Ahí se encontraba el, viendome fijamente, sus ojos grises, grandes, sin parpadeo alguno. Una calle de distancia entre ambos, este hombre vestido de negro, alto, con ojos tristes debajo de un sombrero negro para combinar con su oscuro atuendo.
»¿Quien es el?» – pregunté a mi papá, sin despegar la vista de la inminente figura que encontre al dirigirme a cerrar el porton después de que mi papá estacionara el carro.
»¿Quien?» – respondió, acercandose para pararse junto a mi frente al portón del garage que aún seguía abierto.
»¿Ese hombre, el que esta parado viendo hacia aquí?» … al otro lado de la calle – dije, señalando con mi mano derecha hacia el hombre, que durante todo ese tiempo no despego su mirada de mi.
Aún apuntandole con el dedo, no se movió, no parpadeó. Sus ojos clavados en mi, como esos personajes de los posters que tengo colgados en la pared de mi habitación, siempre observando cada movimiento.
»¿ De qué estas hablando?»… ahí no hay nadie» – agregó mi papá, intentando encontrar a la figura que estaba señalando, dio unos pasos hacia el frente, saliendo del portón hacia la orrila de la calle para lograr tener mejor vista de la calle completa.
»No hay nadie» – dijo mientras regresaba hacia el maletero del carro para sacar las bolsas que habiamos metido despues de hacer las compras en el supermercado.
Y ahí es cuando empezó…
Sentí un golpe en todo el cuerpo, como si alguien me hubiese agarrado con una sola mano gigante y apretado hasta no poder más. Me sentí agotada, exhausta, todo a mi al rededor se sentía lejos, mi casa, el carro… mi papá, que se encontraba solo a pocos metros de mi. Ese sentimiento de ansiedad empezó a crecer en mi interior con rapidéz, todo fue oscureciendo, como si la noche hubiese caido ante mis ojos en segundos, como si hubiese tenido horas parada viendo fijamente a ese hombre hasta que la oscuridad y soledad de la noche cayera sobre nosotros.
El seguía ahi… viendome.
Poco a poco sentí como toda la oscuridad me empujaba hacia el, centimentro a centimetro iba acercandome, ¿o el se acercaba hacia mi?, no podia distinguirlo, todo se sentía pesado, como una fuerza empujando mi cuerpo hacia abajo, para arrodillarme, o enterrame.
Todo desapareció, solo quedabamos el y yo, frente a frente, podía escuchar su respiración con fuerza como si estuviese respirando directamente en mi oído. Cerré mis ojos.
Sentía su presencia frente a mi, su respiración pesada, no se movia y sabia que no lo haría. Intente gritar, solo escuche mi grito desperado por ayuda dentro de mi cabeza, mis labios no se abrieron ni un centimetro, intente correr, moverme, no lo logré, abrí mis ojos e intente buscar a mi papá, esperanzada de que siguiera detrás de mi. Solo logré voltear mi cabeza hacia atrás, mi cuerpo seguía en dirección hacia el.
»¿En donde está mi casa?»
El pánico invadio mi cuerpo con la misma fuerza en que la oscuridad presionaba en mi, mi casa ya no se encontraba detrás de mi, ni el carro de mi papá, todo había desparecido, incluso las casas de mis vecinos, en su lugar se encontraba una casa de dos plantas, grande, decrépita, con un color irradiando tristeza y soledad, hasta podía sentir el olor a humedad que desprendian las paredes de la casa. Sus ventanas del piso de arriba quebradas, haciendo parecer dos ojos tristes que estuvieron llorando esparciendo cristales como gotas sobre el techo de la planta baja en la que se encontraban sus pisos quebrados, con manchas, quien sabe de que eran esas manchas en el piso.
Luego lo sentí, como se acercó hacia mi, aún más cerca, milimetros de distancia entre el hombre de negro y yo, su respiración aún más fuerte, ensordecedora. Mi corazón latía como en esas ocasiones que llevaba meses sin practicar deportes y un día cualquiera decidia jugar un partido, sentía como mi corazón intentaba salir de mi pecho en busca de más espacio para latir, el interior de mi pecho no le era suficiente, necesitaba salir corriendo. La sangre ardiente corrió por todo mi cuerpo, el piso temblaba bajo mis pies como terremoto, ¿o era yo?. Cerré mis ojos de nuevo.
»¿Estas bien?» – dijo mi papá mientras cerraba el maletero del carro de un solo golpe sacando la última bolsa que se encontraba en el.
Todo estaba igual, ni una hoja nueva recien caida de los arboles que se encontraban en la calle.
El se había ido… o eso creí.
