Avatares del odio

Me pregunté de dónde viene lo que ahora estoy siendo. El lugar en el que estoy no siempre ha sido el mismo y, sin embargo, nunca ha cambiado por completo. Me angustia la incertidumbre, pero tampoco puedo definirla, no tengo la luz suficiente para aventarla delante y poder saber; ese es mi pesar, sólo tengo los descubrimientos de antes, de lo que viene detrás y que, por otro lado, queda delante de mí cuando lo estoy siguiendo. Soy el animal que estoy siendo y quiero seguir para no sentirme fuera de lugar, aunque nunca logre despojarme de ese sentimiento.

La idea de «ser alguien» me atormentó cuando era más joven porque no he sido «alguien»-lo que esto signifique si algo significa- lo suficientemente capaz para hablar, actuar, decidir, sentir o compartir. Me taladró la necesidad de tomar un lugar y quedarme ahí porque me corresponde. Me he jactado de haberme visto siendo un Dorian Grey dentro del cuadro, un Frankenstein naciendo ya adulto o un Golem que nunca aprendió a hablar, pero me inventé un personaje diferente para no aterrarme. Hice una ficción que me permitiera resistir los embates de mis descubrimientos. Desde entonces resistir se convirtió en mi blindaje.

Supe que yo no buscaba, aunque siempre lo intentara y todos mis esfuerzos terminaran por converger en la búsqueda; tampoco combatía, no soy ninguna guerrera o una valquiria, como tantas veces lo escuché en las sesiones del grupo de ayuda para mujeres en quimioterapia; nunca lo fui, desde ahí empecé a comprender cuán ajena era a esas armaduras. Yo no entraba a la quimio pensando que sería una menos, no podía evitar sentirla como una más; mis energías y mi cuerpo no peleaban, resistían y lo hacía de la manera más patética y sucia posible. La cama del enfermo que quiere volver a la salud está sudada y llena de migajas, piel, polvo y mugre.

La resistencia fue entonces el lugar en el que mis descubrimientos estaban siendo y el lugar al que iba a perseguirlos. La incertidumbre se materializó en los dolores del cuerpo y reconocí, como un Dorian Grey, un Frankenstein y un Golem más, que he vivido resistiendo para evitar caer en el odio absoluto. Por esa razón, todo lo que hago, todo lo que leo, todo lo que escribo, aprendo y dejo de aprehender lo hago para vivir en la resistencia, vivir en contra de mis deseos de odiar abiertamente la vida de mi madre, la vida que me dio, la que me inventó y el mundo que nos sujetó para obligarnos a quedarnos en la quietud o en los gritos o en los golpes o en la ofensa o en todos al mismo tiempo. Tengo una terrible necesidad de resistir porque tengo el ardiente deseo de odiar.

¿Cómo se construyeron mis blindajes? Pensar hacia atrás y con mi primer acercamiento –serio –a la poesía. El primer libro de poesía que leí fue Romancero Gitano, tenía trece años. No me gustaba la poesía, pero ese libro me permitió descubrir la puerta del odio. Romance sonámbulo me consternó porque descubrí el color verde del cuerpo en descomposición. El único contacto que tuve con la muerte de una persona cercana a mí fue la agonía de mi abuela; nunca la vi, pero la escuché de cerca, el cuarto donde agonizaba estaba junto al mío, tenía ocho años y en ese momento no podía imaginarla sólo escuchaba. Cuando leí Romance sonámbulo no tardé en relacionar la imagen del cuerpo inerte con los versos del poema. Esa imagen se convirtió en un espacio para el odio durante mi adolescencia. Los versos “verde que te quiero verde” los repetía y parecía ver a mi madre en el lugar de mi abuela. Ese fue el segundo descubrimiento.

El proverbio XXIII de Proverbios y cantares fue la primera herramienta que usé sin ser consciente en ese momento. “Yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas” caracterizaba la forma en que estaba sintiendo mi entorno, pero sobre todo mi resistencia. Si había que odiar algo se guardaba y continuaba, pero el deseo ferviente de jugar con el “verde que te quiero verde” más allá de la imagen y darle forma sobre el cuerpo de mi madre siempre ha estado presente. A este juego es al que resisto con mayor fuerza. A este juego resistimos en cada historia.

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