Muchacha en la ventana

Muchacha en la ventana

Olivia

05/05/2019

“No consigo olvidarme, de todo lo que he vivido estando junto a tí. ” Pensaba Roger, mientras miraba por la ventana. El cielo estaba gris, y no paraba de llover.

Mientras miraba la lluvia caer por el cristal, empezó a observar las gotas. Con su dedo índice, fue recorriendo gota a gota, hasta el hilo de agua que acaba formándose. Y él de mientras, llorando.

Roger nunca había llorado por nada, ni por nadie. Hasta el día, que el nunca había esperado vivir, o por lo menos no de esa manera.

Roger había perdido recientemente a su mujer. Ella, se llamaba Gala.

Se conocieron en el museo Reina Sofía, cuando Roger trabajaba de vigilante, esos que pasan horas sentados en una pequeña silla negra, custodiando los cuadros y obras. Sabes, esos que te dicen «Please, por favor, no flash.»

El tenía su silla todas las tardes de miércoles a domingo. Y como todos los días llevaba su botella de cristal con té de hierbabuena y un libro. Normalmente se llevaba sus libros de la universidad, y como no, bellas artes estudiaba.

Él se sentía completo, por las mañanas estudiaba y sacaba toda su inspiración en sus cuadros. Por la tarde se empapaba de todo el arte de el museo.

Cada viernes le tocaba custodiar la sala 13, allí estaban la mayoría de los cuadros de Dalí que hay en el Reina Sofía. Pero aquel viernes, entró en la sala una pelirroja muy delgada y bajita. Vestida con un vestido verde, verde esmeralda.

Roger se fijó en esa mujer, muy risueña pero a la vez extremadamente elegante. Él la observaba como caminaba, parecía que andaba sobre algodones.

Ella empezó a mirar los cuadros, miraba como buscando algo. Pasaba bastante rápido de cuadro en cuadro. Hasta que se paró en seco, frente a la Muchacha en la ventana, obra de Dalí.

Roger, no la perdía ojo.

Cuando fue a dejar la sala, ella le preguntó muy amablemente y con una sonrisa tímida, «¿A qué hora cierra el museo?»

Roger la miró a los ojos, que eran color miel. Él se sumergió en su mirada y empezó a tartamudear del nerviosismo «A… a las o… ocho.»

Y sin querer pero queriendo, Roger la preguntó rápidamente «¿Cómo te llamas?».

Ella le miró y enternecida le contestó «Gala, me llamo Gala.»

Roger se quedo frío, parecía que le habían clavado una flecha en el pecho. La siguió con la mirada, como se iba por el largo pasillo del museo, hasta que ya torció y no la vio más.

Aquella noche al llegar a casa, lo primero que hizo fue buscar en sus cajas de acrílicos un verde esmeralda, sacó sus pinceles y rebuscó en su altillo algún lienzo en blanco. Pasó aquella noche hasta la mañana siguiente, pintando. Pintado a la que se convirtió en su musa, aquella tarde pasada, hasta el día de hoy.

Pasarón los meses y Roger acabó con su pequeño apartamento, repleto de lienzos y bocetos de retratos de Gala.

Roger no se la sacaba de la cabeza, empezó a no poder dormir, perdió una par de kilos.

Cada día parecía más perdido, faltaba mucho a las clases. Pero sí iba a trabajar, no perdía la esperanza en volver a verla. Era el único sitio donde la había visto, e igual pasaba de nuevo por allí.

Hasta que un domingo poco después de las ocho, salió de trabajar. Decidió pasar por una panadería para comprar una barra de pan, antes de irse a casa. Abrió la puerta del local, miró hacia el mostrador y ahí estaba. Aquella chica pelirroja, justo bajo la lámpara de techo, encima del mostrador. Le daba la luz en su pelo que se volvió más rojo, rojo casi artificial, como si fuese una película. Ella se giró y le vio. Le reconoció.