Ahí se encontraba el, viendome fijamente, sus ojos grises, grandes, sin parpadeo alguno. Una calle de distancia entre ambos, este hombre vestido de negro, alto, con ojos tristes debajo de un sombrero negro para combinar con su oscuro atuendo.
»¿Quien es el?» – pregunté a mi papá, sin despegar la vista de la inminente figura que encontre al dirigirme a cerrar el porton después de que mi papá estacionara el carro.
»¿Quien?» – respondió, acercandose para pararse junto a mi frente al portón del garage que aún seguía abierto.
»¿Ese hombre, el que esta parado viendo hacia aquí?» … al otro lado de la calle – dije, señalando con mi mano derecha hacia el hombre, que durante todo ese tiempo no despego su mirada de mi.
Aún apuntandole con el dedo, no se movió, no parpadeó. Sus ojos clavados en mi, como esos personajes de los posters que tengo colgados en la pared de mi habitación, siempre observando cada movimiento.
»¿ De qué estas hablando?»… ahí no hay nadie» – agregó mi papá, intentando encontrar a la figura que estaba señalando, dio unos pasos hacia el frente, saliendo del portón hacia la orrila de la calle para lograr tener mejor vista de la calle completa.
»No hay nadie» – dijo mientras regresaba hacia el maletero del carro para sacar las bolsas que habiamos metido despues de hacer las compras en el supermercado.
Y ahí es cuando empezó…
Sentí un golpe en todo el cuerpo, como si alguien me hubiese agarrado con una sola mano gigante y apretado hasta no poder más. Me sentí agotada, exhausta, todo a mi al rededor se sentía lejos, mi casa, el carro… mi papá, que se encontraba solo a pocos metros de mi. Ese sentimiento de ansiedad empezó a crecer en mi interior con rapidéz, todo fue oscureciendo, como si la noche hubiese caido ante mis ojos en segundos, como si hubiese tenido horas parada viendo fijamente a ese hombre hasta que la oscuridad y soledad de la noche cayera sobre nosotros.
El seguía ahi… viendome.
Poco a poco sentí como toda la oscuridad me empujaba hacia el, centimentro a centimetro iba acercandome, ¿o el se acercaba hacia mi?, no podia distinguirlo, todo se sentía pesado, como una fuerza empujando mi cuerpo hacia abajo, para arrodillarme, o enterrame.
Todo desapareció, solo quedabamos el y yo, frente a frente, podía escuchar su respiración con fuerza como si estuviese respirando directamente en mi oído. Cerré mis ojos.
Sentía su presencia frente a mi, su respiración pesada, no se movia y sabia que no lo haría. Intente gritar, solo escuche mi grito desperado por ayuda dentro de mi cabeza, mis labios no se abrieron ni un centimetro, intente correr, moverme, no lo logré, abrí mis ojos e intente buscar a mi papá, esperanzada de que siguiera detrás de mi. Solo logré voltear mi cabeza hacia atrás, mi cuerpo seguía en dirección hacia el.
»¿En donde está mi casa?»
El pánico invadio mi cuerpo con la misma fuerza en que la oscuridad presionaba en mi, mi casa ya no se encontraba detrás de mi, ni el carro de mi papá, todo había desparecido, incluso las casas de mis vecinos, en su lugar se encontraba una casa de dos plantas, grande, decrépita, con un color irradiando tristeza y soledad, hasta podía sentir el olor a humedad que desprendian las paredes de la casa. Sus ventanas del piso de arriba quebradas, haciendo parecer dos ojos tristes que estuvieron llorando esparciendo cristales como gotas sobre el techo de la planta baja en la que se encontraban sus pisos quebrados, con manchas, quien sabe de que eran esas manchas en el piso.
Luego lo sentí, como se acercó hacia mi, aún más cerca, milimetros de distancia entre el hombre de negro y yo, su respiración aún más fuerte, ensordecedora. Mi corazón latía como en esas ocasiones que llevaba meses sin practicar deportes y un día cualquiera decidia jugar un partido, sentía como mi corazón intentaba salir de mi pecho en busca de más espacio para latir, el interior de mi pecho no le era suficiente, necesitaba salir corriendo. La sangre ardiente corrió por todo mi cuerpo, el piso temblaba bajo mis pies como terremoto, ¿o era yo?. Cerré mis ojos de nuevo.
»¿Estas bien?» – dijo mi papá mientras cerraba el maletero del carro de un solo golpe sacando la última bolsa que se encontraba en el.
Todo estaba igual, ni una hoja nueva recien caida de los arboles que se encontraban en la calle.
El se había ido… o eso creí.
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