Camino rápido para alcanzar el colectivo pero es en vano, se aleja indefectiblemente hasta lentamente perderse de vista doblando en la misma calle donde debería tomarlo como todas las mañanas. Sé, por experiencia, que es el preludio de un mal día. No por alguna cuestión esotérica o supersticiosa, es algo muy sencillo y pragmático basado en fuerte evidencia diaria; el próximo colectivo viene en casi media hora, llega completamente lleno y tengo que viajar parado, en un contexto de calor y olores humanos que no me produce ningún placer. Con lo cual, hoy llegaré a la oficina transpirado, oliendo a otros humanos y con las piernas cansadas, pero lo que más molesta, lo que determina que será un mal día es que todo esto me va a hacer llegar con mi peor enemigo a cuestas: El dolor de cabeza.

Sufro de cefaleas crónicas. Me acompañan desde hace más de 10 años. Empezó lentamente pero poco a poco se convirtió en un compañero de vida; un terrible, malhumorado, temperamental y complicado compañero que puede alejarse, pero nunca me abandona realmente. Es, sin lugar a dudas, el elemento más leal en mi vida. Hay varios desencadenantes que pueden empezar o empeorar los dolores, por ejemplo: Usar pantallas como televisores o computadoras, dormir poco, dormir mucho, dormir con luz, comer poco, comer mucho, comer frito, trabajar mucho, el estrés, el dolor de cabeza mismo, la vida, o porque si. Cuando uno sufre dolores de vez en cuando, vaya y pase. Pero vivir prácticamente todo el tiempo con una pequeña sensación de molestia punzante, como de demonio aguardando a despertarse y casi todas las noches tener semejante dolor desde detrás de los ojos que uno considera arrancárselos, hace que vivir sea una tortura. Tareas rutinarias se transforman en padecimientos interminables, actividades placenteras se sufren o se cancelan y paulatinamente la vida se adapta a lo poco que se puede hacer en este estado; dormir, comer y trabajar para tener un sustento. Eso sí, guarda con dormir mucho o poco, comer mal o estresarse en el trabajo.

Durante todo este tiempo empecé muchísimos tratamientos; tanto convencionales como alternativos. Estos últimos incluyen las cosas más extrañas posibles: tomar estafas en forma de bolitas de azúcar, dejarse pinchar por decenas de agujas electrificadas o dolorosos masajes de pié. Los tratamientos convencionales son más creíbles pero de idéntico fracaso. Actualmente me encuentro en un nuevo tratamiento, bajo otro psicofármaco que está demostrando una nueva forma de no cambiar nada en cuanto a dolores de cabeza. Eso sí, siempre tengo sueño y suelo perder el colectivo matutino, con lo cual tengo que tomarme el que sigue…

Tengo, eso sí, un detallado historial de cómo cuándo y dónde comienzan mis dolores de cabeza, cuando terminan y que droga/drogas estuve tomando para paliar los síntomas. Es una excelente lectura para quien esté interesado en la historia del fracaso clínico en drogas para la cefalea crónica, literalmente. Mi doctor está preparando un trabajo científico sobre un caso de estudio donde ningún tratamiento tiene efecto, piensa publicarlo en una prestigiosa revista internacional del tema. Mentiría si dijese que me alegra ser el protagonista.

Bajo del colectivo sudando y más de tres cuadras después sigo sintiendo el olor a chivo de una dulce señora entrada en carnes que me acompañó todo el viaje. La señora me cayó bien, charlamos largo y tendido, pero no fue mi intensión llevarme un recuerdo tan patente, humano y personal.

El trabajo en mi oficina es muy sencillo; tengo un box, una computadora, un headset y más de cien llamadas diarias que atender. Muchas de estas enojadas por situaciones que no puedo controlar ni evitar pero a los que debo prestarles el oído y seguir un estricto protocolo que a la más mínima desviación una agradable team leader se encarga de remarcar.

Hoy puedo sentir como mi dolor de cabeza llega acomodándose junto a mi, ni bien me siento en mi silla. Pero no es un gran monstruo todavía, el día solo comienza y esto normalmente va progresando lentamente. Digamos que por ahora es como tener un hámster detrás del ojo izquierdo: nada grave.

Ni bien me colocó el headset reconozco que algo va mal, no entra correctamente en su sitio y tengo que ajustarlo. Lo contemplo, no es el mio, me lo cambiaron. A la primer llamada entiendo el cambio: Anda muy mal y se escucha un leve pitido agudo pero muy molesto siempre que hay una llamada. El hámster crece al tamaño de un bulldog francés, un poco más molesto.

