CAPÍTULO 1 / Despegue.
Después de los 80 minutos que habían pasado desde el despegue, Sofia ya se había acostumbrado a la particular sensación que se produce cuando uno se encuentra a más de 10000 metros de la tierra. Si bien había querido volar desde pequeña, recién a sus 24 años había tenido el dinero (y la valentía), de subirse a una avioneta.
El plan lo había organizado su amigo José, quien le había comentado días antes que se despreocupara, que el era todo un especialista en tener contactos.
– ¿Estas seguro de que esta cosa no se va a venir abajo? – preguntó Sofia.
– ¿Vos pensás que yo soy tan boludo como para invitarte a que nos matemos? – respondió risueño José. – Además, ya te dije que el piloto es experimentado. Según lo que averigué, tiene más de 2500 vuelos, dejá de molestar, ¿querés? –
– Siempre tan cariñoso- soltó entre dientes Sofía, pero concluyó que decidiría confiar en el buen juicio de su amigo.
Esa charla la habían mantenido unos 30 minutos antes de que llegue el piloto de la avioneta. Se trataba de un hombre de unos 65 años aproximadamente. Pelo canoso y algo largo, tapado parcialmente por el sombrero azul marino con un lindo detalle que consistía en un pequeño avión dorado en la parte frontal, y anteojos oscuros que impedían ver a uno el color de los ojos. Caminaba a un ritmo rápido y constante, pero una leve inclinación hacia adelante y el cojeo permitían evidenciar el paso de los años. A Sofía no le agradó demasiado el hecho de que el responsable de pilotear la nave no fuera un joven con reflejos más vivos, pero la tranquilizó recordar la cantidad de viajes cumplidos que tenía.
– Hola, ustedes deben ser los pibitos, ¿no? –
Sofía y José se miraron. No precisaron si lo que los chocó fue el tono levemente despectivo que usó el piloto al decir la palabra pibitos, o si fué que el hombre no se detuvo a saludar siquiera, simplemente siguió su curso hasta el lado derecho de la avioneta y con un movimiento rápido de la mano invitó a los chicos a que lo siguieran.
– Si, somos nosotros. -soltó incomodo José. – Mi nombre es José, y ella es Sofía. Usted debe ser Ricardo Frías. Un gusto.-
– Si si, el gusto es mío. -dijo el piloto, que ahora estaba con una mano en la parte frontal de la avioneta. Tan concentrado se encontraba el hombre que nunca, en toda la duración de la conversación se había volteado a mirarlos.
– Ricardo, disculpe la curiosidad – dijo Sofía – pero, ¿cuántos años tiene esta avioneta? –
El viejo soltó una risita que estremeció un poco a la chica.
– Los pibes no dejan de sorprenderme nunca, espero que no lo tomen a mal. – Dijo Ricardo. – Sé que lo preguntas por desconfianza, pero te aseguro que esta nena (y al decir esa palabra palmeó un par de veces el costado de la avioneta con su mano derecha) puede resistir algunos vuelos más. –
Se hizo un silencio incomodo, tras lo cual el viejo se retiró hacia el lado izquierdo de la avioneta dejando solos a los otros dos.
– Esperen acá, me voy a fijar si está todo en orden y partimos. -había dicho.
– ¿Qué le pasa a este? – Preguntó Sofía.
– Dale boluda, ya sabes como son los viejos. Sigámosle la corriente para que se calle, volemos las horas que tenemos contratadas y nos vamos a la mierda. ¿Si? –
– Bueno dale. -contestó esta.
Más por impulso que por necesidad sacó su celular, un Iphone 7 blanco bastante gastado, que tenía desde hace 4 años. Una ola de frustración recorrió su cuerpo al observar que solo tenía un 43% de batería. José debe haberse dado cuenta, ya que preguntó curioso:
– ¿Ahora que te pasa? –
– Nada boludo, este celular otra vez. No puede ser que lo haya cargado hace 2 horas y ya casi no tenga batería. Mas que un vuelo en avioneta debería comprarme un celular nuevo. -dijo riendo.
– Suficiente que me encargué de conseguir esto, de tu celular encargate vos.- contestó Jose risueño.
