Prólogo
En la antigüedad, los semidioses fueron una pequeña pero valiosa parte de la cultura y sociedad, puesto que muchas veces destacaron como héroes prodigiosos capaces de superar cualquier adversidad; todos los admiraban, estaban orgullosos de ser sus descendientes y sus historias eran transmitidas por generaciones para no ser olvidados jamás. Pero con el declive de la poderosa Grecia, los grandes héroes pasaron a segundo plano, hasta el punto que nadie contaba sus hazañas en voz alta.
Sin embargo, en las últimas décadas sus nombres volvieron a ser pronunciados por los labios de los altos miembros del Tribunal Eclesiástico para condenarlos como herejes, comenzando una campaña de exterminio en su contra; fue entonces también, cuando los Olímpicos decidieron castigarlos de la misma forma.
Pero ¿Cuál fue el crimen que un grupo reducido de mestizos cometió para que, mortales e inmortales, desearan verlos morir? Sería atrevido pero quizá certero de mi parte afirmar, que fue el día 13 del mes 6 del año 1592, cuando en nuestra siempre despreciable Isla de Zeohl descubrimos la existencia de una Secta mucho más peligrosa que cualquiera a la que nos hubiéramos enfrentado antes. Utilizaron el cuerpo desmembrado de un infante frente a nuestra Iglesia como carta de presentación, y a partir de entonces se burlaban de nuestra capacidad para salvaguardar las vidas inocentes.
No lo sabíamos en ese entonces, pero su líder, oculta entre las sombras, era la hija de Hécate, aquella entidad antigua que nosotros considerábamos un mito. Fue gracias a esta despreciable mujer que todas las brujas miembros del Papiro Rojo obtuvieron conocimientos en magia negra, la cual ni siquiera nuestros crucifijos, imágenes de cristo, rosarios o el agua bendita misma podían combatir.
Tomar el caso era peligroso, y nadie, su servidor incluido, quería tener algo o todo que ver con la Secta del Papiro Rojo; solo hubo un hombre que se ofreció: el entonces incorruptible y obstinado caballero Erick LeReux. Los investigó durante dos años después de su debut, y aunque purgó la Secta de raíz, definitivamente no lo consiguió a tiempo.
Porque antes de acabar con las brujas, ellas destruyeron todo cuanto él amaba…
Parte 1: La historia de un Cazador
Capítulo 1
Al abrir la puerta de la finca abandonada, sus piernas flaquearon. El escenario, digno de un cuento de terror, le provocó náuseas: su hermana Julie había sido asesinada y dejada allí, como basura, con un enorme hueco en su estómago, evidencia de que habían arrancado a su hijo y al cual el caballero no veía por ninguna parte.
No soportó su propio peso y cayó de rodillas, llorando frente al cuerpo de su hermana. No había más que aquellos grabados en tinta sangrienta, que daban cuenta del terrible ritual que las brujas del Papiro Rojo habían llevado a cabo. ¿Para qué exactamente la habían utilizado? Un grito desesperado amenazaba con salir de su garganta, pero que no logró emitir gracias a su mejor amigo Sir Carver, quien cubrió su boca justo a tiempo mientras él también sentía que sus fuerzas desvanecían.
—Erick, tienes que continuar— el mencionado estaba a punto de reclamar ante el comentario que consideraba estúpido. Sir Carver se adelantó —tu sobrino aún te necesita.
El llanto se convirtió en sollozos. Temblando, acercó sus dedos a los vidriosos ojos de Julie, cerrándolos para siempre mientras indicaba a su compañero que estaba listo. Cautelosos, caminaron por el pasillo hasta llegar a una gran sala, mientras desenvainaban sus espadas y cuchillos. Abrieron la puerta de golpe, encontrándose con la pesadilla más horrible: Erick no sabía si había muerto e ido al infierno. Con la respiración entrecortada y el corazón a punto de salirle del pecho, observó a una multitud ensimismada, atenta a una mujer encapuchada que comía de la carne de un feto apoyado en el altar. Cuando esta alzó la cara pudo observar cómo un trozo de piel colgaba de sus ensangrentados dientes.
El frío sudor escurrió desde la cabellera pelirroja de Erick hasta su barbilla, mientras su blanca piel adquiría un tono casi transparente y sus azules ojos perdían el característico brillo que a todos encantaba.
— ¡Te haré pagar lo que has hecho! — Exclamó LeReux totalmente fuera de sí, arrojando su cuchillo hacia la bruja con todas sus fuerzas.
Esta esperó, y cuando la hoja estuvo lo suficientemente cerca de ella, la atrapó entre sus dedos, estrujándola para romper el afilado y duro acero de damasco. Sus dedos resultaron heridos en el proceso, pero el dolor no pareció molestarle.
Los caballeros se quedaron inmóviles mirando a aquella acercarse con lentitud, sabiendo que sus oportunidades de sobrevivir, cuando sus armas parecían ser inútiles, escaseaban. Las demás brujas hicieron dos filas, dejando pasar a su líder.
—¡Erick, vete!— ordenó Sir Carver al mismo tiempo que lanzaba una estocada. Sin embargo, la bruja lo detuvo por la muñeca comenzando a estrujarla, mientras sonreía mostrando los asquerosos dientes manchados en la sangre del infante. Desobediente, el otro caballero intentó cortarla con su espada, pero la hoja fue rota con ridícula facilidad por la huesuda palma de aquella. Sin dar tiempo a nada, también lo tomó por el brazo.
—Funcionó…— Apretó más la muñeca, obligando a Sir Carver a arrodillarse. —Funcionó…—repitió sorprendida— ¡Funcionó el ritual!
Erick hacía esfuerzo para liberarse, pero no podía y su guantelete comenzó a ceder.
—¡Hermanas!— gritó la bruja a las espectadoras— los rituales han funcionado.
Las brujas comenzaron a clamar por la muerte de aquellos caballeros, que a tantas de sus hermanas habían entregado al Tribunal Eclesiástico. La bruja lanzó a un lado al pelirrojo y haló a Sir Carver hacia ella, tomándolo esta vez por el cuello que rompió en un terrible crujido. El antiguo compañero de Le Reux cayó violentamente al piso, exponiendo los hematomas. Había ocurrido tan rápido que no hubo tiempo de gritos o maldiciones. Ni siquiera para cerrar los ojos.
Uno más. Un miembro más de lo que Erick consideraba familia, había muerto. Uno tras otro, los había perdido en menos de una hora.
Un grito de sufrimiento escapó de su garganta, obteniendo la atención de las demás brujas. Cuando las miró acercarse, comprendió que debía jugar su última carta, sacando un frasco de agua bendita que lanzó sobre las que se acercaban para matarlo. Surtió un nulo efecto, y ellas comenzaron a reír.
—No puedes matarnos con eso— advirtió la líder, acercándose con lentitud al caballero— los rituales de tu dios no sirven contra los de nuestra diosa.— Y sin tiempo para nada más, dio un único golpe que lo arrojó contra una pared que terminó atravesando, cayendo al pie de un árbol del descuidado jardín trasero.
La bruja líder salió, y con la mano llena de sangre y polvo recogió de nuevo a Erick, dándole otro puñetazo tan fuerte que lo hizo reventar el árbol y caer unos metros atrás. Su columna había sufrido serios daños y Erick se supo herido y en desventaja. Observó a la bruja aproximarse a su posición, y decidió que de una u otra forma debía salvarse; no iba a ganar aquella batalla, y tenía que sobrevivir para continuar luchando: por Julie, por su sobrino… y por Carver. Cerró los ojos, intentando controlar sus espasmódicos movimientos. Aquella echó un vistazo al cuerpo, encontrando una herida superficial en la cabeza de la cual realmente no sabía mucho, pero que le hizo pensar que había sido mortal.
—Vámonos— ordenó al resto— podrían venir más de ellos, y sería un desperdicio de tiempo. Tenemos planes por completar.
En el pasto seco crujían las sandalias de la secta, muy cerca de Erick. No sabía cuánto tiempo más lograría fingirse muerto, pero lo intentaría. Hasta que no escuchó más sus pasos, el caballero abrió los ojos, arrastrándose entre la hierba ya que además tenía una pierna y un brazo roto.
¿Cómo se suponía que enfrentaría a esos monstruos, si acababan de hacerlo papilla sin el menor esfuerzo? Ni siquiera comprendía cómo se recuperaría de sus heridas.
—Erick— escuchó una dulce voz en eco, y no entendía si ya había perdido el juicio— sobrevivirás— le aseguró. Ojalá fuera cierto.
Su vista se volvió borrosa, comenzando a percibir extrañas formas y colores. Antes de perder el conocimiento, observó una hermosa y pelirroja mujer acercarse. Todo lo demás, igual que su alma, se había oscurecido.
Capítulo 2
—Erick— el eco de aquella dulce voz parecía retumbar en la nada. Todo se limitaba al negro, a un solitario vacío habitado únicamente por él— Erick… resiste…
Se sentó de golpe, asustando a la curandera que cuidaba de él. La joven se acercó ofreciendo un vaso de agua que el pelirrojo se limitó a mirar, sin comprender nada de lo que sucedía.
La puerta se abrió, y aunque Erick esperaba ver a su amigo y compañero de la Guardia, la piel tostada de la mano introduciéndose al cuarto reveló a Sir Noah Dix.
Entonces recordó todo: el hueco en su hermana, el feto siendo devorado y Carver con el cuello roto.
—Julie— fue la única palabra que logró salir de sus labios.
Noah ordenó a la curandera salir de la habitación y ella así lo hizo.
—Recuperamos el cuerpo de Carver.— Apresuró a decir Dix mientras se sentaba al lado de la cama. Aquellas simples palabras obtuvieron la atención de LeReux— también el de Julie, pero el de su hijo no estaba por ninguna parte.
Tan solo pensar en la escena le provocó náuseas. Llevó una mano a la boca, y Noah Dix se limitó a facilitarle un cubo por si Erick volvía el estómago.
—El sacerdote accedió a realizar la misa dentro de unos días— continuó, y Erick pudo percibir la tristeza en su compañero— queríamos asegurarnos de que pudieras estar presente.
LeReux no emitió respuesta. Pequeños sollozos dieron a entender a su compañero que le agradecía el gesto, pues le había brindado la oportunidad de despedirse. Incluso, de pedirles perdón por no cuidarlos. Sus azulados orbes miraron a su compañero.
—Debo…— su voz sonaba en un delgado hilo, dificultando a Dix comprender lo que su compañero articulaba— debo ir… tras ellas…
Noah hizo un gesto desaprobatorio, sin embargo, no se había sorprendido, puesto que cualquiera en la situación de Sir Erick querría hacer lo mismo: buscar venganza.
—En tu estado actual, sólo conseguirás que te maten— tomó una pequeña bandeja llena de fruta de una mesita cercana— primero debes recuperarte.
Erick miró los alimentos como si fuera lo más horrible que se hubiera encontrado. No tenía hambre o sed, aunque admitía que sí tenía mucho sueño…
—No puedo… dejarlas ir. —Cada palabra la pronunciaba con débil lentitud, comprendiendo de inmediato que no estaba listo. Sin embargo, su alma rota deseaba terminar con las autoras de sus pesadillas, sabiendo que no sería el último a quien se las provocarían.
—No lo harán. Estoy a cargo de la misión, y puedo conseguirte un lugar entre mi pelotón…
—No— cortó— No puedo… arriesgar…
—Tú no decides eso. —Resopló, sabiendo que estaban por iniciar una discusión difícil— Sir Arthur te considera un hijo, no aceptará esto.
Erick LeReux no meditó demasiado cuando escupió su respuesta definitiva.
—Entonces, no como caballero— esta vez, Sir Noah Dix se descubrió asombrado— sin uniforme, sin espada… solo mis flechas.
—Es una locura.
Erick le miró con la determinación forjada en el dolor que estaba sintiendo, y Noah comprendió que nada iba a detenerlo; si debía salir de allí, arrastrándose entre el fango del campo de entrenamiento, lo haría. Solo le quedaba persuadirlo de descansar y elaborar un plan para evitar un ataque apresurado y suicida. Por ello, las siguientes dos semanas Erick LeReux se encerró en su habitación de la Guardia, limitando sus contactos a Noah y sus astutas ideas.
Cada noche, rememoraba el hueco en el vientre de Julie, y la carne de su sobrino siendo arrancada. Frente al espejo roto, podía observar marcas de estrangulamiento en su cuello, las mismas que mataron a Carver. Las yemas de sus dedos recorrían aquellas, curiosos por comprender que le estaba sucediendo.
¿Había enloquecido? Recordó las formas y colores que percibió mientras perdía la conciencia, incluyendo a aquella pelirroja y hermosa mujer que le transmitía calma ante su enfrentamiento con la muerte, apaciguando su sed con un extraña bebida que lo obligó a beber hasta el final. Pensó que desde ese instante ya había perdido la cordura, si bien su teoría quedó descartada cuando Noah Dix afirmó que encontraron restos de un líquido azul escurriendo de su boca. Incluso por un instante su compañero pensó que aquellas brujas lo habían envenenado.
Con su mano izquierda tocó su espalda. La curandera había dicho con cierto entusiasmo que sus lesiones, de no matarlo, debieron haberlo dejado completamente inmóvil. Y allí estaba él, de pie, explorando sus cicatrices. Ella lo llamó un milagro, e incluso el sacerdote estuvo de acuerdo. No existían más explicaciones.
Para Erick significaba una oportunidad. Una de cobrar lo que él llamaba justicia, si bien comprendía que deseaba saciar una venganza.
—Erick— otra vez, aquella dulce voz que escuchó en la finca y en sueños, aparecía de nuevo. Giró, encontrándose con un hermoso resplandor, sin forma— ellas están aquí.
El crujir de un edificio cercano le hizo girar hacia la ventana, mientras las campanas de la Iglesia advertían el peligro a los pobladores: El Papiro Rojo había llegado.
Los caballeros comenzaron a desfilar frente a su puerta, con armas en mano, listos para luchar. Erick LeReux consideró que a diferencia de sus compañeros, él no disponía de tiempo para enfundarse en su armadura, por lo cual sólo tomó su espada, arco y carcaj. Se unió entonces al resto, ganando curiosas miradas de quienes lo consideraban un loco por salir a combate sólo cubriéndose con delgadas telas.
—¡Prepárense!— Ordenó Sir Noah— ¡No sean indulgentes! Ellas no dudarán en matarlos. Y no lo olviden, el agua bendita es inútil con estas brujas.
Erick LeReux llegó a la entrada, deteniéndose delante de Noah a la expectativa de una reprenda. Un leve asentimiento dio permiso de continuar, sabiendo que de cualquier forma, nada le detendría.
—¡Grupos de cinco!— siguió dando órdenes a sus hombres— ¡Arqueros a los techos! ¡Escuadrones 3, 14 y 39 a la iglesia! ¡Escuadrones 6, 8, y 21 evacuen las calles! El resto combatiremos— giró hacia el pelirrojo, lamentándose por el hecho que su primer plan ya no funcionaría… totalmente— Escuadrón 44 conmigo. ¡LeReux! Tú también. ¡Ya!
Un pequeño grupo de brujas caminaba por las calles. Nunca se habían sentido tan libres, dándose el lujo de pasear por una ciudad que había quemado a cientos de ellas.
Un hombre tropezó, arrastrándose hacia atrás en un triste intento de escape. La bruja líder le miró, tomándolo por el cuello con la misma ligereza con que se levanta una pluma del suelo. Sin grandes ceremonias, lo estrujó, ante la horrorizada mirada de los civiles cercanos.
—¡Matenlos!— ordenó.
Todos comenzaron a correr. Solo hubo una ciudadana que, aunque preocupada, no se movió de su lugar.
—Carajo— maldijo en voz alta, tirando al piso sus compras. Una de las brujas la escuchó, e intrigada por su aparente calma, se acercó a ella.
—Eres tan hermosa— aduló, observando sus brillantes ojos esmeralda, su cabello cobrizo y sus brazos tonificados. Parecía alguien fuerte— tú no pareces una cobarde como el resto, podrías ser una de nosotras.
— ¿Por ser hermosa?— inquirió con calma.
—Tienes la apariencia de una guerrera— pronunció con tono seductor, acercando sus labios a la mejilla nívea de la otra— solo tienes que unirte a mi.
La rubia sonrió.
—¿Tu compañera?
—Mi amor.
La civil giró un poco el rostro para rozar los labios de la otra. Parecían haber cerrado el trato, pero toda aquella coquetería fue sustituida con rapidez por un quejido de dolor de la bruja, a quien su “enamorada” había apuñalado en el cuello.
—Prefiero que me llames Levic Alcott.— Con la otra mano atravesó el pecho de la hereje, extrayendo su corazón intacto, con tal facilidad que asustaría a más de un miembro del Papiro.
La bruja cayó al piso, inmóvil, pero de alguna extraña forma, aún viva.
Levic sonrió, observando aquel órgano aún palpitando.
—Hace mucho tiempo que no conocía a alguien con tus cualidades… ¿cómo conseguiste este poder?
—No— susurró.
Alcott, molesta, apretó un poco el corazón, y la bruja gritó de dolor.
—No me hagas repetir la pregunta. Las brujas de esta época son un fiasco, y sé bien que no conseguiste esto con una simple poción de serpiente.
—Un feto— confesó— comimos su carne…
Ella volvió a aplicar fuerza al órgano.
—Eso no explica nada.
—¡Nos dijeron que era el hijo de un dios!
—¿Griego?
¿Cómo lo sabía?
—Sí.
—Te agradezco la información— Y sin tiempo a más, estrujó el corazón de la bruja, dando fin a su vida. Esta vez echó a correr, sabiendo que la información que poseía era lo único que lograría salvar a la pequeña Isla de Zeohl.
