La mañana otoñal del hemisferio sur se prestaba a ser como cualquier otra en Argentina, un poco de sol por la mañana y frio repentino por la tarde noche, por lo que andar con una campera bajo el brazo o en la mochila era casi una obligación individual impuesta por el saber popular que pasaba de boca en boca, de madre en madre durante generaciones. Ese día Pablo amaneció temprano a pesar de no tener que hacerlo ya que era su jornada libre, alimentó a sus tres gatos, que ya empezaban a maullar en tono desesperante, y luego se sentó desayunar su avena con leche y las tostadas integrales con manteca y miel. Mas tarde se dispuso a ir a entrenar al club de rugby y mientras salía de su casa, en la vereda, se encontró con su vecino, Marcelo, quien lo saludo con la mano mientras decía algo en lenguaje somnoliento, Pablo ni lo miró y se hizo el distraído aprovechando esa fase somnolienta compartida socialmente, pero en realidad lo evitaba porque lo odiaba, lo odiaba sin razón aparente, lo odiaba con violencia, con un odio que le daba úlcera porque el sólo verlo le retorcía las tripas durante horas. Ese odio hacia su vecino era, de alguna manera, irrecuperable, sin vuelta atrás, la única forma de que acabase era con la muerte de uno de los dos porque el odio era tal que ni aunque el otro le salvará la vida Pablo dejaría de odiarlo tan profundamente. Marcelo era un tipo muy gordo, tirando a obeso, y eso para Pablo era una razón suficiente para generarle asco. Si bien se llevaban normalmente en público interiormente le molestaba ciertas cosas especiales de su vecino, por ejemplo le ponía los nervios de punta que no pudiera atarse los cordones sin hacer posiciones absurdas que lo llevaran a sentarse en el piso para poder lograr el cometido, esa tarea tan sencilla a Marcelo lo hacía transpirar. También lo perturbaba el hecho de que volviera de la panadería comiéndose todo tipo de cosas dulces o una báguete entera enrollada en cuatro partes, lo jodía ampliamente cuando se le acercaba gimiendo y aducía que era por haber caminado un largo trayecto que no superaba los cincuenta metros. A Pablo le daba vergüenza ajena que se tomará un taxi porque no podía tomarse un colectivo en las horas pico porque no entraba entre tanta gente arriba del bondi, además los choferes si lo veían en la parada ni siquiera frenaban. Lo exasperaba que se comiera toda la picada a una velocidad tan diferente a la suya que hacía que él apenas lograra tocar algún que otro queso o alguna aceituna.

Lejos de darse cuenta del odio que le propiciaba secretamente Pablo, Marcelo siempre lo vio como un amigo más y hasta de los más cercano porque, en esa hipocresía social en la que nadie se dice realmente lo que piensa del otro, Pablo le parecía un tipo agradable que siempre lo trataba bien, aún en las discusiones más aguerridas que se daban en un bar o en la vereda misma cuando hablaban de política, uno era peronista y el otro anti peronista, o de fútbol, dónde uno era de River y el otro de Boca. Esto último exasperaba en un nivel inaudito a Pablo, más que cualquier otra cosa, porque no había nada más absurdo que un gordo que nunca había jugado al fútbol opinara del Pity Martinez como si supiera lo que es estar en una cancha, y Marcelo nunca había estado siquiera en un potrero. Pablo lo odiaba secretamente como quien ama y nunca dice nada hasta que finalmente confiesa su amor pero ya es tarde porque se les fue la vida ocultándose detrás de la verdad, esa mañana ninguno imaginaba que antes de terminar la semana uno de los dos iba a morir víctima de esa hipocresía y ese odio guardado en lo mas recóndito de su ser.