Ambos voltearon al escuchar un ruido proveniente de la parte posterior de la avioneta. Era el viejo que ya había terminado de hacer las revisiones. En ese momento el viejo jaló una palanca y luego giró una especie de manivela, para que se abriera una puerta y lentamente descienda una escalera.
– ¿Subimos? -soltó el viejo. – Y te recomiendo que el celular lo guardes bien, por lo menos hasta que ya nos encontremos estables, las sacudidas del despegue pueden hacer que se te caiga y se te rompa, y ya saben que de eso no nos hacemos cargo.-
José y Sofía volvieron a mirarse, esta vez adelante del viejo.
– No se preocupe, ya lo guardo -dijo Sofía, y ambos caminaron hacia la pequeña escalera.
José fue el primero en subir, apoyó su pierna derecha en el segundo peldaño, y con una agilidad felina trepó en un santiamén al interior. Sofía, de una forma más lenta, subió peldaño por peldaño hasta que también había ingresado al pequeño avión. Ya dentro observó que se trataba de una cabina de escaso tamaño, dividida en dos por un vidriecito. En la parte delantera se encontraba el timón, y una innumerable cantidad de lucecitas parpadeando, palanquitas de todos los colores, y pequeños medidores que debería ser el instrumental de vuelo. En el lado posterior apenas dos asientos, en uno se encontraba José, y el otro sería para ella. Al sentarse notó que los asientos, anteriormente acolchados y bien mullidos, ahora se encontraban bastante mas desgastados y duros consecuencia del paso del tiempo. Cuando miró a su izquierda vió a José usando unos auriculares de vincha, los cuales además tenían un pequeño micrófono incorporado. Al mirar a su derecha, observó que había unos iguales para ella. No tardo en colocárselos.
– Estos van a ser para cuando estemos volando. -escuchó Sofia a través de los auriculares. Era José el que hablaba. -El motor de la avioneta va a hacer un ruido tremendo, si no nos comunicamos a través de esto, imposible que nos escuchemos.-
– Claro, perfecto. – dijo Sofía. – La verdad son re incomodos, me aprieta la cabeza la porquería esta.-
– La porquería te tiene que apretar porque si no se te caería, nena. – escucharon los dos. Sofía debe haberse puesto roja, ya que José soltó una risita. El viejo subía al avión usando auriculares idénticos a lo de los dos y se sentaba en el asiento de la parte delantera.
– Como te dijo tu amiguito, sin estos no te vamos a poder escuchar, así que tratá de cuidarlos, son los únicos que tengo- dijo antes de voltearse y comenzar a oprimir botones y a accionar las pequeñas palancas que Sofía antes había visto.
– NKCD4 a base, NKCD4 a base, solicito permiso para despegue. Vuelta por sector 5 y aterrizaje en aproximadamente 2.5 horas. -dijo el viejo a través de un pequeño handy que había tomado del costado izquierdo de la cabina.
– Base a NKCD4, permiso concedido. – Soltó de forma seca la voz del handy.
– Es hora muchachos. El recorrido será sencillo, despegaremos y volaremos unos cuantos kilómetros de forma recta. Podrán observar el río Destapes, las ruinas de la civilización Xalticay, y pasaremos bordeando la selva oculta, terminado ese recorrido, voltearemos y volveremos a aterrizar en esta misma pista. Pan comido.- dijo el viejo, y oprimió un botón rojo grande que puso a girar rápidamente las hélices de la avioneta.
El ruido se iba tornando cada vez más intenso. Sofía entendía ahora el porque eran tan importantes los auriculares. La rotación que se estaba produciendo en la porción delantera de la avioneta producía una vibración tal que hacía que los dientes de ella choquen entre sí.
Con un empujón de una palanca, la avioneta comenzó a moverse hacia adelante. Lo hacía cada vez más rápido, tanto que a través de las ventanillas los arboles ya no se distinguían unos de otros, era como si una franja verde se encontrara a ambos lados del camino.
José parecía disfrutarlo, se encontraba bien agarrado a los laterales del asiento en el que iba, pero una sonrisa amplia se esbozaba en su cara.
