Narradora

Su cabellera rubia se arremolinaba con el viento, el bebé jugaba con los bucles, reía sin remedio a los gestos de Dora que bailaba y corría payaseando alrededor de la cuna. Es la última imagen en su mente antes de despertarse en posición fetal sobre el piso de madera en la sala de estar. Se limpió la cara y escupió sangre por la boca, el dolor punzante detrás de la cabeza la hizo permanecer inmóvil unos segundos, después se incorporó hasta estar de pie. Recordaba las manchas rojas en su pulóver del mismo color y antes de llamar por teléfono pudo percatarse que todos estaban en el funeral de la tía muerta en Iguazú por un ataque cardíaco. Buscó al bebé por todos lados. Estaba sola, supuso que lo llevaron al funeral. Salió.

Vanesa

Había llamado al teléfono de Juliana varias veces y no contestaba, ¿cómo podía no asistir al funeral de la tía Olinda? Era como una madre para ellas. Vanesa volvió a la casa y escuchó el llanto de un bebé y supo que su hijo estaba dentro del auto. Abrió la puerta desesperada y lo cargó en sus brazos dándole unas palmaditas en la espalda. Rodolfo tenía los cachetes colorados y los mocos formaban un bigote húmedo sobre su boca. En la sala no estaba su hermana ni su amiga que se había ganado el puesto de niñera en los últimos meses. Dejó a Rodolfo en el carrito que ya estaba más calmado y caminó hasta cocina, Juliana estaba sentada de espaldas, sin emitir palabra. Vanesa le preguntó cómo estaba tocándole el hombro y ella se desplomó en el suelo. Hizo intentos de reanimación, no respiraba. Escuchó el timbre y por el visor detectó la mirada angustiada de la niñera.

Dora

Vanesa tenía que creerme, es mi mejor amiga, tenía que saber que no mataría a su hermana. Ni tendría algo que ver con su desaparición antes del funeral. Sería mi protectora ante las acusaciones de los demás, como lo hizo desde jardín de infantes. Así que esperé a que me abra la puerta ignorando el escalofrío que recorría mi cuello.

Me agarró del brazo empujándome hacia adentro y señaló a Juliana que estaba pálida en el suelo.

—Primero decime. ¿Fuiste vos Dora?—escuché su voz quebrada.

— ¿Qué paso?—Mi corazón se aceleró, corrí para reanimarla, no tenía pulso. Vanesa comenzó a sollozar.

—¡Como se te ocurre tal cosa! No mataría a tu hermana. No soy una homicida, ¿no ves mi cara? Vane, estoy muerta de miedo. ¡No tengo idea de lo que pasó!—rogué en gritos. Vi que Rodolfo comenzó a protestar con su arrugado mentón, tenía que consolarlo, abrí mis brazos y Vanesa alejó al bebé con la excusa de darle una mamadera con leche tibia.

—Llamé a la policía, vienen en camino con una ambulancia. Juliana no está despertando, dudo mucho que se salve de esta vez —dijo Vanesa tragando saliva y dándome la espalda. Si Juliana tenía vicios que no podía domar, no era justo que yo pague por eso.

Narradora

Algunos primos retuvieron a la abuela en el velatorio para que no se descompusiera al ver a su nieta tirada en la camilla y con la mascarilla de oxígeno en la ambulancia. Dora se fue a la comisaría, Vanesa no se animó a denunciarla, aunque ella era la única que estaba en la casa. Sus otros primos también estaban al tanto y le dijeron a la policía que ella era sospechosa. Que se la investigue, que les dolía porque era parte de la familia hace muchos años y a pesar de eso, estaba en la casa y pudo matar a Juliana y ahora tenía puesta otra ropa y no el pulóver rojo con el que la vieron temprano antes de salir para el salón velatorio.