Pablo llegó al club a entrenar, como casi todas las semanas, pero no se sentía con ganas, el encuentro con Marcelo lo había arruinado la mañana, trotó un poco e hizo algo de pesas en el gimnasio, después se subió al auto y volvió a su casa. Su agenda estaba libre salvo por la cita que tenía a las cuatro con Susana, su psicóloga, cualquier otro día la hubiera cancelado para ir a ver a algún amigo o para terminar de pintar el cuarto del fondo de su casa dónde venía perdiendo la batalla contra la humedad. La casa y el cuarto en realidad habían sido de su madre pero la había heredado hacía unos tres años, cuando ella murió repentinamente a causa de una diabetes que se complicó debido a su condición física deplorable y descuidada. Lo mismo había sucedido con su padre cuando él era niño, sus abuelos y tres de sus cuatro tíos, todos vivían hasta que promediaban los cincuenta años y después caían fulminados ante alguna enfermedad hereditaria. Pablo calculaba cada tanto cuanto tiempo de vida le quedaba y en este momento, si todo salía bien, le quedarían unos doce o trece años. Todavía no había descubierto que enfermedad congénita le acortaría los años de vida, él sabía que mas tarde que temprano algo le pasaría aunque se cuidara asiduamente con las comidas y le dedicara tiempo a la salud de su cuerpo realizando diferentes actividades como rugby, gimnasio y salidas de una hora de trote tres veces por semanas en el parque.

Hubiera preferido faltar a la sesión con Susana pero no se sentía bien, por eso fue que acudió a su cita semanal. Al llegar se sentó y casi sin saludar habló sin parar de su vecino, de su familia y de una mujer en la caja del supermercado. Su psicóloga le preguntó que tenían en común todas esas personas, él le respondió casi sin respirar que eran obesas, gordos desagradables que huelen a papas fritas, que estorban en el gimnasio y en los parques cuando llega el verano y creen que mágicamente van a perder cien kilos de grasa caminando diez minutos diarios, personas que sudan en cualquier ambiente, que no son capaz de tener sexo dignamente, ya que ni siquiera pueden verse a si mismo en la parte de abajo, que comen helado y se desesperan por acabarse el kilo entero. Susana lo animó a proseguir cuando se detuvo y Pablo dijo también que los gordos son el verdadero mal de la sociedad, que usaban el sadismo y la victimización ante un Estado que los protegía porque nadie piensa que ser gordo es culpa de uno mismo sino que creen que es alguna forma de enfermedad y la comparan con la depresión, dijo que ésta por lo menos se encarga de ponerles un revolver en la mano o de subirlo hasta un techo alto para que se maten y se dejen de joder a familiares y amigos, el gordo no, el gordo siempre está en el medio, molestando, diciendo que le alcances algo porque no puede levantarse del sillón, pidiendo ayuda mientras se come la última porción o haciéndonos comer ensalada porque finge en público que empezó una dieta que nunca lo hace adelgazar. Se había envalentonado tanto con la crítica que Susana le tuvo que pedir que parara, que era demasiado aún para él, le preguntó si sabía que tenía gordofóbia, y si sabía como encontrar la solución para resolver ese problema con su vecino. Él se encogió de hombros y ella comenzó a recitar las pautas necesarias.

“Lo primero que tenés que hacer es invitarlo a comer de una forma amable, bueno no tan amable, sino de la forma que lo hacés siempre, sino va a sonar medio sospechoso ya que nunca lo trataste bien y ese gordo está acostumbrado a que lo trates mal, de hecho le gusta. Él va a aceptar, porque es gordo y lo que más le gusta a los gordos es comer como cerdos, prepará una cena abundante, no dejes nada libre al azar, elegí el momento adecuado para invitarlo, inventa alguna excusa porque sino te comes un garrón de la re flauta, vos cocinas como nunca en tu vida, y te llenas de olor a cocina para que nadie sospeche nada, después cuando él llega, le ponés un tentempié tras otro, sin que sospeche nada, vas dándole uno primero y después le llenas la mesa, cuando el gordo ya esté lleno ahí nomás le encajas el plato principal, nada de ensaladas ni ninguna de esas mierdas, vos estás en un estado de grasitud animal y de locura gourmet, así que le metes pollo frito con panceta ahumada, papas fritas en manteca, chicharrón de cerdo con pan relleno de jamón español. A todo lo vas a presentar con mucho aceite embadurnado, si es frito mejor, así de repente el cuerpo empieza a sentir que se le tapan todas las vías de comunicación sanguínea. Para después de cenar le clavas helado, pero no un cuartito, vos le vas a meter un kilo para que se lo coma todo, y la bomba final va a ser con un whisky, nada de una copita ni nada, vos le vas a meter un par de botellas, después se fuman un porro y hacen algo de tiempo hasta que les de el bajón y el gordo quiera comer de nuevo como cerdo. Ahí termina tu noche de anfitrión, si es posible grabá todo, subí historias a las redes de como están cenando y ponele retos como bajarse medio pollo en quince minutos, después de todo esto sos impune hermano, nadie te va a condenar por nada, a lo sumo haces una declaración el día después de que le explote la panza y se acerque algún vecino a chusmear que mierda es ese olor a podrido y rancio que sale de la casa del gordo. Después de ese días sos feliz hermano, sos inimputable y feliz porque el gordo va a desaparecer de tu vida, se va a morir reventado como un sapo y la gente va a pensar que fue su culpa, que murió en la suya, comiendo como un ser grotesco.”