«Como le gusta la velocidad a este chico», pensó Sofía. Ella a diferencia de su amigo, no se encontraba tan a gusto. Los tintineos de las piezas metálicas de la avioneta y la creciente velocidad, sumado al añoso piloto, quien era responsable de todo, la preocupaba.
«No es más que un pequeño paseo . Antes de que te des cuenta, ya vamos a estar en tierra de nuevo», concluyó.
La avioneta comenzó a inclinarse levemente, y así también a alejarse del suelo. Sofía vió como lentamente las casas de alrededor del aeropuerto se tornaban más y más pequeñas. En cuestión de minutos se encontraban a una altura considerable. Las nubes se veían tan cercanas, tanto que parecían algodones de azúcar gigantes.
– Altura estable a 10000 metros. Miren que lindo que se vé el mundo desde acá- dijo el viejo.
– La verdad es impresionante – dijo José -, – Me encantaría sacar fotos, pero me perdería el espectáculo- agregó.
– Siempre lo mismo con los pibes, dejen la tecnología y disfruten, esto se queda grabado en la retina nomas- le contestó el viejo.
José volvía a mirar a Sofía, los comentarios del viejo, si bien sonaban agresivos, a el parecían divertirlo.
Así pasaron 100 minutos de vuelo. Paisajes alucinantes, algún que otro comentario desafortunado del viejo, un par de fotos que sacó Sofía, nada fuera de lo común. El problema ocurrió durante el minuto 101.
Un estrepitoso ruido produjo que la cara risueña de José se tornara seria y bastante blanca, mientras que Sofía no pudo hacer mas que agarrarse fuerte al asiento. Un escalofrío le recorrió la espalda. El viejo, sin embargo, no dijo ni una palabra.
– ¿Qué fué eso? -preguntó Sofía.
– Ricardo, ¿ese ruido es normal? -agregó José.
– Pero, maldita sea, claro que no. No se desesperen y déjenme trabajar por favor. – contestó de forma tajante el viejo.
José y Sofía se miraron al mismo tiempo. Una expresión de pánico se había dibujado en sus rostros. No saben bien porque, pero en ese momento se tomaron fuertemente de la mano.
Otro ruido intenso se produjo desde la parte posterior de la avioneta. Les llamaba la ateción que en cada momento la cabina de la avioneta se iba tornando más y más luminosa. Instintivamente los 3 giraron sus cabezas hacia atrás, lo que vieron los dejó tan boquiabiertos que ni siquiera pudieron esbozar un grito.
Una de las chapas metalizadas que cubría la porción posterior de la cabina se había despegado. A través del orificio que quedaba se podían ver las nubes que previamente habían mantenido mentalmente ocupada a Sofía. La chapa se sacudía fuertemente a medida que la avioneta se desplazaba por el cielo. No había dudas, si continuaban volando iba a desprenderse totalmente, y vaya uno a saber que podría ocurrir si eso llegaba a pasar.
– ¡Ay por dios! -exclamó Sofía rompiendo en llanto, -baje esta cosa por favor, ya no quiero volar.-
– Tranquilízate nena, no me pongas mas nervioso que bastante ya lo estoy, vamos a hacer un aterrizaje de emergencia.- contesto el viejo.
– La puta madre, Dios ayúdanos.- decía José, que en ese momento tenía una mano fuertemente agarrada a la de Sofía, y la otra en el asiento. Tenía los ojos cerrados y se lo notaba sudoroso.
La avioneta comenzó a sacudirse con intensidad a medida que la chapa se soltaba progresivamente. El viento que ingresaba desde el exterior a través del orificio producía un alboroto dentro de la cabina que era casi insoportable. Sin embargo al viejo se lo notaba enfocado. Aunque algo sudoroso, y ya sin el sombrero azul marino por culpa del viento que se lo había arrancado, no debaja de mover el timón para mantener la estabilidad de la nave.
Iban perdiendo altitud. Los 3 vieron como cada vez iban siendo mas grandes los arboles que antes se veían como puntos verdes diminutos. Ya podrían divisar alguna que otra casa en el horizonte.
