo que no, la panza siempre estará.

Quisiera tanto salir a correr. Tal impulso es inexplicable observando cómo se encuentra ese cuerpo en este preciso momento, tendido, a oscuras, respirando mientras mira el vacío del televisor iluminado, más iluminado en la oscuridad de la habitación que ahora, tras mi aparente incapacidad para responder a las preguntas hechas, se encuentra llena de inseguridad, de indecisión, de desgano y apatía. Llena también de objetos que yo podría estar utilizando, pero que ese cuerpo desperdicia. Se ha olvidado de todas las canciones que compusimos en la ahora polvorienta guitarra, las cuales yo pasaría cantando, ha dejado de leer los libros que yo podría estar leyendo, no ha vuelto a practicar con la melódica que tanto me gustaría aprender a tocar y ha dejado de fabricar los origamis que yo podría estar regalando.

Si tan solo me pudiera oír, más que eso, si tan solo pudiera yo hacer algo para que ese cuerpo se levante de esta cama que dentro de unas horas tendrá que aguantar el sueño de alguien cansado de no cansarse. Si tan solo pudiera empujarle a levantarse para salir a correr como medio para evitar que llegue el día en que se vea obligado a salir corriendo por la desesperación de no poder más con lo mismo, por el hartazgo de tantas preguntas sin respuesta, por la pena de toda la gente ausente, por la cantidad de gente que he guardado en su cabeza y, sobre todo, por no poder darme cuenta de que las preguntas que me hago no necesitan respuesta, solo necesitan que se encuentre de pie, no más tendido y nunca más rendido. Si tan solo pudiera recuperar el control de ese cuerpo, de este cuerpo, de mi mismo. Martín, deja todo ir, deja todo ir.

Sigue siendo domingo, son las 10 de la noche y de golpe me he levantado de la cama y he tomado la guitarra para jugar como cuando aprendí. Estoy ahora limpiándola y afinándola. Estoy tocando nuevamente y la agradable sensación de tocar una canción que solo yo sé me invade. Una idea surge, mañana salgo a correr ¿Aunque no sea un método efectivo para bajar la panza? Sí ¿Aunque luego vuelvan las mismas preguntas? Si, mañana salgo a correr.

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