Pablo, después de oír esto se rió de manera incómoda, perturbado por el humor de su psicóloga, tenía un sabor raro porque Susana era lacaniana y por lo tanto nunca hablaba, se ve que hoy se agotó de escuchar, luego, cuando se cumplía el minuto numero cincuenta y nueve de la sesión, se levantó, la saludó y se fue.

Por la tarde noche fue a tomarse una cerveza al bar de sus amigos en el barrio dónde vivía, le quedaba poco al día libre, al otro día tendría que regresar a su trabajo a escribir algunos informes y terminar los balances del trimestre. Por lo general todo se sucedía de una forma rutinaria que hacía que todo estuviera sobre rieles. Hacía tiempo que no tenía una relación estable o algo casual con alguien, sus últimas parejas habían sido un desastre a causas de sus manías con el ejercicio y las comidas, se había vuelto insoportable. Sin quererlo había logrado superar la abstinencia sexual, por lo que no extrañaba estar en contacto con otros cuerpos, hacía tanto que no estaba en situación íntima que ya se sentía incapaz de mantener un coito decente con alguien. No lo necesitaba ya que una buena paja, para no aburrirse, era una gran solución a la melancolía que se le presentaba mientras miraba alguna pelicula de tarde dominguera de algún canal abierto. Mientras tomaba su cerveza y comía algunos maníes se acercaron algunos que otros amigos que fueron y vinieron durante la noche, por último llegó Marcelo que se sentó frente a él aunque ya había pedido la cuenta para irse a su casa.