– Voy a hacer lo posible para no estrellarnos, lamentablemente no hay forma de que pueda reducir demasiado la velocidad, así que les voy a pedir que se aferren a lo que tengan a mano, el aterrizaje va a ser intenso.- vociferó el viejo.
– Como sea, pero por favor baje esta cosa.- respondió Sofía.
El suelo ya estaba muy cerca, la avioneta había resistido lo suficiente. Se encontraban a poca altura, sin embargo la velocidad era muy alta. Además, a varios metros por delante de donde se encontraban se desplegaba una frondosa selva con grandes arboles, si no tenían suerte, se estrellarían contra los mismos. Lamentablemente no había tiempo para preparar un aterrizaje óptimo, había que hacerlo de cualquier forma posible.
Un nuevo empujón al mando del avión provocó que la avioneta se inclinara más, y que la rueda delantera se acerque a centímetros del piso. Finalmente, el contacto de la rueda se produjo de forma abrupta, el rebote de la misma contra el suelo sacudió una vez más la avioneta.
El viejo movió otra palanca y pronto la rueda trasera contacto la tierra, una nueva sacudida movilizó a la tripulación de la nave. Si bien la avioneta se seguía moviendo por tierra, ya todos estaban aliviados de no encontrarse en el aire.
– Que cosa che, jamás había pasado algo por el estilo.- dijo el viejo.
– ¿Jamás?, menos mal que te preguntamos al principio, esta porquería casi nos mata.- gritó José.
– No se la agarren conmigo, yo la revisé y estaba bien, estos son casos excepcionales.- contestó el viejo.
– Dejalo ahí José. Me quiero ir, ¿dónde estamos?- preguntó Sofía.
– Estábamos en la ultima parte del tramo, esta debe ser la selva oculta. Lamentablemente no puedo precisar donde dentro de la misma, ya que culpa del abrupto que tuvimos tuve que desviarme levemente de nuestra ruta- contestó el viejo.
– Dios mío, todo tiene que ser mas complicado de lo que necesita ser, ¿no?- dijo José.
El viejo lo miró, acto seguido levanto sus hombros y llevo sus palmas hacia los costados en signo de indiferencia.
– Miren, pueden estar enojados conmigo, con la situación, con quien quieran, pero lo que les digo es que son las 17:30, y aproximadamente a las 19 el Sol cae. Creo que vamos a tener que hallar la forma de salir de aquí, o en su defecto pasar la noche.-
Sofía esbozó una sonrisa. Pero no una sonrisa de placer, mas bien una de incredulidad. Ya había sido suficiente el compartir un vuelo casi mortal con una persona que no toleraba en absoluto, que ahora tendría que compartir una noche en un lugar desconocido.
– Esto es increíble.- dijo Sofía.
– La verdad… – respondió José.
– Como ustedes quieran.- dijo el viejo.
Tras decir esto este se dirigió nuevamente a la avioneta, tomó una pequeña mochila que había llevado con él, y se dispuso a caminar en dirección al bosquecito que había visto antes.
– He leído sobre esta selva, conozco su historia, quienes la habitaban, mucho más que ustedes. Vamos a poder encontrar cosas para hacer un refugio, comida y agua tal vez. Quien dice que no nos encontraremos con algún guardabosques incluso. Dejemos la avioneta cerrada con llave y recorramos una hora aunque sea. Si no, volvemos. Es la ultima oportunidad que tienen, si no se quedan acá.-
Sofía y José se miraron con cierto aire de desconfianza, sin embargo accedieron. Era preferible que los tres permanecieran juntos antes que separarse.
Así fue como los tres emprendieron rumbo hacia la selva oculta, y así su historia comienza.
CAPÍTULO 2 / Recorrida.
