El cielo sombrío
por mi ventana se asoma
anunciando la muerte del sol por el oeste.
Se vislumbran estrellas lejanas
que parecen estar al alcance de mi palma.
Diminutas como granos de sal
esparcidos en la soledad de la noche,
con un brillo fino.
Es hora de descansar y
un silencio invade la ciudad.
Dejando a los grillos tocar
melodias a los melomanos
de la penumbra.
Me arropo en mis cobijas
conciliando el sueño.
Cuando la luna,
testigo de mi vida,
me empieza a hablar.
Susurrándome al oido,
con el suficiente volumen
para que solo yo me percate de su presencia.
Me susurra mi pasado,
haciéndome recordar todos mis actos
y que debí hacer en aquellos momentos.
Los segundos se convierten en minutos,
los minutos en horas y
el alba se aproxima para reclamar territorio perdido.
La luna no para de hablarme al oído
y yo decaído,
por no poder parar su palabrerío.
Y pues hoy, no he dormido
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