  • Dale, quedate un rato más, te invito una cerveza.
  • No, gordo, me tengo que ir, mañana laburo temprano y es un quilombo esta época del mes.
  • Dale, acompañame, no quiero comer sólo.
  • Pero tus cenas duran horas, es imposible irme rápido.
  • Me pedí una ensalada de lechuga y tomate, nada más, estoy a dieta, dale, es un ratito.
  • ¿Me vas a decir que te llenas sólo con eso? ¿Que tenés de “postre” en tu casa?
  • Estoy tratando de comer menos, de tener una dieta, estoy yendo a un nutricionista porque quiero verme mejor pero las dietas que me dan me matan, a esta hora no tendría que ni estar comiendo pero no aguanto, es una locura, ¿como piensa que puedo vivir así? A la mierda, voy a cambiar la ensalada chota esa por una mila de pollo, haceme un sanguche de pollo, cancela la ensalada. – Le gritó Marcelo al mozo, que lo miró con fastidio porque ya tenía la ensalada lista.
  • No es una creencia, si querés bajar de peso tenés que comer eso, o te pensás que la dieta iba a ser mas grasa, más harina, más azúcar…
  • Tus viejos se murieron por eso ¿no? por diabetes a causa de comer mucha glucosa, ¿verdad?
  • Mira con lo que me salís, ¡pelotudo!
  • No, digo, me acordé, no quise ofenderte.
  • Si vamos al caso murieron en la suya, no andaban por ahí haciéndose los que querían cambiar mientras se auto saboteaban, vos tenés que pensar que no vas a cambiar porque no querés cambiar, y si no querés no podés. Está en vos, es tu filosofía de vida, te gusta comer y comés, no te gustan los deportes y hablás de fútbol, no se ni que inclinación sexual tenés ya que nunca te vi con nadie pero es tu vida, la que elegiste y tenés que ser fiel a ella.- Le dijo mientras pensaba en las palabras de Susana.
  • Bueno, ¿y por casa como andamos? Andá, andá, si te quedaste para pelearme mejor como sólo. En vez de apoyarme me criticas.
  • Pero no te critico, al contrario, te apoyo, mantené tu estilo de vida sin andar dando lástima, ¿para que mierda me contás lo del nutricionista si después te clavas un sandwich? No me da lástima que seas un pobre gordo que deba bajar de peso, me da lastima que seas contradictorio y andes diciendo que estas en plan de mejorar cuando claramente no lo haces. Te gusta comer como un rey, ¿no? El tema es que lo haces siempre que estás solo, cuando hay gente te haces el moderado pero yo se que no sos así, comes como cerdo cuando nadie te ve.
  • No es así, no te voy a permitir…
  • ¿Te venís mañana a casa? Voy a preparar una regia cena y vas a ver como me mostrás el verdadero yo que tenés adentro, el verdadero vos interior tuyo ¿me entendés? Nada de sentirse inhibido, gordo, yo tampoco voy a sentir repulsión y voy a darle rienda suelta a mi vorágine alimenticia.
  • Pero ahí serías contradictorio vos con vos mismo, vos sos el que te cuidas y no comes mucho porque estas en una dieta estricta por miedo a que te de un patatús como a tus viejos.
  • Si, la concha de tu madre, lo sé pedazo de forro, no me hablés más de mis viejos. Pero tenés razón, eso también es una represión, por eso te digo que nos liberemos los dos, ¿entendés? ¿o te tengo que cagar a trompadas la próxima vez que nombres a mis viejos por como se murieron?
  • Entendido, ja, no te calentes. Dale, mañana voy, ¿te ayudo con las compras?
  • No, deja, yo me encargo de todo. Vos dejame una luquita que yo pongo el resto.

A la mañana del otro día Pablo se levantó, le dio de comer a los gatos y desayunó rápidamente cereales con leche y tostadas integrales con queso untable. Luego subió a su auto y se dirigió a su oficina en la que debía ponerse al día sobre lo sucedido en su día libre, nada raro, los libros contables daban como tenían que dar y no había ningún sobresalto. Lo simple de su trabajo le dio tiempo para pensar en aquello que había planeado hacer, a instancias de su psicóloga, con una cerveza en la mano. Era todo muy raro y no se sentía con el odio de la noche anterior para llevar a cabo el plan maestro para deshacerse de su obeso vecino, a quien odia secretamente cada día más, pero una cosa es odiarlo y otra es pasarlo a mejor vida, que derecho tenía él para decidir cuando terminar con la vida de otra persona, además Marcelo iba camino a su propio final en cualquier momento y de forma natural. De todas formas, matándolo con inyecciones letales de comida o no, había prometido una cena y eso iba a hacer ya que lo prometido para Pablo era una deuda que debía cumplir.

Luego del trabajo pasó por el supermercado y no escatimó en nada, un pollo enorme, una picada con todo tipo de carnes, quesos y paquetes de snack que ni los propios fabricantes se animarían a comer, una botella de Bourbon, tres vinos Malbec, dos kilos de helado y masas para el café. Todo esto tendría que alcanzar para, por lo menos, cinco personas, pero el gordo era capaz de comerse todo eso y más sin pestañear, no lo mataría ni aunque quisiera, su psicóloga creía tener la fórmula pero no había nada que hacer, en vez de hacerle algo que lo fulmine, Marcelo, comería tanto como pudiera y para él sería una cena común de cualquier día de semana. Por las dudas también compró pollo frito y papas fritas ya cocinadas para no perder demasiado tiempo en la cocina y par ir dándole un poco de grasa a Marcelo. Pablo se la jugaba a que el azar dijera lo que quiera decir y haga lo que quiere hacer, si el gordo palmaba después de esa cena sería decisión del destino y un acto del propio Marcelo que elegiría hasta donde comer toda esa basura que estaba por llevar a su casa.