Capítulo 3
Los dioses se instalaron como los gobernantes supremos tras la Titanomaquia.
Los semidioses y monstruos eran de los pocos que gozaban de habilidades especiales.
El hombre había sido creado para servir, pero ahora, como un semidiós deseaba poder, y como un dios, el control. ¿Cómo se atrevían aquellas indignas criaturas a desafiar la naturaleza para la que habían sido creados?
Zeus no perdió tiempo, convocando una reunión de emergencia para decidir qué debían hacer con los imprudentes humanos. Agradecían haberlos dotado de la violencia que incitaba a destruirse a sí mismos, puesto que ocupaba la mayor parte de su existencia. Con suerte, absortos en el caos no podrían aspirar al trono de Zeus, y él no tendría que castigarlos. Su estúpida existencia no les ocuparía más.
—Su ambición es patética— escupió con asco la siempre virgen Artemisa, observando al Papiro Rojo avanzar hacia la iglesia cristiana. — Se conforman con un pedazo de tierra olvidado por el resto de la humanidad. No han pensado siquiera en expandir su dominio.
—La única amenaza que representan es para sí mismos— respondió con cierta angustia la diosa primigenia Selene, la luna llena. — Se destruirán, de continuar por este camino.
—Lo pronuncias cómo si fuese nuestro deber ayudarlos— Apolo observaba los cuerpos esparcidos por las calles de Zeohl. Tranquilo, ya imaginaba el final que tendría aquel lío, y no comprendía porqué le hacían perder su tiempo.
Por su parte, Afrodita observaba sin emitir juicios u opiniones. Sólo uno de esos humanos era de su interés, y la situación que ahora la convocaba era perfecta para comprobar si era digno o no.
Zeus golpeó el descansa brazos de su trono, obteniendo silencio como resultado. El juego final estaba a punto de iniciarse, por lo cual necesitaba toda la concentración de la que un dios disponía. Todo por una estúpida isla olvidada.
En el centro de la ciudad se encontraba un pelotón disparando flechas que, a pesar de impactar en la cabeza, pecho y abdomen del par de brujas que enfrentaban, no lograban asesinarlas.
Ambas esperaron a que los estúpidos arqueros se quedaran sin proyectiles, antes de lanzarse hacia ellos para matarlos con unos cuantos golpes. Seis murieron en menos de un minuto, y el último se encontraba aterrado tan aterrado que no podía moverse.
Estaba por ser asesinado cuando una flecha se incrustó en el corazón de una de las brujas, cortesía de una persona disfrazada que había llegado justo a tiempo.
La hereje cayó muerta, ante la confundida mirada de su compañera quien no tuvo tiempo ni para gritar, pues el disfrazado disparó contra ella también.
El caballero lo miró confundido. Él no había logrado matarlas sin importar cuantas veces hubiera disparado directo al corazón, pero aquel extraño aparecía y las asesinaba en menos de veinte segundos.
—Atento— ordenó Levic haciendo su mejor esfuerzo por imitar la voz de un hombre, ofreciendo su mano para ayudar.
El otro le miró con detenimiento, dándose cuenta de que era mucho más delgado que un guerrero, y con una voz que sonaba femenina.
Pobre chico, seguro que al principio nadie le tomaba en serio.
—Baña tus flechas en la sangre de estas brujas, y apunta siempre al corazón. Es lo único que logrará matarlas.
El caballero asintió, pensando en que las pocas probabilidades que tenían de sobrevivir, tal vez aumentarían ahora.
—Pasa la voz. Todos deben hacerlo— y antes de quedar al descubierto, se marchó.
Justo a tiempo, sir Arthur llegó para ayudar.
—¡Guardia!
Él no tuvo tiempo de responder, cuando otro de sus compañeros arribó al sitio.
—¡Señor!, Un numeroso grupo del Papiro Rojo se acerca a la puerta principal de Zeohl.
Sir Arthur Wells frunció el ceño, sabiendo que los problemas estaban por complicarse.
—¡Que todos los arqueros se dirijan a la puerta principal! Preparen una emboscada en los techos.
—Señor, nuestras armas no están funcionando.
—Yo sé cómo matarlas— habló al fin el sobreviviente.
Por su parte, Sir Noah Dix evitaba los golpes de otra de las brujas valiéndose de su escudo abollado. Dos miembros de su escuadrón habían muerto presas de su propio casco, que su oponente había estrujado hasta convertirlos en una lata inservible. La bruja dio un último golpe antes de que Noah arrojara su escudo a un lado, clavando su espada en el estómago de la oponente y sacándola con rapidez para atacar ahora el corazón. A diferencia de sus anteriores ataques, este pareció funcionar, pues su oponente cayó muerta.
Unos segundos después, un caballero llegó con la nueva información.
Lejos de allí, Erick tenía serios problemas con otra de las tantas brujas. Cayó sobre un montón de sacos de harina, agradeciendo la blanda superficie. Se levantó desenfundando una pequeña daga.
—Serás un necio al creer que puedes dañarme— rió al recordar cuando, imprudente, se lanzó contra la líder del Papiro.
—Yo aprendo de mis errores— dijo mientras se colocaba en guardia. Sabía que, si erraba en un ataque directo, ella podría reventarle los órganos de un puñetazo, cómo ya había hecho con el anterior escuadrón.
La bruja lanzó un golpe recto, antes de levantar una pesada caja de diez kilos de fruta y arrojarla hacia el pelirrojo que se vio obligado a esquivar, cayendo sobre otras cajas. La bruja apareció delante de él, pero no alcanzó a matarlo, siendo atravesada por la flecha sangrienta de Sir Noah Dix.
—¡Erick, son vulnerables a su propia sangre!— al escucharlo cualquiera hubiera pensado que Sir Noah había perdido la cabeza— Informa a quienes puedas— e indicó a su compañero que debían separarse nuevamente.
Dos brujas enfrentaban a tres caballeros, y ya le habían quebrado el brazo a uno de ellos. Erick los observó, y su flecha eligió como víctima a la más próxima a sus compañeros. La otra lanzó un desgarrador grito por su hermana del Papiro Rojo, antes de olvidarse del trío de caballeros y girarse hacia LeReux.
Craso error. Perdiendo el juicio se abalanzó hacia él, momento en que el caballero menos herido, Smith, apuntó con su ballesta hiriéndole una pierna. Erick terminó el trabajo.
Con la información siendo transmitida entre pelotones, los Guardias comenzaron a superar al Papiro Rojo, matando a todas aquellas que se encontraban en el centro, el mercado, la entrada y la zona alta.
Pero todavía faltaba una:la líder, quien se aproximaba a la casa de Dios.
Sir Arthur llegó hasta LeReux y sus compañeros, encontrándose con el más improbable de los escenarios: varias brujas muertas a los pies de sus caballeros. El grupo giró hacia él.
—A la iglesia— ordenó. — Debemos acabar con este infierno.
La solitaria bruja estaba a punto de llegar a la iglesia para matar a sus refugiados cuando se encontró con los la Guardia Real, y supo entonces que sus compañeras habían caído. Con espadas en mano, Dix, Wells y LeReux llegaron a la escena, todos cubiertos de polvo y sangre.
—No—la voz de aquella se quebró en un hilo— ¡No!— bramó enfurecida.
—Ríndete— ordenó Sir Arthur bajando de su caballo— no tienes elección.
Las arrugadas facciones de la bruja se endurecieron en una determinación que proclamaba una sentencia.
—Ustedes han asesinado a mis hermanas. Les prometo la misma suerte.— Y culminando su amenaza, se lanzó contra Sir Arthur, a quien golpeó con el dorso de la mano, aventándolo hacia la pared de una casa que le cayó encima. Sus huesos crujieron tras el impacto, del cual no pudo volver a levantarse.
Por las ventanas de la iglesia las personas observaban aterradas. El sacerdote masculló una maldición, sabiendo que sólo sería necesario echar todo el peso de aquella sobre la iglesia para matarlos a todos. El agua bendita no podía detenerla, y sus únicas esperanzas se volcaban ahora en los guardias. Estaban definitivamente muertos.
—¡Sir Arthur! — gritó desesperado Dix, deseando correr en su ayuda.
Erick LeReux disparó una flecha que atravesó la mano de la bruja, quien astuta se había cubierto sabiendo que la Guardia Real estaba al tanto de su secreto.
Otro caballero, Smith, disparó una flecha a la nuca, surtiendo nulo efecto. La enfurecida bruja gritó, girándose hacia el desafortunado caballero, a quien lanzó una filosa madera extraída de escombros cercanos.
Todo ocurrió tan rápido que Smith no sintió dolor. Erick bramó, y la bruja le miró con desprecio, marcándolo como su próxima víctima. Erick tensó la cuerda, dando a entender que no iba a moverse, y la bruja rió del patético intento. A su vez, Afrodita endurecía sus hermosas y delicadas facciones: era tiempo, estaba a punto de corroborar si aquel era digno de tener un lugar entre sus planes, o si era otra falsa promesa para desechar. Ares estaba demasiado extasiado con la masacre como para reparar en ella. Hera permanecía impasible; esos estúpidos humanos no tenían nada que ver con ella, no eran más que sacos de carne sin suficiente poder para enfrentársele. Ningún espectáculo había sido digno de su vista desde la tan larga guerra de Troya.
Erick lanzó la flecha. Contra el pronóstico de la bruja, el proyectil no tomó dirección a su pecho, incrustándose en su ojo. La líder gritó, y cuando llevó la mano izquierda hacia la herida, una segunda flecha empaló su palma junto al otro ojo.
LeReux corrió hacia ella, y con cruel movimiento cortó ambas piernas de su contrincante. Se arrodilló frente a la bruja, disfrutando los dolorosos gemidos. Fue su turno de sonreír, antes de clavar su espada en el corazón, tan lenta y dolorosamente.
—Esto…—saboreaba cada instante, deseando recordarlo para siempre— es por mi familia.
Uno de los guardias, que consolaba a Noah Dix, sintió un extraño alivio al observar a la líder del Papiro Rojo, muerta. Sus labios no pudieron evitar pronunciarlo:
—Se acabó.
Pero Noah, contemplando el macabro espectáculo que LeReux inició atando las muñecas de la bruja y luego la cuerda a su caballo, pensó lo contrario. Viendo el cuerpo ser arrastrado hacia la iglesia, mostrándolo con un trofeo, le hizo comprender que en realidad todo no había hecho más que empezar. Intentando ocultar su sonrisa para pasar desapercibida en aquella junta, Afrodita compartía dicha idea: era el comienzo.
Parte 2: La Apóstata
Capítulo 1
2018
«A partir de entonces, contrario a nuestros deseos por volver a gozar de la paz que Dios nos obsequiaba, cada aspecto de la vida en nuestra humilde Zeohl se vio sometida al infierno. Pensábamos que eran aquellas blasfemas mujeres la causa misma de nuestros problemas, pero pecábamos de ignorancia. Erick LeReux comenzó La Campaña de Purificación, destruyendo a todo aquel que pareciera una amenaza ante sus ojos: hombres y mujeres que sentían una aberrante atracción hacia aquellos con sus mismas características físicas; hombres y mujeres poseedores de cualquier conocimiento diferente al de nuestra Biblia; hombres y mujeres que ofrecían su cuerpo como si se tratase de mercancía valiosa; hombres y mujeres miembros del Papiro Rojo.
Estábamos seguros, por Dios, de que todo acabaría pronto. Engañarnos era lo único que habíamos logrado, puesto que mi fiel amigo no hizo más que convertirse en un hombre cruel, estricto y cegado por el dolor insuperable de perder el mayor obsequio en su vida, comenzando a matar a aquellos niños cuya progenitora hubiera sido ya ejecutada por el crimen de brujería, hubieran nacido con la maldición del demonio bajo sus cuerpos deformados y/o se comportaran de forma diferente al resto. Las ancianas con conocimientos en herbolaria también enfrentaron la horca, y ni siquiera aquellos con altos conocimientos eclesiásticos educados bajo el azote de nuestro amado Papa escaparon de su ira.
Se apoyaba en los ciudadanos al principio, pero pronto un respetable grupo de personas comenzó a temerle, y muchos de nosotros en la Guardia también lo hicimos, descubriendo que ahora nuestro sagrado deber era proteger a nuestro pueblo de aquel que alguna vez llamé amigo, y para lograrlo necesitaríamos de un equipo especial, o un milagro. Ambas se combinaron, y como narraré en mi siguiente escrito, logramos detenerlo…».
Selene Harrison cerró el libro con violencia apenas terminó el último párrafo. Era la tercera maldita vez en el año que leía el primer libro de la colección «La caza del verdadero hereje», que Sir Noah Dix había escrito para inmortalizar al cruel hombre que todos en los 3 Templos temían. En total, a lo largo de 13 años de entrenamiento, lo había revisado 12 veces, preguntándose por qué demonios no le permitían leer el siguiente.
—Ya es suficiente— sus curiosos pero poco atractivos ojos grises se posaron con enfado sobre su maestra.— No puedo seguir estudiando el mismo libro una y otra vez
Zenobia le devolvió la mirada. Esperaba ya esa réplica.
—Nunca haz de permitirte olvidar lo que significamos para ellos.— Su voz adquirió un tono más severo— Sé que le tienes afecto a ciertos humanos, y me preocupa que decidas revelar tu secreto— hizo una ligera pausa— Necesitas, además, practicar tu latín.
—Practicaría si me dejaras leer el resto de los tomos de Noah Dix.— Replicó, moviendo la cabeza de un lado a otro.
—Después de tu año sabático.
Justo lo que no había pedido: un «descanso» de sus lecciones. Selene entrecerró los ojos. Nada de lo que Zenobia decía satisfacía las dudas que más bien aumentaban en cada discusión.
—¿Por qué me estás prohibiendo los libros? ¿Ocultan algo que no quieras que yo descubra?
Zenobia frunció el ceño. Los músculos de sus hombros se sintieron tensos, pero evitó masajearlos.
—Selene, esta conversación se ha convertido en nuestra acompañante cada vez que hablamos. Ya fue suficiente.
Ella resopló, elevando uno de sus mechones azabache en el proceso, que volvió a caer sin gracia sobre su piel morena.
—Creí haberte demostrado hasta ahora, que no pienso descubrirme ante nadie.
—Conservar el color natural de tus ojos expone lo contrario.
—¡Usar pupilentes 24/7 es muy incómodo!— gritó, ganándose varias miradas reprobatorias.
—Un sacrificio necesario para salvaguardar tu vida.— Zenobia cerró los ojos, cansada, mientras mordía el interior de su mejilla.
Sin decir una sola palabra, Selene se marchó. No se tomó el tiempo de devolver el libro a su estante o al carrito de la biblioteca, dejando a su maestra cargar con el peso del ridículo por aquella escena. Impasible, Zenobia la miró cruzar por las enormes puertas de caoba, antes de posar sus ojos marrones sobre la tapa del libro. Nostálgica, paseó su moreno dedo índice por los relieves de la tapa, extrayendo de entre sus ropas un dije que abrió para echar un vistazo rápido al retrato de una bella mujer inmortalizada en carboncillo.
Suspiró. No podía permitirse perder a la chica, aun cuando ella no lo entendía.
—Deberías decírselo— aconsejó Machinskaya, la bibliotecaria, pasando por alto el pequeño salto asustado de la maestra— antes de que lo descubra por sí misma y lo malinterprete.
—No hay mucho que decir.
Zenobia era el tipo de persona que expresaba casi nada sobre sí misma, puesto que, de forma no tan secreta, se avergonzaba de quién era, y quién había sido. Por supuesto, sus hazañas se encontraban plasmadas entre las hojas escritas por Sir Noah Dix, y muchos de los estudiantes del Templo ya lo sabían; Selene era de las pocas personas privadas de tan valiosa información, mas algo ya sospechaba ante los murmullos, ya que hablar en voz alta respecto a Zenobia no era bien visto. Y por supuesto, algunos deseaban desde su respeto hasta su autógrafo.
—Feliz lección de cumpleaños, Harry— dijo Selene en voz alta para sí misma, atravesando el jardín mientras intentaba evitar cualquier comentario sobre su maestra. En el bolsillo izquierdo su celular vibró, anunciando un único mensaje que esperaba por ella: «En el Brandy’s Coffee en una hora. Tenemos un cumpleaños que celebrar.»
Sonrió. Al menos contaba con su mejor amiga para hacer de aquel día más digerible.
Al mismo tiempo, en Olimpo, se llevaba a cabo una aburrida discusión.
—Veintidós años— una de las diosas menores azotó el puño contra un pilar del templo, ante la vista del resto de los dioses. Zeus no se inmutó, y Hera frunció el ceño— ¡Han pasado veintidós malditos años y aún no tenemos su cabeza!— La diosa Selene tragó saliva al escuchar a una de sus hijas decir aquello, temiendo como en cada una de aquellas audiencias— ¿Por qué nadie la está buscando?
—Conserva la calma, Herse— Pidió su padre, el gobernante supremo de los dioses, fastidiado de aquellas cada vez más frecuentes reuniones.
—¿Conserva la calma?— Repitió Herse, apretando más su puño y comenzando a clavarse las uñas, frustrada ante la impasibilidad de su padre— Lo declaras como si estuviera exagerando respecto a ella. ¿Acaso ya olvidaste la muestra de poder de la que hizo gala hace dieciséis años? Nos dejó muy claro que representa una amenaza, y eso debió ser suficiente para fortalecer su búsqueda.
La decepción invadió a Selene. Suspiró con pesadez, preocupada por la obsesión de Herse con la purga de los semidioses. ¿Y qué podía esperar? Ella había estado a favor desde el principio.
