ANAMELIA DESAPARECIDA III

Pasada una semana sin más noticias de Anamelia, silente don Anastasio entraba al corral cada madrugada, como cuerpo que le faltara el alma. No encontraba sabor al café mañanero, parece que se le había arrancado por manos inhumanas un pedazo de su alma viviente. Y por las tardes se iba en compañía de su escopeta a peinar la zona donde se habían encontrado la bicicleta, la esperanza renacía cada tarde en su corazón pero moría cada ocaso, vacía sin encontrar más que los matorrales secos y una que otra paraulata cantando en las ramas de los arbustos.

La bodega de don Argimiro era como el centro comercial del pueblo, toda información que no llegara a los predios de la surtida taguara, era porque aún no había ocurrido. Muy de mañana llego un camión 350 con jaula ganadera, como en aras de comprar ganado; una chispa de sospecha se levantó en don Argimiro, pues era el mismo hombre que anteriormente había estado comparando ganado, cuando desapareció la hija de doña Paola. Como un centellazo se le vino un pensamiento macabro al viejo bodeguero sobre el visitante. El comprador era un hombre que a simple viste se podía notar que era un hombre de ciudad, con una estatura distintiva pues era un hombre bastante alto, con barba de aspecto a un vaquero de esos tejanos. se acercó al mostrador sonando el tacón de sus botas de cuero puntiagudas, contra el rustico piso de la entrada del local. Luego de saludar al estricto bodeguero; pidió un refresco haciendo alegoría que quería mitigar el calor causado por el ya reluciente sol de la mañana, típico cuando ya está por arreciar el verano. Al suspender el brazo para tomar su primer trago, cargaba la empuñadura de la camisa manga larga con un dobles, lo que dejo ver ante los ojos de don Argimiro unos rasguños en el antebrazo; que eran compatibles con otro similar que sobre salía del cuello de su vestidura.

A lo que don Argimiro no vaciló en preguntar.

-¿usted como que duerme con gato compa?

A lo que el hombre responde de manera segura.

-esto fue con una mata de espina que tenía la doña de la posada, y la ayude a cortársela pero parecía una tigra esa mata. Y eso que ya se me han sanado, ya tengo una semana que llegue; las tenía peor eso fue por la mañanita cuando venía llegando al pueblo.

Este relato quedo retumbando en la consternada mente Argimiro.

Se preguntaba dentro de sí, don Argimiro si aquella razón que le dio el forastero seria cierta, el comisario del pueblo tenía ya varios días tratando de hacer contacto con la comandancia de su correspondencia; pero producto de fallas sistémicas con la comunicación se lo habían impedido.

Un excéntrico comentario en el fundo de don Anastasio parecía tornar una confusión, o quizás un indicio del paradero de Anamelia; el mismo trabajador que había dado traspié con la bicicleta de Anamelia trajo un rumor del hato el roble donde el encargado le comentó; sobre un hombre que pasaba por las noches por el viejo camino real casi borrado por el espeso pasto, hacia las ruinas del hato el triunfo abandonado hace muchos años. El cual había pertenecido a la familia Heredia, dinastía del dueño del matadero de ganado, el mismo encargado le había dado su propia conclusión al obrero “tal vez sea el mocho Heredia que visita las ruinas del hato a rezarle a sus difuntos”.

Según la descripción del caporal, con la luna clara se veía el hombre vestido con una vestidura de color oscuro; al parecer una guayabera cuyo borde daba casi a la rodilla y, un sombrero de alas caídas que daba un aspecto sombrío. Regresaba por las madrugadas cuando se estaba empezando la labor del ordeño; y el caporal en una oportunidad lo alerto con un grito “juey” pero solo una sorda respuesta fue lo que percibió del transeúnte. Quien ya tenía más de dos semanas en ese ir y venir.