Por la tarde noche se puso a cocinar cada uno de los platillos, había algo que lo molestaba en la parte izquierda de su cabeza, una molestia que no podía calificar como dolor, era algo que estaba, que lo hacía ponerse de mal humor, sintió que su conciencia le quería decir que estaba actuando mal, que el odio hacia Marcelo no podía ser una excusa o un atenuante como para terminar con su vida, que quizás es mejor mudarse antes que cargar con eso toda su vida, sintió que esos sentimientos no eran de altruismo sino que era parte de su egoísmo, que no le molestaba acabar con una vida sino el daño psicológico que eso le acarrearía a él, estaba en una encrucijada y encima tenía toda una cena por delante con el indeseable ¿Cómo soportaría tres a cuatro horas con ese mastodonte sucio que dice estupideces y que come con la boca abierta mientras lucha por respirar y hacer otras cosas a la vez? Para peor buscó en internet desde su teléfono y se encontró con que es imposible morir por un llenado completo del estomago ya que el cuerpo vomitaría antes de que se llegue a ese extremo. Lo único que le quedaba era esperar a que el gordo se atragantara con algo y muriera asfixiado, pero habría que ver si el podría ser capaz de ver como muere asfixiado, conociéndose sabía que le haría la maniobra Heimlich hasta que largara lo que fuera que lo atorara. El timbre sonó mientras continuaba pensando, Pablo dejó los utensilios en la mesada, fue hasta la puerta y le abrió a Marcelo.

  • Apa la papa, arrancamos con vino y todo, parece una cena romántica, ¿qué me vas a pedir? Dijo Marcelo mientras se sentaba, reía, sorbia un trago y masticaba un trozo de queso Tandil, todo en un movimiento.
  • Callate pelotudo que te rajo a patadas en el culo y creeme que te haría un favor.
  • Con toda esta comida no me sacas ni con los bomberos, que rico está este salame, tomá, esto ponélo cerca tuyo porque las aceitunas me dan asco, es lo único que no como porque me empaché…
  • Cuando eras chico y nunca más pudiste comerlas, mil veces me contaste esa boludez.
  • Bueno, me estoy incomodando, ya hasta terminamos las frases del otro, ¿de qué va todo esto, ¿hay anillo?- Volvió a bromear Marcelo mientras guiñaba un ojo.
  • Deja de hacerte el bromista la puta que te parió, hace diez años que contás lo mismo cada vez que ves una aceituna, te voy a pegar un puntinazo en el anillo del culo a ver si te gusta.

Así se sucedieron los diálogos perspicaces, sarcásticos, irónicos y violentos durante toda la noche. Comieron todo lo que se ponía en la mesa, Pablo instaba a Marcelo a comer más y más y para ello se servía grandes cantidades a fin de que lo acompañara en la comilona sirviéndose todo lo que se pudiera. Pasada la comida y el whisky, Marcelo decidió que era demasiado hasta par él, le dijo a Pablo que ya no quería más aunque ya no había nada más

  • Che, me parece que ya no doy más. Te pasaste con la cena, ¡impresionante!

Pablo no le respondió con ningún insulto, era raro y por eso, al no obtener respuesta, Marcelo se acercó a él y vio que se había quedado dormido en el sillón. Sin hacer ruido tomó una cuchilla que había sobre la mesa y le atravesó el pecho varias veces con certeras puñaladas hasta que sintió que ya era demasiado, luego llamó a la policía y esperó sentado mientras se tomaba un café. Se lo llevaron detenido pero a las pocas horas lo largaron, Pablo había muerto de una explosión en el estomago por comer demasiado, por lo que las puñaladas habían sido contra un hombre muerto. Los policías no sabían que hacer, el fiscal tampoco, así que después que el forense dijo que no había muerto por las puñaladas tuvieron que liberarlo mientras buscaban en los libros de leyes que pasaba cuando alguien destrozaba un cadáver.

Marcelo volvió a su casa y se acostó, mientras dormía plácidamente dejó de respirar y murió. Su cuerpo lo halló la policía una semana después porque los vecinos se quejaban del olor a podrido que salía de su casa. Al romper la puerta se encontraron con sus mascotas comiéndole los ojos y las ratas royendo su inmensa barriga.

Fin

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