—En cambio, estamos aquí, perdiendo el tiempo en audiencias porque ustedes prefieren cegarse ante la verdad, mientras la hija bastarda de Selene se hace más fuerte.
—Llevamos más de quince años sin saber sobre ella— se atrevió a hablar el dios Hermes, quien estaba en contra de la purga de los semidioses… por motivos personales— no comparto tu idea. No me parece una amenaza.
—No se trata de hacer un juicio sobre ella. Los he convocado a esta audiencia porque la ley debe ser respetada— miró ahora a su madre, sus ojos grises destellando un profundo odio que no necesitaba de palabras para expresarse.— Después de lo ocurrido con el Papiro Rojo y la caída del tal LeReux, establecimos que ninguno de nosotros volvería a tener aventuras con ningún humano— Selene desvió la gris mirada, comprendiendo que lo dicho era para ella. Herse frunció el ceño— Convenimos también, que en caso de romper el primer acuerdo, el fruto de dicha unión debía ser ejecutado.
Algunos de los otros dioses observaban en silencio. Apolo reservaba cualquier comentario para sí mismo, por el momento. Comprendía el inconveniente de inclinar la balanza a favor o en contra de la purga, si bien sus intereses le llevaban a declinar en silencio. Astuto como siempre, sabía que no debía delatar su postura.
—Es cierto— secundó Artemisa, a quien le hubiera encantado recibir a dicha humana como tributo. Le habían ofrecido la vida de un sin fin de mujeres hermosas, vírgenes, puras… solo faltaba alguien como la hija de Selene: una semidiosa.— Padre, la humana debe recibir su castigo.
Zeus frunció el ceño, cada vez más fastidiado.
—No he de involucrarme en asuntos humanos. Ninguno lo hará.
—Pero, padre, el acuerdo…— estuvo a punto de replicar Pandia, otra hija suya y de Selene.
—No tiene nada que ver conmigo— Continuó él— yo no aprobé el asesinato de los semidioses. Hera fue quien les apoyó, es un asunto que le compete.
Su esposa frunció el ceño, molesta. Por supuesto que Zeus no estaba de acuerdo, si una de sus mayores aficiones era pasearse por el mundo buscando bellas mujeres a las cuales preñar.
La multitud quedó en silencio, y Zeus decidió que era un buen momento para dar fin a tan estresante reunión.
—Retírense. No vamos a involucrarnos con los humanos, y no intervendremos directamente en la muerte de los semidioses. Es una orden.
Herse sintió frustración ante la negativa de su padre. La noche estaba a punto de caer, y Selene se apresuró a salir; tenía un largo camino que recorrer en su carroza tirada por bueyes.
Sólo cuando el sitio quedó vacío, Apolo se acercó a su padre.
—El futuro se esconde tras una densa neblina— aseguró el mellizo de Artemisa, mirando hacia las columnas. El gobernante del Olimpo permaneció en silencio. Apolo colocó sus manos tras la espalda— sin embargo, lo único que percibo claro es que los semidioses deben vivir.
—Háblame de ello.
Apolo cerró los ojos y respiró profundo. Si alguno de los dioses se encontrara allí, quedaría hipnotizado ante la belleza que irradiaba aquel con esa postura tranquila.
—Fuego— respondió al fin— consume un templo mientras la tierra sacude sus columnas. Una a una, resquebrajadas, caen. En las últimas, de sus grietas comienza a escurrir sangre, que apaga el fuego y resiste los azotes. Esas columnas bañadas son las únicas que no ceden.
Zeus caminó alrededor del templo, meditando. Lo que Apolo profesaba era peligroso, y la solución que se alzaba ante ellos eran esos impuros de sangre tanto humana como inmortal, sin embargo comprendía que no podía interferir en el curso de los acontecimientos ni en las vidas de aquellos. Lo único que le restaba, era esperar con paciencia.
—Sin intervenciones directas- ordenó.
En la isla de Zeohl, Selene Harrison permanecía ajena a los problemas de los que era protagonista, divirtiéndose junto a Elizabeth, una de las pocas humanas con quien mantenía una relación estrecha.
—Entonces comenzó a sonar una canción muy romántica— comentó esta última— debo admitir que nunca tuve coito con música.
Selene se encogió de hombros. No tenía idea de que tan buena o mala era la música durante el acto, puesto que sólo había tenido unas cuantas parejas sexuales y sus encuentros se reducían a la penetración (al menos, hablando de varones).
—¿A mí de qué me sirve toda esa información?
Elizabeth se rió nerviosa.
—Tenía que decírselo a alguien.
—Creí que al menos en mi cumpleaños no ibas a humillar mi escasa vida sexual.
Harry dio una mordida a lo poco que quedaba de su dona de chocolate. A la 1:40 de la madrugada apenas dos o tres personas paseaban por las calles, por lo cual nadie se percató de la camioneta que frenó con brusquedad frente al par de chicas.
Selene Harrison frunció el ceño, preparándose para lo que iba a suceder; al menos, sus fornidos brazos serían suficientes para explicar su fuerza mayor a la de un humano promedio. Tomó por la menuda muñeca a su amiga Elizabeth, quien temblaba por el miedo. Las puertas se abrieron, dejando salir a cinco encapuchados y robustos hombres que susurraban, probablemente puliendo detalles.
—Elizabeth— la mencionada se sobresaltó, de repente pareciéndole su nombre una blasfemia en los labios de aquel—sube.— Ella sintió un hueco en el estómago, y su morena piel palideció.
Percibió la rasposa mano de su amiga aferrarse con mayor fuerza.
—Ella se queda— dictaminó. El otro no se inmutó, seguro de que aquella extraña sólo deseaba tener sus cinco minutos de heroísmo. Apuntó el arma a la frente de la retadora, acercándose con lentitud mientras dos de los otros se aproximaban por los costados. Harrison colocó a su amiga tras su espalda, sintiendo el frío metal del cañón sobre las arrugas de su frente.
—Elizabeth—repitió— sube. John te extraña muchísimo.
La mencionada sintió su corazón danzar violento, mientras su respiración se hacía más rápida y cortada.
John. Ese maldito nombre que solo sabía traer desgracias. ¿Qué demonios quería? Hacia dos años habían roto su relación, y en claro había dejado que no quería nada de él, cada vez que la buscaba.
—Vamos, tu amiga merece vivir. — Finalizó tranquilo. Le daba lo mismo si tenía o no que dispararle a aquella chica.
—Quédate atrás— ordenó con aparente tranquilidad como para tener el arma colocada en sus sienes. Su corazón sin embargo latía con tal violencia que podía sentirlo intentar salir de su pecho. Apretó los dedos de los pies para intentar calmar su creciente tensión; el hombre apuntándole lo disfrutaba. Deseaba más.
—Tienes 3 segundos para darme a Elizabeth.— Sentenció, obligándola a precipitar una decisión. Todo sucedió tan rápido, y a su vez, tan lento… Tres armas apuntaban hacia ella, y aunque quizá le causarían severas heridas, era seguro que no la matarían.
Y eso delataría quién era ella en realidad.
—1…
¿Y si utilizaba aquello? No. No podía, todos se lo habían prohibido, y de utilizarlo quedaría expuesta de todas formas. Apretó la mandíbula con fuerza.
—2…
Sintió los temblores y sollozos de Elizabeth tras de sí, y reflexionó si valía la pena esconderse y dejarla a su suerte. ¿No estaba siendo egoísta? El seguro del arma emitió un chasquido. Era ahora o nunca.
—¡Carajo!— gritó al mismo tiempo que extendió la palma hacia el abdomen de su agresor, emitiendo una onda de energía que lo empujó con violencia, haciéndolo caer y golpearse la nuca.
—¡Qué mierda!— gritaron los dos al costado, confundidos y con miedo ante los ojos sin pupila que emitían un brillo verdoso.
Selene aprovechó la distracción para ahora apuntar sus palmas hacia ellos, quienes tuvieron la misma suerte. El conductor de la camioneta arrancó, pero la chica sabía que no podía dejarlo ir. Con su mano hacia el vehículo, este se rodeó de la misma energía verdosa, pareciendo que de alguna forma Harry le impedía avanzar más de los siete metros que había logrado alcanzar.
Elizabeth estaba tan asustada como el conductor, quien ni siquiera podía intentar dispararle a la chica puesto que ya no se encontraba en su rango de visión. Las llantas cedieron ante el contacto del cuchillo que la joven lanzó usando el mismo «truco de magia», y se apresuró hacia la camioneta, viendo salir al conductor con su pistola apuntando a ella. Una vez más, de su palma emitió una onda de energía, dejando fuera de juego al último de sus atacantes. Sus grises pupilas volvieron a ser visibles, en el momento en que se arrodillaba para ver al trío de hombres inconscientes y a la chica que la miraba con profundo terror.
Estaba mal.
Todo iba a estar mal.
Capítulo 2
Una pequeña muestra fue suficiente. La onda de energía expulsada actuó como una antena que emitió un mensaje a distintos lugares del mundo, desde Tártaro hasta el Olimpo y en distintos países de la Tierra. Zeohl no era más que una isla en mitad del maldito Triángulo de las Bermudas que refugiaba a los olvidados, a los que huían de un pasado tormentoso a un lugar no tan flexible, pero mejor que su punto de partida. Más allá de sus contaminadas playas, existían refugiados de la purga dispersos por el mundo, algunos más sensibles a ciertas habilidades que estaban obligados a resguardar por su propio bien.
Selene fue de las primeras en sentir un casi imperceptible cambio en la bioenergía, mientras viajaba en su típico recorrido. Detuvo al par de bueyes que tiraban de su carruaje, confundida por el extraño estímulo que había percibido todo su cuerpo. Un sudor frío escurrió por su frente cuando al fin comprendió lo que estaba sucediendo: su hija humana se había expuesto, después de trece largos años de escondite; no solo eso, sabía que de la misma forma en que ella había logrado percibirla, lo harían el resto de los dioses. Pandia y Herse incluidas.
Horas más tarde…
Las muñecas de Harry estaban aprisionadas entre oxidados grilletes, cubiertos de la sangre de anteriores herejes que se hallaron alguna vez ante un tribunal dispuesto a sentenciar su destino. Le parecía un mal chiste que aquellos que habían huido de la Inquisición, ahora la aprisionaran con las mismas cadenas.
Caminaba por el pasillo con la cabeza abajo, evitando mirar a su padre o a Zenobia, avergonzada por ser tratada como una criminal que sería expuesta ante el resto de la población del Templo del Nigromante. Suspiró, ignorante de ser objeto de un segundo juicio, donde no se requería su presencia. En el salón y en el Olimpo, quienes iban a dictaminar su sentencia estaban listos.
Los susurros comenzaron a ser emitidos, con carga tanto a favor como en contra de sus acciones de la madrugada del 8 de octubre.
Quedó de pie, frente al tribunal y dando la espalda a todos quienes habían decidido acudir al gran evento de su juicio. Las Túnicas Blancas, compuestas por cinco miembros veteranos del Templo, estaban listas; Machinskaya, bibliotecaria y líder de investigación, formaba parte de ellas, y alzando la mano ordenó silencio. Miró a la prisionera con absoluto desprecio.
—Selene— comenzó— hija del médico humano James Harrison— el mencionado estaba asustado por el posible destino de la joven— hija de la diosa primigenia lunar, Selene. Aprendiz de Zenobia, apóstata nivel 5. Sabes cuál es el cargo que te trae ante este tribunal.
Machinskaya deseaba escucharla decirlo en voz alta.
—Traición.
Los murmullos regresaron. En cambio, en Olimpo no se escuchaba más que los argumentos de Pandia.
—No revocaré mi palabra por capricho tuyo— afirmó Zeus, recargando su mentón sobre el puño derecho en un gesto cansino.
Todos habían recibido el mensaje de Selene Harrison con su paradero plasmado en él, pues el par de segundos que había durado la manifestación de energía fue suficiente para poner en aviso a todos, resurgiendo en sus mentes el incómodo acuerdo de la purga.
Muchos deseaban la muerte de los semidioses, pero colmar la paciencia de Zeus con un mar de argumentos desataría un castigo que nadie deseaba sufrir. Artemisa continuaba anhelando un sacrificio y la humana semidiosa parecía una excelente ofrenda, casi tan buena como lo fue Ifigenia durante aquel conflicto en Troya. Su gemelo, por el contrario, mantenía una expresión indiferente, conocedor del resultado final de aquella tormentosa reunión. Solo había que ser tan estúpido como Herse o Pandia, pensó, para creer que su padre cambiaría de opinión.
Miró a los demás dioses con sus expresiones nerviosas, y a la bellísima Afrodita mover los dedos de la mano derecha con la impaciencia de quien tiene mejores asuntos que atender.
Hermes observaba el piso, preocupado. Al dios Sol le pareció bastante obvia la causa, puesto que el mensajero pertenecía al grupo de desobedientes dioses que habían procreado hijos humanos. La purga era un tema siempre difícil, puesto que no sabía cuándo el nombre de su hijo Joan se convertiría en el favorito.
—No importa la razón— intervino la Túnica Blanca Kendall, jefe de todos los maestros. Los argumentos que Selene había expuesto no le parecían suficientes— Mostrarte ante un humano está prohibido.
Juicios como aquel no se parecían en nada a los celebrados por humanos. Las Túnicas Blancas eran (después del Guardián Supremo) la máxima autoridad de los Templos, y ellos actuaban como jueces y jurados; a veces, como verdugos.
El proceso estaba abierto al público, y cualquier miembro del Templo podía asistir e intervenir tanto a favor como en contra del acusado; sin embargo las Túnicas tomaban la decisión final, y en el cargo de «traición», era seguro que nadie hablaría por ella.
—Lo sé— era difícil para el público juzgar si su discurso era honesto o cínico, ganándose la desaprobación de la mayoría— Estoy consciente de mis acciones, pero fue un acto necesario.
—¡No!— el grito de Machinskaya la sobresaltó— lo que hiciste no fue más que un acto estúpido y egoísta. Debiste dejar que las cosas siguieran su curso.
—No es así de sencillo. Se nos ha ordenado mantener la vida de un humano promedio, lo cual, inevitablemente, nos hace forjar lazos con ellos.
—¿Admites que priorizaste a una humana, sobre nosotros?— esta vez, la Túnica Blanca Eleanor, administradora de recursos materiales, tomó la palabra.
Selene no tuvo reparos en demostrar su enojo en el ceño fruncido, al ver sus palabras y acciones tergiversadas. Zenobia miraba el cruel espectáculo con la misma preocupación que James. De los miembros del Templo, fue la primera en percibir la bioenergía de su estudiante, a través de un frío viento que caló sus huesos como si una delgada capa de escarcha cubriera cada centímetro de su ser. No necesitó de tanto tiempo para comprender lo que estaba sucediendo: Selene se había expuesto a pesar de las numerosas advertencias que ella le había proporcionado; no solo eso, sino que también se negó con firmeza a la intervención en la memoria de la tal Elizabeth García.
Borrar memorias era una habilidad básica que todo maestro de la psicoquinesis poseía, y sin embargo exigía un riesgo terrible a la salud mental: el rompimiento definitivo de la mente. Era un asunto de azar, en el que no dependía de cuán competente era quien lo ejercía, sino de la estructura misma de la víctima, y después de lo ocurrido aquella madrugada, Elizabeth era una candidata perfecta a terminar con el cerebro frito.
Claro que a Zenobia eso no le interesaba, pero Harry fue tan terca y estúpida que se atrevió a retarla a un duelo de psicoquinesis; por su puesto, sus probabilidades de ganar eran cero, pero la exhibición de energía sería demasiado escandalosa. Le obsequió la victoria, borrando solo la del cuarteto de imbéciles que habían tenido el infortunio de meterse con ella.
—Pero, padre— replicó Pandia por enésima vez, atrayendo la atención de Apolo— esto prueba que lo que he dicho en el pasado es cierto, la humana es una amenaza.
—Una mísera exhibición de energía no significa nada.
Pandia se sintió frustrada. Aun cuando ya conocía la ubicación de Harrison, le estaban negando la oportunidad de ver su sangre regada por el piso. Sin pensar mucho en su siguiente argumento, habló:
—Padre, por favor, si tú no deseas hacerlo, deja que sea yo quien cumpla con la ley. Déjame matarla.
Zeus la miró molesto, sabiendo lo personal que era el asunto de la humana para Pandia: ella y Herse no querían cumplir con la ley de la purga, sino que deseaban ver sangre escurrir y empapar la hierba por el puro placer de hacer pagar a su madre por incumplir el acuerdo.
Además, tener una hermana bastarda era humillante, en especial cuando poseía habilidades codiciadas por muchos de los mismísimos dioses; allí estaba, por cierto, otra razón para quererla muerta.
La psicoquinesis era una habilidad interesante alimentada por la bioenergía, una especie de energía «espiritual» presente en pequeñas cantidades en todo ser viviente desde sus células mismas, que sólo podía ser invocada mediante la psique. Por supuesto, en los dioses la cantidad de bioenergía contenida era mayor, pero no la suficiente como para utilizar su codiciado poder.
Por mucho tiempo ellos, semidioses y humanos intentaron ganarla mostrando proezas que les convirtieran en dignos, y sin embargo nadie nunca la obtuvo de forma natural como lo había hecho Selene Harrison. Todo maestro de la psicoquinesis antes que ella no había poseído dicha habilidad, precisamente; cada uno, alquimista, sacerdote, etc., había aprendido a invocarla por medio de precisos y elaborados conjuros que obligaban a la bioenergía hacer su voluntad, pero nada más. Una herramienta.
