Todo se cernía ante mí. El cielo encapotado me cubría, la gente corría de un lado a otro, con prisa, como queriendo apagar un fuego que nunca iba a cesar en sus llamas. Querían evitar el llanto de las nubes que se aproximaba.

No era digamos, el mejor de los días, no solo a nivel estético en el exterior; también a nivel interno personal. Y es que parece que el tiempo a veces te acompaña según tu ánimo, o eso dicen. Pero siempre se dicen muchas cosas, así que allá cada uno en lo que piense que es verdad.

En esta ocasión, puedo aseguraros que el tiempo me acompañaba. Era la tercera vez que salía de un certamen, y que salía igual que entraba, o sea con nada. Siempre era lo mismo, lo oía en bucle <<tus historias son buenas, pero no lo suficiente, quizá en otra ocasión>>. ¿Qué era suficiente? ¿Para quién no eran suficiente? ¿Qué ocasión?

Amaba escribir, la sensación que tenía al coger un lápiz y papel, porque sí, yo era de esas que preferían escribir primero de puño y letra, sintiendo cada coma, cada letra y luego, si hacía falta ya lo pasaba a ordenador. Sé que era mi pasión, quería que las personas pudiesen disfrutar leyendo o escuchando algún pedacito de mí, porque eso eran mis escritos un pedazo de mi tiempo, de mi ilusión.

Creedme si os digo que lo probado todo, desde intentar escribir noticias en la televisión hasta poder publicar en algún periódico, pero nada, ninguna selección la superaba. No sé si soy yo, los demás o es este concienzudo destino. Pero nada sale como esperaba, nada. No lo entiendo me esfuerzo como la que más, lo hago todo perfectamente cuadriculado, medido y sin dejarme nada atrás. Mi madre siempre me dice que me supero con cada historia, pero claro a los ojos de una madre ¿no?…

En este momento de verdad que me replanteo seguir invirtiendo mi tiempo en escribir historias para ser leídas por terceros, no, no me malinterpretéis, no me refiero a dejar de escribir por supuesto, pero sí a seguir intentado hacer de mis escritos un medio de vida, al fin y al cabo, podría seguir escribiendo para mí ¿no?

Una cosa estaba clara, era una de mis pasiones, al igual que la lectura y no iba a darles de lado con todo lo que me han ofrecido desde bien pequeña, siendo mi refugio en noches oscuras, así como mi medio de transporte en cuanto a sentimientos.

Ya se notaban las primeras gotas caer, y como creo haber dicho ya, no era mi día, no llevaba paraguas porque cuando salí de mi casa radiante, esperanzada con un nuevo certamen, el sol lucía resplandeciente, ¿me entendéis ahora cuando os digo que el tiempo hoy sí me acompañaba? Así, que he decidido entrar en una pequeña cafetería que me acabo de cruzar, por lo menos hasta que escampe.

No hay mucha gente y me dirijo a una pequeña mesa de la esquina. No había visto nunca este bar, tampoco es que prestase mucha atención a mi alrededor normalmente, pero he de decir que ha sido una grata sorpresa, mira por una vez he de agradecer al tiempo.

Una entrañable anciana se acerca a tomarme nota y creo que voy a pedir pastel de la casa, que me ha recomendado Mía, la señora, y un chocolate bien caliente, me lo merezco.

Es una cafetería un tanto peculiar, no es muy grande. No obstante, lo que llama de ella la atención es que no es cómo las demás, más bien parece un refugio, un sitio acogedor que te ofrece sus brazos. Tiene dos plantas, y no hay dos mesas iguales, ni siquiera las sillas lo son.

Lo más curioso de todo son los libros que hay por el suelo, pero no parece que estén ahí tirados sin más, sino más bien es como si estuviesen puestos ahí concienzudamente, como si cada uno tuviese su sitio. Cuando Mía regresa con mi tentempié, me explica que cada uno de esos libros son dejados ahí libremente por algún cliente que viene a la cafetería, digamos que sería como un punto de encuentro de experiencias de libros en una cafetería, en palabras de Mía. Cada uno transmitía un tipo de sentimiento y todos habían sido dejados allí por algo. Qué lugar tan especial, me sentía como en casa. Rodeada de una de mis pasiones.

Mía se sentó conmigo y estuvimos charlando acerca de todo. Le conté sobre mis concursos fallidos, sobre mi crisis por la escritura, sobre el tiempo, hablé largo y tendido con ella, parecía que la conocía de toda la vida, era una mujer tan entrañable. Me contó que esta cafetería siempre había sido su sueño pero que no pudo hacerlo realidad hasta hace relativamente poco, exactamente seis años. Que las cosas nunca fueron fáciles para ella, pero qué tenía tan claro que quería algo como exactamente tenía ahora, incluyendo por supuesto, todos y cada uno de los libros.

Me confesó que era una amante de la lectura, y que en más de una ocasión había leído algún que otro libro de su cafetería, todos los clientes que le dejaban allí sus libros le escribían una dedicatoria en la portada deseándole lo mejor a ella y su negocio. Por lo que pude ver era una mujer muy querida y no me extrañaba.

Me pidió leer el escrito que llevaba en la mano, el cual había sido rechazado en el certamen por no ser suficiente; recuerdo, encantada se lo di. Y cuando terminó de leerlo lo único que me dijo fue que no lo dejase, más bien me lo pidió por favor, porque decía que tenía un ángel.

Vaya ahora ya no solo mi madre me halagaba, qué honor, ya era un tercero ajeno, puedo sentirme orgullosa, gracias concursos por abrirme más puertas y no solo las de salida.

Me rogó que no me rindiera, que luchara por mis sueños, que no importaba las veces que alguien me dijese que no podía o que no servía para algo, que podría sonar tópico pero que era cierto, y que ella era el mejor ejemplo de ello. Que los sueños se cumplen, más pronto o más tarde y que en la estación tenía un tren con mi oportunidad esperando salir para que yo pudiese montarme en él.

De verdad que Mía, servía como coach motivadora, o sea me había subido el ánimo en un segundo, y es que era la sinceridad que transmitían sus palabras y sobre todo sus ojos al decirlas, que me había contagiado esa esperanza.

Me despedí de ella y prometí ir a visitarla a menudo para tener charlas como las de hoy, para hablar de la vida. Y así fue, iba con frecuencia, se había convertido en una cafetería de lo más transitada, todos los clientes estaban encantados con ella, y no era para menos. Ella sí que tenía un ángel.

A raíz de ese momento, escribía aun con más pasión si se podía, ya no me preocupaba tanto ser tan perfecta, o tener todo en orden, sino más bien ponerle sentimiento a todo lo que escribía y entonces, llegó el día, pasó ese tren que Mía me dijo, con mi oportunidad. Y sí, hacía un día soleado. Una editorial había quedado fascinada con un relato que había escrito, querían publicarlo en papel. No me lo podía creer, estaba en un sueño.

Todo era gracias a Mía, había creído en mí, me había animado cuando estaba a punto de dejarlo todo. Sé que era un ángel. Le llevé una copia a su cafetería para que lo pusiera donde quisiese.

Mi relato se hizo famoso o por lo menos eso decían los números de ventas, la gente me escribía preguntándome cosas acerca de él y de su dedicatoria, y me adelanto a vuestras preguntas, sí, desde que empecé a escribirlo siempre tuve claro a quién iría dirigido;

<<Para Mía y su rincón especial, allí donde los sueños se hacen realidad. Subida en el tren que llevaba mi oportunidad>>.

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