El sol se encontraba ya en el horizonte, el cielo completamente rojo. Hacía mucho tiempo que Sofía no veía un atardecer de tamaña belleza, era una pena no hubiera sentido ni una pizca de placer al verlo. Verdaderamente, la emoción predominante en ese momento no era otra que la angustia. Hace por lo menos 30 minutos que los 3 se habían adentrado en la selva oculta. Bajo consejo del viejo, deberían avanzar uno detrás del otro. El viejo había advertido que de esa forma evitarían exponerse innecesariamente a plantas que podrían llegar a ser venenosas. De esa manera, dejaban que el viejo lleve la delantera, quien provisto con un pequeño machete que sacó de su mochila, iba desasiéndose de toda aquella maleza que entorpeciera su andar. Por detrás del mismo venía José, que en una suerte de baile, replicaba de forma exacta las pisadas que el viejo había dejado sobre el suelo. Al final se encontraba Sofía.
– Ricardo, ¿no cree que es hora de volver?-preguntó Sofía
– Es que no encontramos nada, si volviéramos ahora habríamos tirado por la borda todo el esfuerzo. Además, la avioneta es demasiado pequeña como para que podamos dormir bien los tres. No podríamos más que sentarnos a pasar la noche allí, claramente no podríamos pegar un ojo en toda la noche, menos aun, solucionar algo de la situación. Mejor, busquemos un claro para armar un campamento.-respondió el viejo.
– ¿Un claro?- preguntó José.
El viejo se dio vuelta de repente. El movimiento fué tan brusco que José lo chocó sin querer.
– ¿No sabés que es un claro?. ¿En que planeta vivís?-dijo el viejo con tono burlón.
José cambió de expresión facial varias veces en un corto tiempo. La primera fué de sorpresa, la segunda, de dubitación, ya la tercera tenía un tinte agresivo.
– ¿Sabe que? No, no se que es un claro, pero estoy bastante cansado de que usted se haga el malo. Culpa suya volamos en una avioneta estropeada, culpa suya nos estrellamos en medio de la nada, y culpa suya estamos perdidos en el medio de una selva de mierda. Así que no me joda.- dijo José en un tono elevado.
Su cara estaba tan roja como un tomate, y tenía los puños fuertemente apretados, en señal de cólera. El viejo se volteó también, quedando así cara a cara con José. También tenía los puños apretados, con la diferencia de que en derecho tenía un filoso machete.
– Mocoso de mierda, no es mi responsabilidad que tengamos que volar en esas condiciones. ¿Pensas que a mi me dan la libertad de elegir con que avioneta vuelo? Es la compañía para la que trabajo la que se hace responsable de eso. Además, ¿pensás que te debo algo?. Ya les dije, a vos y a tu amiguita, por mi se quedan acá, en la avioneta, en donde quieran. En unos días estarán muertos. Sin mí no tienen la más mínima posibilidad de vivir.-
Se produjo un silencio de muerte. El único sonido que se oía era el que producían las hojas de los árboles cuando danzaban con el viento. La tensión espesaba el aire. Sofía se vió movilizada a actuar.
– Necesito que los dos dejen de ser tan tontos, por favor.- dijo, y se interpuso entre ambos hombres.
Logró separarlos poniendo una mano en el pecho de José y empujándolo hacia atrás levemente.
– ¿No se dan cuenta de que tenemos que ser un equipo? Es verdad que estamos en el medio de la nada, pero no creo que sea responsabilidad de nadie. O por lo menos no es algo que importe ahora, ¿no?- dijo Sofía, mirando a José en ese momento.
El muchacho no respondió, solo bajó la mirada.
– Ricardo, por favor. Se que para usted son conocimientos básicos, pero no sea tan agresivo. Creo que todo estaría mejor si…- Sofía iba diciendo hasta que fue interrumpida por el viejo.
– Escuchame una cosa, ya se los dije a ambos, no me vengan con equipo ni con nada. Tengo mi estilo, y les aseguro que solo me las puedo arreglar perfecto. O vienen conmigo sin molestarme, o los dejo aquí, no me jodan.- vociferó el viejo.
Sofía quedo boquiabierta. La respuesta la había desubicado tanto que no sabía que decir. El viejo volteo sobre si mismo y continuó rumbo por la selva. Momentáneamente quedaron los amigos a solas.
– A este viejo lo voy a moler a golpes.- soltó José.