Por el contrario, Harry era una usuaria natural de la bioenergía, la cual estaba presente en su cuerpo en una cantidad mayor que la del resto, y que podía utilizar como una extensión de sí misma: como si se tratara de una actividad tan básica y mecánica como respirar. El misterio de su «apropiación» se debía a dos razones:
1.- No había hecho nada para demostrar ser digna.
2.-El cuerpo humano era un recipiente tan frágil como el cristal, que no poseía la capacidad de soportar grandes cantidades de bioenergía sin colapsar en segundos. Selene era mitad humana, por lo cual nadie entendía cómo había logrado retener tanto poder por veintidós años.
—No.—Rebatió ella en su propio juicio— Lo que estoy diciendo, es que hice exactamente lo que hemos esperado que los humanos hagan por nosotros— miró a su alrededor ante el imperturbable silencio, comprendiendo que podía continuar— dejar de pensar en sí mismos, para ayudar a otros.
Los murmullos volvieron, y esta vez fue el padre Thomas, capitán de los guardianes y Túnica Blanca, quien con una seña pidió silencio. Tenía en alta estima a la joven Harry y deseaba darle la oportunidad de defender su punto.
Selene suspiró. No sabía si lo que iba a decir no era más que una sarta de idioteces o iba a acertar en su propia defensa.
—Desde la Inquisición, aún antes y después, fuimos dejados de lado por los humanos. Amigos, familia, conocidos; todos nos dieron la espalda cuando el tribunal eclesiástico y nuestros propios vecinos comenzaron a señalarnos con el dedo y ordenaron ejecutarnos.— Se mojó los labios, y aprovechó el momento para tragar saliva.— Nadie nos ayudó, es un momento que nunca olvidaremos y que ahora rige la cultura de nuestros Templos.
—¿Cuál es el punto? — Machinskaya estaba impaciente.
—El punto es que las circunstancias me pusieron en la misma situación, con los papeles invertidos: Elizabeth García era la víctima, y yo quien podía hacer algo para ayudarla.
Zenobia miró a James y este solo hizo una mueca, dando a entender que él no le había dado la idea; ¿qué tiempo habría tenido? Si a las diez de la mañana ya habían ido a arrestar a su hija.
—Por un momento, ella fue como nosotros: violentada, perseguida, y necesitaba ayuda. Habérsela negado me convertiría en el monstruo que siempre han creído que somos, y que en realidad han sido esos humanos. No voy a arrepentirme de eso.
Fijó la mirada en las Túnicas Blancas, esta vez sin la vergüenza de ser tratada como criminal. Una ola de seguridad la invadió, a pesar de la presión de la furiosa Machinskaya.
Por un momento, algunos de los presentes comenzaron a pensar en los humanos a quienes les tenían estima; muchos de ellos vivían en el Templo, como apóstatas nivel 5, 6 y 7.
Cayla Anderson, una de las mestizas más poderosas en los 3 templos, miró de forma automática a su mejor amiga: Evangeline Parra, una simple humana con un pequeño hijo semidiós, por la cual había prometido arriesgarlo todo. Igual lo consideró Frederick, bastardo de la diosa Demeter; sacrificaría hasta su secreto por mantener a sus tres hijos a salvo.
Zenobia no estimaba a ningún humano más allá de James, y aunque las palabras de su estudiante no movieron sus sentimientos, sonrió al saber que Selene había logrado lo que quería: crear polémica.
Ante su retador silencio, las Túnicas Blancas decidieron que era el momento de discutir la sentencia.
El gobernante supremo suspiró al fin, con la respuesta definitiva a punto de ser escupida en la cara de su rebelde hija.
—Creí haber ordenado, Pandia— el cambio en su tono de voz indicaba a la diosa que su padre estaba por demás enfadado— que no intervendremos directamente en la muerte de ningún semidiós— se giró hacia ella, quien asustada retrocedió un par de pasos— ¿intentas persuadir mi palabra?
Pandia comprendió que había llegado a los límites de la paciencia de Zeus, y si no cedía ante él siquiera un poco, el castigo que recibiría sería más terrible que la muerte misma. Negó con la cabeza, mientras su padre ordenaba a todos retirarse sin más.
—Selene Harrison.— Decidió hablar Machinskaya— No es esta la primera vez que rompes las reglas, y privarte ahora de un castigo comprometerá el Código Negro que nos ha mantenido a salvo por tanto tiempo.
La mencionada sintió un hueco en el estómago. Imaginaba que se referían al hecho de conservar su nombre real y color de
ojos, además de haberse inscrito a la universidad.
—La muerte no es una opción viable. Tus hermanas vendrán por ti, y por el bien de nuestra comunidad, es mejor que te encuentren con vida. Pero no aquí.
Cruel, pero ya lo imaginaba.
—Por lo tanto, tu castigo será el exilio: no podrás volver al Templo del Nigromante, ni pedir asilo en ninguno de los otros dos templos. Por consiguiente, no se te permitirá escalar niveles, Zenobia podrá decidir dejar de ser tu maestra, y…— la pausa para inhalar, a Harry le pareció eterna— no podrás solicitar protección, ni para ti, ni para tu padre. Ante la Purga, estás sola.
No. No podía aceptar eso, pues su padre merecía al menos permanecer en el Templo mientras ella enfrentaba las consecuencias. Pero le estaban negado toda clase de ayuda, y ella solo deseaba ver a James a salvo.
—¡No pueden hacer eso!— gritó Cayla, dos segundos antes que Selene. Desde el comienzo del juicio, cada ataque hacia la acusada solo había logrado hervir su sangre, ya que consideraba injusto aquel procedimiento; pero la sentencia, eso rebasaba cualquier límite.
Zenobia y los Harrison la miraron sorprendidos.
—Está hecho.
—Es una injusticia— continuó ella— ¡No puedes juzgarla por tratar de ayudar a una humana! ¡No cuando sabemos que tu, Machinskaya, has protegido a la escoria de tu hijo a costa de las leyes!
Los murmullos regresaron a la sala. Muchos habían escuchado los rumores sobre Lev, y todos concordaban en que no era más que un desperdicio de vida.
Las Túnicas se quedaron en silencio, mientras Evangeline hacía todo lo posible por regresarla a su asiento.
De vuelta a Olimpo, la diosa del rocío meditaba la reciente discusión, en que ni ella ni Herse habían conseguido persuadir a su padre de matar a la humana, y por lo visto él no iba a cambiar de opinión pronto. Una vez más, rememoró la discusión. ¿Por qué su padre no la apoyaba? ¿Qué era necesario para hacerlo cambiar de parecer?
«No intervendremos directamente en la muerte de los semidioses», había dicho el gobernante supremo. Pandia sonrió encontrando el hueco en la orden. Y no había sido la única.
Capítulo 3
—Tienes veinticuatro horas para recoger tus cosas y abandonar el templo.
Debía ser un mal chiste. No podía creer que no volvería al único sitio donde se sentía totalmente cómoda, donde no tenía que esconderse. Quizá no tenía muchos amigos, y no conocía ni a la mitad de las personas que vivían dentro del templo, pero en definitiva le gustaba más que el resto de Zeohl.
Resopló y uno de sus mechones se elevó con ligereza. Tomó la fotografía que descansaba en su buró y la guardó dentro de la mochila repleta de sus pertenencias, antes de salir hacia los jardines.
Estaba nerviosa, sentía sus piernas temblar ante la idea del inevitable encuentro que tendría con sus hermanas cuando llegaran a la isla para buscarla. Porque, si, también se le había prohibido marcharse de Zeohl.
—¡Espera!
La voz masculina logró asustarla, dando un ligero saltito. Giró rápido, encontrándose con un muchacho unos centímetros más alto que ella, de bonita pero maltratada piel tostada y negros cabellos con algunos mechones teñidos de azul. Llevaba un coqueto piercing en el lóbulo de la oreja izquierda, y las uñas pintadas de forma perfecta de color negro. Aun así, su rasgo más hipnotizante eran sus brillantes ojos azules, que le hicieron sentir intimidada. Desvió la ojerosa mirada a otro lado.
—¿Sí?
—¿Selene Harrison?— preguntó aquel, mirándola con cierta curiosidad. Los músculos de la chica se tensaron. ¿Qué querría de ella? ¿Reprocharle su conducta como ya lo habían hecho otros? Estaba cansada como para escuchar más al respecto.
—¿Si?— inquirió aún más dudosa que la primera vez.
El chico sonrió con ternura, tendiéndole la mano.
—Jason Mayer. Apóstata nivel 5.
No estaba entendiendo nada.
—Harry— contestó devolviendo el gesto.
—Yo fui— dudó. Parecía que las palabras no fluían tan fácil— Estuve presente durante tu juicio.
Selene hizo un gesto que indicaba que seguía sin comprender qué quería.
—Yo solo— por alguna razón que a Harry le era ajena, el chico se sonrojó — solo quería decir que fue muy valiente lo que hiciste.
Harry continuó sin emitir palabra pero sintiéndose más tranquila, como si todo lo que había hecho en el juicio no hubiera sido sólo una humillante estupidez.
—Gracias.— Mayer sonrió.
Harry comenzó a sentir su rostro caliente.
—N-no. Descuida, creo que al final no ha servido para mucho.— Se sintió vulnerable, decidiendo huir de tan inusual interacción bajo la excusa de «prepararse para la llegada de sus verdugos».
Pero la verdad era que estaba buscando a la tal Cayla Anderson, la persona que había robado toda su atención en el juicio.
La había visto un par de veces y a simple vista le pareció intimidante, aunque ahora cambiaría dicha etiqueta por «valiente».
La encontró cerca del estanque, acariciando a un perrito que bebía agua.
—¿Cayla? — pronunció bajito, como si no quisiera llamar su atención. Por fortuna, ella logró escucharla y se levantó en su dirección.
Harry se permitió admirarla durante unos segundos: era más alta que ella, de espalda ancha y busto pequeño. Su piel era clara, como si nunca en su vida se hubiera expuesto al sol. Llevaba el cabello castaño rapado del lado izquierdo, y con unas exóticas puntas blancas naturales del lado derecho. Llevaba los labios pintados de rojo, y las uñas de verde agua.
Un piercing adornaba su ceja derecha.
En definitiva, a Harry le pareció genial.
—¿Eh?— preguntó. En su tono fue imposible distinguir si había reproche, curiosidad o fastidio.
Dudosa, Harry respondió.
—Solo quería agradecerte por lo que hiciste en mi juicio.
Ella negó, sintiendo que en realidad no había hecho nada fuera de lo común.
—Lo que esos ancianos hicieron contigo fue injusto, Cenicita— explicó, aunque Harry comenzó a divagar en la razón para llamarla de aquella absurda forma— Pero más me molestó que nadie quisiera señalarlo.
—Trato de entenderlos. Muchos de los Apóstatas tienen miedo de las Túnicas— declaró, haciendo esfuerzo por no sentirse molesta ante la actitud de la gran mayoría.
—El miedo no puede impedirnos decir o hacer lo correcto.
Harry se sintió incómoda ante dicha aseveración, recordando todas aquellas veces en que prefirió callar o mirar hacia otra parte, como había hecho con la situación de violencia y acoso que su amiga Elizabeth llevaba mucho sufriendo.
—¿Ellos te castigaron?— preguntó a falta de ideas.
Cayla sacó una pelota y la lanzó para que su perrito fuera a buscarla.
—Revocaron mi nivel como Apóstata.
—Lo siento.
—No importa— contestó sin más, mirando a su compañero regresar moviendo la cola— no me arrepiento por eso.
12 horas más tarde…
«La policía llegó al lugar y aseguró a los responsables del intento de secuestro de Elizabeth García. Los hombres de Jonathan Bateson, narcomenudista conocido del Barrio Bajo, se dirigen ahora a interrogatorio.».
A continuación, la reportera Mary Álvarez dio inicio a la entrevista grabada que había tenido con García. A través de la pantalla, se miraba aturdida y nerviosa ante las numerosas preguntas, pero negó firme saber qué había ocurrido con sus secuestradores
—Ella no va a delatarte.
James Harrison bebió de su taza de café con absoluta tranquilidad, como si todo el asunto de la purga no fuera más que un mal chiste producto de la escasa imaginación de Zenobia o las Túnicas Blancas. Su hija le miraba incrédula, con unas pronunciadas ojeras gracias a las dos escasas horas que durmió después del asunto de Elizabeth. Eran las 4:37 cuando llamaron a la policía, y el noticiero del mediodía estaba ya cubriendo la nota del caso más popular sobre agresión a una mujer, y James no hacía más que mirar las noticias en lugar de empacar para la huida.
—Papá, ya deberías estar recogiendo tus cosas— regañó impaciente mientras movía frenética los dedos. James ni siquiera se inmutó. —¡Papá!
—No tiene sentido.
Tres palabras bastaron para hacerla enojar, apretando los puños. Al mismo tiempo se sentía confundida.
—¿De qué estás hablando?
—Irnos. No tiene ningún sentido, los dioses saben dónde estás, y no te perderán de vista de nuevo como sucedió hace más de trece años.
—Estás confundido— afirmó.— Yo no puedo irme, pero tú sí. Debes ponerte a salvo.
—Eso sería cobarde.
Los nudillos de Selene comenzaban a tornarse blancos. Tenía miedo, pensaba en todo lo que podía ocurrir cuando sus hermanas arribaran a la isla en su búsqueda, y en la posibilidad de no estar lista para enfrentarlas. ¿Sentarse a esperar, realmente eso le estaba sugiriendo?
—Sé que es difícil— continuó James— pero Zenobia te ha preparado por años para el momento en que las encuentres cara a cara. Soy tu padre, y ya que no puedo protegerte, al menos quiero acompañarte, esperar contigo. Además— emite una ligera risita— eres pésima para cocinar, no vas a sobrevivir sola.
—Empaca— insistió ella sin pensar demasiado sobre las palabras de su padre— al menos tú debes estar a salvo.
James sonrió, comprendiendo al fin la mayor preocupación de su hija. Se levantó de su lugar y abrazó con fuerza a Selene, sintiendo como aquella le devolvía el gesto y su ropa comenzaba a empaparse de lágrimas.
—Yo no iré a ningún lugar sin ti.
Capítulo 4
Isla Zeohl, durante la caza de brujas…
—¡Piedad!
El grito de aquella asustada mujer fue opacado por una mezcla de abucheos y vítores de las personas presentes en la ejecución, que clamaban por una muerte lenta para quien ellos consideraban una bruja atroz. El gran héroe de la ciudad, el ex caballero Erick LeReux había capturado a tan terrible criatura para el alivio de los habitantes, mientras preparaba un altar para el demonio. Aquella mujer, huida de la Nueva España, argumentaba que no había hecho más que colocar una ofrenda para su difunto esposo, lo cual confirmaba la sospecha de que deseaba conjurar a los muertos con quien sabe qué propósito. Quizá tenía algo que ver con aquella extraña enfermedad que estaba azotando a los ciudadanos.
—¡Piedad!— repitió ante una multitud que exigía y hasta se divertía con su próximo encuentro a la muerte, sabiendo que nadie escucharía sus palabras. Sintió la cuerda adherirse a su cuello mientras las náuseas la invadían.
La orden fue dictada y la palanca bajó, soltando el tembloroso cuerpo a su inerte destino entre alegría y oraciones.
Erick LeReux observó sin pestañear, marchándose apenas la ejecución fue completada. Habían pasado dos años desde su enfrentamiento con el Papiro Rojo, secta que había perseguido sin descanso, honrando así la muerte de su hermana, sobrino y amigos de la guardia, a la cual había renunciado apenas días después del asalto a Zeohl; no debía, se había prometido, arriesgar a otros a la misma suerte que Julie o Carver, especialmente a Noah Dix quien ahora se constituía como su único amigo, el único lazo que le quedaba y que le impulsaba a continuar cazando a aquellos monstruos atroces, que con la mujer del altar ya contaban 137.
Se dirigió a su hogar, evitando pasearse cerca de la Guardia, pues no le apetecía ver a ninguno de sus antiguos colegas y hablar con ellos; solo quería estar solo. Azotó la puerta y pronto se dio cuenta de que, en realidad, su deseo no se estaba cumpliendo, pues alguien lo miraba con curiosidad sentada en una de sus sillas y rodeada por una extraña energía que solo dejaba ver su silueta. Temiendo que fuera una bruja, sacó una flecha del carcaj y tensó el arco.
La figura radiante se levantó y caminó hasta él, revelando a una hermosa mujer pelirroja semidesnuda y descalza, cuyo perfume olía a narcisos. Entre el asombro y la cautela, Erick disparó. Aquella detuvo el proyectil con dos dedos níveos, junto antes de que la sangrienta pnta tocara su pecho.
Los músculos del antiguo caballero se tensaron, pues no había enfrentado a una bruja así de habilidosa. Sea como fuera, no iba a quedarse quieto.
—No temas— dijo aquella con una voz conocida, recordándole a la dulce y decidida mujer que lo animó a seguir con vida y que le advirtió de la llegada de las brujas. De forma extraña, su cuerpo se liberó de la tensión y su corazón empezó a palpitar a un ritmo más bajo, sintiéndose seguro— Yo soy Afrodita, y tengo una propuesta…
Actualidad
Había caído la noche. La discusión por el asunto de la bastarda había durado demasiado, y a la diosa de la belleza le fue difícil ocultar su impaciencia por visitar la dichosa Isla de Zeohl. Cuando se supo fuera del radar de los otros olímpicos, decidió hacer su jugada.
Se trasladó a una cabañita en un rancho alejado de la ciudad, el escondite perfecto donde nadie podía molestar a sus habitantes.
