Julián ha desaparecido. No hay rastros de él. Y así desde hace dos semanas. La policía no ha llegado a ninguna conclusión, tampoco la fiscalía, se abrió el expediente por mera formalidad y lo único que ha acumulado hasta ahora es polvo…mucho polvo, como lo que queda de nosotros al morir.

Leonora, su esposa, recibió la noticia con la sorpresa impostada de quien tiene que fingir que no sabe algo que sí sabe. Claro que lo sabia. Pero la verdadera pregunta era ¿Qué sabia? Era un hecho que el desagraciado le había sido infiel, por diez años con una mujer cabeza hueca que mutiló su vida a la espera de una promesa que nunca iba a ser cumplida. No, querida entrometida, si los veintiséis años de casados se fueron por el retrete no fue por el supuesto amor que te profesaba el infiel, fue porque ni alfa ni beta se aguantaban más. Y sí, tuviste suerte de estar ahí en ese preciso momento, cuando nos dimos cuenta de que éramos como el agua y el aceite, de que el puente de la pasión tenía una fecha de expiración y que se nos acabaron los materiales para construir uno nuevo. Y ahora Julián, has desaparecido. Otra vez vuelves a ser mi responsabilidad.

Ariadna sintió un apretón en el pecho al ver la camioneta de la policía. ¡Otra vez! Solo esperaba que no trajeran malas noticias. La imaginación se exacerba cuando uno tiene miedo. Quizás uno de estos días vengan para decirles que encontraron el cuerpo de su padre en algún río de aguas turbias. Y ese día, una parte de su alma morirá para siempre. ¿Dónde estás papá? ¿Estarás con esa mujer? La del vídeo. Tan gorda que ocupaba casi toda la cámara. ¿Qué pasó papá? ¿Qué te sedujo de ella? Éramos tan felices. Mamá no lo entiende, mamá hubiera preferido que te odiara, pero no puedo. Mi corazón se rinde a la niña que llevo adentro y que siempre te idolatrará. La niña que perdió la inocencia a los dos años de edad, en manos de un monstruo que nunca tuvo piedad, y que sin saberlo, tú cuidaste, adoraste y reparaste. Contigo nunca volví a ser una muñeca rota. Me dijiste que era hermosa, inteligente y valiosa. Y ese monstruo que hubieras matado si hubieras sabido la verdad, desapareció de mi memoria para siempre. Claro que ya no soy una niña, llegué al cuarto de siglo. Pero incluso el tiempo sabe leer muestras almas.

  • – Tenemos noticias-dijo el oficial Ramírez.
  • – Pues dígalas-exigió Leonora.
  • – Puede ser difícil para usted.
  • – ¿Lo encontraron en la casa de su amante?

El oficial Ramírez palideció.

  • – No señora, no estaba ahí. Pero los padres de la señora han reportado su desaparición.
  • – ¿Desapareció la fulana también?
  • – Si, la señora…
  • – No mencione ese nombre aquí.
  • – Esa señora no tiene nada que ver con nosotros.-dijo Ariadna.
  • – Lo sabemos señorita, pero como era la amante de su padre, suponemos que lo que le haya pasado a él, también le pasó a ella.
  • – Claro pues, se fugaron juntos-concluyó Leonora.
  • – Los padres de la señora niegan esa posibilidad.
  • – Deben creer que es virgen la pobre.
  • – Presentaron una denuncia por homicidio.
  • – ¿Disculpe?
  • – Están convencidos de que alguien asesinó a su hija.
  • – No lo puedo creer-dijo Leonora- ¿Y creen que fue mi marido?
  • – No, ellos conocían al señor Julián, no sabían que era casado hasta hace unos días. Lo estimaban mucho.
  • – No me diga.
  • – Piensan que quien asesinó a su hija también asesinó a Julián-. Ariadna sintió que el corazón se le escapaba del pecho.
  • – ¿Ahora los están haciendo mártires?-preguntó Leonora con ironía.
  • – ¿Y qué van a hacer ahora?-preguntó Ariadna.
  • – Ya lo estamos haciendo, señorita.
  • – No entiendo.
  • – Bueno, señorita, como usted entenderá, estamos en investigación preliminar, tenemos que entrevistar a los posibles sospechosos.
  • – ¿Sospechosos? ¿Qué?
  • – Creen que yo los maté-afirmó Leonora, sin un ápice de interés.
  • – ¡¿Qué?!
  • – Bueno…
  • – No lo puedo creer-dijo Ariadna.
  • – Son muy comunes los crímenes pasionales.
  • – La pasión se acabó hace años oficial-aseguró Leonora.
  • – Cualquiera que haya sido el móvil…
  • – ¡Basta!-gritó Ariadna.
  • – Si alguien mató a Julián se me adelantó, téngalo por seguro-afirmó Leonora-. Envidio a quien se atrevió a hacerlo mientras yo aun lo estaba pensando. Así que no, no fui yo, no tuve el privilegio.
  • – Mamá…
  • – Entonces ¿tiene alguna idea de en donde puede estar?
  • – No. Y si quiere acusarme de un homicidio deberá traer más pruebas que una simple suposición, porque nunca confesaré algo que no hice.
  • – Señora…
  • – Y ahora… ¡largo de mi casa! No dejare que Julián siga atormentándome la existencia.