Pasado un año y medio de aquel día. El apartamento de Roger olía a perfume de mujer. El llegaba cada noche sobre las ocho y media de trabajar y Gala siempre estaba allí. Estaban en su mejor momento, eran almas gemelas.

Hasta que un día llegó como siempre a su casa, a eso de las ocho y media. Entró en casa y Gala no estaba. Roger le pareció muy extraño. Empezó a llamarla en tono alto y confuso “¿Gala, Gala estás en casa?».

Buscó por el pequeño apartamento, miró debajo de la cama, incluso busco detrás de las cortinas. Mientras volvía a gritar por décima vez “¡Gala!”, abrió la puerta del baño y su grito se desvaneció de golpe.

Gala estaba tirada en la bañera, el agua cubría su cara y su melena pelirroja. Él la sacó corriendo de la bañera, la tumbo en el suelo y la dio golpes en la cara y pecho viendo si volvía a respirar.

Por fin, tras un minuto, pero el más eterno de su vida. Gala, empezó a toser. Y volvió a respirar.

Roger aliviado pero aún asustado la abrazó lo más fuerte que pudo. Esa noche la pasaron despiertos y sin decir ni una palabra.

A la mañana siguiente Gala le miró a los ojos y le confesó avergonzada «Roger, lo siento. Hay una cosa que no te he dicho. Y después de esto deberías saber.”

Roger la miraba asustado, pensaba que le iba a dejar.

Después de un suspiro, ella le dijo en tono bajo “Roger, soy bipolar.”

Roger comenzó a reírse y la dijo “No pasa nada. Yo te quiero igual.”

Gala sonrió y entre lagrimas de tristeza y emoción le dijo “Gracias.”

Pasaron unos meses, las rutinas seguían igual. Solo que Gala ya no salía tanto de casa, empezó a dormir más. Ya no tenía ganas de salir, ni siquiera para ir al cine. Ya no se arreglaba y pasó a ducharse, una vez cada diez días.

Entretanto Roger acabo la carrera de bellas artes, y tenía las mañanas libres para cuidar de Gala.

Él la animaba a salir, a quitarse el pijama y vestirse. Pero nada.

Hasta que el martes pasado Roger la llamó por teléfono y le exclamó con toda su ilusión

“¡Gala, ponte guapa que he reservado mesa en la pizzería!, ¡Esa cerca de el Retiro que te encanta!”.

Ella sonrió tímidamente y con voz llorosa le contesto “Vale, nos vemos allí entonces.”

Roger se puso muy contento, pero su voz llorosa le desconcertó.

Antes de colgar la dijo “A las nueve te veo allí.”

Ese martes, a las nueve y cinco. Él la esperaba sentado en la mesa reservada.

A las nueve y diez, la puerta se abrió y ahí estaba Gala.

Él miró hacia la puerta y la vio, se había puesto el vestido verde esmeralda. Ese, que llevaba puesto, cuando se vieron por primera vez.

Roger se quedó asombrado, fue una grata sorpresa verla tan guapa y además con aquel vestido.

Cenaron y después fueron a pasear por el parque del Retiro.

Caminaron de la mano, parecía que todo volvía a estar bien. Entraron en el palacio de el cristal que hay en este parque. Es una casa con muros de cristal y pilares en acero blanco, es un sitio mágico. Se sentaron en el suelo y recordaron viejos tiempos.

Aquella noche fue inolvidable para ambos.

A la tarde de el miércoles Roger se fue a trabajar. Esa tarde se fue tranquilo, después de esa noche tan especial. La veía mejor.

Llegaron las ocho y media, Roger estaba llegando a casa. Abrió la puerta y la corriente la volvió a cerrar.

Lo primero que vio fue el vestido verde esmeralda, tendido en la ventana. La ventana estaba abierta. Gala no estaba.

Fue a cerrar la ventana y oyó una ambulancia. Abrió de nuevo, miró hacia abajo.

Allí estaba Gala.

Su musa, se fue para siempre. Se fue, sin decir adiós.

Roger, comenzó a llorar.

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