Su fragancia a flores inundó la habitación, anunciado su divina llegada. Tocó con sus gráciles dedos el periódico que descansaba sobre la mesa, soltando una risita ante la nota del momento: «Casi vuelve a sus brazos», el título más estúpido que pudieron haber elegido para el intento de secuestro de Elizabeth García, que romantizaba la abusiva y violenta relación de la que aún intentaba huir.
—¿Cómo puede alegrarte, Afrodita? El ser humano sigue siendo tan estúpido como siempre—. Levic Alcott miraba por la ventana, pensando en el escándalo que se había montado en torno a la hija del magnate García, y que había recibido una gran cantidad de atención como en ningún otro caso.
—No el título, sino sus protagonistas— no dejó tiempo a que la otra expresara sus dudas— La bastarda de la Luna Llena fue quien salvó a la chica.
Levic giró hacia la diosa, y su rostro antes impasible ahora dejaba asomar una pizca de esperanza en el brillo de sus preciosos ojos.
—¿Cómo sabes que es una semidiosa?
Afrodita notó la necesidad de Levic por escuchar que al fin tenían una oportunidad de llevar a cabo (al fin) todos sus planes contra la estirpe griega. Sonrió con absoluta confianza.
—Tiene a los más insignificantes dioses vueltos locos. Sé que fue ella, sus poderes se manifestaron justo cuando la chica estaba a punto de ser secuestrada, los autores del crimen no saben lo que sucedió y García no ha pronunciado detalles.
Tal vez, por fin.
—¿Dónde la encuentro?— inquirió ladeando la cabeza.
Afrodita negó con el dedo índice.
—Los olímpicos no conocemos su rostro. Probablemente Selene la protegió con su bendición, pero eso no durará para siempre.
Levic apretó los puños.
—No voy a esperar más tiempo. Tiene que haber otra manera.
Era difícil ocultar su impaciencia, tan natural debido a su situación: más de cien años esperando una oportunidad para liberar a LeReux de su prisión, acumulando los calendarios con cada día tachado en rojo desde su partida, deseando que cada nuevo amanecer fuera el último sin la persona que amaba y que podía ayudarla a romper su propia maldición.
Afrodita decidió darle una pista.
—Nosotros no conocemos su rostro pero…
Comprendió con rapidez.
—García si.
Afrodita asintió.
—Es nuestra oportunidad de vencer al fin.
En la casa de alquiler de los Harrison, el despertador sonó a las 7 de la mañana. Selene saltó de la cama, con un hilo de saliva escurriendo, el cabello revuelto y el corazón latiendo desbocado; se había quedado dormida cuando solo intentaba «descansar los ojos» por quince minutos, después de 2 días despierta esperando cualquier señal de Pandia, Herse, o alguno de los otros imbéciles dioses que quisiera verla muerta.
Mareada y sintiendo su cuerpo pesado como el plomo, hizo su mayor esfuerzo por correr al encuentro de su padre, guiada a la cocina por el aroma a café y aceite.
—Buen día, cariño— saludó ofreciendo una gran taza de aquella bebida que supuestamente iba a mantenerla despierta— te dije que haría guardia toda la noche. Deberías confiar un poco más en mí y asegurarte de dormir.
—No puedo dejar que corras riesgos— dio un gran sorbo a la taza mientras se dejaba caer en la silla— debo estar lista para defendernos. Además, tienes trabajo, también necesitas descansar.
—¿Cómo pretendes defendernos así?— cuestionó señalando su postura: ya había dejado caer la cabeza sobre la mesa, observando sin mucha concentración los tatuajes de su brazo izquierdo.
—Algo se me ocurrirá— arrastraba las palabras, y James comprendió que el próximo intento de su hija por mantenerse despierta le costaría la coherencia en el lenguaje— por ahora, debo ir a la universidad.
En definitiva, ya le había costado la cordura.
—No estás en condiciones.
—Será más difícil que me maten estando allí y estarás lejos del rango de peligro— se levantó ignorando el plato frente a ella— nos vemos en la tarde— y salió de la cocina rumbo a la puerta principal, ignorando el hecho de que seguía descalza y con la trenza despeinada.
—¡Selene!— gritó su padre.
La chica se detuvo al abrir la puerta, tanto por el llamado de James como por el inusual objeto frente a sus pies: una pequeña caja de cartón, sin nombre, sellos o cualquier cosa que facilitara su identificación.
En automático pensó en un explosivo.
Su cuerpo entero se estremeció. Miró con rapidez hacia la calle para verificar que nadie la estuviera observando, y envolvió el objeto en una esfera de energía verde antes de meterlo y cerrar la puerta de su casa.
—¿Regalito?— preguntó su padre.
—Quizá explote— contestó con la mayor calma posible.
—¿Debo entender que metiste una posible bomba en la casa?
—Tranquilo, el escudo de energía es capaz de soportar la explosión— hizo una mueca, recordando que su estado mental era frágil y eso podía perjudicar el uso de su psicoquinesis— al menos eso espero.
Con sus poderes abrió la tapa. No sucedió evento extraordinario alguno, más allá de los cuatro chocolates en su interior.
Su rostro preocupado cambió a un gesto de enfado.
—Ah, pero qué románticas son mis hermanas, tratando de matarme con dulces envenenados.
—¿Cómo estás tan segura de que fueron ellas? Quizá pudo ser algún pretendiente o…
La mueca de fastidio le detuvo.
—Cierto, tú no tienes pretendientes.
Selene acercó los chocolates a la nariz y percibió el suave aroma a petricor.
—Tierra mojada. De acuerdo a los libros del Templo, los venenos de la diosa Deméter huelen siempre a lluvia.
—No puede ser coincidencia.
—O Pandia y Herse aprendieron a fabricar el veneno, o Deméter me quiere muerta también.
—No cumpliría con la ley que también persigue a su cría humana— aseguró recordando al siempre desinteresado Frederick Muller.
—Tienes razón. Además, ella no sería tan estúpida como para hacer esto.
James se sintió agradecido con Zenobia por haber sido tan excelente maestra y haber enseñado a Harry lo suficiente para que fuera capaz de sobrevivir a la purga. No quería (pero su ansiedad por la situación le obligaba a hacerlo) pensar en que su hija habría comenzado a convulsionar o vomitar apenas hubiera probado los chocolates, si se hubiera saltado la lección sobre Deméter.
—Habrá que estar atentos a cualquier mínima diferencia— sugirió — ya que al parecer, esas diosas intentarán matarte por cualquier medio.
Eso le preocupaba más. Un ataque directo al menos era predecible, pero las formas alternas de asesinato… era enfrentar lo impredecible. James se sentía inútil ante una situación en la que nada podía hacer por su hija, más que esperar que fuera tan astuta para sortear la situación.
Bosques de Zeohl…
Por primera vez en 20 años, el Templo del Nigromante anunciaría al próximo Guardián Supremo. Con la desobediencia de la apóstata Harrison y el desorden que se apoderó del lugar después del juicio, resultaba evidente que era necesario un líder que evocara aún más respeto y miedo del que podían las Túnicas Blancas.
Por ello, Petra, la última miembro, no alcanzaba a comprender por qué demonios Aarón Reynoso sería el nuevo Supremo. Era, para empezar, hijo de Zeus; en segundo, no parecía alguien poderoso, temido, o que pudiera ser respetado (y aún así había sido recomendado por Lady Priscila y aceptado por la mayoría de apóstatas nivel 3). Además, con 28 años de edad era demasiado joven, y los miembros del Consejo, demasiado viejos; no aceptarían con facilidad a un muchacho inexperto, no cuando la misma Petra llevaba 72 años en su puesto.
Por supuesto, Aarón consideraba no necesitar el permiso de ninguna Túnica para hacer lo que creía mejor para los 3 Templos, por lo cual decidió que ya era hora, aún sin el nombramiento oficial, de comenzar su trabajo, manteniendo a Selene Harrison lejos de las garras de los dioses.
No era cuestión de empatía o sentimientos y ciertamente no tenía nada que ver con el vínculo sexual que habían establecido; ella simplemente conformaba parte de la lista de Reynoso de los mestizos cuyos poderes no debían caer en manos de alguno de los dioses, pues imaginaba que una de las muchas razones por las cuales sus hermanas deseaban matarla era para obtener su preciada psicoquinesis.
Lo que hicieran con dicha habilidad podía resultar peligroso. Y no iba a permitir averiguar las consecuencias.
Escuchó pasos fuera de su habitación. De forma tímida, por la puerta semi abierta se asomó el joven Jason, un poco confundido con la discreta solicitud de su presencia y la silenciosa escolta de la fiel y prudente Alda.
–Mayer, necesito un favor.
Capítulo 5
Isla de Zeohl, durante la caza de brujas…
—¿Propuesta? — repitió Erick, contrariado. Sacudió la cabeza un par de veces antes de darse cuenta de algo importante. —¿Cómo sabes mi nombre?
Ella sonrió comprensiva.
—Ya te lo dije, soy Afrodita, diosa olímpica. Nosotros vemos y sabemos todo.
A Erick le parecía difícil creer lo que estaba ocurriendo; es decir, ya había visto la magia del Papiro Rojo, pero, ¿que los dioses olímpicos existieran? ¿Era acaso una jodida broma? A él le habían enseñado que sólo existe un dios, un cielo, un infierno y esas cosas.
Pero allí estaba ella, asegurando lo contrario ¿Como mierd
a podía ser posible?
Aún más inquieto le tenía esa voz tan suave, que lo había calmado cuando…
Esa era la prueba definitiva.
—Tú estabas allí.— Descubrió —Ese día, cuando mi hermana…
—Si.
Entonces, su expresión cambió a una de frustración y enojo.
—Si eres una diosa, ¿porque no hiciste nada para detener a esas brujas?
Afrodita miró hacia una esquina, como si aquello le avergonzara; como si, de alguna forma, sintiera un ápice de culpa.
—Justo por ello, es que he venido.
—No. Haz dicho un trato.
—Por supuesto— admitió sincera, sentándose cerca— pero no puedo venir a ti sin ofrecer algo.
—¿Qué?
—La verdad— hizo un ademán, invitándolo a sentarse.
Erick decidió que iba a escucharla, para poder justificar su creciente deseo de matarla. Cerró con llave y cubrió las ventanas, pues no deseaba ver a alguien inmiscuirse en lo que no le importaba.
—Debes saber un par de cosas. La primera, es que no podemos interactuar mucho con humanos, en especial cuando ellos no representan algún valor que se justifique ante los demás, y cómo ya sabrás, nuestros vínculos se basan en amor, odio o coito. Nunca en la misericordia, y si alguna vez lo hicimos, ya lo hemos olvidado.
—Al punto.
Lo ignoró.
—Lo segundo, es que los dioses mismos son culpables de lo que pasó con tu familia y amigos.
—¿Lo dices porque no intervinieron para salvarlos?
—Lo digo porque fue uno de sus preciados hijos quien le enseñó al Papiro Rojo sobre la magia. — Tomó una bocanada de aire— Margaret, hija de Hécate, es la fundadora del culto.
Aquello le hizo sentir su estómago dar un vuelco. Imposible, él había…
—Yo maté a la líder.
Afrodita negó con una sonrisa casi burlona.
—Mataste a la líder de la facción. No a la del culto. Lo cual, a propósito significa que aún hay bastantes brujas.
—Imposible. Las he erradicado.
—Si no matas al gusano, seguirá poniendo huevecillos.
Erick apoyó la cabeza contra las rodillas, sintiendo un extraño dolor al tener que procesar toda la información que acababa de recibir; aceptarlo no le iba a tomar dos jodidos minutos, no. Necesitaba mucho más tiempo.
Afrodita lo sabía.
—Sé lo difícil que es escuchar todo esto. Pero mereces saber la verdad, y tus amigos y familia merecen justicia— guardó silencio unos instantes— ya te he dicho demasiado. Nos estoy arriesgando a un castigo severo, así que te diré solo un par de cosas: busca a la mujer más astuta en toda la isla. Responde al nombre de Levic Alcott. Encuentra a Margaret, interrógala, averigua cómo consiguió sus conocimientos en magia, todo lo que sabe sobre los dioses, el culto, etc., y yo volveré cuando estés listo.
LeReux movió tenue la cabeza en gesto afirmativo, impedido del habla gracias al creciente nudo en su garganta y las lágrimas que lo ahogaban.
Actualidad…
Habían pasado apenas tres días, y a Elizabeth García le parecía que el miedo iba a durar una eternidad. Dos días atrás había sido llamada a testificar, y desde entonces, habían ocurrido dos cosas:
1. Su padre había contratado cuatro guardias para vigilar que John no hiciera acto de presencia.
2. Se había mudado de nueva cuenta con su padre en una lujosa zona residencial que contaba con excelente vigilancia, la cual imposibilitaba la entrada a cualquier intruso.
—Señorita García.
O casi cualquiera.
Sintió una mano cubriendo su boca cuando estaba a punto de gritar, mientras que su cuerpo era rodeado por un firme brazo.
—Calma, no pienso hacerte daño. Quiero saber sobre la joven que te acompañaba aquella madrugada— Levic intentaba dialogar, evitando aludir al secuestro.
Pero García se asustó aún más, de repente sintiendo sus mejillas empapadas. Su cuerpo comenzó a temblar, reviviendo una y mil veces en su mente aquel bárbaro espectáculo en que su amig… aquella fenómeno hizo a todos volar por los aires.
Levic notó el cambio.
—Entiendo que le tengas miedo. Es natural, ahora que has visto quién es y de lo que es capaz.
Por un breve instante, Elizabeth se sintió comprendida, y sus forcejeos se volvieron más débiles. A Levic le pareció una buena señal, quitando su mano de la boca de la chica.
—¿Qué quieres con Harry?
Así que ese era su nombre. Más probable, un sobrenombre.
—Debo encontrarla. Hizo peligrar tu vida, no sabe medir su fuerza ni sus poderes. Por eso debo detenerla.
ok… detenerla no era igual a matarla, de acuerdo a Elizabeth. Por lo tanto, no era malo decir unas cuantas cosas sobre ella, ¿o si?
Dudaba, emitía ligeros sonidos, como si quisiera escupir todo sobre Selene Harrison y a su vez, nada.
Levic sabía que esa estrategia podría no funcionar, y comenzó a examinar la habitación, tan desordenada y sucia. Reparó en una fotografía, cuya mica de cristal y soporte de madera estaban rotas por el impacto contra el suelo. En ella se veía a Elizabeth junto a una chica morena, robusta y musculosa en lo que parecía ser una feria.
Alcott buscó otros retratos, encontrando al menos cinco donde García aparecía junto a alguien diferente cada vez; estaban intactas. La única rota era la de la morena.
Ella debía ser la tal Harry. Era solo una probabilidad, pero que podía transformarse en una pista.
Soltó a Elizabeth al fin.
—Olvídalo. No deseo obligarte a hablar de un evento tan amargo— había un ligero toque de sinceridad en sus palabras. Aprovechando la conmoción de García, tomó la fotografía sin que se diera cuenta— pero te prometo que las cosas van a mejorar.
Universidad UZ…
Un porcentaje significativo de sus lecciones se habían centrado en las personas «normales», categoría donde encajaban todos aquellos sin alguna clase de habilidad: desconfiar siempre, su naturaleza cruel, su deseo de poder, su nulo respeto hacia el planeta, su sangrienta historia, su ignorancia, mantenerse a la defensiva. Todas ellas consideradas enseñanzas básicas que cada maestro debía inculcar en sus estudiantes, pues así lo dictaban las leyes del Templo del Nigromante, la escuela de los herejes.
Se negó por tanto tiempo a creer cada palabra, que ahora se sentía ridícula considerando la posibilidad de que al final Zenobia tuviera razón.
No sabía ya qué pensar. Era difícil darles el beneficio de la duda cuando lo único que sabían decir era una sarta de idioteces respecto al altercado con Elizabeth, responsabilizándolas del ataque.
«Es culpa suya por meterse con un ladrón de autopartes y narcomenudista».
«Así aprenderá a no salir con hombres 10 años mayor».
«¿Qué hacían en la calle a esa hora?».
«Ellas lo provocaron».
—Señorita Harrison— llamó su profesora.
Suspiró, apagando su celular para no tener que seguir leyendo semejantes estupideces. Elizabeth seguro que ya se sentía muy mal como para que esos humanos le demostraran su poca empatía.
—Señorita Harrison.
Casi empezaba a entender por qué a Zenobia le parecían repulsivos.
—¡Señorita Harrison!
El grito al fin logró sacarla de su trance. Elevó la vista, encontrándose con la de la no tan furiosa mujer.
—Venga conmigo— ordenó, y ante la atenta mirada de su grupo, ambas salieron del aula.
En el pasillo, la profesora Díaz suavizó su gesto.
—Creo que es muy pronto para que vuelva a la universidad. Apenas han pasado tres semanas, y no me parece que deba exigirse volver a sus actividades como si nada hubiera sucedido.
Harry no se atrevió a mirarla a los ojos. Díaz sabía lo difícil que podía resultar, puesto que la misma señorita García había decidido ausentarse por el resto del mes, siendo su padre quien arregló todo el asunto en la facultad, ya que Elizabeth no quería arriesgarse a salir.
—Vaya a casa a descansar, estoy segura de que el resto de sus profesores comprenderá que falte unos días más.
Selene se frotó los labios, en silencio.
—Le diré a Nate que traiga sus cosas y la acompañe a casa.
Ella no quería ni necesitaba eso. Nate era uno de sus amigos, y no deseaba exponerlo al peligro de la misma forma que expuso a Elizabeth. Tenía que encontrar una forma de evadirlo.
Y la mejor forma, llegó bajo la figura de Jason Mayer.
El chico se encontraba en la acera fuera de la universidad, agitando su brazo mientras gritaba el nombre de Harry.
