Miedo en la piel

Anochecía, la lluvia golpeaba con fuerza los cristales que dejaban penetrar los resplandores de una tormenta cada vez más cercana, fluorescencias que iluminaban las estancias apagadas. Hoy había vuelto antes a casa.

Aquella construcción nunca le había gustado. Desde que se mudó, tres años atrás, le parecía demasiado grande y fría, le asustaban sus formas y el crujido de la madera que conformaba su esqueleto, manteniéndola en una guardia constante.

Dejó su abrigo en el ropero, junto a la entrada, cuando sintió un calor inesperado en su cuello. Se quedó paralizada, incapaz de distinguir si la percepción era real o fruto de su espanto. Iba a volverse cuando un escalofrío le recorrió su espalda. Mientras asimilaba que aquel aliento no le era desconocido, recordó que vivía sola.

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