¿Alguna vez te sentiste atrapada? Gritaste, pediste ayuda, corriste, bebiste, saliste, conociste gente nueva; pero aún así, ahí estabas, atada. Intentaste echar culpas, pero aún así, la responsable eras vos. Aquella persona que no podía escapar a pesar de tantos intentos desesperados, a pesar de tantas noches de llanto debajo de la ducha para que nadie te escuche, a pesar de muchos días de malhumor y de tratar mal a mucha gente que no lo merecía: esa eras vos.
Pero así eres: la reina de las segundas oportunidades. Y quien dice segundas, dice terceras, cuartas, quintas y muchas más. Y te cansas, y se te van las ganas de intentar. Y recién ahí, logras escapar. Aunque no del todo. Porque aquella persona intenta volver y, la esperanza del cambio que nunca sucederá, vuelve con ella. Y aún sabiendo que ésta es la última oportunidad (o eso piensas), te lastima nuevamente. ¡No! Vos te lastimas. Porque seguís ahí, aquella persona lo único que hace es actuar como si no lo supiera. ¿Culpable? Quizá responsable. ¿Desesperante? Ya lo sabemos. ¿Tenemos que odiarla? Tus amigas te dirán que sí. Pero también te dirán que la que está eligiendo quedarse ahí eres tú. Y tienen razón. Y eso provoca más dolor. Porque aún sabiendo lo que esa persona te está haciendo, ahí estás, atrás del teléfono, esperando a que te llame.
Y nunca lo hace. Bueno, si, quizá lo hace. Pero muchos días después, cuando por fin decidiste olvidarla. Te dice que quiere verte y vos, sin pensarlo ni dos segundos, le decís que sí. Y esta persona piensa que todo está bien; bueno, en realidad, para esa persona todo está más que bien. Tiene lo que quiere: alguien que le entretenga cuando está aburrida. Y si, esa sos vos. ¿Quién más?
Llega el día y se ven un rato. En lo más literal de la palabra: una hora, dos horas como mucho. ¿Cena? Ni hablemos. Con suerte una pinta de cerveza; y con suerte, te pasa a buscar por tu casa y luego te lleva. Y si tienes aún más suerte y a esa persona se le ocurre, pasan la noche juntos. ¿Dije noche? No, que ilusa. El tiempo que dura el acto sexual, porque minutos después, se levanta y te lleva a casa. Siempre igual.
Pero al fin ese día llega. Créeme que llega. Lo que no puedo prometer es que no duela, porque no viene en forma de alegría, sino de mucho dolor. Perder algo sabiendo que ya estaba perdido desde un principio, es muy doloroso. Lo que si te puedo decir, es que ese dolor viene acompañado de mucho alivio. No hay nada más doloroso que perder a alguien, pero al mismo tiempo, no hay nada más liberador que perder a alguien que te hace daño.
Y va a volver, lo va a intentar, y quizá eso no está tan mal, porque si esto no fuese así, significaría que le importabas mucho menos de lo que pensabas. Pero ya no te vas a olvidar del dolor que te causó, ni tampoco vas a seguir luchando contra la corriente. Quizá dejes la puerta abierta, pero tienes muy en claro que cruzar esa puerta, va a salir muy caro y, el precio, es todo ese esfuerzo que vos hiciste por esa persona y que ella nunca hizo por vos. Y cuando los estándares de tu felicidad estén tan altos, solo logrará convencerte si realmente está lista para tratarte como siempre quisiste que te traten; y mucho más importante: como te lo mereces. Por que en ese momento, en el momento en que dejas todo atrás, te das cuenta que la soledad que sientes es muy similar a la soledad que sentías cuando estabas con esa persona. Y ahí, cuando caes en la cuenta de que todo el mal que sentías no estaba solo en tu cabeza, ahí es cuando estás lista para ser libre. Libre de esa persona o mejor dicho, libre de esa dolorosa dependencia que tenías por ella.
Escribo esto para sanar. Creo que muchos nos hemos cruzado con esta clase de gente alguna vez en nuestras vidas, no importa el vínculo, la falta de responsabilidad afectiva está en todos lados. Todavía falta mucho camino por recorrer y mucha gente por sanar. Ojalá algún día, todos podamos decir lo que queremos y lo que no, sin mentir, ni excusarse; para no causarle dolor a las personas que nos quieren. Y a las personas que algunas vez me hicieron esto, principalmente a vos, ojalá puedas sanar como yo intento hacerlo, porque no tienes una idea del dolor que causas con tus silencios. Y espero, en lo más profundo de mi corazón, que este daño no te lo estés haciendo a ti y, que algún día, puedas expresar lo que realmente quieres y vayas a por ello.
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