Me quito el termómetro de mi boca. La aguja alcanza los treinta y nueve grados y medio. Hice un ademán de cansancio. -No puedes seguir enfermo, necesitas trabajar- Me repetía a mi mismo una y otra vez. Como si, mágicamente, esa frase le devolviera las fuerzas a mi cuerpo para poder, al menos, pararme a...
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