Solo me puedo aferrar.

Ahora solo me puedo aferrar a todos los besos que me dejaste grabados sobre la nuca y que buscaron suavemente una residencia inalterable bajo mi piel.

Ahora solo me puedo aferrar a nuestra imagen perenne atrapada en el reflejo de aquella lámpara plateada, testigo de nuestro encuentro cautivo y que supervisó la solemne sesión desde lo alto de una cama de alquiler.

Ahora solo me puedo aferrar a esas horas completamente nuestras, despojadas de cualquier riesgo, suntuosas reglas o condiciones previas.

Ahora solo me puedo aferrar a tus ojos mirándome fijamente a través de aquel espejo tan alejado de nuestra rutina. Variando las posturas y las velocidades de tu corazón. Dejándome contemplarlas tan entera, tan desnuda, tan cerquita de ti. Yo lato también, pero lato porque hay una lucha justo detrás de mis ojos, una contienda que atraviesa paredes y que llega a sitios donde no quiero mirar. Porque de un tiempo a esta parte, únicamente puedo sentirme viva cuando me coges entre tus brazos, cuando me miras directamente a los ojos y cuando me regalas esos cinco minutos de los que nunca dispones para saborearnos tan deliciosamente enteros.

Ahora solo me puedo aferrar a cada detalle de tus gestos mientras leías para mí, y para ti mismo también, ese triste texto que tanto te recuerda a «lo nuestro». Todas esas palabras viven ahora en mi garganta como un paraguas abierto y roto, pinchando los músculos de mi tráquea y rasgándolos como con uñas que nadie ha cuidado nunca. Laten como corazones de vaca en el matadero, pero ¿qué desolladero existe para un pensamiento, por dónde le puedo cortar el cuello, dónde le clavo la hoja de un cuchillo y le miro a los ojos mientras grita y muere?

Ahora solo me puedo aferrar a nuestros dedos entrelazados sobre tu regazo, mientras conducías inalterable y distante hacia nuestra realidad.

Ahora solo puedo aferrarme a que tengas las mismas ganas que yo de repetirlo todo de nuevo… e incluso de crear nuevos y más recuerdos infinitos.