-Elijo la de la izquierda.
Tenía derecho a hacer valer sus deseos, era su cumpleaños.
La sostuvo en sus manos y la miró, tenía un brillo hipnótico. Era una bufanda de seda color verde, como un río de noche.
Dio unas vueltas más por la feria oscura, sintió frío. Al dar contacto su garganta con la tela escurridiza, un chucho transitó su cuerpo pero en unos segundos, al ritmo de su aorta, se calentó y la bienvenida le dió a esa suavidad, con un abrazo.
Cuando pasó por la fuente del centro se sentó en el borde, sacó un paquete de almendras del bolsillo y se dispuso a comer mientras miraba los paseantes.
El contraluz de la fuente hacía brillar el agua que hacía brillar la seda en un movimiento ondular, prestado una de la otra. Cada vez más recíprocos, cada vez más como un solo elemento. Tanto que eran la misma cosa, la bufanda y el agua. El agua era de seda y la seda era agua. En nuestros ojos ahora ella flota por pericia mágica.
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