Mis intestinos albergan a un ser peculiar.
Amorfo y viscoso, negro.
Se expande a su antojo,
y también se esfuma sin anunciarlo
como una delgada nube al final de la tarde.
Y por capricho,
deja un vacío pesado por su ausencia.
Es atrevido, sale cuando nadie lo ha llamado.
Y viene para quedarse.
Hola amigo.
Bienvenido, tomá asiento, ponete cómodo. No te sacaré de aquí todavía. Me servís para tener miedo y seguirme confirmando que no soy “amable” en el sentido que nadie me puede amar.
Ouch. Ahí duele.
Conocés bien dónde la piel está fresca, abierta, dañada. Dónde puede entrar más fácil tu bacteria.
Dame tu veneno,
parece que tengo sed de nuevo.
Bebida de arena que reseca y no refresca.
Bienvenido a una tarde más que compartiremos una charla.
No te vas y yo tampoco.
Y cuando te levantás no me despido
porque sé que volverás mañana.
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