Sin vacilación don Anastasio al enterarse del relato de naturaleza intrigante, se dirigió al matadero del mocho Heredia para solicitarle el permiso de revisar los predios de la finca abandonada; a lo que el matador no le dio una respuesta favorable ya que le pareció una ofensa ir a profanar las tumbas de sus antepasados que estaban allí en un cementerio familiar. Don Anastasio le prometió por su nombre no irrespetar el lugar, pero que así como el resguardaba su sentido de pertenencia por sus familiares; debería de comprender con mayor fuerza la resiente perdida de su nieta. Como no hubo manera de que el matador accediera, don Anastasio por respeto quiso proceder por el camino derecho y, fue donde el comisario para que intercediera por el ante el mocho Heredia para que accediera a su petición.

El comisario un hombre poco estudiado y poco conocedor de la ley, pero muy justo en su humilde conocimiento y audaz en la elocuencia. Arribó al matador con una amenaza infundada que podía traerle consecuencias graves al intransigente hombre.

-sino accede a que se revise la fundación nosotros no seremos su mayor problema, sino la división de secuestros cuando lleguen y ya les mandé a dar aviso hoy por la mañana. Al parecer tal argumento fue valido para cambiar la posición adoptada por el sr Heredia, con la sola petición que no fuese al oscurecer, ya que él era un hombre muy supersticioso. Resuelto el inconveniente, el mismo comisario se ofreció en acompañar a don Anastasio para incursionar en el lugar; una nueva esperanza parecía asomarse para el corazón desgarrado del viejo Montoya.

Encontrándose en el lugar de las ruinas se podía sentir cierto viento frio que impregnaba el ambiente. Dos casas grandes en con patio sombrío por la presencia de cuatro gigantescas matas de mago, la casa matriz la que quizás fue la casa de los patrones Heredia lucia con manchas limo en su fachada, el techo de tejas tenia agujeros inmensos, ventanas rotas, parecía una casa sacada de un cuadro pintado por un amante del terror. La casa pequeña tal vez de la peonada, se encontraba más conservada, un techo sobresalía del alero de la casa daba indicios de un viejo caney donde colocaban los obreros las sillas de montar. Se dividieron los obreros de don Anastasio en dos grupos de cinco hombres, unos comandado por él y el otro por el sr comisario, la cuadrilla de don Anastasio se fueron a la casa grande y el segundo a la otra casa.

La casa mayor tenía dentro de si el olor a moho; de la entrada principal no quedaba más que la marca donde hubo una puerta de madera. Al fondo de la espaciosa casa había una pequeña habitación que aún conservaba el techo de pálidas tejas, tenía la puerta intacta y una cadena oxidada asegurada con un pesado candado que no tenía aspecto de tener de tener la misma edad de la casa. Don Anastasio no titubeo en abrir la pieza a pesar de su promesa hecha al sr Heredia, y le ordenó a uno de los obreros darle un disparo con la escopeta morocha que nunca la dejaba para su misión de búsqueda. Roto el candado, entraron apresuradamente con una sensación de encontrar allí el preciado tesoro que buscaban; pero solo encontraron un viejo depósito de herramientas y trastes de madera llenos de polillas. El piso a diferencia del resto de la casa era de tablas, y como destinado por la mano de Dios el mismo obrero que había dado con la bicicleta, se percató que en una esquina había una tabla ancha recostada de la pared; y debajo un bulto pequeño de paja, de inmediato se acercó retiró quitó la tabla y removió el mechón de paja que arrojó un descubrimiento enorme, pues ocultaba un candado conectado a dos aros de hierro que a su vez aseguraban la entrada a una especie de sótano, de inmediato oyeron como unos gemidos que venían del fondo.

Con otro certero disparo el candado quedó destrozado, al levantar la escotilla sus ojos miraron atónitos una habitación de quizás unos dos metros cuadrados y en una esquina una mujer con pies y manos atadas; la ropa rasgada ojos vendados y se notaba un aspecto palúdico, degradado, un ser ultrajado como un animal salvaje. Laceraciones en los hombros, sin poder expresar un grito aunque lo deseaba; pero se lo impedía una sucia mordaza. Al verla don Anastasio su corazón entro en sobresalto.

-¡Anamelia mi niña!- gritó Anastasio con toda la esperanza de haber encontrado con vida la luz de sus ojos.