—¿Quién rayos…? — estaba por preguntar Ema, la más íntima amiga de Nate.
—¿Jason? — preguntó Selene en voz alta. ¿Qué carajo estaba haciendo allí? Tenía un par de ideas.
—Hola, Harry— saludó acercándose a ella— hace poco regresé de mis vacaciones y quería pasar a visitarte.
¿Por qué mierda le hablaba como si fueran amigos?
—Quisiera saber si, bueno, ¿Te puedo acompañar a casa? — preguntó frotando sus manos y mirándola a los ojos con ese precioso azul que una vez más logró incomodar a Harry, haciéndola olvidar por dos segundos le dificultó recordar que Mayer estaba actuando. Tal cual la primera vez, decidió observar cualquier otra cosa.
—Si a Nate no le molesta— respondió al fin, pensando que, sea lo que fuera que Mayer se trajera entre manos, era mejor que sus amigos no se involucraran.
Nate apretó los labios y sonrió con cierta complicidad hacia Ema.
—Para nada, querida.
Jason agradeció y tomó a Harry por la muñeca, llevándola hasta su auto. La joven decidió esperar, y cuando el golf se puso en marcha, preguntó sin rodeos.
—¿Qué haces aquí? ¿Me estás espiando? ¿Las Túnicas…?
—Aarón— admitió. — El Consejo no tiene idea, no sabe que estoy aquí, ni debe saberlo.
En su interior, Harry agradeció la sinceridad, suavizando un poco su conducta.
—¿Te dijo cuáles eran sus malditas razones?
Jason se encogió de hombros.
—Quizá le pareces una excelente Apóstata.
—Lo dudo. Aarón no hace ningún movimiento sin beneficio ni propósito. —De repente, algo hizo «clic» en su cabeza. — ¿A qué te envió con exactitud?
—Ayudarte con tus hermanas. Tengo formación en el campo de la seguridad y criminología, así que podemos vigilar sus movimientos.
Una de las “ventajas” que los humanos poseían al ser miembros de cualquiera de los 3 Templos, es que podían enriquecer su formación académica en alguna carrera obligatoria, tales como Ciencias forenses, Ciencias de la salud, Ciencias Sociales.
Claro, todo con el propósito de retribuir la hospitalidad de las Tunicas Blancas.
O en este caso, la del futuro Guardián Supremo.
Selene emitió una pequeña risita, burlándose de su propia situación.
—Entonces te perdiste los chocolates envenenados, el rocío ácido, las esporas en mis pulmones…
—Han puesto precio a tu cabeza.
Capítulo 6
Isla Zeohl, durante la caza de brujas…
Seguro que Afrodita se había equivocado. Es decir, no tenía idea de si un dios podía cometer errores, pero ella había descrito a la tal Levic con total generosidad, afirmando que era astuta; pero ahora, mirándola en aquel bar de mala muerte coqueteando de forma tonta con los clientes, empezaba a desconfiar de su palabra.
De cualquier forma, decidió quedarse a vigilar, seguro de que allí encontraría a muchos próximos culpables para llevar a la horca. Menos de dos minutos después de que se sentara en una mesa lejana, la tal Levic Alcott se acercó a él, tomando lugar en la butaca del frente.
—Así que viniste.— Fue lo primero que salió de sus rosados labios. Era más que obvio que Afrodita le había avisado.
Erick la miró con incredulidad. Dos segundos antes ella parecía alegre, y ahora, su seriedad le daba un aire diferente.
—¿Qué podrías hacer tú para ayudarme?— preguntó sin rodeos. Él no había ido allí para divertirse ni hacer amigos, y no iba a perder el tiempo en charlas innecesarias.
Levic emitió una leve risa.
—Yo sé mucho sobre maldiciones, dioses griegos y demás atrocidades. Pero también sé como romperlas, como matarlos…
—¿Cómo?— apresuró emocionado.
Levic negó mientras mordía su labio.
—Este no es el lugar. Te veré a medianoche.
Sin decir la localización exacta, se levantó de su lugar.
—¿Cómo sé que puedo confiar en ti?
Levic giró el rostro, mostrando absoluto odio y desprecio por lo que los dioses le habían hecho.
—Yo soy una de sus maldiciones.
Actualidad…
Han puesto precio a tu cabeza.
Selene Harrison se sintió extraña ante la forma en que la purga pretendía alcanzarla, bajo el sucio y estúpido truco de contratar asesinos. Miró a Jason Mayer, deseando obtener alguna clase de apoyo verbal, mas el se mantuvo en silencio.
—Malditas tramposas.
—¿Confundida?— fue lo único que al chico se le ocurrió.
—¡Por supuesto que sí!— gritó— Y más aún, estaba preparada para arrancarle el jodido corazón a cualquiera de ellas, o ambas, pero, ¿Qué se supone que haga con humanos? ¿Y por qué demonios contratar uno? Las balas no pueden matarme.
Él tenía la respuesta, y sentía una gran urgencia por decirle los detalles.
—Hace 3 días tus hermanas fueron al CAVA-12, y ofrecieron una jugosa cantidad al que pudiera capturarte viva. Aunque, bueno, al principio nadie quería hacer el trabajo, y me imagino que sabes la razón.
Por supuesto, el CAVA-12 era un famoso bar donde solían reunirse algunos miembros de las 3 pandillas más peligrosas de Santa Fe, una colonia bastante conocida por su historial delictivo. Era también, el sitio donde su padre trabajaba como médico, prestando la mayor parte de sus servicios a golpes, quemaduras, puñaladas y demás heridas sin llamar a la policía, sin avisar a las otras pandillas sobre el paradero de los heridos, sin chantajes… James Harrison no hacía más que atender pacientes, ganándose así el respeto de todos.
Claro que Selene comprendía a la perfección por qué nadie deseaba ir tras su cabeza.
—¿Quién aceptó?
—La única persona allí que no pertenecía a ningún bando de Santa Fe, la cazarrecompensas especial de John Bateson— señaló una carpeta que Selene no dudó en revisar, encontrando la foto de una pelirroja y una hoja llena de sus datos: Ámbar O’Neill, una asesina con devoción ciega a un monstruo, y nadie había desentrañado la razón. Aun así, Selene no quería, de ninguna forma, tener que matarla para salvar su pellejo.
—Claro que ella tiene otros planes para ti.
—Me quiere muerta— contestó haciendo una mueca rara.
—Ella cobró el adelanto, pero Bateson le dio órdenes específicas de llevarle tu cadáver.
Harry resopló.
—Qué popular me he vuelto.
Doblaron en la esquina derecha hacia Roma, un sitio poco transitado con solo tres automóviles delante del Golf en que ellos estaban. El semáforo cambió para darles el paso, y sin tiempo a nada más, de la calle derecha salió una camioneta a toda velocidad que impactó contra la copiloto. El auto derrapó varios metros, con la mitad hecha pedazos.
Jason Mayer sintió el tibio líquido salir en un hilo de su frente, mientras un extraño ardor se apoderó de su brazo izquierdo.
—¡Harry!
Ella había visto la camioneta, y apenas tuvo tiempo para envolverse a ella y Mayer en una esfera de energía que pudiera soportar el impacto; aun así no fue tan rápida, recibiendo varios golpes antes de quedar a salvo.
La mueca de dolor era evidente: su brazo y pierna derecha dolían de forma intensa, afectando sus sentidos, y con ello, su manipulación de la bioenergía; su labio se había partido, un pequeño vidrio le había hecho un corte en el pómulo y sangraba. Emitía ligeros gemidos, intentando soportar el daño para pensar alguna forma de salir de aquella situación. Por la ventana rota observó a un hombre salir con algún tipo de arma de fuego que no lograba identificar; ella no lo sabía, pero aquel era uno de los trabajadores a cargo de Ámbar O’Neill, la asesina que había logrado (de forma indirecta) emboscar a su presa.
Algunos vecinos se asomaron por sus ventanas para descubrir qué había sido aquel extraño estruendo, cerrando las cortinas en cuanto comprendieron que estaba a punto de llevarse a cabo una matanza. Gritos fueron escuchados y los autos delante del Golf subieron la velocidad para huir; los chicos estaban solos.
Nada más a un par de personas les interesaba tal evento, y ninguna metería las narices sin importar el resultado.
—J-Jason— Pronunció Selene en voz baja, mientras arrancaba su cinturón de seguridad con la mano izquierda. Observó que Mayer tenía problemas con el suyo, y procedió a romperlo también. El joven no supo si aquello se debía a su fuerza divina o a los musculosos brazos de la chica. Sea como fuere, se dijo, en ese momento sólo debía pensar en huir con vida.
El cazarrecompensas comprobó que no había nadie mirándolo, antes de intentar acercarse al maltrecho Golf. Harry comenzó a sentir miedo sabiendo las limitaciones que tenían sus poderes ahora que experimentaba dolor, y en un intento por frenar el paso del asesino, con la pierna izquierda pateó la puerta, que salió disparada; apenas tuvo tiempo de hacerse a un lado mientras el metal se estrellaba contra el cofre de su camioneta, y enfurecido, tomó su arma apuntando a Selene, preguntándose qué demonios había sido aquella muestra de fuerza bruta.
En un edificio cercano, Ámbar se hacía la misma pregunta, deseando obtener respuestas a través de su peón. El otro espectador no hizo más que sonreír desde su ventana
Jason logró salir del auto, desenfundando su propio 9mm listo para defender a Harry. Usaba sólo la mano derecha.
—Mayer— lo reconoció— entrometido como siempre.
—Uno de los siervos de O’Neill— respondió, tratando de ganar tiempo— causándole dolor a mi trasero, como siempre.
Él sonrió, mirando a su presa bajar del auto, tambaleándose mientras jadeaba y rengueaba por el dolor. Harry se esforzaba por concentrarse. Joder, ¡Era la única que podía detener al asesino si atacaba!
Y justo como temía, así fue.
—Dispara— ordenó Ámbar al cazarrecompensas.
Obedeció. La bala no llegó a su destino, siendo un escudo de energía verde el obstáculo de la pequeña pieza metálica, ante la atónita mirada de quienes no estaban comprendiendo que sucedía. Con la espasmódica mano alzada hacia aquel hombre, Harry cayó de rodillas mientras un terrible dolor se apoderaba de su cabeza, como si resquebrajaran su cerebro cual papel. Unas extrañas marcas verdosas parecidas a ramificaciones comenzaron a hacerse visibles en su sien.
Ámbar no podía creerlo. ¿Acaso se había vuelto loca? ¿Qué carajo había sido eso? No, tenía que ser alguna especie de truco, al cual no lograba darle una explicación sensata. Su cuerpo comenzó a temblar sopesando la posibilidad de estar sufriendo alguna especie de alucinación, delirio, ilusión o lo que demonios fuera. ¿Qué había sido esa energía verde?
Una nueva onda fue enviada hacia el arma, que salió disparada de la mano del cazarrecompensas ya que la sostenía sin fuerza. No se inmutó, aun en shock por lo que estaba sucediendo.
Una nueva punzada obligó a Harry a recargar la cabeza sobre el asfalto, mientras su cuerpo entero temblaba sumergido en el terrible dolor. Jason Mayer no sabía muy bien que ocurría, pero tenía en claro que no podía dejar escapar al asesino. Apuntó a la sien de aquel, decidido a llevarlo consigo para interrogatorio.
Ámbar lo supo de inmediato, y no podía confiar en que su peón cerrara la maldita boca en cuanto el detective preguntara sobre ella. No, no podía permitir que se lo llevaran, así que le disparó directo a la cabeza, y la sangre salpicó al ahora pálido rostro de Mayer.
Ya que O’Neill había revelado su ubicación en la escena, no podía perder el tiempo en un tiroteo. Ya lo dejaría para después.
Jason tomó la misma decisión.
—¡Harry!— gritó él, dándose la vuelta para ayudar a la joven, quien aún gemía presa del dolor.
El otro espectador se sintió complacido, pues no sólo pudo comprobar que Selene Harrison era la semidiosa que Afrodita había prometido, sino que también tenía a O’Neill para descubrir pistas sobre el paradero de Bateson.
—Jefa, las encontré—reportó a través de su celular.
—Sigue a Ámbar— ordenó Levic Alcott. Ella sabía que, como el perro fiel que era, O’Neill volvería con Jonathan Bateson, avergonzada por haber fallado en la misión de asesinar a la persona que (según ella) había impedido a su jefe obtener su «preciado premio».
Ambos le provocaban náuseas, y después de obligar a Elizabeth a darle información sobre Selene Harrison, sentía que le debía una, ¿y qué mejor forma de pagarle el favor que arrancando la cabeza a su agresor?
—Mátala si quieres— continuó dando instrucciones— pero Bateson es mío.
Capítulo 7
Como bien se esperaba de la policía en Zeohl, nadie acudió en su ayuda. Selene y Jason agradecieron tal incompetencia, ya que no sabían que mierda iban a inventarse cuando los llamaran a declarar, aunque eso significaba que tampoco podrían llamar a la aseguradora por los daños al auto.
Con gran esfuerzo y un terrible dolor de cabeza como consecuencia, Selene se transportó junto a Mayer al baño del consultorio de su padre, sin pensar en las inconveniencias: ¿había alguien dentro? Por fortuna tal lugar casi nunca se utilizaba, ya que, para empezar, carecía de puerta. James Harrison escuchó ruido, pero se encontraba atendiendo a una anciana y no quiso asustarla, por lo cual terminó de redactar la receta médica para despedirla y averiguar lo que estaba sucediendo. Palideció al ver a su hija y aquel chico con diversos golpes y hemorragias.
—¡Harry!— ignoró por completo a su acompañante para revisar las serpenteantes marcas verdosas en la piel de su hija, señal clara de que había utilizado de forma excesiva sus poderes.
—Ellas enviaron una asesina…
—Eso no tiene sentido.— Al mismo tiempo, continuaba revisando todas las heridas— Saben muy bien que las balas no pueden matarte.
—Ellas sí. La humana no, pero igual Jason es vulnerable.
Entonces James reparó al fin en el chico, que se había arrastrado hacia la pared para mantenerse sentado.
—¿No te he visto antes?
—Apóstata de bajo nivel— se presentó un poco avergonzado.
—¿Y qué haces aquí? ¿Ayudas a mi hija?
—Papá, esto no es un interrogatorio.
James guardó silencio, examinando el brazo de Harry.
—En definitiva, está roto. Tienes que sanar rápido o no vas a poder enfrentar a tus hermanas en estas condiciones. Llamaré a Zenobia.
Harry hizo un gesto negativo.
—No la involucres en esto. Ella decidió mantenerse al margen.
James comenzó a rascar su cabeza, nervioso.
—Si, seguro.
—Ah espera— su tono fue mucho más sarcástico de lo que hubiera deseado— tú la has seguido viendo, ¿verdad?
—Ella no se ha olvidado de ti— se apresuró a explicar— sabes que Machinskaya la vigila, y no es como que pueda aparecer por aquí como si nada. Pero esto es una emergencia.
—Carajo. —Contestó Harry.
Lejos de allí…
Adán (la persona que trabajaba para Levic), no tuvo ningún problema en seguir a Ámbar, quien estaba demasiado nerviosa para prestar atención; había ignorado tres señales de alto y casi atropelló a un perro, ajena a su entorno con un único pensamiento rondando: ¿Qué carajo había sucedido?
Tras 47 minutos conduciendo llegó al hogar temporal de Bateson, una casa de dos pisos con las ventanas rotas pero protegidas por barras de hierro y cartones, para evitar miradas de curiosos. O’Neill no tuvo el cuidado de cerrar con candado, corriendo directo a las escaleras a su encuentro con John, quien ocupaba su tiempo en mirar por décima vez el álbum de fotografías que había tomado de Elizabeth sin su consentimiento.
—¿Está hecho?— no la miró, esperando la única respuesta posible.
—No pude. Ella…
John giró y le lanzó el celular al rostro. El pómulo de Ámbar se inflamó de inmediato.
—¡Idiota! ¿Qué tan difícil es deshacerse de una niña?
—Ella…— no sabía cómo explicar lo que había visto, sabiendo que John podía lanzarle algún otro objeto si se atrevía a decir algo que él no quería escuchar.
—¿Ella qué?
—Ella es una maldita bruja.
Ningún objeto impactó contra su rostro esta vez, pues ni Jonathan Bateson estaba preparado para dicha respuesta.
—¿Qué?
—Ella… ella hizo algo con las manos, evitó que los disparos, pues… le impactaran. Seguro está poseída…
Su explicación fue interrumpida por la firme mano de John que ahora se encontraba alrededor de su cuello, empujándola hasta la pared, donde azotó su cabeza.
—Es la forma más estúpida de justificar tu incompetencia.— El agarre se hacía cada vez más fuerte, y Ámbar se retorcía y pegaba en el brazo de su agresor— ¿Una bruja? ¿Acaso te parezco un maldito niño al que puedes engañar?
Adán rio saliendo de su escondite, revelando su elegante figura enfundada en gabardina, con las uñas pintadas de forma cuidadosa y el cabello castaño bien recogido en una cola alta.
—Ay, ya sé, cariño— interrumpió— yo tampoco pude creerlo la primera vez que me lo dijeron, pero es la maldita verdad.
John se sintió asustado, aflojando el agarre. Ámbar se colocó delante de él y apuntó su arma al intruso. Adán negó con un movimiento de la mano.
—Eso no va a funcionar, linda.
Disparó. No iba a esperar a que ocurriera algo que pudiera poner a John en peligro. La sangre comenzó a brotar de la frente de Adán, pero él seguía allí, de pie y sonriendo.
—Te lo dije.– Esta vez fue su turno de apuntar, saboreando el terror que invadía a aquel par— ahora, van a responder mis preguntas… ¡Claro! solo si quieren que esto suceda de la mejor forma posible.