– José, José.- dijo Sofía, agarrándolo del hombro fuertemente. -Será un testarudo de mierda, pero es verdad que sin él no tenemos ni oportunidad. ¿Te puedo pedir que lo soportes? Solo por mi. Cuando ya hayamos salido de acá, haces lo que quieras. Pero por favor, ahora no es el momento, ¿si?.-
El muchacho nuevamente bajó la cabeza.
– Tenes razón.- dijo.
– Ahora vamos, no quiero perderlo de vista.- dijo Sofía, girando sobre si misma, y caminando a través del sendero libre de malezas que el viejo había dejado.
– Puta madre.- susurro José para si mismo, y siguió a su amiga.
La selva progresivamente se iba abriendo paso ante ellos. El paisaje, además, iba modificándose a medida que pasaba el tiempo. No solamente porque los arboles eran cada vez más altos, y la maleza más tupida, sino porque todo cobraba un aspecto más tétrico a medida que la luz iba escaseando más y más. Las formas se tornaban más agudas, las superficies, más robustas, y todo en su conjunto tomaba un carácter más amenazador.
En todo el trayecto de su caminata, a Sofía le llamó la atención el no haber visto siquiera un solo animal. Ni un insecto, ni un ave, ni nada. Solo ellos sumergidos en una marea de verdes plantas.
Justo cuando el sol ya se escondía bajo el horizonte y el cielo dejaba su color celeste oscuro para pasar a ser casi negro, se encontraron con una pequeña región desprovista de arboles, lo que al viejo le propició un ataque de alegría.
– ¡Al fin! ¡Yo sabía!- exclamó cerrando su puño y sacudiéndolo en señal de victoria. Luego se dio vuelta y señalando la zona les habló a los muchachos.
– ¿Ven? Esto es un claro. Básicamente una zona que no tenga ni muchos arboles, ni mucha maleza.- Y antes de que nadie pudiera hablar, agregó como si de una clase se tratara
– Se preguntarán ustedes porque es tan importante encontrar un claro. Si hay algo que sé acerca de la selva oculta es que hay que evitar a toda costa pasar la noche entre los arboles. No es que estar en un claro sea completamente seguro, sin embargo si lo es mucho más que estar allí adentro.- dijo mientras señalaba en dirección a los árboles, y continuó hablando.
– La selva oculta se caracteriza por la gran cantidad fauna nocturna que posee. Es una suerte de ciclo. Durante el día, impera un ambiente de tranquilidad. Los organismos de la selva descansan en cualquiera sean sus guaridas: el interior de los troncos, cuevas subterráneas, nidos entre las hojas de los arboles, miles de ejemplos. Ahora, durante la noche, la selva misma cobra vida. Si durante el día lo que reina es la paz, en la noche la guerra es la norma. La selva vive, respira, y come. Come mucho. Así que ya verán que esto es una suerte de Oasis, ¿no?- dijo.
José y Sofía no sabían que decir. Por primera vez en lo que duraba el viaje, habían estado agradecidos de estar con el viejo. Ahora confirmaban que solos no tendrían ni la menor posibilidad de sobrevivir. El viejo se acercó y continuo hablando.
– Bueno, ahora entienden porque deben hacerme caso. Así que espero que respeten mis ordenes. Les voy a pedir a ambos que hagan ciertas tareas. El anochecer está al caer, y deberíamos tener la mayor cantidad de materiales para pasar la noche, así que vos- dijo el viejo señalando a José- te vas a encargar de buscar y traer ramas gruesas, necesitamos una buena fogata. Recordá por favor no ingresar demasiado a la selva. Tenes máximo 15 minutos, luego debes salir.-
José asintió y encomendó su búsqueda.
– Vos te vas a encargar de rastrillar todo el claro. Acomodaras pequeñas ramas por un lado, piedras por otro, y si llegaras a encontrar algún arbusto con frutos, entonces me avisas.-
Sofía miró al viejo, también asintió y se marchó a cumplir su tarea.
Una vez a solas, el viejo permaneció quieto. Luego, levantó su brazo lentamente hasta que su muñeca quedó a la altura de su boca.
– Ya casi.- susurró, y se internó en la espesa selva.
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