La habitación no tenía entrada de luz, lo que dificultaba identificar plenamente si era Anamelia; el comisario llega consternado por los disparos, pidiendo que le aclararan lo ocurrido.

-encontramos a la muchacha comisario, la queremos soltar pero esta oscuro no vaya a ser que la cortemos- expreso Anastasio rebosante de alegría.

– no le vayan a picar el mecate todavía, aquí tengo una linterna- buscando diligentemente en un bolsito su foco de mano, dijo el comisario.

La luz del foco trajo también una oscuridad personal para Anastasio; no era Anamelia, habían encontrado a la nieta de doña Paola. Llegaron como los don Quijotes en rescate de la desvalida Dulce Inea, era una pieza clave esta joven para encontrar al pervertido secuestrador. Saliendo de la abandonada casa, el comisario encontró una tarjeta de presentación que decía: POSADA TANUBIO. Se la guardó en su bolsillo sin decir nada más, para no cegar a don Anastasio y fuese a tomar una mala decisión contra el comprador de ganado; que justo se había marchado del pueblo a la desaparición de la nieta de doña Paola.

La joven encontrada no sirvió de mucho para dar con el monstruo, pues no había podido ver en la oscuridad el rostro de su opresor, el médico de la localidad certificó que la joven había sido abusada sexualmente.

El comisario sigilosamente fue a abordar al comprador de ganado, y le pidió una razón creíble del porque esa tarjeta estaba en los predios de la propiedad de los Heredia, el hombre expresó una razón que lo sacó del cuadro de la sospecha. Le contó que comprando unas reses en el fundo la Romereña; un obrero que se identificó como trabajador del hato de don Anastasio lo ayudo a embarcar los animales y, le pidió si tenía una tarjeta de contacto de la posada.

Al tener este indicio, fue contarle a don Anastasio y le propuso preparar una emboscada en el viejo camino real; por si el malhechor decidía ir esa noche a las ruinas. No sin antes ir donde el sr Heredia para preguntarle si él había ido en esos días a la vieja fundación, a lo que aseguró no haber ido desde el invierno. Puesto el plan en marcha, al llegar la noche se ocultaron al lado del antiguo camino debajo de un árbol de aceite gacho muy frondoso, pasadas quizás las 8 de noche con luna clara divisaron en dirección al hato el Roble un hombre de vestiduras similares a las que el encargado había descrito. Al acercarse a la oscura mata los guardianes intentaron sorprenderlo, lo tomaron por la ancha guayabera, pero sigiloso el hombre se zafó de la camisa y partió en una violenta carrera perdiéndose en el espeso pajonal; dejando además de la guayabera un cuchillo tendido en una mata de espinas, el mismo que en la empuñadura tenía las iniciales A.R.

-este es el cuchillo de mi compadre Argimiro- dijo Anastasio como si le hirviera la sangre

Al día siguiente a Anastasio solo lo embargaba la impotencia de no haber asegurado con mayor fuerza al misterioso caminante, a la puerta del corral jadeante llegó el comisario como si el alma se le fuese a salir en pedazos con cada bocanada de aire. Tomo una butaca para sentarse y con una señal pedía agua; de inmediato don Anastasio mando a alcanzarle un vaso de agua. Entre sorbidos el hombre sacaba su mano abierta señalando a los presentes que se aguantaran, cuando recobró el aliento logró expresar palabra.

  • Anastasio la nieta de doña Paola nos dio una seña.
  • Y que dijo?- Con un tono muy curioso preguntó don Anastasio.

La muchacha había contado que la tarde de su desaparición uno de los obreros le había brindado un refresco en la bodega de Argimiro y, luego de eso perdió la conciencia; a pesar de no saber su nombre ella aseguró que si lo veía se recordaría de su rostro. Además también agregó que no era un solo hombre el que llegaba a la vieja casa sino dos, porque ella aseguro que su verdugo antes de irse otra voz desde arriba le decía: “ya fui a la cochinera”.

  • Necesito que sus obreros me acompañen a la casa de gobierno, ya la división de antiextorsión y secuestro están por llegar; por fin me respondieron. No creo que se nieguen en ir el que no la debe no la teme.