Adán bloqueaba la única salida, así que la huida no le preocupaba en absoluto.
O’Neill disparó hasta vaciar su cartucho, pero Adán continuaba impasible, soportando el dolor, pues no era la primera vez que pasaba por algo similar.
—Oh, querida, eso fue estúpido.
John sucumbió al miedo, moviéndose hacia la ventana. El cuerpo de la asesina ya no le protegía más, así que Adán disparó. Bateson cayó mientras la sangre chorreaba de su pierna.
—¡John!—gritó Ámbar.
—La bala no le perforó la pierna, sólo lo rozó. Aún así, sentirá mucho dolor y tengo tan buena puntería como para repetir esa lesión.
Ambos temblaban, y Ámbar comenzó a llorar. Los tenía en la palma de la mano.
—Te diré lo que quieras, pero por favor, no le hagas daño.
—Yo no le haré nada, mientras tú cooperes.
Ella asintió avergonzada. A John no le importaba más que su propia vida, y por primera vez se sintió temeroso de perderla.
—Bien. Vas a decirme el nombre de quién te contrató para matar a esa niña, Selene.
—Fueron dos personas, Pamela y Hanna Pries.
—¿Qué sabes de ellas?
—No encontré información sobre ellas. Sus nombres eran falsos, no parecían tener registros,ni quisiera actividad en redes sociales…
Adán disparó una vez más, errando a propósito.
—No estás dándome nada útil.
—¡Por favor no le hagas daño! Solo tengo un par de retratos que hice de ellas, están en la carpeta azul en el archivero de la otra habitación.
—¿Y el archivo de Selene Harrison?
—No, no lo tengo aquí, está en mi casa.
Adán suspiró.
—Eres una inútil.
Y disparó a la cabeza de Ámbar. John gritó al ver a su más fiel mascota empapada en sangre.
—Tú vienes conmigo. — Sentenció Adán, y Bateson pudo ver su reflejo a través de los fríos orbes marrón del asesino.
—Di-dijiste que no me- me harías daño.
—Prometí que yo no. Pero no prometí nada en nombre de mi jefa.
Dos días después de aquel encuentro con la asesina que sus hermanas habían enviado, Selene Harrison se topó con la noticia de que el cuerpo sin vida de Ámbar, con un único y certero disparo a la cabeza, había sido encontrado a las 7:33 a. m. fuera del tribunal con una nota que solo decía «de nada». Treinta minutos después, la cabeza de Bateson se descubrió envuelta en papel de regalo, con un moño de macabra decoración. Fue dejado a doscientos metros de distancia, y el resto del cuerpo fue hallándose pieza por pieza en los alrededores. Había sido dejado allí de forma descarada, sin ninguna preocupación por ocultar el crimen. Nadie lo sabía, pero Levic Alcott había cumplido su promesa hacia Elizabeth García, al mismo tiempo que había enviado un mensaje a las hermanas de Selene: nadie excepto ella obtendrían su corazón.
Harry no estaba segura de qué pensar o sentir con exactitud. No quería alegrarse, pero se sentía aliviada por tres razones:
1) No haber tenido que matarla ella misma.
2) Ya no ser acechada por dicha asesina.
3) Su amiga ya no sería perseguida por ese asqueroso ser.
Pero no le gustaba sentirse así. Mordió su segunda dona, y disfrutó tanto del sabor que en definitiva no podía negar su tranquilidad ante la situación.
—¿Quién pudo haberlos matado?— preguntó Harry con sorpresa.
A Jason nada en su actitud le pareció extraño. Ambos habían acordado reunirse al término de las clases de Harry, sin falta todos los días. Solo se habían visto dos veces después del incidente y la preocupación era visible, no sólo en su rostro, sino también en su falta de una ducha. Que Ámbar apareciera muerta, inevitablemente evocaría su alivio. Y que él hubiera logrado recuperar su archivo de investigación, mantendría aquel sentimiento.
—Me sorprende, un poco, que no hayas considerado a tus hermanas. —Dijo mientras colocaba unas carpetas en la mesa frente al sofá.
—No las creo tan estúpidas como para matar a un humano así, ellas habrían sido “cautelosas” como cuando lo intentaron conmigo.
—De acuerdo con mi contacto en el departamento de policía, el cuerpo de John sufrió múltiples heridas antes de morir, así que en definitiva hubo mucho odio en este crimen.
Selene rascó su cabeza.
—¿Tienes contactos en la policía?
—Es parte del trabajo de detective.
—¿Saben quién es el responsable?
Jason bebió de su café.
—Al igual que yo, no encontraron evidencia.
Después del intento de asesinato, Mayer se infiltró en el apartamento donde Ámbar se había hospedado las últimas dos semanas, descubriendo que no había pisado el lugar después de su fracaso. Jason pensó que debía aprovechar el momento para investigar mejor a la asesina, rebuscando entre sus cosas hasta encontrar dos objetos importantes: una libreta con distintas direcciones y el archivo de investigación de Selene Harrison. La libreta de direcciones le condujo al escondite de Bateson, donde para su horror descubrió varias manchas de sangre, por lo que decidió llamar a su colega en la policía para que el denunciara el posible crimen. Claro, para cuando los uniformados llegaron, Jason ya había recopilado cuanta información había podido.
—Todo esto es muy extraño— pronunció Harry, mientras mascaba su dona.
—Ahora que Ámbar está muerta, creo que hay un 50% de probabilidades de que tus hermanas vengan directamente por ti, así que debemos prepararnos para…
Un trozo del bocado se atascó en la garganta de la chica, tosiendo con brusquedad.
—¿Debemos?— no sabía si sentía curiosidad, molestia o sólo estaba sorprendida. —Creo que ya te has involucrado lo suficiente. Deberías irte mientras tengas la oportunidad.
Pero Jason…
—N-no… no puedo— respondió masajeando sus nudillos.
Aquel extraño sentimiento creció dentro de Harry.
—¿Por qué? No creo que hagas esto por las reparaciones que te debo— se mordió el labio, sintiendo la necesidad de escupir la duda que la había invadido desde el momento en que se encontró al chico fuera de la universidad— ¿Qué te prometió Aarón a cambio de ayudarme?
Jasón hizo una mueca, evidenciando que ella había acertado.
—Tu… que… bueno…— ¿Qué iba a decir exactamente? Se sintió avergonzado, aunque no sabía si era por el trato que había hecho con el hijo de Zeus o por haber sido descubierto.
Selene negó con la cabeza.
—No me malinterpretes. No me molesta en absoluto que hayas hecho un trato, sé que nadie arriesgaría el trasero por puro amor a la humanidad— rascó su cabeza otra vez, pues comenzaba a picarle— solo no puedo entender que cosa te prometió a cambio como para que decidieras venir.
¿Podría decírselo? Estaba siendo más comprensiva de lo que Jason hubiera esperado. Harry estaba intentando depositar su confianza en él, ¿podría hacer lo mismo a cambio? Al menos podía intentarlo.
—Yo…
La puerta se abrió y James Harrison entró aventando su chaqueta. Era seguido por una cansada Zenobia, quien desde había decidió ayudar a los Harrison en su lucha contra las diosas, pues (aunque su estudiante no lo sabía) ella era experta en sobrevivir a la ira de los olímpicos.
—Nada. No pude encontrar información sobre Ámbar— James se sentó junto a su hija, tomando una dona de la caja.
—Nuestro trabajo es infructuoso.— Lamentó Zen.
—Habrá que trabajar con la poca información que tenemos— sugirió Jason, mirando aún la noticia.
Rancho de Avellaneda, ubicación desconocida…
En el pequeño bar dentro de una de las residencias de Levic Alcott, un grupo de más de veinte personas celebraban la hazaña de su líder, felices por ver fuera del juego a la escoria de Bateson. Las palabras del reportero eran satisfactorias, siendo un entretenimiento comparable a ver un estreno en el cine.
Levic entró, provocando que todos elevaran sus copas.
—Nada mal, jefa— felicitó uno de ellos.
Sonrió, sentándose al mismo tiempo que ya le habían servido un trago.
—Este golpe no fue sólo mío, Adán merece tantos halagos como yo.
—¿Dónde está él?— preguntó una adolescente.
—Vigilando. Mientras tanto, nosotros debemos prepararnos. —Se levantó, Sosteniendo su bebida para atraer la atención de los presentes. —Compañeros, estamos a punto de dar el primer paso para derrocar el régimen de los dioses. Pronto, no solo obtendremos los corazones de dos diosas, sino también la sangre de un semidios que nos permitirá traer al mundo humano a potenciales aliados.
Los vítores no se hicieron esperar. Algunos incluso derramaron su cerveza.
—Este golpe debe ser perfecto— continuo— Para garantizar el éxito, nos dividiremos en dos grupos: el primero será liderado por Aarón. Su objetivo será conseguir la sangre y los corazones. El otro grupo estará a mi cargo, marcharemos hacia el Templo Ígneo y tomaremos la caja de Pandora. ¿Cuento con ustedes?
Los gritos se intensificaron. Al igual que la grandiosa Levic Alcott, muchos llevaban más de cien años esperando aquel momento. Ahora, más cerca de su objetivo, era inevitable la sensación de felicidad e impaciencia.
Capítulo 8
Estaba comenzando a fastidiarse. Solo habían pasado 5 días desde el incidente con la asesina, y Harry ya no quería esperar más al momento en que sus hermanas decidieran atacar, pero sabía que no estaba del todo preparada para enfrentarlas.
Sentada en el piso de su habitación miró sus heridas, cicatrizadas y sanadas casi por completo. Las cortadas en sus dedos (en las cuales no había reparado durante el ataque) ya no eran más que líneas secas.
Las tocó, recordando como el dolor la había convertido en una completa inutil durante su encuentro con los asesinos. Parte del problema se debía a que eso se encontraba entre sus debilidades, junto con las drogas, el insomnio y los excesos.
Suspiró, sintiendo la frustrante necesidad de aprender una de las técnicas más complicadas que su maestra se había negado a enseñarle hasta el momento: la energía curativa.
Ni Machinskaya lo sabía, pero Harry había logrado acceder a la zona prohibida (solo para ella, el resto podía entrar sin problemas) de la biblioteca, donde se encontraban de libros valiosos sobre psicoquinesia. Allí, había conseguido el libro “Principios básicos de la psicoquinesis y la curación” de J. B. Rhiner, al cual pudo sacarle a escondidas unas cuantas fotografías.
No se lo había dicho a su maestra Zenobia, pero llevaba tres meses practicando en secreto, sin mucho éxito.
Y estaba por intentarlo de nuevo.
Colocó la palma de la mano derecha sobre la izquierda, cerrando los ojos para concentrarse. La energía verdosa pronto apareció rodeando su mano, pero durante las siguientes dos horas no sucedió ningún cambio: su herida se mantuvo igual.
—¡Carajo!— gritó impaciente, perdiendo el control sobre sus poderes y obteniendo el efecto contrario: abrió la cortada, más ancha y profunda que la primera vez.
—He allí la razón para no intentar técnicas nuevas sin supervisión.
Selene gritó del susto, cubriendo de forma instintiva su herida.
—¿Qué haces? ¿Cuánto tiempo llevas allí?— preguntó intentando omitir cualquier mala palabra.
—Cinco minutos.— Respondió, y a Harry le fue imposible adivinar el sentir de su maestra bajo su cara de poker.
Pero ella sí que experimentaba auténtica molestia.
—Siquiera ten la decencia de tocar a la puerta. ¿Acaso ya no voy a poder ni rascarme el trasero en paz?
Zenobia no meditó mucho la respuesta.
—¿Eso cuando te ha detenido?
Harry frunció el ceño.
—Como sea. ¿Vas a regañarme? Porque puedes empezar ahora.
—No. Voy a ayudarte— Al fin y al cabo, ella conocía mejor que nadie todas las técnicas de psicoquinesis, pues había sido la primera maestra en desarrollarlas a la perfección.
No se había atrevido a confesárselo a su estudiante, pero Zen fue quien ayudó a Rhiner a escribir su libro.
El silencio se apoderó del ambiente un par de minutos.
—Esto no lo esperaba.
Zenobia se sentó junto a Harry, tomando con cuidado el dedo herido de su estudiante.
—Hasta ahora, mi niña, cada vez que hablamos parece que mis palabras son dirigidas a una persona con sordera— a pesar de su tono dulce, Selene se sonrojó de vergüenza— pero quiero que esta vez atiendas lo que voy a decir.
Harry asintió sin mirarla.
—Debes entender que hay habilidades que no puedes desarrollar por la fuerza, como la curación. En el pasado, tu necesidad de obtener poder de forma rápida fue muy útil, y me ayudó a enseñarte muchas cosas en poco tiempo.
La sangre continuaba chorreando de la herida, y Harry comenzó a impacientarse.
—¿Pero por qué no funciona esta vez?— interrumpió— ¿Por qué ya no puedo aprender nada nuevo?
Sus ojos hinchados suplicaban una respuesta indulgente.
—Reflexiona un poco, en todas tus lecciones hallarás la respuesta.
Como pocas veces, Selene Hsrison obedeció, recordando cómo en tan solo 10 años había logrado desarrollar las destrezas que a cualquier otra persona le habría tomado unos 15.
La primera que perfeccionó fue crear explosiones desde cualquier parte de su cuerpo, pues la ira contra su progenitora era el combustible que encendía toda llama.
Lo siguiente fue la manipulación de objetos, que respondió a su terrible deseo inicial de mantener todo bajo control; así, una a una, rememoró tantas como le fue posible, llegando a una sencilla conclusión:
—La naturaleza de mis habilidades.
—Correcto. Tu esencia caótica e irrespetuosa ayudó a desarrollar tus poderes en defensa y ataque, pero no serán suficientes para enseñarte algo diferente, que no tenga que ver con la batalla, sino con el cuidado.
—Entonces…
—¿Sabes por qué me he negado con firmeza a instruirte en algo nuevo?
Se le ocurrieron muchas respuestas, pero todas eran demasiado infantiles.
—Todavía me lo pregunto.
—Para cultivar la virtud base: la paciencia. En los últimos tres años hemos tenido intentos infructuosos con el yoga y la meditación, pero nunca te comprometiste. Por ello decidí obligarte a esperar por un año.
Selene quiso maldecir, pero se contuvo.
Esta vez, Zenobia comenzó a curar la herida.
—Presta atención. Ya has sentido los efectos de la energía cuando es utilizada con agresividad, ¿cómo se siente ahora?
Harry se concentró. Era cálido, como una manta en día de lluvia.
—¿Recuerdas lo aliviada y tranquila que te sentiste cuando James se curó del cáncer?
¡Cómo olvidarlo! Después de una cirugía, dieta sin sal y terapia de yodo radiactivo, fue un alivio escuchar que su padre había vencido el cáncer de tiroides. La felicidad fue indescriptible, difícil de comparar con cualquier otra situación.
—Esa es la sensación que debes ser capaz de transmitir.
Zenobia se detuvo cuando la herida se cerró casi por completo.
—Impregna la herida de energía. No intentes cerrarla, sólo concéntrate.
Obedeció, sintiendo un extraño calor, y no pudo evitar emocionarse.
—¡Lo hice!
Zenobia también curvó los labios.
—Sigue practicando, pero no intentes curar nada o podrías reabrir las heridas por error.
Al principio fue fácil seguir dicha instrucción, pero después de tres semanas sin cambio alguno en su entrenamiento, Harry comenzó a impacientarse, preguntando numerosas veces cuando podría iniciar el paso 2.
—Cualquier intento será infructuoso si no aprendes a relajarte— respondió Zenobia al intento no. 36 por convencerla. Al contrario que su estudiante, estaba disfrutando de una tranquila mañana observando el cielo claro, acostada en la húmeda hierba de un parque cercano al centro.
El celular de Harry comenzó a sonar, y a Zen no le fue difícil adivinar de quién se trataba.
—¿Por qué no lo has invitado a salir?— ella y James ya habían notado la ternura con que la miraba, y la forma en que sus mejillas enrojecían cuando charlaban: era más que obvio (excepto para la despistada estudiante) que empezaba a desarrollar algún tipo de atracción hacia Harry.
Pero a ella, el comentario la tomó desprevenida.
—¿De qué estás hablando?
—Jason Mayer, por supuesto.
—Yo no…
—Mi niña— interrumpió— sé bien que su belleza no te es indiferente. Y no sabría decir si actúa sin telón de fondo solo para quedar bien contigo, pero parece alguien amable. ¿Por qué no le invitas a salir?— insistió.
Harry negó con la cabeza.
—No tenemos tiempo para eso.
—Esto es paradójico, pero si no logras aprender a mantenerte bajo control y a gestionar tu tensión, serás incapaz de aprender técnicas avanzadas de psicoquinesis.
En parte eso era cierto, en parte solo quería tener un momento de paz lejos de la insolente joven.
—Anda, sé que deseas cortejarlo— continuo, evitando cualquier reproche— Invitalo al cine, al parque o a un restaurant. Tómalo cómo parte de tu aprendizaje.
Harry decidió que no quería hacerlo. Al menos, por las siguientes 26 horas, pues terminó por ceder al deseo e invitó a Jason a beber unos tragos a su bar favorito.
No fue capaz de percibirlo, pero el chico se sonrojó en más de una ocasión y le fue difícil mantener un discurso claro y coherente durante la cita.
En el bar, dos mesas alejadas le observaban un par de personas con mucha atención: Levic Alcott y Adán Cruz.
Capítulo 9
Jueves 5 de enero de 2019…
—9 semanas sin incidentes. En verdad es sospechoso.
