No tuve momento más miserable que las doce y once de la noche del miércoles dos de enero. Mientras todos estaban de festejo y sufriendo las resacas del año nuevo, yo aquella noche a esa hora era la persona más desdichada en la faz de la tierra. Me lamentaba rodeado de fuegos artificiales, de los gritos de los borrachos alegres y de los gemidos de los recientes amantes que buscaban un festejo lujurioso.

A las doce y once de aquel miércoles fui la persona más miserable, yo, quien alguna vez tuve una gran dicha, gozaba de una vida prácticamente sin problemas. Creía que mi destino ya estaba resuelto: Tenía un buen pasar económico, estaba en pareja y en planes de comprar una casa.

Si ese miércoles hubiese estado en una situación más favorable, como en una mansión con miles de cuartos, somieres gigantes con la comodidad de una nube y pleno silencio, estaría con la misma miseria, la cual no me dejaba dormir.

Mi realidad era diferente a aquella fantasía millonaria: a mis treinta años estaba en un colchón meado por el gato, tirado en el piso del comedor de mis padres sin poder dormir por sus ronquidos, aunque esa no era la causa de mi insomnio. La razón era simple, fui el dueño del amor y esa noche me carcomía lo que habría sido. También era la soledad de sentir su calor fantasmal abrazándome, sus caricias en mi cara y sus besos en mis labios. Era sentir en plena oscuridad ese vacío que me enfriaba por dentro y me transportaba a recordarla, repasé una y otra vez todas mis equivocaciones. Era aquella soledad fría que sentía en ese colchón pulgoso en el suelo.

Entre tanta autocompasión, también tenía la esperanza de renacer entre lágrimas y llantos silenciosos, fantaseaba con volver a ese calor que no iba a tener, a ese pelo que no iba a poder tocar más y a esa nariz perfecta la cual no iba a poder acariciar. Por estas cosas fui, a las doce y once de la noche, la persona más infeliz sin importar el donde, por estas cosas a las doce y once estaba en el fondo de una olla a punto de impulsarme. En ese momento sabía que no iba a poder dormir, me vestí, agarré la bicicleta y empecé a andar por las calles de la ciudad.

Era la típica noche de verano, el viento por la alta velocidad que había tomado la bicicleta me agradaba a tal punto que no pensaba ni miraba cada vez que cortaba las esquinas, no sabía el destino que tenía, solo estaba aquel impulso de hacer algo en la noche. No supe por cuánto tiempo estuve andando a ese ritmo, pero ya estaba todo empapado y al doblar en una esquina nos ví. Éramos nosotros en la primer cita, yo tenía mi campera de cuero y ella su tapado rosa, al cual yo odiaba. No llegaba a entender bien qué estaba pasando ¿era el espectador de un eco del pasado? o ¿acaso había viajado en el tiempo? De cualquier manera los seguí, ellos no podían verme, iban caminando de la mano mirándose y en la puerta de una casa empezaron a besarse apasionadamente. Aquel acto me era imposible soportarlo de ver así que volví a tomar velocidad, andando por las calles en la noche, mi cuerpo estaba fatigado y seguía pensando en ella. Tanto que volví a cruzarnos, esta vez salían de un cine, iban abrazados y muy felices, era la noche en que decidimos estar en pareja, no pude aguantar el llanto, las lágrimas brotaban de mis ojos y no entendía en qué clase del círculo del infierno me encontraba.

Pero volví a escaparme, ya no sabía a dónde ir, cada calle de esta ciudad me recordaba a ella. Y sin haberlo previsto nos volví a ver, esta vez en la mudanza a lo que fue nuestra primer casa, la ví reír mientras mi otro yo bajaba los pocos muebles del camión y un colchón de una plaza, en donde dormimos por bastante tiempo en el piso de nuestro hogar. Y recordé que el amor era tan grande que no nos importaba el espacio diminuto que ocupabamos en aquel colchón de una plaza.

No entendía de verdad que pasaba, solo quería dejar de vivir estas visiones infernales, pero entendí que iba a pasar por cada momento que tuvimos, entonces dejé de luchar y solo me dediqué a observar.

Los vi contentos por encontrar a su primer gato, me ví traer a la segunda gata, también estuve en la segunda mudanza a un departamento más grande y ví como escapabamos en plena oscuridad del domingo sin pagar el alquiler. Ví todos mis cumpleaños y los de ella, olí cada comida que nos preparamos, escuché todas las canciones que me cantó con su increíble voz. Por fin noté todos sus peinados nuevos, escuché cada vez que se equivocó y entendí todas las veces en que me equivoqué. Ví la noche en que estando lejos me llamó llorando, estuve en la noche que me abrazó mientras yo lloraba desconsolado. Escuché todas las noches que lloró por la soledad de mi compañía y sentí las noches en que lloré por su frialdad, nos vi llegar a ser dos extraños y volví a la tarde en que todo terminó.

En esa tarde las visiones terminaron y yo volví a mi casa, sin entender mucho lo que había pasado.Ya era de día cuando llegué, mis padres y hermana preocupados me preguntaron porque había desaparecido y donde había estado toda esa semana.

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