Dijo el comisario encogiendo los hombros.

Lo extraño en un pueblo tan pequeño, es que la joven no conociera el nombre del obrero; pues todo tiene una explicación. Por aquellos días don Anastasio, había contratado a un amansador de caballos para que le aperara (domara) unas bestias. Al estar en la casa de gobierno el comisario con los diez trabajadores, y la comisión de la policía que ya hacia acto de presencia. Colocaron a la joven al frente para identificar al implicado; en efecto la joven con mano temblorosa muestra de los horrendos días que había vivido, señaló al amansador, el mismo hombre que ya no creo que por casualidad tropezó con la bicicleta oculta en el monte. Ahora todo parecía encajar.

Quien invadido por el miedo empezó a maldecir a la muchacha, como si perdiera la razón, y daba voces

  • ¡aquí yo no soy el monstruo, yo solo colaboré, me pagó para que lo hiciera!

Sometido a un riguroso interrogatorio, no dijo nombre alguno; solo reía como fuera de la razón; y repetía.

  • Encerrándome a mí, no acaban con el monstruo.

El comisario reportó al jefe de la comisión sobre el comentario de la joven sobre la cochinera; como ráfaga de viento se dirigieron al hato de los Heredia; en la primera inspección no se habían percatado de revisar la cochinera. La misma a diferencia de la casa tenía el techo intacto, y al fondo había una pared hecha de pacas de paja, al derribarla la luz de la esperanza había llegado, para quien luego de largos y oscuros ocho días, atada a un estante de madera casi sin aliento balbuceaba:

  • Padrino ya basta.
  • ¿hasta cuándo?

Era Anamelia, sobreviviendo por la misericordia de Dios a la más tétrica etapa de su vida. No hacía falta preguntar quién era su verdugo, desatada Anamelia don Anastasio la tomó en sus brazos como su tierna flor que siempre había sido; para ambos fue un nacer de nuevo. Un solo pensamiento invadió la mente de don Anastasio, ir a cobrarle con la vida a quien por tantos años había sido su familia. Al dejar a Anamelia en la medicatura, se fue ciego de la rabia a la taguara de su compadre, con su fiel compañera de dos cartuchos. El comisario al percatarse de la sigilosa salida, se fue siguiendo los pasos del viejo león herido de tanto dolor; la bodega estaba con la puerta cerrada. Daba la impresión que Argimiro sabía lo que se le venía, saltando el tranquero de la casa principal Anastasio le dio voces.

  • Compadre vengo a cobrarle lo que me le hizo a mi muchacha.

Con gran afán Argimiro intentaba encender un viejo camión que tenía desde hace mucho una falla con el arranque, al mirar los ojos encendidos de Anastasio quien lo tenía al alcance de disparo; solo levantó las manos como escudo para cubrirse el rostro. Como ágil felino el comisario le tomo la escopeta a don Anastasio, llamándolo a la cordura que no lo hiciera, que pensara en las consecuencias ante Dios y ante la ley. Volviendo en si don Anastasio desistió no conforme del todo de la idea de descargarle el arma al perverso monstruo de su princesa.

Puestos ante la ley ambos desalmados confesaron sus crímenes, a la nieta de doña Paola y a Anamelia las había secuestrado el mismo hombre. El nuevo obrero amansador de caballos, pagado por don Argimiro, ambos se repartían a las jóvenes como botín para saciar sus bajos instintos. El mismo comisario llevó a los convictos a la ciudad para pagar su pena, cosa que no alcanzaron, al regresar le contó a don Argimiro el destino que les toco a los perversos hombres al llegar al reclusorio; no vivieron para contarlo.

Ahora Anamelia ya no va como antes a buscar la leche en el fundo de su abuelo, ya no quiere montar bicicleta, solo sale en las tardes a una iglesia cristiana, pues confiesa haber encontrado tranquilidad brindada por parte de Dios. Va a esperar el fin de las vacaciones para regresar a su ciudad, no se sabe si regresará en las próximas vacaciones.

FIN.

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