El único sonido audible en esa densa noche, era el sonido de los charcos que se formaban en las veredas de New England, saltando tras ser pisadas con las botas de piel por un hombre que corría a gran velocidad por las húmedas calles. Lo único que rompió la espesa oscuridad era la luz tenue y amarillenta de las farolas, además de uno que otro bar, que ofrecía servicio a alcohólicos hasta altas horas de la noche.

Los pobladores de la agigantada ciudad no tenían ni idea de que esa noche se había llevado a cabo un asesinato mientras dormían plácidamente tras una larga jornada. Los únicos que eran consientes de esto eran los oficiales de policía y militares que empezaban a atiborrar las calles pocas horas después de que Nicholas fuese asesinado en su casona aparentemente segura y llena de guardias.

La penumbra se volvía evidente mientras se acercaba a la zona menos favorecida de la ciudad para llegar a su vieja y maltratada casa iluminada a luz de las velas nada más.

Theodore, miró a todos lados en la calle para cerciorarse que nadie lo seguía tras posarse frente a su casa, para luego entrar en esta.

La sala de estar estaba iluminada por una gastada vela sobre la mesa, y sentada junto a la pared, su esposa Juliette leía “Hamlet” — Un libro bastante genérico— mientras sostenía una taza de te en la otra mano.

— Vaya, por fin llegas, estaba un poco preocupada— soltó la mujer luego de levantarse y cubrirlo con sus brazos.

— ¿Por qué sigues despierta a estás horas? Tienes trabajo mañana— preguntó el asesino con voz cansina.

— Sabes bien que no puedo dormir cuando sales a hacer estás cosas…

— Bueno, supongo que no podré hacer nada al respecto— declaró sin más — Al menos fue una noche exitosa—Agregó.

— ¿Enserio?¿Que encontraste? — preguntó Juliette emocionada.

— Unas cuantas joyas, no tuve tiempo de buscar más

— No te culpes, estoy feliz de que estés bien — dijo la mujer trazando una sonrisa de lado a lado.

Tras la conversación, la pareja se dirigió a su lecho y prepararse para el día que les esperaba.

Theodore no apreciaba la vida de asesino, pero reconocía que era algo que le ayudaba mucho a su economía. El hombre amaba con vigor a su esposa, y le molestaba sobremanera que tuviera que trabajar para mantener ambos; por ella se dedicaba a robar y asesinar aristócratas millonarios, era consciente de que la pobreza es obra de las grandes figuras, y el estaba dispuesto a hacer un mundo mejor para ella.

…..

El asesino serial se encontraba camino a casa, caminando calmadamente por las calles solitarias mientras el crepúsculo manchaba de luz naranja toda la ciudad.
Con las manos en sus bolsillos y la mirada clavada en el suelo, Theodore volvía tras una tarde en El monarca, el humilde restaurante frecuentado por ancianos y familias casi pobres. El hombre se sentó a tomar una sola taza de café, mientras escuchaba como clientes de El monarca parloteaban sobre la muerte de el hijo de un poderoso político la noche anterior; el con la mirada indiferente aparentaba ni saber nada, para luego abandonar el viejo local.

La noche por fin engulló a Theodore, dejando solo las luces para iluminar su camino antes de entrar a su hogar.

—Al menos hoy llegas temprano— Dijo Juliette que leía una vez más contra la pared a la luz de las velas.

— No había mucho que hacer—Aseguró Theodore — ¿Qué tal tu día?

— Lo mismo de siempre, una vez más el abominable e Robinson me reclamó por llegar tarde, más de lo mismo — Respondió la mujer tras levantarse de su asiento.

La pareja tras cenar por tercera vez en la semana pan y vino barato se acurrucaron en su vieja y deshilachada cama baja una gruesa frazada “una noche cualquiera” podían pensar ellos.

Tras un silencio absoluto de unos pocos minutos ambos agudizaron el oído de forma salvaje y repentina luego de escuchar el estruendoso sonido en el primer piso.

Se oyeron pasos fuertes y de varias personas en las escaleras mientras Theodore se levantó de un salto.

