Me lo susurraste en sueños.

Me lo susurraste en sueños.

Keila Morales

01/09/2020

Prefacio.

La línea intermitente del cursor parpadeaba sobre la hoja en blanco del documento…

Había muchas cosas a escribir, pero el orden de los acontecimientos y la forma de abordarlos eran tan extensos, que ni buscando la inspiración en las canciones encontraba una manera sobresaliente de dejar asentado lo que le rondaba al corazón.

Ya iban a dar las 2am, un poco de escozor sobre los ojos le empezaba a fastidiar. Escribió y borró tres líneas, a nada de dejar la intención por la paz. Total ¿qué podría pasar por saltarse un día de escribirle? Lo había hecho por once años seguidos, septiembre deshojado en honor al mes que le vio nacer.

Bostezó flojamente, mientras la mano derecha dirigía el cursor con la intención de cerrar el documento infructífero. En medio de la somnolencia, una voz a su espalda le detuvo.

—¿Me dirás que esta vez voy a prescindir de uno de tus regalos, escritora?

La mujer tras las gafas color negro, parpadeó dos veces, intentando volver a la línea de lo real y lo imaginario y quedarse en el universo de lo tangible. Seguro era uno de esos sueños lúcidos donde te das cuenta que estás soñando y no tardas en dar un saltito que te regrese al mundo real.

Sin embargo, la voz detrás de ella soltó una risita divertida, una de apenas dos sonidos graves en la garganta.

—No te asustes…

La mujer soltó al aire contenido en los pulmones. El propio miedo que llegó a embargarle provocó un ligero temblor a su mandíbula. El raciocinio no la abandonaba ni en esas ocasiones, aferrada a encontrarle la explicación a lo que ocurría y sólo había una lógica.

—Estoy soñando.

La afirmación fue tan cruda y total que no dejó rastro de duda en ella, expresándola en voz alta para hacerla tangible para sí misma y para quien fuera el interlocutor que le servía como trozo de conciencia parlante en ese trance de inconsciencia.

—Tal vez…

Ella tragó grueso. Eso había sonado demasiado tétrico; la ambivalencia de la verdad, la inseguridad de voltear y mirarle y que fuera algo sacado de las películas de miedo que le asustaban desde niña… O todo lo contrario; mirarle y que si fuera. Que fuese en verdad y se desvaneciera apenas ponerle la vista.

—¿Te estoy soñando porque me quedé con el sabor de mi incapacidad para escribir?

Dejó caer los parpados unos segundos, concentrado el resto de sus sentidos en decodificar lo que pudiera. Si el miedo no iba a dejar que le mirara, al menos se quedaría con una imagen mental que resguardar en el psique.

—No sé…

Aún en la oscuridad de sus ojos cerrados, el oído captó apenas el sonido de las pisadas acortando dos pasos de distancia entre ambos. Ella se tensó al instante y el avance de lo que sea que estuviese detrás de ella, se detuvo. De nuevo, la mujer pudo respirar suave, aunque los latidos del corazón no seguían las ordenes de su cabeza.

—Supongo que, si eres una proyección de mi inseguridad, no vas a darme las respuestas.

De nuevo, la garganta soltó dos sonidos graves que conjeturaban una risa, una un tanto mordaz, si se tuviera que describir. Por fin, ella abrió los ojos. No estaba segura si debía enfrentar o no la ilusión, pero al menos recordaría ese loco sueño por un tiempo. Los labios delgados se separaron ligeramente, buscaba una forma menos punzante de expresar que, si aquella voz no tenia nada que decir, mejor se fuera… Pero no tuvo el tiempo, ya que las palabras aterciopeladas del contrario, volvieron a acariciarle el pabellón auditivo.

—Estoy aquí por «eso» que no puedes escribir.

«Estoy aquí»

¿En qué forma puedes decir eso como si existiera y no se tratase de una imaginación corriente?

La innata curiosidad sopesó el miedo, llevando a la mujer a poner el pie sobre el piso con la intención de darle la vuelta a su silla giratoria. En ese momento, la voz desde atrás se asemejó a un relámpago, dejando de lado esa parsimonia característica y transformándola en una petición algo desesperada.

—No, Den.

La pronunciación de su nombre encajonado en una sílaba, le dejó mas que fría. Aún en el sueño, dentro del delirio impuesto por Morfeo, su identidad estaba ahí y él le reconocía. Tragó grueso por segunda vez, obedeciendo a la negativa de voltear. Esta vez, mucho más impresionada que antes.

—No te gires, porque va a desvanecerse.

Fue entonces cuando la mujer comenzó a buscar dentro de la burbuja ilusoria algo que le anclara a la realidad. Buscó sus dedos con la mirada, moviendo las articulaciones como si se tratara de un ritual extraño para ella. Tocó las teclas de la laptop, reconociendo el tacto y los colores de siempre; no había indicio de algo que no fuese coherente… Fue entonces cuando su psique dudo de lo lógico de llamar sueño a lo que ocurría.

—¿Qué es esto?

Un silencio crudo pintó de gris los siguientes instantes, pues la respuesta no era dada y Den solo almacenaba nerviosismo y ansiedad. Todo, tapizado de algo de miedo. Por fin, como quien le susurra un deseo al viento, la voz volvió a llenar la habitación.

—Escribe… Escribe esto, quizá y así prevalezca y no vuelvas a olvidarlo.

¿Volver a olvidarlo? ¿A caso ya había ocurrido antes?

Sintiendo que el tiempo comenzaba en una marcha acelerada que le causaba un ligero temblor en los dedos, no quiso extenderse en preguntas. Las teclas volaron, aun entre dedazos ortográficos y detalles mal explicados; todo hasta que la burbuja ilusoria se rompió. Den perdió la noción de tiempo y conciencia, y todo se volvió absoluta penumbra.

[…]

La alarma sonó…

El cuerpo femenino descansaba sobre las sabanas; la mujer despertó con el sentimiento de vacío apretándole la traquea y levantó el cuerpo trastabillante hasta encender la computadora.

Sus manos cubrieron el grito que amenazaba con explotarle las cuerdas vocales; la historia estaba ahí.

El susurro vuelto letras…

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