La bruja y el mago

La bruja y el mago

Cuentacuentos

15/07/2021

Ella se dio cuenta de que era un mago desde el día en el que lo conoció.

En esa oportunidad, lo notó. La sorprendió. El tema generó en su mente un par de interrogantes que permanecieron ahí unos cinco o seis minutos. No más que eso porque, al fin y al cabo, ese mago no tenía nada que ver con su vida. Se trataba de un encuentro casual. Bueno, casual, no. En verdad había sido acordado. Era un encuentro profesional. El mago, además de mago, era un gran artista. Y ella estaba pagando por sus servicios. No pretendía encontrar ahí nada más que eso. De hecho, había llegado con algunos prejuicios que rondaban su cabeza. Lo poquísimo que había escuchado sobre el mago, no la convencía demasiado. No le parecía que fuera “su” tipo de persona. Había accedido a ir porque alguien de muchísima confianza le había asegurado que era el hombre indicado para hacer el trabajo. Así que, fiel a su estilo, de mala gana y con cara de pocos amigos, se había presentado con la intención de que el “trámite” terminara lo más rápido posible y pudiera volver a su casa con la obra de arte tan deseada.

Sin embargo, todo el castillo de prejuicios empezó a resquebrajarse en esos pocos minutos en los que se abrieron los famosos interrogantes.

El mago había dicho algo que la había desconcertado. Algo que nada tenía que ver con el trabajo que estaba realizando. Algo fuera de contexto. Algo sobre ella. Algo sobre ella que ni ella sabía.

El momento duró poco, pasó rápido. Había sido sólo un comentario. A fin de cuentas, él no significaba nada para ella. No era parte de su vida. Pero, sin dudas, había tocado fibra sensible. Cinco o seis minutos en los que desfilaron por su mente algunas ideas: “Quizás es un mensaje del universo”. “De casualidad me llegó a través de él”. “Puede no significar nada”. “Puede que sea una persona intuitiva y ya”. “Sentido común, no sé…” “Qué atrevido” “¿Confianzudo?” “¿Tendrá razón?” “Razón no es la palabra” “Esto fue más que eso…”

Eso fue todo. La situación no se repitió. La jornada continuó como estaba previsto. El mago terminó su obra, se despidió y ella siguió su camino.

Después de ese día, no le quedaron muchos recuerdos visuales acerca de lo vivido. Se quedó solamente con ese comentario. Y optó por elegir la opción “Seguramente fue un mensaje del universo que de casualidad me llegó a través de él”. Se quedó con las palabras, totalmente desvinculadas del emisor.

Pasaron los días, las semanas, los meses. Durante ese tiempo, ella no recordó al mago ni una vez. No existía en su mente, no existía en su mundo, no era nadie.

Unos cinco meses después, recién salida de una de las clásicas montañas rusas que dominaban su vida emocional, decidió volver a contactarlo. Otra vez, estaba necesitando sus servicios.

Fue entonces que, apenas se despertó ese día, se dispuso a escribirle unas pocas palabras. Para saber si estaba en la ciudad (el mago, como todo mago, viajaba muy seguido) y para saber si estaba trabajando (el mago, como todo mago, era algo errático en relación a este último tema).

Él contestó inmediatamente. Fue amable, dulce y cariñoso. Esto último, le cayó bien. Estaba necesitando que alguien (aunque se tratara de un cuasi desconocido al que le estaba solicitando sus servicios) la tratara con ternura.

Con dos o tres palabras la hizo sentir un poquito mejor. Él se acordaba de ella. Sabía quién era. Eso le llamó la atención. Quizás era más atento de lo que parecía.

Ese día, ese bendito día, el mago la sorprendió con una propuesta. Un intercambio. Quería hacer un intercambio. Sus servicios a cambio de los de ella.

Ella trabajaba con hierbas y flores, medía las lunas y los cuerpos celestes, tiraba cartas y jugaba con péndulos. Sin embargo, el mago era él.

Por algún motivo, accedió. No tenía mucho dinero y un intercambio le resultaba útil.

Me jugaría a decir que ya en ese momento, muy en el fondo, existía una pulsión que la acercaba a él, que nada tenía que ver con la practicidad, con la plata o con el trabajo. Ni siquiera con los servicios que había solicitado.

Pero ¿qué puedo saber yo?

Y así fue como empezó todo. A raíz del intercambio propuesto, comenzaron a conversar. Ese día, el mago se abrió con ella, le contó secretos, le confesó fantasías, comenzó a mostrar algo de lo que había detrás de la máscara.

A ella, al principio le pareció entretenido, después interesante, más tarde atrapante y, hacia el final del día, casi magnético. Sintió ganas de compartirse también. Intercambiaron historias, se descargaron, se rieron.

Unos días después, se encontraron en persona por primera vez. En verdad, como recordarán, por segunda vez. Pero esta ocasión fue tan distinta que merece ser llamada “primera”.

Apenas abrió la puerta de su casa, lo vio. Y en ese momento, se dio cuenta de que nunca antes lo había visto. Lo había mirado unas cuantas horas mientras dibujaba para ella la última vez, pero no lo había visto. Quizás una parte de su mente, consciente o inconsciente, había querido protegerla de sus hechizos y la había dejado inmune por un rato. Evidentemente, esa parte ya no quería jugar ese juego, porque, esta vez, ella lo vio.

Me gustaría decir que el resto es historia. Porque lo es.

Podría describir puntillosamente cada uno de los minutos que pasaron juntos desde ese día. Pero prefiero no hacerlo. Un poco porque es predecible. Otro poco porque es intransferible. Y otro poco porque dolería demasiado.

Ella se enamoró del mago como nunca antes se había enamorado. Pasó con él las noches más hermosas, los amaneceres más cálidos y los atardeceres más placenteros. La vida, a su lado, era un parque de diversiones. Él llevaba la magia en las venas. Pintaba el mundo de colores y aventuras. Y, a pesar de que pronto empezó a conocer sus sombras, rápidamente tuvo la sensación de que, de su mano, hubiera ido a cualquier lado.

Y sí, el mago era mago. Podía transformar momentos banales en visiones maravillosas, charlas de trabajo en entusiasmo puro y mañanas de lunes en ganas de vivir. Tenía la capacidad de mostrar el infinito a través de sus ojos. De usar siempre las palabras exactas. Todo lo veía aunque pareciera que no. Y, por supuesto, como todo mago, podía desaparecer y aparecer a su antojo.

El mago hablaba de amor aunque ella todavía no está segura de qué significaba esa palabra para él.

Ella también hablaba de amor. Y, lastimosamente, sabe bien qué significa esa palabra para ella.

Cuando empecé a escribir, creí que esta historia iba a tener un final.

Ahora me doy cuenta de que no.

Sólo el inmenso universo sabe si alguna vez se volverán a encontrar. Si llegarán a concretar todos los planes que alguna vez tuvieron. Si la magia puede materializarse. Si están destinados a compartirse durante un rato más.

Sólo el universo sabe si la bruja y el mago volverán a entrelazar sus manos para que así, el mundo vuelva a ser infinito, los minutos eternos y la vida un pedazo de sol.

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