A esta altura el dolor se extiende a todo el frente de la cabeza, cierro los ojos como para aliviar los síntomas. Tomé preventivamente un ibuprofeno 600 -menos no tiene ningún efecto- cuando perdí el colectivo a la mañana. Como ya transcurrieron cuatro horas y más de 20 llamadas, 3 problemáticas, tomo un ibu 400. Acostumbro a mantener los llamados con los ojos cerrados, sobretodo en estos días, siempre que no necesite buscar algún dato en la computadora o usar el sistema, lo cual es casi siempre. Cuando puedo cerrar los ojos, hago presión con un dedo o dos sobre los mismos y el dolor remite por unos segundos, es una sensación maravillosa. Que se vio interrumpida cuando una compañera me toco el hombro para hablarme:

–Ay Fran, amoor ¿Todo bien? ¡Tenés una cara!– no respondo –cuchame, en el lunch vamos a ir con los chicos a comer algo vegan, por lauri viste ¿Vos te prendes?

–No, me traje comida– respondo escuetamente y vuelvo a mi submundo de oscuridad mientras espero otro condenado llamado.

–Ah, pero mira que cerraron el tercer piso y hay que ir a comer al primero, que está lleno y no tiene aire– Menciona.

Yo abro los ojos para mirarla, mientras el bulldog francés toma el tamaño de un vaquillón.

A la vuelta del trabajo, llevo a cuestas el equivalente a una ballena austral y un recital de malambo todo junto en la cabeza. Dar un paso es una epopeya, me tomo un tiempo entre apoyar el pie y cambiar el punto de apoyo al otro para no mover bruscamente la cabeza, de esta forma, tardo un buen rato en llegar a casa. Busco mi cajón de medicamentos para tomarme otro ibu 600. Cuando lo abro, encuentro la tableta vacía. Olvide comprar y ya no tengo. El recital de malambo sube el tono, como aproximándose a un cenit. Cierro los ojos y aprieto los puños, se me caen las lágrimas de la impotencia. No tengo fuerzas para ir a una farmacia o usar el celular para pedirle a alguien que me traiga. Quiero arrancarme la cabeza, pero no soy tan valiente, en su defecto, le doy cabezazos a la pared, hasta hacerme sangrar. Tampoco es una decisión muy inteligente, los golpes en la cabeza no ayudan. Ahora el recital de malambo funciona sobre tambores, al mismo tiempo que la ballena encontró un compañero para copular y en un momento dado ambas funciones alcanzan su cenit; de golpe, puedo visualizar al dolor.

Se materializa frente a mis ojos: Una bola negra de amalgamadas líneas indefinidas contorsionandose sobre sí mismas. Aprovecho la oportunidad y la agarro por los costados con mis manos. Al principio parece que se me fuese a escurrir, es resbaladiza y cambia de forma constantemente, pero años de sufrimiento me dan toda la fuerza de voluntad y la tomó con más fuerza, aprieto las manos hasta que no se pueda escapar y tiro. Tiro y tiro de la porquería que empieza a moverse de su asentado lugar en mi cabeza. Siento un chirrido a medida que se desplaza. Finalmente y no sin dolor, se desprende de mi cuerpo y cae frente a mis pies. Se ve horrible, huele peor, siento que tiene un nombre: ‘Crushovsklin’ la materialización de todos mis males.

Lentamente empiezo a ser consciente de mi victoria, ya no siento el dolor de cabeza. Pero eso no es nada; todos los limitantes de mi vida comienzan a desaparecer, todas las trabas, las tristezas, los malos momentos y las debilidades quedaron en el piso con la bola negra que se retuerce en agonía. De golpe soy consciente que mis límites son cosas del pasado, soy un súper hombre: Quiero volar y salgo volando, quiero atravesar las paredes y no existen. Vuelo por el aire, recorro la ciudad, la vida se despliega a mis pies, soy artífice de mi destino por primera vez en más de una década.

Cuando me aburro de recorrer los cielos vuelvo a descender al nivel de los humanos, al suelo. Encuentro tan aburrido e insignificante todo cuanto veo; tanto los apurados transeúntes que no se quieren perder un colectivo como aquellos insignificantes individuos que mantienen acaloradas discusiones por teléfono debido a nimios problemas terrenales <<¿Por qué no vuelan y se alejan de todo eso?>>

Encuentro algunas personas agrupadas que me resultan familiares, me acerco con interés para fanfarronear con todas mis nuevas capacidades y posibilidades. En un primer pantallazo me arrepiento ya que hay un aura de luto. Tomo una compostura más formal y lentamente me voy acercando para ver a quien están velando, puede ser que lo conozca.

Atravieso dos salas repletas de personas, me convidan un café quemado y finalmente en un rincón encuentro lo que busco: La sala está vacía salvo por el cajón. Se me cruza el pensamiento de que es un poco triste que nadie acompañe al cuerpo, pero no soy quien para juzgar. Dentro del cajón encuentro un rostro, que aunque mortuoriamente maquillado reconozco. También dentro reconozco a Crushovsklin acompañando, que muy leal nunca me abandonó.

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