Julián continúa desaparecido y el puente de la pasión no es el único que fue destruido. Bajo el mismo techo, respirando el mismo aire, aún espera lo que quedó de una familia rota. Leonora ha adoptado un extraño semblante, una especie de escudo contra las sensibilidades. Nadie volverá a hacerle daño jamás. Ariadna también ha cambiado de semblante, el único que tiene últimamente, una especie de odio hacia su madre, la asesina de su padre. Nunca estuvo segura de que eso fuera verdad, pero prefería aceptar eso a enfrentar que su padre la había abandonado. No, él nunca haría eso. Y si planeaba partir, por lo menos habría priorizado la despedida. Así que ahora lloraba por el cuerpo de su padre que jamás encontraría y por el amor que estaba obligada a profesarle a su madre homicida.

Las paredes parecían comprimirse en torno a ellas, asfixiándolas, como encerradas en una caja, obligadas a verse las caras, aspirar sus perfumes, evidenciar sus vulnerabilidades. El viejo puente también ha sido destruido, donde Ariadna fue encerrada en una incubadora por haberse adelantado dos meses en salir del vientre, donde dio sus primeros pasos, donde recitó ese poema para Leonora, en frente de toda la clase, donde la abrazó tan fuerte como queriendo regresar a su vientre, donde le diagnosticaron una vena enferma y Leonora en vela, cuidándola toda la noche. ¿Se murieron esos recuerdos como se murió el puente? Y ahora Ariadna en un lado, Leonora en el otro…y un abismo entre ellas.

¿Y todo por quien?, pensaba Leonora, por quien decidió vivir su segunda adolescencia, del mismo modo que había vivió la primera. Sin responsabilidades. Pero Ariadna jamás aceptará eso. Prefiere pensar que lo corté en pedacitos y lo arrojé al río. Puedo sentir el peso de su atormentada existencia, el remordimiento por no llamar a la policía y confesar que está viviendo con la homicida.

  • – Hola-contestó el teléfono Ariadna-¿Cómo? ¿Dónde? Muchas gracias-. Ariadna colgó el teléfono.
  • – ¿Quién era?-preguntó Leonora.
  • – Encontraron unas prendas de papá a las orillas de un río. No encontraron nada más.
  • – Debe haberse cambiado de ropa cerca de ahí.
  • – ¿Y tirar al río la que llevaba puesta?
  • – No lo sé, Ariadna, tu papá era el hombre menos práctico del mundo.

Ariadna se levantó del sofá.

  • – En realidad crees que lo maté ¿no es así?-inquirió Leonora.

Ariadna la miro con un repentino coraje.

  • – Sí.
  • – Tu padre no era perfecto.
  • – No por eso merecía la muerte.

Julián continúa desaparecido. Y también desaparecieron sus cosas. Leonora hizo un trabajo impecable. No quedaron rastros de que él alguna vez hubiera vivido en esa casa o compartido el lecho con ella. Cualquiera menos informado pensaría en que siempre había sido una madre soltera, sorteando los obstáculos de la vida sin ningún hombre al lado. Aunque, así había sido sido siempre, incluso con Julián siendo su marido, porque era un hijo más, una boca más que alimentar, un carácter más que educar. Y nunca se convirtió en un hombre.