Juliette lanzó un grito ahogado cuando el primer hombre irrumpió en la habitación. La oscuridad era absoluta, pero no impedía reconocer al grupo de uniformados armados.

—¡¡Los dos, levántense, Ya!! — Exclamó iracundo el principal.

—¡Esperen! ¿Qué creen que están haciendo? Mi esposa no ha hecho nada, déjenla ir — pidió el asesino.
— Creó haber Sido suficientemente claro, señor Bundy— Gruño nuevamente — ¡Abajo, Ahora! — exigió

Fueron obligados a cumplir con la orden de aquel hombre. Con las manos a los lados de la cabeza fueron conducidos a la fría noche, dónde se veía no se veía ni una luz sutil, tan solo dos farolas de mano Que portaban los hombres. Un coche oscuro y con las ventanas totalmente negras se posaba frente a su entrada.

Las rodillas tocaron la fría y seca acera en la que ahora se encontraban.

—¡¿ Que demonios quiero con nosotros?!— Exigió saber Theodore ya molesto e impaciente.

—¿Quién se creen que son ustedes? Mi marido y yo no hemos hecho nada para que no tengan como animales en la calle con armas apuntando nuestras cienes— Dijo Juliette con voz asertiva y el celo fruncido.

—¡Silencio! — soltó con la voz reseca e indiferente uno de los soldados —Nosotros no queremos no queremos nada con ustedes, pero el señor por otro lado…. viene a cobrarles.

De inmediato la puerta trasera del coche a ellos se abrió lentamente. Tras un agonizante y atroz ruido producido por las bisagras de la puerta, se mostró el hombre.

Salió por fin el adiposo hombre. Con un saco de color oscuro adornado por un corbatín color rubí. El viento nocturno movía violentamente los pocos mechones de cabello que lucía su sebosa cabeza.

— Diría que es un placer conocerlo, señor Theodore Bundy— inició el extravagante hombre mientras sobaba su mentón con su tosca mano— Pero nunca me ha gustado decir mentiras, señor.

— ¿Quién es usted? ¿y que quieres de nosotros? — preguntó impaciente el asesino.

De repente Juliette estuvo a punto de soltar palabra antes de que uno de los hombre amartillara su arma para hacerla callar.
— ¡ Vamos señor Bundy! — Bramo el hombre — No creo que te tome demasiado saber quién soy yo.

—Pongámoslo más fácil porque no tengo toda la noche señor Bundy — Continúo — Fue usted quien asesino a mi sobrino, creo que sabe bien que pasará ahora… ¿verdad?
Al articular esa última oración el hombre metió la mano a su lujoso saco. Extrajo un revolver brillante de el.
— ¡Espera! — Gritó Theodore nervioso— Eres George Nicholson, el tío de Nicolás Nicholson. Puedes asesinarme a mi, pero mi esposa no tiene nada que ver con esto.

— Aprecio que ahora reconozca mi persona señor Theodore — Vocifero el aristócrata tras concebir una sonrisa— ¿Pero quién dijo algo de matarlo a usted?

De inmediato el magnate apuntó su arma rápidamente sin dejarles ni un segundo para pensar.

La calle se tiñó de rojo, pero ni una gota de sangre manchó el atuendo del asesino y el ruido infernal del balazo se ahogó en la noche. Theodore abrió lo ojos para encontrar a su esposa tendida y sin vida a su lado.

“Es un maldito” “desgraciado” “miserable” pensaba Theodore atónito antes de abalanzarse violentamente hacia el hombre. Solo consiguió acercarse un poco antes de quedar tendido luego que uno de los hombres lo golpeara con la culata de su fusil en la cabeza.

Luego de eso se oyó el sonido de las puertas al abrir y cerrar mientras el asesino estaba tumbado en el suelo. La calle se quedó sola en poco tiempo.

Theodore contempló a su amada sin vida en la fría acera con lágrimas humedeciendo su rostro.

Ambos hombres se habían arrebatado vilmente lo que más amaban. Theodore Bundy esa noche de juró que George Nicholson no viviría más, aunque eso significará su propia muerte.

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