Vanesa

Según la policía se formaría un expediente, el médico moviendo la cabeza dijo que Juliana murió por intoxicación, las náuseas, la humedad en mis ojos se intensificaron. No pude salvarla, ¿cómo iba a saber?, tan corajuda como era, jamás me pidió ayuda porque sabía que la regañaría por ser una irresponsable. ¿Qué voy a hacer con Dora? Era la única presente en el lugar del hecho. Si era ella ¿por qué no se escapó?, jamás dejaría sólo a Rodolfo en un auto. Es verdad que Dora y Vanesa no se llevaban bien, mi hermana era soberbia, impulsiva y sus amigos tampoco eran de fiar. Recuerdo que los traía a casa cada tanto, le dije que su cuerpo era como un templo, un recurso escaso y no lo podía brindar a cualquiera. Tendría que ser alguien especial, no me creyó. Juliana era un imán de problemas ¿qué quería demostrar? No sé, es un misterio como su muerte.

— ¿Dónde tendría que estar Juliana ahora?

—En el funeral.

—Tenía enemigos. ¿Alguien que la odiara?—pensé en Dora. —No. Juliana tenía muchos amantes, amigos reales ninguno.

— ¿Y su teléfono? ¿Su computadora?

—La computadora está en el cuarto. El teléfono no lo encontré por ningún lado y me pareció raro porque estaba pegada a ese aparato todo el día—.Contesté al agente de la policía científica que parecía estar completando un formulario.

Dora

Algún pecado estaba pagando, no podía quedarme sentada en esta comisaría, necesitaba un abogado o a alguien que me crea. Las celdas frías y lisas hacían mi libertad imposible, si sabía que Juliana iba a aparecer muerta en la casa jamás hubiera tomado el trabajo. Supongo que ninguna persona en su sano juicio lo hubiera hecho. ¡Qué bronca! Después de todo lo que me hizo pasar, humillándome cuando estaba sola con el nene. Y cuando fui a quejarme con Vanesa sabía que sería inútil, Juliana era incontrolable por su familia y tenía un especial talento en sacar lo peor de todos nosotros. No podía entender como seguía teniendo amigos. Tenían que ser un asco de persona ¡igual que ella! Dios sabe que tenía ganas de darle un tortazo para ponerla en su lugar. No quería matarla sólo verla sufrir un poco.

Narradora

En la reconstrucción del hecho y mientras dibujaba el croquis de la escena del crimen, un policía captó la ventana abierta del vecino de enfrente durante todo el día, teniendo la idea de conseguir un testigo fue a comprobar las identidades. No tenía timbre así que aplaudió en la vereda para ver si salía alguien, un hombre moreno y alto asomó sacudiéndose con los dedos el cabello. El policía vio una valija bordó sobre la cama del otro lado de la ventana.

— ¿Qué se le ofrece?—preguntó con una mano en su bolsillo y otro policía vino corriendo y apuntó con su arma.

— ¡Arriba las manos!—su compañero lo miró sorprendido y apoyó la decisión desenfundando también su arma.

—¡No hice nada, no pueden arrestarme!—protestó colocando las manos detrás de su cabeza.

Juliana

Esta Dora es tan ordinaria. Todo el día sonriendo como si una abeja de la felicidad le hubiera picado el culo. Ahora está hipnotizada con la casa de enfrente como si no tuviera nada que hacer.

— ¿Qué estás haciendo? —Pregunto y ella vuelve a sus tareas habituales sin dirigirme la palabra. Encima de pobre, maleducada, desaparece con Rodolfo en el cuarto y mis manos masajean las grietas blancas del marco de la ventana. Resulta que el vecino de enfrente se está sacando la bata. Qué atrevida esta Dora, no es ninguna tonta y yo preocupándome por sus malos modales. Uno más a la lista, pienso entre mí cuando me invita un mate con marcelita y contemplo sus fotos colgadas en la pared. No va a poder resistirse a mis encantos, lástima tengo el funeral de la tía Olinda en un par de horas. Voy a probar suerte. La conversación es entretenida, intercambiamos números de teléfono, identidades, un abrazo lento y algunas caricias desinteresadas en algo comprometido. Camino hasta la puerta para llegar a tiempo al funeral, dejo de sentir mis pies, golpeo el piso frío con mi cara y tiemblo descontrolada. Las fosas nasales presionan a reventar. Mi teléfono se desliza por debajo de la mesa. Veo la puerta de casa cruzando la calle, parece estar más lejos.