Ariadna contempló el proceso en silencio y sin protestar. Las camisas de su padre, aún impregnadas de su aroma, donadas a algún pobre diablo; los discos de música que su padre ponía los domingos, que escuchaban fundidos en un cálido abrazo, habían sido masacrados. No quedó nada más que un montón de pedazos y en pedazos también quedaron los recuerdos. Nada pudo hacer, era la furia de su madre, en la casa de su madre.

La policía no había llamado en meses. De seguro no tenían pistas nuevas o quizás ya no tenían interés en el caso. Y lo más probable era que el cuerpo de su padre – y quizás también el de su amante – estaba en proceso de descomposición. ¿Por qué papá? ¿Por qué te enfrentaste a la muerte? Ni siquiera fue amor. Como te conozco sé que nunca fue amor. A la única que verdaderamente amaste fue a Leonora. Lo cierto es que no la soportabas pero tampoco soportabas estar sin ella. Entonces por eso lo hiciste. Para hacerla enojar, solo para hacerla enojar. Solo que esta vez no pudiste hacerle reír nuevamente.

  • – ¿Dónde está la guitarra de papá?-preguntó Ariadna.
  • – No lo sé, probablemente se la llevó.
  • – ¿Estás segura de que no la botaste?
  • – Tu papá amaba esa cosa. A donde sea que fue, se la llevó.
  • – Se habría aferrado a ella hasta la muerte.
  • – Entonces la guitarra también murió.

Julián sigue desaparecido. La policía no ha llamado en un año. El teléfono está empolvado. Las malas lenguas dicen que la amante ha regresado. Pero nadie se tomó el tiempo de comprobarlo. Ariadna tiene un bebé en brazos. Es pálido, de ojos grandes y expresivos, y de llanto suave. Acaba de terminar de tomar la leche, ni bien soltó el chanchito regurgitó, Leonora corrió a limpiarle la leche con un babero. Lo toma en sus brazos, lo estrecha contra su pecho. Se siente plena. Su nieto es el sol de sus días. Leonora y Ariadna coinciden las miradas. Se sonríen. Hay un nuevo puente erigido entre ellas. Quizás es el bebé, o quizás la extraña revelación de que se necesitaban la una a la otra para superar a quien partió. Incluso si eso incluía olvidar como había partido. ¿Qué más daba? Hicieran lo que hicieran jamás dejaría de ser su madre, jamás dejaría de ser su hija.

El teléfono suena. Ariadna contesta.

  • – ¿Si? ¿Qué tal? ¿Qué? ¿Dónde?

La respiración de Ariadna es agitada. Está a punto de llorar. Leonora cree saber lo que está pasando. Así que había llegado el momento que había estado esperando todos estos años.

  • – Gracias, iremos de inmediato.

Ariadna soltó el llanto.

  • – ¿Encontraron el cuerpo?-preguntó Leonora, con una ironía que no pudo evitar, una ironía no intencionada, que había reservado para ese momento desde que su hija la miro como si fuera una homicida.

Pero Ariadna había dejado de mirarla así desde hace mucho tiempo. Porque en el fondo sabía la verdad. Su padre, su mejor amigo, su héroe, había sido el verdadero homicida, porque había matado a su familia, pero sobre todo porque había matado a la mujer que le había entregado todo. Felizmente, era una mujer que había nacido para renacer.

  • – No. Lo encontraron a él-dijo Ariadna.
  • – Ah ¿Y cómo está?
  • – Está bien, tocando su guitarra.
  • – Me alegro.

Ariadna miró a su madre y le reconfortó no encontrar ni un ápice de odio o de dolor en sus ojos. Tampoco había nada de eso para ella. Ninguna de los dos fue a buscarlo. Leonora se puso a ver una película, mientras Ariadna la acompañaba, tendida en el sofá con su hijo, abrazándolo con todas las fuerzas del mundo, como queriendo regresarlo a su vientre.

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