—Nos hemos estado preparando para su llegada. Estamos seguros de que Pandia y Herse intentarán arrancarle el corazón con sus propias manos.
—Es obvio. Ese par de «diosas» son demasiado predecibles y estúpidas. Me sorprende que sigan con vida después de tanto tiempo.
Aarón bebió de su refresco. Después de dos meses sin noticias sobre el caso Harrison, decidió reunirse con Jason Mayer en una pequeña y poco frecuentada cafetería, donde sólo 3 de las 10 mesas estaban ocupadas, los meseros aparecían cada 20 minutos y la comida siempre llegaba fría. Hablar sobre cualquier cosa era prácticamente seguro.
—Lo cierto es que van a arriesgarse como nunca. Me preocupa que, mientras estamos aquí hablando, ellas la confronten.
Aarón negó con un dedo.
—No con Zeus cerca.
El clima era agitado. La copiosa lluvia era acompañada de una danza zigzagueante de luz que reventaba los tímpanos a su contacto con la tierra, una clara señal de que el soberano se encontraba en la isla, haciendo su deber como pocas veces.
—Esto ha sido más estresante de lo que pensé. —Jason bebió su cerveza, esperando que lo calmara un poco.
—Descuida, tu esfuerzo será bien recompensado.
Bebió un sorbo más largo. Escucharlo le provocaba cierta vergüenza, sin saber si aquello era bueno o malo. ¿Estaba sacando provecho de una situación delicada? Al principio, el trato que Aarón le había ofrecido le pareció demasiado bueno para ser rechazado, y no pensó demasiado antes de dar el sí.
Pero ahora, con vidas en juego, todo era diferente: se sentía un maldito oportunista. Y la culpa crecía aún cuando a Harry no le había molestado todo aquello.
Llamó al mesero y pidió otro trago; necesitaba relajarse.
Viernes 6 de enero…
Eran las 7:42 de la mañana, y Selene Harrison caminaba hacia la universidad cruzando por las lodosas calles del Barrio Bajo, su sitio menos favorito en toda la maldita isla. Afuera de una de las tantas y maltrechas vecindades, había un chico siempre rodeado de 8 botellas de cerveza, tirado a mitad de la calle balbuceando cosas ininteligibles.
Suspiró. En todo ese tiempo, no había tenido noticia alguna de sus «hermanas», y ni siquiera su padre había logrado encontrar alguna pista importante de su paradero. Todo comenzaba a preocuparle: quizá, por primera vez en sus largas vidas, estaban haciendo un plan inteligente para atraparla…
—Ojalá pudiéramos saber dónde y qué están tramando. Carla cree haberlas visto la semana pasada en Maya Sur, pero no sabemos la razón— James Harrison no había dejado pasar un día sin acompañar a su hija hasta la universidad, preocupado por la idea de que, si la dejaba sola, sería más sencillo para Pandia y Herse hacerle daño. A veces Zenobia les acompañaba, pero no podía hacerlo de forma constante por el temor a ser descubierta por las Túnicas; no les temía, pero consideraba importante mantener intacto su acceso a todos los documentos importantes dentro de las 3 bibliotecas.
Por si acaso.
—¿Maya Sur?— Harry se rascó la cabeza, pues la gran cantidad de cabello que tenía le provocaba demasiado calor— es la zona donde está el Brandy’s, el café al que me gustaba ir con Elizabeth, hasta que…
—Hasta que su padre hizo que te prohibieran la entrada.
—Ajá.
Nada como ser el empresario de Toasty Co., amigo del dueño de Brandy’s Coffee, para poder negarle la entrada a la chica que consideras «una amenaza para tu hija».
Bueno, a Harry no le había sorprendido demasiado, ya que el señor García siempre se había quejado de que su hija saliera con una machorra y delincuente.
—Quizá Pandia y Herse creyeron que aún ibas a ese lugar.
—Es comprensible. Estuve allí cuando fui descubierta— Suspiró— Ya ni siquiera sé si fue lo correcto.
James llevaba bastante tiempo esperando oír esa duda.
—Ella nunca va a agradecerte, pero hiciste lo que mejor.
—Quise salvarla y a cambio te puse en peligro. Ni siquiera deberías estar aquí ahora, si mis hermanas aparecen será peligroso para ti.
—Querida, como padre de una semidiosa que comenzó a levitar a los dos años, tengo mis propios trucos para protegernos de la ira de los dioses. Tuve que aprender incluso antes de que Zenobia nos ayudara.
Harry esbozó una breve sonrisa, que desapareció apenas comenzó a percibir un aroma a petricor. A sus pies, pequeñas gotitas comenzaron a reunirse y extenderse por la calle, señalando un camino. Algunas estaban teñidas en rojo brillante, espesas y más grandes que las de agua. Harry lo comprendió: sus hermanas la estaban esperando, con alguna persona como rehén.
Hizo una mueca.
—Están cerca— anunció.
James se arrodilló, tocando una de las gotas de sangre con la punta de su bolígrafo.
—Podrían tener a Jason.
Harry sintió un escalofrío recorrer su columna. No, no quería considerar la posibilidad de perderlo, no cuando ya lo estaba considerando un…
—No, él no pudo ser capturado tan fácil.
James tiró el bolígrafo en el basurero más cercano.
—Sólo hay una forma de averiguarlo.
Selene apretó los puños. Con el corazón latiendo desbocado y las piernas temblorosas, comenzó a seguir el camino. Adán, el hombre que aparentemente se encontraba borracho, se levantó de golpe, sacando su teléfono celular.
—Ya es hora— informó— inicien la fase 2.
James y Harry llegaron pronto a una vieja casa bardeada con una puerta metálica oxidada como protección, cuyo candado estaba roto, invitándolos a entrar. El polvo acumulado invadió sus fosas nasales provocando tos y estornudos, viéndose obligados a cubrirse. Sus ojos ardían, cerrándolos para evitar que el polvo que se había sacudido tras su entrada continuara molestando.
—Hola, hermana. —Saludó Pandia, con una sonrisa que hizo temblar a ambos Harrison. Selene se colocó delante de James, mientras sus puños resplandecía en energía verde— veo que no eres tan estúpida y entendiste el mensaje.
Harry observó las muñecas de la rubia, forradas en brazaletes envueltos en una delgada cadena. Sonrió de repente, deseosa de insultarla.
—Hermana, veo que las representaciones de tu cara son demasiado indulgentes.
Pandia hizo una mueca de disgusto.
—Espero que mantengas ese buen humor para los negocios, porque tengo algo que seguro te interesará.
De la habitación izquierda, Herse salió arrastrando a Elizabeth, amarrada, golpeada y asustada de nueva cuenta, pues parecía que sus problemas nunca se acababan.
Golpe bajo. Harry frunció el ceño.
—Esto es lo que haremos— continuó Pandia— tu y tu padre se rendirán, dejarás que extirpemos tu corazón y tu amiguita podrá irse a casa.
¿Amiguita? Eso la enfureció. Había pasado las últimas semanas tratando de entender todo el sufrimiento por el que Elizabeth estaba pasando, pero ya no la consideraba como alguien cercana; después de todo, ella había solicitado que Harry fuera expulsada de la universidad, había convencido a parte de sus «amigos» de alejarse de ella y al menos tres sitios distintos ya le habían prohibido la entrada gracias a la intervención del señor García.
¿Realmente iba a arriesgar la vida de su padre (otra vez) para salvarla?
Además, si sus hermanas obtenían sus poderes, estaba poniendo en riesgo a la humanidad y a los semidioses que ellas tanto despreciaban.
—Por favor…— susurró Elizabeth.
—No.
Y con la misma determinación, lanzó una onda de energía contra Pandia, que la aventó hacia la pared tras ella, rompiéndola y cayendo en la hierba alta del patio trasero.
—¡Maldita!
Elizabeth se vio interrumpida por una nueva onda, que alejó a Herse de ella. Selene se apresuró a su encuentro, pero cuando iba a romper la cuerda que la aprisionaba, la delgada cadena de Pandia atrapó su brazo, y con la descomunal fuerza de un dios, tiró de ella y la sacó a la hierba.
Fue el turno de James de hacer el rescate. Con una navaja rojiza cortó la cuerda, e intentó tomarla del brazo para ponerla a salvo.
—¡No me toques!— gritó Elizabeth mientras corría hacia la habitación del lado derecho.
Herse se reincorporó, confrontando al padre de Harry. Mostraba sus largas y afiladas uñas, aún manchadas en la sangre de García.
—¡Carajo!—gritó James.
—¿Acaso crees que esto es un juego, bastarda?— escupió Pandia con rabia. Con sus poderes extrajo el agua de la hierba, que convirtió en afiladas cuchillas de hielo que lanzó hacia su hermana, y Harry sólo tuvo que hacer un escudo de energía frente a ella para evitar el golpe.
—No, con absoluta seriedad te prometo matarte.
Para eso estaba entrenada, después de todo: matar por supervivencia. Pero no lo había verbalizado, nunca le había parecido más real.
Y era aterrador.
Con su psicoquinesis, levantó los escombros de la pared y los lanzó hacia Pandia, tratando de distraerla. Acto seguido corrió de vuelta adentro, dispuesta a proteger a su padre, a quien no había olvidado ni por un segundo.
Herse tenía a James por el cuello de la camisa. El padre de Harry mostró su navaja, provocando la burla de la diosa que duró bien poco, puesto que de forma sorpresiva la cuchilla logró perforarle la muñeca, y después el pecho.
Herse se retiró bruscamente.
—¿Cómo?
James también retrocedió, con cuatro cortadas en el pecho y un ojo morado.
—La hoja está bañada en sangre de mi hija.
Herse sacó la navaja de su seno izquierdo.
—Eso no va a matarme.
—Pero ella sí.
Selene entró por el hueco, dándole a Herse un puñetazo derecho en la cara, tomándola por el cuello con la mano izquierda.
—Nadie— preparó su mano derecha— toca— la cual se impregnó de energía verde, igual que sus ojos— ¡A mi papá!
Y clavó sus dedos en el pecho de su hermana, cerrándolos alrededor de aquella masa palpitante mientras se enredaban entre las venas y arterias, rasgando parte de los pulmones.
Dio un tirón, y luego otro; al tercero, su mano salió con el corazón como premio. La sangre salpicó sobre su cara y manchó el piso.
El cuerpo de Herse, con un hilo de vida aún, cayó, inmóvil.
Los ojos de Harry volvieron a su estado habitual, dándose cuenta de lo que había hecho.
Elizabeth gritó, horrorizada y capturada de nueva cuenta. Pandia la tenía agarrada del cuello.
—Devuelve ese corazón, o si no…
Se escuchó un disparo, y la diosa cayó al suelo con un agujero chorreante en la cabeza. García volvió a su escondite.
Los Harrison no podían creer que una diosa acababa de caer por gracia de una bala.
Por el hueco en la pared, Adán había hecho su movimiento. Algunas personas más llegaron junto a él.
—Imposible— susurró Harry, volviendo a colocarse frente a James.
Adán negó.
—Ustedes no son los únicos que bañan sus armas en sangre de semidiós, cariño.— Explicó, apuntando a Harry— Ana, toma el corazón de Pandia. Edgar, prepara la aguja.— Reparó entonces en los sollozos de García.— Alisson, protege a la chica. El resto, llévense los cuerpos.
Ana se acercó a la herida Pandia y Harry quiso detenerla, pero el arma aún le apuntaba.
—Si sabes lo que te es conveniente, vas a entregarme ese corazón, querida.
Aún palpitaba, y en ese estado era valioso para aquel que supiera su utilidad. Ellos parecían saberlo, pero no le eran conocidos y sospechaba que no eran miembros de ninguno de los 3 templos.
Nerviosa, comenzó a mover los dedos de los pies, tomando una decisión difícil; mirando a Adán, su mano comenzó a estrujar el órgano, mientras Herse, aun en el suelo, gritaba de dolor. Escucharla no facilitaba la tarea de Harry, y con temblorosa duda terminó de triturarlo, antes de arrojarlo al suelo y pisarlo, volviéndolo inservible para los recién llegados.
La acción le provocó escalofríos: había matado a su hermana.
—¡No! ¡Maldita desgraciada!— gritó Pandia.
—Lo siento— intentó arrojar dos ondas de energía contra Adán y Ana, pero de sus manos nada salió. Lo intentó de nuevo, fracasando y mirando sus manos, preguntándose qué estaba ocurriendo.
Adán disparó. James empujó a su hija para cubrirse tras la pared de la habitación conjunta, y de una patada cerró la puerta de gruesa pero podrida madera, que comenzó a recibir disparos.
No resistiría mucho.
—¡Corre!— gritaron los Harrison al mismo tiempo.
Selene tomó la delantera, rompiendo una de las paredes para acceder a otra de las habitaciones, cuya tablaroca también fue destrozada a puño limpio. James salió primero, y cuando Harry fue tras él, Ana la atrapó lazándola del cuello con una especie de látigo de cuero, para con ayuda de Edgar comenzar a tirar de ella.
—¡Harry!— gritó su padre.
Olvidando que sus poderes no habían funcionado hacia dos minutos, Selene intentó envolver a James en una esfera de energía, con la intención de teletransportarlo a un sitio diferente.
El plan dio resultado, y tras las inteligibles y breves quejas de su padre, este se esfumó para aparecer sano y salvo en casa de Zenobia, quien por desgracia no parecía hallarse cerca.
La fuerza de Ana y Edgar fue más que la de Harry, volviendo dentro de la casa. Ana se lamentó de que aquello no hubiera matado a la mestiza semidiosa.
Edgar intentó sentarse sobre Selene, pero ella tiró una fuerte patada que le sacó el aire. Sus rojizos puños al fin pudieron romper el cuero.
—¡No me toques!— Intentó levantarse, pero Ana tiró de su trenza y la regresó al suelo.
Adán llegó para ayudar, sosteniéndola de las muñecas por encima de la cabeza de la chica. Edgar volvió a intentarlo, tomándola por las piernas mientras continuaba retorciéndose.
—Ana, hazlo ya.
—¡No!
Obedeciendo se sentó sobre ella e introdujo una jeringa en su cuello, obligando a Selene detenerse mientras obtenía una muestra de sangre.
—Listo— celebró Ana.
—¡Mátala!— ordenó Edgar con preocupación.
Ana sacó uno de los cuchillos de su cinturón al mismo tiempo que Harry movió la cadera de forma brusca, logrando desequilibrar a ambos y sacando la pierna izquierda para patear las costillas del asesino, tirándolo sobre la otra.
Acto seguido tiró de sus brazos, atrayendo a Adán hacia adelante para propinarle un cabezazo que logró sangrar la frente de ambos.
Harry se levantó, aturdida, cuando Ana le atacó enterrándole su cuchillo en un costado. La Apóstata emitió un quejido, mientras con la mano izquierda se aferró a la muñeca de su atacante.
Sin perder tiempo, Ana sacó otro puñal, y adelantándose a sus intenciones, Harry logró detener el ataque que iba justo a su corazón. El forcejeo no se hizo esperar, pero Harry se encontraba tan débil que sabía que si no hacía algo, moriría bajo el filo ensangrentado.
En ese momento, sus instintos le dijeron que no importaba que hiciera.
No importaba como lo hiciera.
No importaba el costo.
Tenía que sobrevivir.
Entonces, en un movimiento arriesgado, soltó la muñeca de Ana y con el puño blanquecino la atravesó desde el pecho hasta la espalda. La sangre salpicó en todas direcciones, y el cuerpo de la atacante quedó inerte, apenas sostenido por el fuerte brazo de Selene Harrison.
—¡Ana!— gritó Edgar mientras Harry le arrojaba el cuerpo de su compañera.
Acto seguido, sacó el cuchillo del costado con la mano derecha, que había logrado lacerar su piel aún más. Sin esperar algún movimiento por parte de Edgar o Adán, se arrojó sobre el primero,enterrándole la hoja en el corazón.
Un chasquido atrajo su atención, descubriendo que Adán estaba a punto de dispararle.
Sin embargo, otra bala alcanzó la cabeza del asesino justo a tiempo: Zenobia había llegado.
Pero nada ocurrió como ella esperaba. Adán no solo se mantuvo en pie, sino que regresó el ataque contra la recién llegada.
Por fortuna, Zen seguía afuera donde el sello antimagia de los asesinos no tenía efecto, por lo cual pudo recitar un hechizo de escudo, antes de lanzar una onda de energía psicoquinética hacia Adán para aturdirlo unos minutos.
Harry, cansada y desangrada, cayó de rodillas, y su maestra comprendió que no podía perder el tiempo. `
—¡Resiste!— Corrió a ella, cargándola para salir por el muro destruido. No tardó en recitar nuevas palabras para invocar su siguiente movimiento, envolviéndose en hilos danzantes de energía morada, que las hicieron desaparecer.
Con el peligro lejos, Adán se levantó de su sitio, con copiosas lágrimas escurriendo por su rostro. Tomó su celular, marcando a otro de sus compañeros.
—Tenemos un corazón de diosa y la sangre de la semidiosa, pero no pudimos obtener su cuerpo, hubo un imprevisto: Zenobia de Argos.
—Así que sigue con vida. Será un obstáculo para nosotros.
—¿Qué noticias tienes sobre Levic?
—Ninguna aún. Pero confío en que debe estar por terminar su tarea, y pronto tendremos noticias.
Al mismo tiempo que la llamada finalizaba, Alcott caminaba sobre los cuerpos ensangrentados de aquellos que alguna vez fueron Guardianes del Templo Ígneo, llevando consigo el más preciado premio que ayudaría a sus planes: La caja de Pandora.
—Vámonos— ordenó a los sobrevivientes de su pelotón— debemos llevar las buenas noticias al grupo.
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