Narradora

El oficial Rodríguez había detectado la ubicación del celular de Juliana en la casa frente a la escena del crimen. Fue el primero en descerrajarle un tiro en la rodilla cuando el enfermero quiso inyectarse una aguja que tenía guardada en su bolsillo. Rodríguez dedujo que estaba todo planeado, las exhibiciones desde la ventana, el mate contaminado de cicuta, el celular prendido y el suicidio como punto final. Quizás temía acabar con su vida, ya que de estar decidido habrían encontrado al enfermero muerto, un día o dos después.

Dora

Y entonces hubieran descubierto que al despertarme en aquella sala con mi sweater rojo después de haberme dibujado en el cuerpo de aquel hombre, fue una buena distracción. A Juliana le encantaba romper sueños ajenos, y si yo deseaba un hombre ella lo querría también, antes de ir al funeral, golpeó la puerta del vecino como supuse y se le insinuó como lo que era, una zorra con los medios económicos para hacer lo que yo no podía. Estaba perdida, a mitad de camino no sabía quién envidiaba a quien, si yo a ella o ella a mí. ¿Para qué trasladar el cuerpo hasta la cocina? Generaría más dudas a los investigadores, una piña del enfermero bastó para un moretón y sangre en los labios, después tenía que fingir sueño en el suelo. Él se encargaría del resto, no contaba con que volvería antes de su fuga simulando una despedida con un beso y dejaría el teléfono de Juliana en modo silencioso debajo de su mesita de luz. ¿Me culparía a mí ahora? Difícil que funcione, él tiene el arma homicida y es un autor del crimen especializado en base a sus conocimientos científicos previos. Era eso o Juliana que nos había descubierto juntos cuando Rodolfo dormía se pondría en campaña para echarme del trabajo y hacer de mi vida un infierno. Tenía opción, no lo niego, volver a la cárcel de donde salí una vez o hacer que alguien haga eso por mí.

Oficial Rodríguez

—Si bueno, supongamos que fue Dora, contésteme esto, ¿cómo trasladaron el cuerpo de una casa a otra sin ser vistos?—preguntó cambiando de canal desde el escritorio a su compañero.

—Bueno, pudieron haber usado el contenedor de basura que estaba en la calle.

—Muy pesado, tardarían más que un par de horas— afirmó Rodríguez levantando una ceja y tensando la mandíbula. Su compañero dio vueltas en círculos e hizo un chasquido con el pulgar. Sonrió y movió su flequillo a un lado relajando hacia atrás la cabeza diciendo:

—Fue el bebé.

—¿Qué? Muy gracioso Castello, me estaría preocupando el motivo de su ascenso.

—No, no oficial, Vanesa nos contó que su hijo estaba en el auto, Dora lo habrá puesto ahí para que creamos que fue por su seguridad, ante el potencial asesino. Pero no, usaron ese carrito que parece la nave de volver al futuro para poner al bebé en el auto y traer el cuerpo de Juliana a la casa. Piense, es negro, grande y puede taparse. Nadie sospecharía. Cuando puso al bebé en el auto, el cuerpo ya estaba ahí, simuló buscar algo en el auto y traer al bebé a la casa cuando era Juliana.

—No tenemos pruebas de eso y tampoco se explica cómo llegó a trasladar su cuerpo el enfermero al auto, que estaba estacionado al otro lado de la calle, sin ser visto por nadie—suspiró Rodríguez, —y la posible confesión del enfermero suicida no basta, sigue siendo un secreto que estoy seguro Dora se llevará a la tumba.

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